MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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Si los fenómenos de que acabamos de hablar se hubieran limitado a efectos materiales, ninguna duda cabe que se los hubiera podido atribuir a una causa puramente física, a la acción de algún fluido cuyas propiedades fueran aún desconocidas; pero cuando dieron señales indudables de inteligencia, ya no pudo pensarse de igual modo. Si todo efecto tiene su causa, todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente. Es fácil distinguir un objeto que se agita, un movimiento simplemente mecánico de un movimiento intencional. Si este objeto, por el ruido o el movimiento, hace una señal, es evidente que ha intervenido en ello una inteligencia. La razón nos dice que no es el objeto material el inteligente: luego hemos de concluir que es movido por una causa inteligente extraña. Tal es el caso de los fenómenos que nos ocupan.

Si las manifestaciones puramente físicas de que acabamos de tratar son de naturaleza que cautiva nuestro interés, con mayor razón han de serlo cuando revelan la presencia de una inteligencia oculta, porque entonces no es simplemente un cuerpo inerte el que tenemos ante nosotros, sino un ser capaz de comprendernos, con el que podemos establecer un cambio de pensamientos. Desde luego, se concibe que en este caso el modo de experimentación debe ser muy otro que si se tratara de un fenómeno esencialmente material, y que nuestros procedimientos de laboratorio son impotentes para dar cuenta de hechos que pertenecen al orden intelectual. No puede ser ésta cuestión de análisis ni de cálculos matemáticos de fuerzas; y éste es, precisamente, el error en que han caído la mayor parte de los sabios, que se han creído en presencia de uno de esos fenómenos que la ciencia reproduce a voluntad y sobre los cuales se puede operar como sobre una sal o un gas. Esto no merma en nada su lo que decimos solamente es que se han equivocado al creer que pueden poner a los Espíritus un una retorta, como el espíritu de vino, y que los fenómenos espiritistas no son más del dominio de las ciencias exactas que los temas teológicos o metafísicos.