EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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Xumene

Burdeos, 1862


Bajo este nombre se presenta un espíritu espontáneamente a la médium, habituada a este género de manifestaciones, porque su misión parece ser asistir a espíritus inferiores que le trae su guía espiritual, con el doble objeto de su propia instrucción y de su adelanto.


P. ¿Quién sois? ¿Este nombre es el de un hombre o de una mujer?


R. Hombre, y tan desgraciado como es posible. Sufro todos los horrores del infierno.


P. Si el infierno no existe, ¿cómo podéis sentir los tormentos de éste?


R. Pregunta inútil.


P. Aunque yo lo sepa, otros pueden tener necesidad de explicaciones.


R. ¿A mí, qué me importa? P. El egoísmo, ¿no es una de las causas de vuestros sufrimientos?


R. Puede ser.


P. Si queréis aliviaros, empezad por repudiar vuestros malos pensamientos.


R. A ti nada te importa: éste no es asunto tuyo. Comienza rogando por mí como por los otros, después veremos.


P. Si no me ayudáis con vuestro arrepentimiento, la oración será poco eficaz.


R. Si en lugar de orar continúas hablando, poco harás por mi progreso.


P. ¿Deseáis progresar?


R. Puede ser, uno no lo sabe. Probemos si la oración alivia los sufrimientos, esto es lo esencial.


P. Entonces uníos a mí con la firma voluntad de obtener el alivio.


R. Vamos a ver. (Después de una oración de la médium:)


P. ¿Estáis satisfecho?


R. No tanto como quisiera.


P. Un remedio aplicado por vez primera no puede curar inmediatamente una enfermedad crónica.


R. Esto es posible.


P. ¿Volveréis?


R. Sí. si me llamas.


El guía de la médium:


Hija mía, tendrás trabajo con este espíritu endurecido, pero no habría mucho mérito en salvar a los que no están perdidos. ¡Ánimo! Persevera y lo lograrás. No los hay tan culpables que no puedan conducirse por la persuasión y el ejemplo, porque los espíritus más perversos acaban por enmendarse con el tiempo. Si uno no consigue enseguida traerles a buenos sentimientos, lo que muchas veces es imposible, el trabajo que se ha tomado no se pierde. Las ideas que se han sembrado en ellos les agitan y les hacen reflexionar, a pesar suyo. Son semillas que tarde o temprano darán sus frutos. No se derriba una peña al primer golpe de piqueta.


Lo que te acabo de exponer, hija mía, se aplica también a los encarnados, y tú debes comprender por qué el Espiritismo, aun entre los mismos creyentes, no hace inmediatamente hombres perfectos. La creencia es un primer paso. La fe viene enseguida. Y la transformación vendrá a su vez, pero a muchos les será preciso venir al mundo de los espíritus para refrigerarse.


Entre los endurecidos no hay más que espíritus perversos y malos. Grande es el número de los que, sin hacer el mal, quedan atrasados por orgullo, indiferencia o apatía. Por esto no son menos desgraciados, porque sufren tanto más por su inacción, como que no tienen por compensación las distracciones del mundo. La perspectiva de lo infinito hace su posición intolerable, y sin embargo, no tienen fuerza ni voluntad de salir de ella. Éstos son aquellos que en la reencarnación llevan esas existencias ociosas, inútiles para sí mismos y para los otros, y que a menudo acaban por suicidarse, sin motivos serios, por disgustos de la vida.


Estos espíritus son, en general, más difíciles de conducir al bien que los que son francamente malos, porque en estos últimos hay energía. Una vez ilustrados, son tan ardientes para el bien como lo han sido para el mal. Los otros tendrán sin duda que pasar por muchas existencias, para progresar sensiblemente. Pero poco a poco, vencidos por el fastidio, como otros por el sufrimiento, buscarán una distracción en una ocupación cualquiera que más tarde será para ellos una necesidad.