MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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De las preguntas que pueden hacerse a los Espíritus

Si se han penetrado bien los principios que hemos desarrollado hasta ahora, se comprenderá sin esfuerzo la importancia, desde el punto de vista práctico, del tema que vamos a tratar: es su consecuencia y aplicación, y se podría, hasta cierto punto, prever la tesis por el conocimiento que la escala espiritista nos da del carácter de los Espíritus, según el rango que ocupan. Esta escala nos da la medida de lo que podemos pedirles y de lo que pueden concedernos. Un extranjero que viniera a nuestro país con la creencia de que todos los hombres son iguales en ciencia y en moralidad, se vería defraudado en su juicio por las anomalías que advirtiera; pero todo se lo explicaría perfectamente en cuanto se hiciera cargo de que cada cual habla y escribe según sus aptitudes. Igual ocurre en el mundo de los Espíritus. Desde que vemos a los Espíritus tan distanciados unos de otros bajo todos los conceptos, comprendemos sin fatiga que no todos son aptos para resolver cualquier dificultad, y que una pregunta mal dirigida puede exponer a los mayores errores.


Sentado este principio, ¿conviene dirigir preguntas a los Espíritus? Hay quien piensa que no: que debemos abstenernos de preguntar, y dejar a su iniciativa el que nos digan lo que tengan por conveniente. Se fundan en que el Espíritu, hablando con espontaneidad, habla más libremente, no dice otra cosa que lo que quiere y hay más seguridad de que exprese su pensamiento, incluso creen que es más respetuoso esperar la enseñanza que el Espíritu crea debe dar, que pedirla. La experiencia contradice esta teoría, como tantas otras formuladas al principio de las manifestaciones. El conocimiento de las diferentes categorías de Espíritus, traza el límite del respeto que les es debido, y prueba que, a menos de estar ciertos de no tener comercio sino con Espíritus superiores, sus lecciones espontáneas o serán siempre muy edificantes. Esta consideración aparte, y suponiendo al Espíritu bastante elevado para no decir sino cosas buenas, su enseñanza sería frecuentemente muy limitada, si no se alimentase con preguntas. Hemos presenciado muchas sesiones lánguidas o nulas, por falta de tema determinado. Y como en definitiva, los Espíritus no responden sino a lo que les conviene y como les conviene, tomando de la pregunta la parte que les parece, está claro que con preguntar, no se ejerce ninguna violencia sobre su libre albedrío. Ellos mismos provocan frecuentemente el diálogo, diciendo: “Qué queréis? Interroga y te contestaré”. También es frecuente que sean ellos los que nos pregunten a nosotros, no para instruirse, sino para someternos a prueba, o para aclarar nuestro concepto. Reducirnos en su presencia a un papel puramente pasivo, seria un exceso de sumisión que no nos piden: lo que sienten, es la atención y el recogimiento. Cuando toman espontáneamente la palabra sin esperar a que se les interrogue, como hemos dicho ya al hablar de las evocaciones, hay que oírles sin objeción ninguna que les interrumpa y les desvíe de la línea que se han trazado; pero como esto no sucede siempre, es útil tener preparado un tema que proponer, a falta de la iniciativa del Espíritu. Regla general: Cuando un Espíritu habla, no hay que interrumpirle, y cuando manifiesta por un signo cualquiera su intención de hablar, conviene esperar y no usar de la palabra hasta que se esté cierto de que no tiene nada más que decir.


Si, en principio, las preguntas no desagradan a los Espíritus, hay algunas que les son soberanamente antipáticas, y de ellas debemos abstenemos, so pena de no obtener contestación, o de tenerla mala. Cuando hablamos de preguntas antipáticas, nos referimos a los Espíritus elevados: los inferiores no son escrupulosos y pueden ser preguntados en todo lo que se quiera, sin peligro de roce, incluso en las cosas más impertinentes. Ellos contestan a todo, bien que, como dicen alguna vez, a preguntas necias, contestaciones necias; y loco sería quien las tomara en serio.


Los Espíritus pueden abstenerse de contestar, por muchos motivos: 1.- porque la pregunta no les agrade; 2.- porque no siempre tienen los conocimientos necesarios; 3.- porque hay cosas que les está prohibido revelar; y 4.- porque la contestación puede parecerles inoportuna. Si, pues, no satisfacen nuestra curiosidad, es porque o pueden, no deben o no quieren satisfacerla. Cualquiera que sea el motivo, es regla invariable que todas las veces que un Espíritu rehusa categóricamente responder, no se debe insistir; de otro modo, se expone uno a que la contestación sea dada por uno de esos Espíritus ligeros, siempre prontos a mezclarse en todo, sin inquietarse mucho por la verdad. Si la negativa no es absoluta, se puede rogar al Espíritu que condescienda con nuestro deseo; algunas veces lo hace, pero no cede nunca a la exigencia. Esta regla no es aplicable a las aclaraciones que se pueden y se deben pedir en aquellos puntos que no se hayan comprendido. Cuando un Espíritu quiere concluir el diálogo, lo hace generalmente con una de las frases adiós, basta por hoy, es muy tarde, hasta otra vez, etc. Esta despedida es casi siempre sin apelación: la inmovilidad del lápiz es una prueba de que el Espíritu se ha ido, y es ocioso insistir.


