CAPÍTULO X - Intervención de los demonios en las manifestaciones modernas
1. Los fenómenos espiritistas modernos han llamado la atención sobre los hechos análogos
que han tenido lugar en todas las épocas y nunca la historia se ha compulsado más, baja este
aspecto, que en estos últimos tiempos. De la semejanza de los efectos se ha deducido la unidad de la
causa. Como en todos los hechos extraordinarios, cuya razón es desconocida, la ignorancia ha visto
en ellos una causa sobrenatural, y la superstición los ha amplificado, añadiendo creencias absurdas.
De ahí una porción de leyendas que, en su mayor parte, son una mezcla de algo verdadero y mucho
falso.
2. Las doctrinas sobre el demonio, que han prevalecido tanto tiempo, habían exagerado de
tal modo su poder, que hicieron, por decirlo así, olvidar a Dios. Por esto razón se le hacía el honor
de todo la que parecía sobrepujar la fuerza humana. Por todas partes aparecía la mano de Satanás.
Los menores hechos, los descubrimientos más útiles, todos aquellos que podían sacar al hombre de
la ignorancia y ensanchar el círculo de sus ideas, han sido diferentes veces considerados como
obras diabólicas.
Los fenómenos espiritistas, más multiplicados en nuestros días, y sobre todo mejor
observados con ayuda de las luces de la razón y los datos de la ciencia, han confirmado, en verdad,
la intervención de inteligencias ocultas. Pero obrando siempre en los límites de las leyes de la
Naturaleza, y revelando por su acción una nueva fuerza y leyes desconocidas hasta este día. La
cuestión se reduce, pues, a saber de qué orden son estas inteligencias.
Mientras no se han tenido sobre el mundo espiritual sino nociones inciertas o sistemáticas,
ha podido haber equivocaciones. Pero hoy día, en que las observaciones rigurosas y los estudios
experimentales han hecho luz sobre la naturaleza de los espíritus, su origen y su destino, su papel en
el Universo y su modo de acción, la cuestión está resuelta por los hechos.
Se sabe ahora que son las almas de los que han vivido en la Tierra. Se sabe también que las
diversas categorías de espíritus buenos y malos no constituyen seres de diferentes especies, sino que
marcan grados diversos de adelanto. Según el puesto que ocupan, en razón de su progreso
intelectual y moral, los que se manifiestan se presentan bajo dos aspectos muy opuestos, lo que no
les impide haber salido de la gran familia humana, de la misma manera que el salvaje, el bárbaro y
el hombre civilizado.
3. Sobre este punto, como sobre muchos otros, la iglesia sostiene sus viejas creencias en lo
que concierne a los demonios, afirmando: “Tenemos principios que no han variado desde 18 siglos,
los cuales son inmutables.” Su mal está precisamente en no tener en cuenta el progreso de las ideas
y en creer a Dios muy poco sabio, para no proporcionar la revelación al desarrollo de la
inteligencia, para usar con los hombres primitivos el mismo 1enguaje que con los hombres
civilizados. Si, mientras la Humanidad adelanta, la religión se empeña en sostener viejos errores,
tanto en materia espiritual como en materia científica, y llega un momento en que se desborda la
incredulidad.
4. Veamos cómo explica la intervención exclusiva de los demonios en las manifestaciones
modernas. (1)
“En su intervención exterior, los demonios no están menos solícitos en disimular su
presencia, para apartar las sospechas. Siempre astutos y pérfidos, atraen al hombre en sus
emboscadas antes de imponerle las cadenas de la opresión y de la servidumbre. Aquí despiertan la
curiosidad por fenómenos y juegos pueriles, allá llenan de admiración y subyugan por el atractivo
de lo maravilloso. Si lo sobrenatural aparece, si su poder les quita la máscara, calman y aplacan las
aprehensiones, solicitan la confianza, y provocan la familiaridad. Tan pronto se hacen pasar por
divinidades y buenos genios, como toman los nombres y aun las facciones de los muertos que han
dejado alguna memoria entre los vivos. A favor de estos fraudes, dignos de la antigua serpiente,
hablan y se les escucha, dogmatizan y se les cree. Mezclan a sus mentiras algunas verdades, y hacen
aceptar el error bajo todas las formas.
”A eso van a parar las pretendidas revelaciones de ultratumba. Para obtener este resultado,
la madera, la piedra, los bosques y las fuentes, el santuario de los ídolos, el pie de las mesas, la
mano de los niños, producen oráculos. Por eso la pitonisa profetiza en su delirio, y el ignorante, en
un misterioso sueño, viene a ser de repente el doctor de la ciencia. Engañar y pervertir, tal es, por
todas partes y en todos los tiempos, el objetivo final de estas extrañas manifestaciones.
