El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

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917. ¿Qué medio hay para destruir el egoísmo?

«De todas las humanas imperfecciones, la más difícil de desarraigar es el egoísmo, porque deriva de la influencia de la materia de la cual el hombre, que está muy prórimo aun a su origen, no ha podido emanciparse, y todo contribuye a sostener esa influencia; las leyes, la organización social y la educación. El egoísmo amenguará con el predominio de la vida moral sobre la material, y sobre todo con la inteligencia que os da el espiritismo de vuestro estada futuro real, y no desnaturalizado por ficciones alegóricas. Bien comprendido el espiritismo, y una vez identificado con las costumbres y creencias trastornará los hábitos, los usos y las relaciones sociales. El egoísmo se funda en la importancia de la personalidad, y el espiritismo bien comprendido, lo repito, hace ver las cosas desde tan alto que el sentimiento de la personalidad desaparece hasta cierto punto ante la inmensidad. Destruyendo semejante importancia, o por lo menos haciendo que se la considere tal cual es, el espiritismo combate necesariamente el egoísmo.

»Lo que a menudo hace egoísta al hombre es el roce del egoísmo de los otros, porque siente la necesidad de estar a la defensiva. Viendo que los otros piensan en sí mismos y no en él, se ve arrastrado a pensar en él y no en los otros. Pero sea el principio de caridad y de fraternidad base de las instituciones sociales, de las relaciones legales de pueblo a pueblo y de hombre a hombre, y éste cuidará menos de su persona, viendo que otros piensan en ellá. Sentirá la influencia moralizadora del ejemplo y del contacto. En presencia de ese desbordamiento de egoísmo, necesítase una verdadera virtud para hacer abnegación de su personalidad en provecho de los otros, que a menudo nada lo agradecen. A los que poseen semejante virtud es a quienes está abierto el reino de los cielos, y a ellos sobre todo está reservada la dicha de los elegidos; porque en verdad os digo que el día de la justicia, todo el que sólo en sí mismo haya pensado será separado y sufrirá por su abandono. (785)

FENELÓN».



Indudablemente se hacen laudables esfuerzos para hacer que la humanidad progrese; se alientan, se estimulan, le honran los buenos sentimientos más que en época alguna, y sin embargo el gusano roedor del egoísmo es siempre el cíncer social. Es un mal real que brota por todo el mundo, y del que todos somos más o menos víctimas. Preciso es, pues, combatirlo como se combate una enfermedad epidémica, y para ello es necesario proceder como los médicos, remontarnos al origen. Búsquense en todas las partes de la organización social desde la familia a los pueblos, desde la caballa al palacio, todas las causas, todas las influencias patentes u ocultas, que excitan, mantienen y desarrollan el egoísmo, y una vez conocidas las causas, el remedio se presentará por si mismo. No se tratará más que de combatirlas, si no todas a la vez, parcialmente, a lo menos, y poco a poco se extirpará el veneno. La curación podrá ser larga, porque las causas son numerosas, pero no es imposible. Por lo demás no se conseguirá, si no se corta la raíz del mal por medio de la educación, no de esa que propende a hacer hombres instruidos, pero si de la que tiende a hacer hombres honrados. La educación, cuando se la entiende bien, es la clave del progreso moral, y cuando se conozca el arte de manejar los caracteres como se conoce el de manejar las inteligencias, se podrán enderezar como se enderezan los arbustos. Pero ese arte requiere mucho tacto, mucha experiencia y una observación profunda; es erróneo creer que basta tener ciencia para ejercerlo con provecho. Cualquiera que, desde el nacimiento, sigue así al hijo del rico, como al del pobre, y observa todas las perniciosas influencias que operan en él a causa de la debilidad, de la incuria y de la ignorancia de los que le dirigen, y cuán a menudo son improductivos los medios que para moralizarle se emplean, no puede admirarse de hallar tantos defectos en el mundo. Hágase para lo moral otro tanto que para la inteligencia, y se verá que, si hay naturalezas refractarias hay más de las que se creen, que no esperan más que una buena cultura para dar frutos buenos. (872)

El hombre quiere ser feliz, y este sentimiento es natural. Por esta razón trabaja sin cesar por mejorar su posición en la tierra; busca las causas de sus males para remediarlas. Cuando comprenda que el egoismo es una de ellas - la que engendra el orgullo, la ambición, la codicia, la envidia, el odio y los celos, que le perjudican a cada instante-, que perturba todas las relaciones sociales, provoca las disensiones y destruye la confianza, obliga a estar siempre a la defensiva contra su vecino, que hace, en fin, del amigo un enemigo, comprenderá también entonces que ese vicio es incompatible con su propia felicidad, y hasta añadimos con su propia seguridad. Mientras más sufra a consecuencia de él, más sentirá la necesidad de combatirlo, como combate la peste, los animales nocivos y demás calamidades. Será solicitado a ello por su propio interés. (784)

El egoísmo es el origen de todos los vicios, como la caridad es el de todas las virtudes. Destruir el uno y fomentar la otra, tal debe ser el objeto de todos los esfuerzos del hombre, si quiere asegurar su dicha así en la tierra, como en el porvenir.