Viaje Espírita en 1862

Allan Kardec

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Considerando las sabias enseñanzas que brindan los Espíritus y el gran número de personas que son conducidas a Dios a través de sus consejos, ¿cómo es posible acreditar en que todo eso sea obra del demonio?

El demonio, en este caso, se manifiesta completamente desacertado, puesto que le sería mucho más fácil dominar a aquellos que no creen en Dios, ni en la existencia del alma, ni en la vida futura, y contra los cuales podría lograr, consecuentemente, todo cuanto se le ocurriese. Aunque bautizado, ¿quién puede estar más distante de la Iglesia que aquel que en nada cree? El demonio no necesita, pues, recurrir a ningún medio para atraerlo, y sería una locura de parte de él si con sus propios recursos lo aproximase a Dios, a la oración y a todas las convicciones que pueden apartar a alguien de la práctica del mal, y esto por el simple placer de recapturarlo luego. Esta doctrina ofrece una triste idea del diablo, representado siempre como tan hábil, convirtiéndolo, en realidad, en algo poco temible. El hombre de la fábula El pececillo y el pescador, nos recuerda el sentido común a aplicar en estos casos. ¿Qué se diría de alguien que, teniendo un pájaro aprisionado en una jaula lo soltase con la intención de prenderlo nuevamente?

Pero tenemos una argumentación todavía más seria. Si sólo el demonio se puede manifestar, él lo hace con o sin el permiso de Dios. Si lo hace sin ese permiso, él es más poderoso que Dios. Si cuenta con el permiso, esto significa que Dios no es bueno, puesto que otorga al Espíritu del mal, con exclusión de los demás, el poder de seducir a los hombres sin conceder a los Espíritus buenos, además, la oportunidad de combatir la mala influencia de aquél. Éste no sería ni un acto de bondad ni de justicia. Y la cosa sería aún peor si, de acuerdo con la opinión de ciertas personas, la suerte de los hombres estuviese fijada irrevocablemente después de la muerte, pues entonces Dios precipitaría intencionadamente y con conocimiento de causa a sus criaturas hacia los tormentos eternos, permitiendo que se les preparasen celadas. Ahora bien, Dios sólo puede ser concebido en la infinitud de sus atributos: limitar o disminuir uno solo de ellos sería su negación, dado que eso implicaría la posibilidad de un ser más perfecto. Esta doctrina, pues, se refuta ella misma. Por otro lado, cuenta con muy poco crédito para merecer cualquier consideración, incluso entre los indiferentes. Muy rápidamente ha de ser olvidada, y quienes la preconizan la han de abandonar espontáneamente cuando verifiquen que ella es la causante de más daños que beneficios.