”Los sorprendentes resultados de estas observaciones o de estos actos, la mayor parte
extravagantes y ridículos, no pudiendo proceder de su virtud intrínseca, ni del orden establecido
por Dios, sólo pueden resultar del culto de las potencias ocultas. Tales son, especialmente, los
fenómenos extraordinarios obtenidos en nuestros días por los procederes, en apariencia inofensivos,
del magnetismo, y el órgano inteligente de las mesas parlantes. Por medio de estas operaciones de
la magia moderna, vemos reproducirse entre nosotros las evocaciones y los oráculos, las consultas,
las curaciones y los prestigios que han ilustrado los templos de los ídolos y los antros de las sibilas.
”Como en otro tiempo, se manda a la madera, y la madera obedece. Se la interroga, y
responde en todas las lenguas y sobre todas las cuestiones. Se encuentra uno en presencia de seres
invisibles que usurpan los nombres de los muertos, y cuyas pretendidas revelaciones llevan el
carácter de la contradicción y de la mentira. Formas ligeras y sin consistencia aparecen de repente,
y se muestran dotadas de una fuerza sobrehumana.
¿Cuáles son los agentes secretos de estos fenómenos, y los verdaderos actores de estas
escenas inexplicables? Los ángeles no aceptarían estos papeles indignos, y no se prestarían a todos
los caprichos de una vana curiosidad. Las almas de los muertos, que Dios prohíbe consultar,
permanecen en la morada que les ha señalado su justicia, y no pueden, sin su permiso, ponerse a las
órdenes de los vivos. Los seres misteriosos que comparecen tanto al primer llamamiento de los
heréticos y de los impíos, como de los fieles, del crimen como de la inocencia. no son ni los
enviados de Dios, ni los apóstoles de la verdad y de la salvación, sino los secuaces del error y del
infierno.
“A pesar del cuidado que tienen en ocultarse bajo los nombres más venerables, se hacen
traición por la ninguna importancia de sus doctrinas, no menos que por la bajeza de sus actos y la
incoherencia de sus palabras. Se esfuerzan en borrar del símbolo religioso los dogmas del pecado
original, de la resurrección de los cuerpos, de la eternidad de las penas, y toda la revelación divina,
a fin de quitar a las leyes su verdadera sanción y abrir al vicio todas las barreras. Si sus sugestiones
pudiesen prevalecer, formarían una religión cómoda para el uso del socialismo y de todos aquellos a
quienes importuna la noción del deber y de la conciencia. La incredulidad de nuestro siglo les ha
preparado los caminos. ¡Ojalá que las sociedades cristianas puedan, por una vuelta sincera a la fe
católica, escapar del peligro de esta nueva y temible invasión!”
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(1). Las citas de este capítulo están tomadas de la misma pastoral que las del capítulo precedente, del que son continuación, y tienen la misma autoridad.
5. Toda esta teoría descansa en el principio de que los ángeles y los demonios son seres
distintos de las almas de los hombres, y que éstas son producto de una creación especial, inferior
aún a los demonios en inteligencia, en conocimientos y facultades de toda clase. Concluye la misma
teoría con la intervención exclusiva de los malos ángeles en las manifestaciones antiguas y modernas, atribuidas a los espíritus de los muertos.
La posibilidad para las almas de comunicarse con los vivos es una cuestión de hecho, un
resultado de experiencia y de observación que no discutiremos aquí. Admitamos, por hipótesis, la
doctrina arriba dicha, y veamos si por sus propios argumentos se destruye a sí misma.
6. En las tres categorías de ángeles, según la iglesia, una se ocupa exclusivamente del cielo,
otra del gobierno del Universo, la tercera tiene a su cargo la Tierra. Y en ésta se encuentran los
ángeles guardianes encargados de la protección de cada individuo, algunos de los cuales tomaron
parte en la rebelión, transformándose en demonios. Si Dios permitió a estos últimos inducir a los
hombres a su perdición por sugestiones de toda clase y el hecho de las manifestaciones ostensibles,
¿por qué, si es soberanamente justo y bueno, les habría concedido el inmenso poder de que gozan,
dejándoles una libertad de la que hacen tan pernicioso uso, sin permitir a los ángeles buenos
neutralizar sus malos efectos por manifestaciones semejantes dirigidas hacia el bien? Admitamos
que Dios haya dado una parte igual de poder al los buenos y a los malos, lo que ya hubiera sido un
favor exorbitante en provecho de estos últimos. El hombre, al menos, sería libre de elegir, pero
darles el monopolio de la tentación, con la facultad de simular el bien para engañar y seducir con
más seguridad, sería un verdadero lazo tendido a su debilidad, a su inexperiencia, a su buena fe.
Más aún, sería abusar de su confianza en Dios. La razón se resiste al admitir tal parcialidad en
beneficio del mal. Veamos ahora los hechos.
7. Se conceden a los demonios facultades trascendentales. No han perdido nada de su
naturaleza angélica, tienen el saber, la perspicacia, la previsión, el discernimiento de los ángeles, y
además la astucia, la destreza y el artificio en grado supremo. Su objeto es apartar a los hombres del
bien, y sobre todo, alejarles de Dios para arrastrarles al infierno, del cual son proveedores y
reclutadores.
