EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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14. ¿Qué opinión formarán de mí, decís a menudo, si rehuso la reparación que se me ha pedido, o si no la pido al que me ha ofendido? Los locos como vosotros, los hombres atrasados, os vituperarán; pero los ilustrados con la antorcha del progreso intelectual y moral, dirán que obráis según la verdadera prudencia. Reflexionad un poco: por una palabra, muchas veces dicha sin pensar, o muy inofensiva de parte de uno de vuestros hermanos, vuestro orgullo se resiente, le contestáis de un modo picante, y de aquí viene una provocación. Antes de llegar al momento decisivo, ¿os preguntáis si obráis como cristiano? ¿Qué cuenta daréis a la sociedad si la priváis de uno de sus miembros? ¿Pensáis, acaso, en el remordimiento de haber quitado un esposo a la esposa, un hijo a su madre, un padre a sus hijos? Ciertamente que el que ha hecho una ofensa, debe una reparación; ¿pero, no es mucho más honroso para él darla espontáneamente, confesando su error, que exponer la vida de aquél que tiene derecho a quejarse? En cuanto al ofendido, convengo que alguna vez puede ser gravemente maltratado, ya en su persona, ya con relación a los individuos que nos atañen de cerca; no sólo el amor propio es el herido, también lo es el corazón y sufre; pero además de que es una estupidez jugarse la vida con un miserable capaz de una infamia, ¿por ventura, muerto éste no subsiste la afrenta cualquiera que sea? La sangre derramada, ¿no da más publicidad a un hecho, que si es falso, debe caer por su propio peso, y si es verdad, no debe ocultarse en el silencio? No queda, pues, sino la satisfacción de saciarse en la venganza cumplida. Triste satisfacción! ¡ay! que a menudo produce esta vida en recuerdos dolorosos. Y si es el ofendido el que sucumbe, ¿dónde está la reparación?


Cuando la caridad sea la regla de conducta de los hombres, atemperarán sus actos y sus palabras a esta máxima: No hagáis a los otros lo que no quisiérais que os hicieran a vosotros; entonces desaparecerán todas las causas de disensiones, y con ellas, los duelos y las guerras, que son los duelos de pueblo a pueblo. (Francisco Javier, Bordeaux, 1861).