Dos puntos esenciales hay que tener en cuenta en las preguntas: el fondo y ha forma. Por la forma, deben revelar, aunque sin fraseología ridícula, el respeto y consideración que se debe al Espíritu que se comunica, si es superior, y la benevolencia si se trata de un igual o de un inferior a nosotros. Desde otro punto de vista, deben ser claras, precisas y sin ambigüedades, evitando las que tengan un alcance complejo; vale más dividirlas en dos o más sí es necesario. Cuando un tema requiere una serie de preguntas, importa mucho clasificarlas con orden, encadenándolas entre sí metódicamente. Por ello es siempre útil prepararlas por anticipado, lo que, como ya hemos dicho, es una especie de evocación anticipada que prepara los caminos. Meditando las preguntas con reposo, se las formula y se las clasifica mejor y se obtienen contestaciones más satisfactorias. Esto no impide que en el curso de la conversación se agreguen otra complementarias en las que no se había pensado, o que pueden ser sugeridas por las contestaciones; pero el plan sigue siendo el trazado, y esto es lo fundamental. Lo que se debe evitar, es pasar bruscamente de un tema a otro, por preguntas sueltas y sin relación Con el tema principal. Sucede con frecuencia que algunas de las preguntas preparadas por anticipado en previsión de ciertas contestaciones, se hacen inútiles, y en este caso, hay que prescindir de ellas. Un hecho que ocurre con mucha frecuencia, es el de que la contestación se adelante a la pregunta o que, apenas las primeras palabras de esta se han pronunciado, el Espíritu responde sin dejarla concluir, hay veces que responde a un pensamiento mental o expresado en voz baja por alguno de los asistentes, sin que tenga nada que ver con la pregunta en curso de contestación, y sin que de ello se haya enterado el médium. Si no se dieran a cada instante pruebas manifiestas de la neutralidad absoluta de este último, los hechos de este género no podrían dejar ninguna duda al respecto.


Con relación al fondo, las preguntas merecen una atención particular, según su objeto. Las preguntas frívolas, de pura curiosidad o de prueba, son desagradables a los Espíritus serios, quienes las rehuyen o no las contestan. En cambio, los Espíritus ligeros se divierten con ellas.


Las preguntas de prueba suelen hacerlas aquellos que no están convencidos y que tratan de asegurarse de la existencia de los Espíritus, de su perspicacia y de su identidad. Esto es muy natural de su parte, pero faltan completamente a su fin, y su insistencia a este respecto demuestra su absoluta ignorancia de las bases sobre que descansa la ciencia espirita, que son totalmente diferentes de las en que reposan las ciencias experimentales. Aquellos, pues, que quieran instruirse, deben resignarse a seguir otro camino y dejar a un lado los procedimientos de nuestras escuelas. Si creen no poderlo hacer sino experimentando a su manera, harán mejor absteniéndose. ¿Qué diría un profesor a quien un discípulo pretendiera imponer su método, prescribirle el modo como tenía que obrar, indicarle la manera de hacer las experiencias? La ciencia espirita tiene sus principios: los que quieran conocerla deben adaptarse a ellos, y si no se adaptan, no pueden considerarse aptos para juzgarla. Estos principios, en lo que concierne a las pruebas, son los siguientes:


1. Los Espíritus no son máquinas que cualquiera puede poner en movimiento a su guisa; son seres inteligentes que no hacen ni dicen sino lo que quieren, sin que podamos sujetar los a nuestros caprichos.


2. Las pruebas que deseamos obtener de su existencia, de su perspicacia y de su identidad, las dan espontáneamente y de buen grado en muchas ocasiones; pero las dan cuando quieren y de la manera que quieren, y a nosotros nos toca esperar, ver, observar.., y las pruebas no faltan. Es preciso captarlas al pasar. Cuando las provocamos es cuando se nos escapan, y en esto los Espíritus nos demuestran su independencia y libre albedrío.


Por lo demás, este principio es el que rige en todas las ciencias de observación. ¿Qué hace un naturalista que estudia las costumbres de un insecto, por ejemplo? Le sigue en todas las manifestaciones de su inteligencia o de su instinto; observa lo que pasa, y espera a que los fenómenos se presenten; no piensa en provocarlos ni en desviarlos de su curso; sabe que si mal hiciera, no los obtendría en su simplicidad natural. Esto mismo ocurre en las observaciones espiritistas.