Se comprende que se dirijan a los que están en el buen camino y se encuentran perdidos para
ellos, si persisten en el mismo. Se comprende la seducción y el simulacro del bien para atraerles a
sus redes, pero es incomprensible que se dirijan a los que les pertenecen ya en cuerpo y alma para
conducirles a Dios y al bien. ¿Pues quién está más en sus garras sino el que reniega de Dios se
hunde en el vicio y el desorden de las pasiones? ¿Este no está ya en el camino del infierno? ¿Se
comprende que si está seguro de su presa, le incite a rogar a Dios, a someterse a su voluntad, a
renunciar al mal; que exalte a sus ojos las delicias de la vida de los buenos espíritus y le pinte con
horror la situación de los malos? ¿Se ha visto jamás a un mercader alabar a sus parroquianos la
mercancía de su vecino a costa de la suya, e incitarles a ir a su casa? ¿Un reclutador despreciar la
vida militar y ensalzar el descanso de la vida doméstica? ¿Decir a los reclutas que tendrán una vida
de fatigas y de privaciones, que hay diez probabilidades contra una de morir, o al menos, de
quedarse sin brazos o sin piernas?
Éste es, sin embargo, el papel estúpido que se hace desempeñar al demonio, porque es un
hecho notorio que, a consecuencia de las instrucciones emanadas del mundo invisible, se ven todos
los días incrédulos y ateos vueltos a Dios, rogar con fervor, lo que nunca habían hecho. Gentes
viciosas trabajar con ardor para su mejoramiento. Pretender que esto es obra del demonio es hacer
de éste un verdadero bobalicón. Pero como esto no es una suposición, sino un resultado de
experiencia, y contra un hecho no hay negación posible, es preciso concluir, o que el demonio es un
torpe en grado supremo, que no es ni tan astuto ni tan maligno como se pretende, y que en
consecuencia no es muy temible, porque trabaja contra sus intereses, o que no todas las
manifestaciones son suyas.
8. “Hacen aceptar el error bajo todas las formas. Para obtener este resultado, la madera, 1a
piedra, los bosques, las fuentes, el santuario de los ídolos, el pie de las mesas, la mano de los niños,
producen oráculos.”
¿Cuál es, pues, según esto, el valor de estas palabras del Evangelio?: “Derramaré mi espíritu
sobre toda carne, vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos sueños. En esos días derramaré mi espíritu sobre mis servidores y sobre mis
servidoras y profetizarán”? (Hechos de los apóstoles, Cáp. II, v. 17 y 18). ¿No es esto la
predicción de la mediumnidad dada a todo el mundo, aun a los niños, predicción que se realiza en
nuestros días? ¿Ha anatematizado los apóstoles esta facultad? No, la anuncian como un favor de
Dios, y no como obra del demonio. ¿Los teólogos de nuestros días saben más sobre este punto que
los Apóstoles? ¿No deberían, pues, ver el dedo de Dios en el cumplimiento de estas palabras?
9. “Por medio de estas operaciones de la magia moderna vemos reproducirse entre nosotros
las evocaciones y los oráculos, las consultas, las curaciones y los prestigios que han ilustrado los
templos de los ídolos y los antros de las sibilas.”
¿Dónde se ven las operaciones de la magia en las evocaciones espiritistas? Hubo un tiempo
en que se podía creer en su eficacia, pero hoy son ridículas. Nadie cree en ellas y el Espiritismo las
condena. En la época en que florecía la magia no se tenía más que una idea muy imperfecta de la
naturaleza de los espíritus, a los que se consideraba como seres dotados de un poder sobrehumano.
No se les llama sino para obtener de ellos, aunque fuese a precio del alma, los favores de la suerte y
de la fortuna, el descubrimiento de los tesoros o la revelación del porvenir. La magia, con ayuda de
sus signos, fórmulas y oraciones cabalísticas, tenía la reputación de facilitar pretendidos secretos
para obrar prodigios, de obligar a los espíritus a ponerse a las órdenes de los hombres y satisfacer
sus deseos. Hoy se sabe que los espíritus no son más que las almas de los hombres. No se les llama
sino para recibir consejos de los buenos, moralizar a los imperfectos y para continuar las relaciones
con los seres que nos son queridos. He aquí lo que dice el Espiritismo sobre este punto.
10. No hay ningún medio de obligar a un espíritu a venir a pesar suyo, si es vuestro igual o
vuestro superior en moralidad, porque no tenéis ninguna autoridad sobre él. Si es vuestro inferior,
lo podéis, si es para su bien, porque entonces os secundaran otros espíritus (El Libro de los
Médiums, Cáp. XXV).
Lo más esencial de todas las disposiciones para las evocaciones es el recogimiento cuando
se quiere tratar con espíritus formales. Con la fe y el deseo del bien se tiene más facultad para
evocar los espíritus superiores. Elevando el alma por algunos instantes de recogimiento, en el
momento de la evocación, se identifica uno con los buenos espíritus, y se les dispone a venir (El
Libro de los Médiums, Cáp. XXV).
