Viaje Espírita en 1862

Allan Kardec

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¿Cómo podemos explicarnos este pasaje del Evangelio: "Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos"? Los detractores utilizan este pasaje como arma contra los espíritas y los médiums.

Si fuésemos a tomar de los Evangelios todos los pasajes que se constituyen en la condena de los adversarios del Espiritismo, con ellos conformaríamos un volumen. Por consiguiente, es imprudente, por lo menos, quien levanta una cuestión que le puede caer sobre la cabeza, sobre todo cuando todas las ventajas están de lado del Espiritismo.

Para comenzar, diremos que ni los espíritas ni los médiums se hacen pasar por Cristo o por profetas. Por el contrario, manifiestan siempre que no pueden hacer milagros que impresionen los sentidos y que todos los fenómenos tangibles que se producen por su intermedio son efectos que están dentro de las leyes de la Naturaleza, y eso no tiene ningún carácter de milagro. Así pues, si quisiesen sacar partido de los privilegios de los profetas no pondrían empeño en despojarse del más poderoso prestigio: el don de hacer milagros. Ofreciendo la explicación de esos fenómenos que, sin ella, podrían ser considerados sobrenaturales por la multitud, cortan por la raíz la falsa ambición que en su provecho podrían explotar.

Suponiendo que un hombre se atribuya la condición de profeta, no dará prueba de ello haciendo lo que hacen los médiums. Y si así fuera, ningún espírita esclarecido se dejará engañar. El médium Home, por ejemplo, si fuese un charlatán y un ambicioso podría darse aires de enviado celeste. Pero, ¿cuál es, en realidad, la característica de un profeta? El verdadero profeta es un enviado de Dios para advertir y esclarecer a la humanidad. Pues bien, un enviado de Dios sólo puede ser un Espíritu superior y, como hombre, un hombre de bien. Será reconocido por sus actos, los que tendrán impreso el sello de su superioridad, y por las notables realizaciones que llevará a cabo por el bien y para el bien, las cuales revelarán su misión, sobre todo a las generaciones futuras, puesto que, conducido muchas veces inconscientemente por una fuerza superior, él pasa, generalmente, ignorando su condición de tal. No es él, pues, quien se atribuye esa cualidad, sino los hombres que lo reconocerán así, las más de las veces después de su muerte.

Por tanto, si un hombre quisiera hacerse pasar por la encarnación de tal o cual profeta, él deberá dar una prueba superlativa de sus cualidades morales, las que no han de ser, como mínimo, inferiores a las de aquel cuyo nombre se atribuye. Ahora bien, tal papel no es fácil de ser protagonizado, y, casi siempre, se revela poco agradable, dado que suele imponer penosas privaciones y duros sacrificios que a veces llegan hasta el de la propia vida. Hay en este momento diseminados por el mundo varios supuestos Elías, jeremías, Ezequiel y otros que, con todo, difícilmente se allanarían a la vida en el desierto, al tiempo que consideran muy cómodo vivir a expensas de sus ingenuas víctimas, merced a la autoridad del nombre que explotan. Hay también varios Cristo, como hay otros tantos Luís XVII, a los cuales sólo les falta caridad, abnegación, humildad, superioridad moral, en una palabra, todas las virtudes de Cristo. Si, como Él, no tuviesen donde reposar la cabeza y sí, como única perspectiva, el suplicio en una cruz, muy rápidamente abdicarían a una realeza que es tan poco lucrativa en este mundo. Por la obra se reconoce al obrero. Aquellos que se quieren colocar por encima de la humanidad deben mostrarse dignos de ello, si es que no quieren tener el destino del gallo que se adornó con las plumas del pavo real o del asno que se vistió con la piel del león. Una caída humillante les espera en este mundo y un disgusto mayor y más terrible en el otro, pues es allí en donde el que se elevó será humillado.

Sin embargo, suponiendo que un hombre dotado de una gran fuerza mediúmnica o magnética quisiera atribuirse el título de profeta o de Cristo e hiciera grandes señales y prodigios, de tal manera que engañara, si fuere posible, aun a los escogidos, esto es, a algunos hombres buenos y de buena fe, él podría tener a su favor las apariencias, ¿mas tendría también las virtudes?

Y las virtudes son la parte esencial.

El Espiritismo también advierte: ¡Precaveos de los falsos profetas y tomaos la tarea de arrancarles la máscara!

El Espiritismo, por tanto, repudia todo tipo de mixtificación y no brinda su aprobación a ningún abuso que se cometa en su nombre.