Por lo que hasta la fecha sabemos, se comprende que no basta que un Espíritu sea serio, para resolver ex profeso toda pregunta seria; que no basta tampoco que haya sido sabio en la tierra, para resolver una cuestión científica, puesto que puede continuar imbuido por sus prejuicios terrestres: es preciso, o que sea suficientemente elevado, o que su desprendimiento, como Espíritu, se haya cumplido y esté capacitado en el orden de las ideas que se le sometan en el círculo, amén de las condiciones del medio, que son muy otras, frecuentemente, de las exigidas para otras clases de observaciones. Pero sucede, con frecuencia, que otros Espíritus más elevados vienen en ayuda de aquel a quien se interroga, y suplen su insuficiencia. Esto ocurre, sobre todo, cuando el que interroga tiene buena intención. En suma: lo primero que hay que hacer cuando uno se dirige a un Espíritu por primera vez, es aprender a conocerle, a fin de apreciar las preguntas que se le pueden dirigir con mayor probabilidad de certeza en sus respuestas.


Los Espíritus, en general, conceden poca importancia a las preguntas de interés puramente material y a las que conciernen a la vida privada. Se engañaría el que creyera hallar en ellos guías infalibles a quienes consultar a cada momento sobre la marcha o el resultado de sus negocios. Lo repetimos una vez mas: los Espíritus ligeros responden a todo, y predecirán, si se les pide, el alza o la baja de la bolsa, dirán si él marido que se espera será moreno o rubio, etc., confiando al azar la ventura de haber acertado.


No incluimos entre las preguntas frívolas todas aquellas que tienen carácter personal: el buen sentido debe bastarnos para distinguir entre ellas. Pero los Espíritus que mejor pueden guiamos por este camino, son nuestros Espíritus familiares, aquellos que están encargados de velar por nosotros, y que, por el hábito que tienen de seguirnos, se han identificado con nuestras necesidades. Estos, sin disputa, conocen nuestros asuntos mucho mejor que nosotros. Es a ellos, por lo tanto, a quienes debemos acudir para este género de asuntos; pero es preciso hacerlo con calma, con recogimiento, por una apelación a su benevolencia, y no a la ligera. Pedir eso mismo a quemarropa y a cualquier Espíritu que se presente, equivale a pedir prestada una fuerte suma al primer desconocido que se halle al paso.


Nuestros Espíritus familiares pueden aconsejarnos, y en muchas ocasiones lo hacen de un modo eficaz; pero su asistencia no es siempre patente y material, sino oculta en la mayoría de veces. Nos ayudan con una multitud de advertencias indirectas que provocan y que desgraciadamente no siempre tomamos en cuenta, de lo que resulta que muchas tribulaciones que pasamos, las debemos a esa falta de atención para con sus advertencias. Cuando se les interroga, pueden, en ciertos casos, dar consejos precisos; pero, en general, se limitan a trazarnos el camino, recomendándonos que no desfallezcamos si en él tenemos algún tropiezo. Obedece esto a dos motivos. Primeramente, las tribulaciones de la vida, si no son el resultado de nuestras propias faltas, son parte de las pruebas que debemos sufrir, en las que pueden ayudarnos a soportarlas con valor y resignación, pero no les pertenece poderlas orillar. En segundo término, si nos guiaran de la mano para evitarnos todos los escollos, ¿qué haríamos de nuestro libre albedrío? Seríamos como los niños sostenidos por los andadores. Los Espíritus nos dicen: “Ese es el camino, sigue la buena senda; yo te inspiraré lo que más te convenga, pero tú has de servirte del juicio para discernir, como de las piernas para andar”.


¿Pueden los Espíritus predecir lo futuro? Esta pregunta se la hace todo novicio. Sobre ella, seremos parcos. La Providencia obra sabiamente ocultándonos el porvenir. ¡Qué de tormentos nos ahorra esta ignorancia!, sin contar con que, si lo conociéramos, nos abandonaríamos ciegos al destino y abdicaríamos toda iniciativa. Los mismos Espíritus no le conocen sino en relación con su elevación: y he aquí por qué los Espíritus inferiores que sufren, creen que su sufrimiento será eterno. Cuando lo saben, no lo deben revelar. Pueden, empero, levantar alguna vez la punta del velo que le cubre, y lo hacen espontáneamente, porque lo juzgan útil; nunca a nuestro ruego. Lo mismo ocurre con nuestro pasado. Insistir sobre este punto, como sobre los otros en que rehusan responder, da lugar a ser juguetes de los Espíritus mistificadores.


Sin reproducir aquí cuanto tenemos dicho en el Libro de los Espíritus, no nos es posible pasar en revista todas las preguntas que pueden dirigirse a los Espíritus. Remitimos al lector a dicha obra, pues, para cuanto se relaciona con el porvenir, las existencias pasadas, los descubrimientos de tesoros ocultos, las ciencias, la medicina, etc.