Ningún objeto, medalla o talismán tiene la propiedad de atraer o de rechazar a los espíritus.
La materia no tiene ninguna acción sobre ellos. Jamás aconseja un buen espíritu semejante absurdo.
La virtud de los talismanes no ha existido nunca sino en la imaginación de las gentes crédulas (El
Libro de los Médiums, Cáp. XXV).
No hay fórmula sacramental para la evocación de los espíritus. Cualquiera que pretenda dar
una, puede tacharse de impostor, porque para los espíritus la forma no es nada. Sin embargo, la
evocación debe hacerse siempre en nombre de Dios (El Libro de los Médiums, cap. XXVII).
Los espíritus que dan citas en lugares lúgubres y a horas indebidas, son espíritus que se
divierten a costa de los que les escuchan. Siempre es inútil y muchas veces peligroso ceder a tales
sugestiones. Inútil, porque no se gana con ello más que el ser mistificado; y peligro, no por el mal
que puedan hacer los espíritus, sino por la influencia que esto pude ejercer sobre cerebros débiles
(El Libro de los Médiums. cap. XXV).
No hay días ni horas más especialmente propicias unas que otras para las evocaciones. Esto
es completamente indiferente para los espíritus, como todo lo que es material, y sería una
superstición el creer en esa influencia. Los momentos más favorables son aquellos en que el
evocador puede estar lo menos distraído por sus ocupaciones habituales, y en que su cuerpo y su
espíritu están con más calma (El Libro de los Médiums, cap. XXV).
La crítica malévola se ha complacido en representar las comunicaciones espiritistas como
rodeadas de las prácticas ridículas y supersticiosas de la magia y de la nigromancia. Si los que
hablan del Espiritismo sin conocerlo se hubiesen tomado el trabajo de estudiarlo, se hubieran ahorrado gastos de imaginación, alegaciones que no sirven más que para probar su ignorancia o su
mala voluntad.
Para introducción de las personas ajenas a la ciencia, diremos que para comunicarse con los
espíritus no hay días, horas, ni lugares más propicios unos que otros. Que no son necesarias, para
evocarles, ni fórmulas, ni palabras sacramentales o cabalísticas. Que no hay necesidad de
ninguna preparación, ni de ninguna iniciación. Que no da resultado alguno el empleo de signos u
objetos materiales, sea para atraerles, sea para rechazarles, y que el pensamiento basta. En fin, que
los médiums reciben sus comunicaciones de un modo tan natural y sencillo, como si fueran dictadas
por una persona viva, sin salir del estado normal. Sólo el charlatanismo podría adoptar maneras
excéntricas, y añadir accesorios ridículos (¿Qué es el Espiritismo?,cap. II, n.º 49).
En principio, el porvenir debe estar oculto para el hombre. Su revelación sólo la permite
Dios en casos raros y excepcionales. Si el hombre conociera el porvenir, despreciaría el presente,
no
obraría con la misma libertad. Porque estaría dominado por la idea de que si una cosa ha de suceder,
no es necesario pensar ya en ella, o procuraría impedir su realización. Dios no ha querido que fuese
así, a fin de que cada uno concurriera al cumplimiento de los acontecimientos, aun de aquellos a los
que quisiera oponerse. Dios permite la revelación del porvenir cuando este conocimiento anticipado
debe facilitar el cumplimiento de ciertos hechos, en lugar de ponerle trabas, comprometiendo a
obrar de otra manera que no se hubiera hecho sin aquel conocimiento ( El Libro de los Espíritus, I.
III, cap. X).
Los espíritus no pueden guiar en las investigaciones científicas y los descubrimientos. La
ciencia es obra del genio. No debe adquirirse sino por el trabajo, porque sólo por medio del trabajo
es como el hombre adelanta en su camino. ¿Qué mérito habría si bastara preguntar a los espíritus,
para saberlo todo? Cualquier imbécil podría ser sabio a poca costa. Lo mismo sucede con las
invenciones y descubrimientos de la industria.
Cuando ha llegado el tiempo de un descubrimiento. los espíritus encargados de dirigir la
marcha buscan al hombre capaz de conducirle a buen fin, y le inspiran las ideas necesarias para que
tenga todo el mérito. Porque estas ideas es preciso que las elabore y las ponga en práctica. Así
sucede también con todos los grandes trabajos de la inteligencia humana.
Los espíritus dejan a cada hombre en su esfera. De aquel que no es a propósito sino para
cavar la tierra, no harán el depositario de los secretos de Dios. Pero sabrán sacar de la oscuridad al
hombre capaz de secundar sus intenciones. No os dejéis, pues, arrastrar por curiosidad o ambición
en un camino que no es el objeto del Espiritismo, y que terminará para vosotros en las más ridículas
mistificaciones (El Libro de los Médiums, cap. XXVI).
Los espíritus no pueden hacer que se descubran los tesoros ocultos. Los espíritus superiores
no se ocupan de estas cosas, pero los burlones indican a menudo tesoros que no existen, o pueden
hacer ver uno en un paraje, que en realidad está en paraje opuesto. Y esto en utilidad del engañado,
para demostrarle que la verdadera fortuna está en el trabajo. Si la Providencia destina riquezas
ocultas a alguno, las encontrará naturalmente, y no de otro modo (El Libro de los Médiums. cap.
XXVI).
El Espiritismo. ilustrándonos sobre las propiedades de los fluidos, que son los agentes y los
medios de acción del mundo invisible y constituyen una de las fuerzas y una de las potencias de la
Naturaleza, nos da la clave de una porción de hechos no explicados e inexplicables por cualquier
otro medio, y que han podido en tiempos remotos pasar por prodigios. Revela, lo mismo que el
magnetismo, una ley, si no desconocida, al menos mal comprendida. O mejor dicho, se conocían los
efectos, porque se han producido en todos los tiempos, pero no se conocía la ley. Y la ignorancia en
que, respecto de ella, se estaba, es la que ha engendrado la superstición. Conocida esta ley,
desaparece lo maravilloso, y los fenómenos entran en el orden de los hechos naturales. He aquí por
qué los espiritistas no hacen milagros haciendo girar una mesa o escribir a los difuntos, como no los hace el médico haciendo revivir a un moribundo, o el físico haciendo caer el rayo. El que
pretendiese con ayuda de esta ciencia, hacer milagros, sería, o un ignorante de los hechos o un
charlatán (El Libro de los Médiums, cap. II).
Ciertas personas se forman una idea muy falsa de las evocaciones. Las hay que creen que
consisten en hacer venir a los muertos, con el aparato lúgubre de la tumba. Sólo en los romances, en
los cuentos fantásticos de aparecidos y en el teatro, se ve a los muertos desencarnados salir de sus
sepulcros, tapujados con sábanas, y haciendo crujir los huesos. El Espiritismo no ha hecho nunca
milagros de ninguna clase, y menos el de resucitar un cuerpo muerto. Cuando el cuerpo está en la
fosa, está en ella definitivamente. Pero el ser espiritual, fluídico, inteligente, no ha quedado allí con
su envoltura grosera, sino que se ha separado de ésta en el momento de la muerte, y una vez
verificada la operación, no tiene nada en común con ella (¿Qué es el Espiritismo?, cap. II, n.º 48).
11. Nos hemos extendido en estas citas para demostrar que los principios del Espiritismo no
tienen ninguna relación con los de la magia. Por consiguiente, ningún espíritu está a las órdenes de
los hombres, no existe ningún medio de obligarles, ningún signo o fórmula cabalística, ningún
descubrimiento de tesoros o procederes para enriquecerse, ningún milagro o prodigio, ninguna
adivinación ni apariciones fantásticas. Nada, en fin, de lo que constituye el objeto y los elementos
esenciales de la magia. No solamente el Espiritismo desaprueba todas esas cosas, sino que
demuestra su imposibilidad e ineficacia. No hay, pues, ninguna analogía entre el fin y los medios de
la magia y los del Espiritismo. Querer asimilarlos es demostrar ignorancia o mala fe. Pero como los
principios del Espiritismo no tienen nada secreto y se formulan en términos claros y explícitos, el
error no podrá prevalecer.
En cuanto a los hechos de curaciones, admitidos en la citada pastoral, debemos decir que el
ejemplo está mal elegido para evadir las relaciones con los espíritus. Es uno de los beneficios que
tocan más de cerca y que cada uno puede apreciar. Pocas gentes estarán dispuestas a renunciar a
ellos, sobre todo después de haber apurado todos los otros medios, por el temor de ser curados por
el diablo. Al contrario, más de uno dirá que si el diablo cura, hace una buena acción. (2)
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(2). Queriendo persuadir, a personas curadas por los espíritus, de que lo habían sido por el diablo, un
gran número se ha separado de la iglesia, sin que antes pensaran salirse de ella.
12. “¿Cuáles son los agentes secretos de estos fenómenos y los verdaderos actores de estas
escenas inexplicables? Los ángeles no aceptarían estos papeles indignos, y no se prestarían a todos
los caprichos de una vana curiosidad.”
El autor quiere hablar de las manifestaciones físicas de los espíritus. Entre ellas,
ciertamente, las hay que serían poco dignas de espíritus superiores. Y si a la palabra ángeles
sustituís puros espíritus o espíritus superiores. tendréis exactamente lo que dice el Espiritismo.
Pero no se podrían poner en la misma línea las comunicaciones inteligentes por medio de la
escritura, la palabra, la audición, o cualquier otro medio, que no son indignas de los buenos
espíritus, como no lo son en la tierra de los hombres más eminentes ni las apariciones, ni las
curaciones y una porción de otros hechos que los libros sagrados citan con profusión,
atribuyéndolos a los ángeles o a los santos. Si, pues, los ángeles y los santos han producido en otro
tiempo fenómenos semejantes, ¿por qué no los han de producir ahora? ¿Por qué los mismos hechos
serían hoy obra del demonio en manos de ciertas personas, siendo así que son reputados milagros
de los santos en las de otras? Sostener una tesis semejante es abdicar de la lógica.
El autor de la pastoral está equivocado cuando dice que estos fenómenos son inexplicables.
Al contrario, hoy es cuando se explican perfectamente, y por esto no se los mira como maravillosos
y sobrenaturales. Y aunque no lo fuesen, no sería lógico atribuirlos al diablo, como no lo fue en otro
tiempo el hacerle el honor de atribuirle todos los actos naturales que no se comprendían.
Por papeles indignos es necesario entender los papeles ridículos y los que consisten en hacer
el mal. Pero no se puede calificar así el de los espíritus que hacen el bien y conducen a los hombres
a Dios y a la virtud. Pero el Espiritismo dice, precisamente, que los papeles indignos no pueden
representarlos los espíritus superiores. como lo prueban los preceptos siguientes:
13. Se reconoce la cualidad de los espíritus por su lenguaje: el de los espíritus
verdaderamente buenos y superiores es siempre digno, noble, lógico, exento de contradicción.
Respira sabiduría, benevolencia, modestia y la más pura moral. Es conciso y sin palabras inútiles.
Entre los espíritus inferiores, ignorantes u orgullosos, el vacío de las ideas está casi siempre
compensado por la abundancia de las palabras. Cualquier pensamiento evidentemente falso, toda
máxima contraria a la sana moral, todo consejo ridículo, toda expresión grosera, trivial o
simplemente frívola, en fin, todo asomo de malevolencia, de presunción o de arrogancia, son
señales incontestables de inferioridad de un espíritu.
Los espíritus superiores no se ocupan sino de comunicaciones inteligentes encaminadas a
nuestra instrucción. Las manifestaciones físicas o puramente materiales cuadran más especialmente
con los espíritus inferiores, vulgarmente conocidos bajo el nombre de espíritus golpeadores, como
entre nosotros los juegos de fuerza son del dominio de los saltimbanquis y no de los sabios. Sería
absurdo pensar que los espíritus, por poco elevados que sean, se diviertan representando una farsa
(¿Qué es el Espiritismo? Cáp., n.º 37, 38, 39, 40 y 60. Véase también El Libro de los Espíritus, Lib.
II, cap. 1, "Diferentes órdenes de espíritus. Escala espiritista"; y El Libro de los Médiums, 2.ª parte,
cap. XXIV, “Identidad de los espíritus. Distinción de los buenos y de los malos espíritus”).
¿Qué hombre de buena fe puede ver en estos preceptos un papel indigno atribuido a los
espíritus elevados? El Espiritismo no sólo no confunde a los espíritus, sino que, mientras otros
atribuyen a los demonios una inteligencia igual a los ángeles, él hace constar por la observación de
los hechos que los espíritus inferiores son más o menos ignorantes, que su horizonte moral es
limitado, su perspicacia restringida. Que tienen una idea bastante falsa e incompleta de las cosas y
son incapaces de resolver ciertas cuestiones, lo que les pone en la imposibilidad de hacer todo lo
que se atribuye a los demonios.
14. “Las almas de los muertos, con las que Dios prohíbe consultar, permanecen en la morada
que les ha señalado su justicia y no pueden, sin su permiso, ponerse a las órdenes de los vivos.”
El Espiritismo dice también que no pueden venir sin el permiso de Dios. Pero todavía es
más riguroso, porque dice que ningún espíritu, bueno o malo, puede venir sin este permiso,
mientras que la iglesia atribuye a los demonios la facultad de poder prescindir de él. Va más lejos
aún, puesto que dice que si vienen con este permiso cuando los vivos les llaman, no es para ponerse
a sus órdenes.
¿El espíritu acude voluntariamente a la evocación o se le obliga a ello? Obedece a la
voluntad de Dios, esto es, a la ley general que rige el Universo. Juzga si es útil acudir, ejerciendo
también de este modo su libre albedrío. El espíritu superior viene siempre que se le llama con un fin
útil. No se niega a responder sino a personas poco formales que lo toman todo a broma (El Libro de
los Médiums, cap. XXV).
¿El espíritu evocado puede negarse a venir al llamamiento que se le hace? Así es, en efecto.
Y si así no fuera, ¿en dónde estaría su libre albedrío? ¿Creéis que todos los seres del Universo están
a vuestras órdenes? ¿Y vosotros mismos os creéis obligados a responder a todos los que os llaman
por vuestro nombre? Cuando digo que puede negarse a ello, me refiero a la pregunta del evocador,
porque a un espíritu inferior puede obligarle un espíritu superior (El Libro de los Médiums. cap.
XXV).
Los espiritistas están de tal modo convencidos de que no tienen ningún poder sobre los
espíritus, y de que no pueden obtener nada de éstos sin el permiso de Dios, que cuando llaman a un
espíritu, sea el que quiera, dicen: Ruego a Dios Todopoderoso permita a un buen espíritu comunicarse conmigo. Ruego también a mi ángel guardián tenga a bien asistirme y apartar los
malos espíritus. O bien cuando se trata del llamamiento de un espíritu determinado: Ruego a Dios
Todopoderoso permita al espíritu de tal comunicarse conmigo (El Libro de los Médiums, cap.
XVII. nº 203).
15. Las acusaciones lanzadas por la iglesia contra 1a práctica de las evocaciones no
conciernen, pues, al Espiritismo, puesto que se dirigen principalmente contra las operaciones de la
magia con 1a cual no tiene ninguna relación. Puesto que condena en estas operaciones lo que ella
misma condena, puesto que no atribuye a los buenos espíritus un papel indigno de ellos, y puesto
que, en fin, declara que no pide ni quiere obtener nada sin el permiso de Dios.
No hay duda de que puede haber personas que abusen de las evocaciones, que hagan de ello
un pasatiempo y diversión y que las aparten de su fin providencial para emplearlas en pro de sus
intereses personales, que por ignorancia, ligereza, orgullo o concupiscencia, se separen de los
verdaderos principios de la doctrina.
Pero el Espiritismo formal desaprueba esto, así como desaprueba la religión los falsos
devotos y los excesos del fanatismo. No era, pues, lógico ni equitativo imputar al Espiritismo en
general los abusos que condena, o las faltas de los que no lo comprenden. Antes de formular una
acusación, es preciso ver si es justa. Diremos, pues, que la reprobación de la iglesia se dirige a los
charlatanes, a los explotadores, a las prácticas de la magia y de la hechicería, y en esto tiene razón.
Cuando la crítica religiosa o escéptica señala los abusos y vitupera el charlatanismo, hace resaltar
mejor la pureza de la sana doctrina, ayudándola de este modo a desembarazarse de la escoria. Y con
esto facilita nuestra tarea. Su error está en confundir el bien y el mal, por ignorancia del mayor
número y por mala fe de algunos. Pero la distinción que ella no hace, la hacen otros. En todos los
casos su censura, a la cual se asocia todo espíritu sincero en el límite de lo que se aplica al mal, no
puede alcanzar a la doctrina.
16. “Los seres misteriosos que se presentan del mismo modo al primer llamamiento del
herético y del impío como al del fiel, del crimen como de la inocencia, no son los enviados de Dios,
ni los apóstoles de la verdad, sino los secuaces del error y del infierno.”
¡Tenemos que al herético, al impío y al criminal, Dios no permite que vayan los buenos
espíritus a sacarles del error para salvarles de la perdición eterna! ¡No les envía sino los secuaces
del infierno, para hundirles más en el fango! ¡Más aún, no envía a la inocencia sino seres perversos
para pervertirla! ¿No se encuentra, pues, entre los ángeles, entre esas criaturas privilegiadas de
Dios, ningún ser lo bastante compasivo para acudir en auxilio de esas almas perdidas? ¿Para qué las
brillantes cualidades de que están dotados, si no sirven más que para sus goces personales? ¿Son
realmente buenos, si en medio de las delicias de la contemplación ven a esas almas en el camino del
infierno y no corren a salvarlas?
¿Acaso no es ésta la imagen del rico egoísta, que teniendo hasta lo superfluo, deja sin piedad
que el pobre muera en la puerta de su casa? ¿No es esto el egoísmo que se erige en virtud y
pretende elevarse hasta los pies del Eterno?
¿Os maravilláis de que los buenos espíritus vayan al herético y al impío? ¿Olvidáis, acaso,
esta parábola de Cristo: “El que está sano no tiene necesidad de médico”? ¿Os empeñáis en no ver
las cosas desde un punto más elevado que los fariseos de su tiempo? ¿Y vosotros mismos, si fuerais
llamados por un incrédulo, dejaríais de ir a él para ponerle en el buen camino? Los buenos espíritus
hacen, pues, lo que vosotros haríais: van al impío a decirle buenas palabras. En lugar de
anatematizar las comunicaciones de ultratumba, bendecid los caminos del Señor, maravillaos de su
omnipotencia y bondad infinita.
17. Hay, se dice, ángeles guardianes. Pero cuando no pueden hacerse oír por la voz
misteriosa de la conciencia o la inspiración, ¿por qué no se emplean medios de acción más directos y más materiales que puedan afectar los sentidos, puesto que los hay? ¿Dios pone, pues, estos
medios, que son obra suya, porque todo proviene de Él y nada sucede sin su permiso, a disposición
únicamente de los malos espíritus, mientras que impide a los buenos servirse de ellos? De esto se
deduce que Dios concede a los demonios más facilidad para perder a los hombres que no a los
ángeles guardianes para salvarles.
Pues bien, lo que los ángeles guardianes no pueden hacer, según la iglesia, lo hacen los
demonios. Con ayuda de estas mismas comunicaciones llamadas infernales, vuelven a Dios a los
que renegaban de Él, y al bien a los que estaban sumergidos en el mal. Nos dan el extraño
espectáculo de millones de hombres que creen en Dios por el poder del diablo, siendo así que 1a
iglesia había sido impotente para convertirlos. ¡Cuántos hombres que no oraban jamás, oran hoy
con fervor, gracias a las instrucciones de esos mismos demonios! ¡Cuántos vemos que de
orgullosos, egoístas y silenciosos, han venido a ser humildes, caritativos y menos sensuales! ¡Y se
dirá que es obra de los demonios! Si así fuera, es necesario convenir en que el demonio les ha
prestado un gran servicio y les ha asistido mejor que los ángeles. Es preciso formarse muy pobre
opinión del juicio de los hombres en este siglo para creer que pudiesen aceptar a ciegas tales ideas.
Una religión que de semejante doctrina hace su piedra angular y se declara minada por su base si
le quitan sin piedad sus demonios, su infierno, sus penas eternas y su Dios, es una religión que se
suicida.
18. Dios, que envió a Cristo para salvar a los hombres, probando de este modo su amor
hacia sus criaturas, ¿las hubiera dejado sin protección? Sin ninguna duda, Cristo es el divino
Mesías, enviado para enseñar a los hombres la verdad y mostrarles el buen camino. ¡Pero sólo
desde que él vino, contad el número de los que han podido oír su palabra de verdad! ¡Cuántos han
muerto y cuántos morirán sin conocerla! Y entre los que la conocen, ¿cuántos son los que la ponen
en práctica? ¿Por qué Dios, en su cuidado por la salvación de sus hijos, no les enviaría otros
mensajeros, que viniendo a la tierra, penetrando en los más humildes aposentos, dirigiéndose a los
grandes y a los pequeños, a los sabios y a los ignorantes, a los incrédulos y a los creyentes,
enseñaran la verdad a los que no la conocen, la hicieran comprender a los que no la comprenden, y
suplieran con su enseñanza directa múltiple la insuficiencia de la propagación del Evangelio y
apresuraran el advenimiento del reino de Dios? ¡Y cuando estos mensajeros llegan en masas
innumerables, abriendo los ojos a los ciegos, convirtiendo a los impíos, curando a los enfermos,
consolando a los afligidos, a ejemplo de Jesús, vosotros los rechazáis, y repudiáis el bien que hacen
diciendo que son los demonios! Tal era también el lenguaje de los fariseos respecto de Jesús,
porque ellos también decían que hacía el bien por el poder del diablo. ¿Qué les respondió?
“Reconoced el árbol por su fruto. Un mal árbol no puede dar buenos frutos.”
Pero para ellos, los frutos producidos por Jesús eran malos, porque venía a destruir los
abusos y a proclamar la libertad que debía arruinar su autoridad. Si hubiera venido a lisonjear su
orgullo, a sancionar sus prevaricaciones y a sostener su poder, hubiera sido a sus ojos el Mesías
esperado por los judíos. Él estaba solo, era pobre y débil. Le hicieron perecer y creyeron matar su
palabra. Pero su palabra era divina y le ha sobrevivido. Sin embargo, se ha propagado con lentitud,
y después de 18 siglos, apenas es conocida de la décima parte del género humano. Y cismas
numerosos han estallado en el seno mismo de sus discípulos. Entonces Dios, en su misericordia,
envía los espíritus a confirmarla, completarla, ponerla al alcance de todos y derramarla por toda la
Tierra. Pero los espíritus no están encarnados en un solo hombre, cuya voz hubiera sido limitada.
Son innumerables, van por todas partes y no se les puede coger. Y éste es el motivo de su
enseñanza, que se extiende con la rapidez del relámpago. Hablan al corazón y a la razón. He aquí
por qué los más humildes las comprenden.
19. “¿No es indigno de los celestes mensajeros, decís vosotros, el transmitir sus
instrucciones por un medio tan vulgar como es el de las mesas parlantes? ¿No es ultrajarles suponer
que se divierten en trivialidades, dejando su brillante morada para ponerse a disposición del primero que los llama?”
¿Jesús no dejó la morada de su Padre para nacer en un establo? Por otra parte, dónde habéis
visto nunca que el Espiritismo atribuya las cosas triviales a los espíritus superiores? Por el
contrario,
dice que las cosas vulgares son producto de espíritus vulgares. Pero no porque sean vulgares han
dejado de afectar las imaginaciones, sirviendo para probar la existencia del mundo espiritual y
demostrando que este mundo es otra cosa distinta de lo que se creía. Esto en el principio era un
medio sencillo como todo lo que empieza. Pero el árbol, aunque salido de un pequeño grano, no por
eso, más tarde, ha dejado de extender muy lejos su ramaje.
¿Quién hubiera creído que del miserable pesebre de Belén saldría un día la palabra que
debía conmover al mundo?
Cristo es el Mesías divino, esto es indudable. Su palabra es la verdad, también es muy
cierto. La religión fundada sobre esta palabra será inquebrantable, esto es la realidad. Pero con la
condición de que siga y practique su sublime doctrina y no haga de un Dios justo y bueno, tal como
él nos lo reveló, un Dios parcial, vengativo y despiadado.