Viaje Espírita en 1862

Allan Kardec

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Nuestro primer viaje al servicio del Espiritismo, realizado en 1860, se limitó a visitar Lyón y algunas otras ciudades que se encontraban en nuestro trayecto. Al año siguiente sumamos Bordeaux al itinerario, y finalmente ahora, además de esas ciudades principales, durante el trayecto de una excursión que duró siete semanas y un recorrido de ciento noventa y tres leguas, visitamos una veintena de localidades y asistimos a más de cincuenta reuniones. Nuestro propósito no es el hacer una descripción anecdótica de ese viaje. En el recorrido del mismo hemos recogido, es verdad, toda una serie de episodios que tal vez un día tendrán su interés, dado que pertenecerán a la historia. Hoy, mientras tanto, nos limitamos a resumir las observaciones que hicimos sobre la situación en que se encuentra la Doctrina Espírita y a llevar al conocimiento general las orientaciones que nos fue permitido ofrecer a los organizadores de los diferentes centros. Sabemos que los verdaderos espíritas apreciarán tal iniciativa; en cuanto a nosotros, nuestra intención es, por sobre todo, la de atender a éstos y no a quienes andan a la búsqueda de motivos para diversión. Además, en esta narrativa nuestro amor propio estará muchas veces puesto en juego, y este es un motivo preponderante para un retraimiento de nuestra parte. También es esta la razón que nos impide el publicar los numerosos discursos que nos fueron dedicados y que guardamos con bellos recuerdos. Lo que no podríamos dejar de consignar, sin correr el riesgo de pasar por ingrato, es el acogimiento tan benevolente y simpático que recibimos y que, sólo él, bastaría para recompensarnos por todas las fatigas.

Debemos particular reconocimiento a los espiritas de Provins, Troyes, Sens, Lyón, Aviñón, Montpellier, Séte, Toulouse, Marmande, Albi, Saint Gemme, Bordeaux, Royan, MarcherssurGaronne, Marennes, St. Pierre d'Oléron, Rochefort, St. Jean d'Angély, Angouléme, Tours y Orleáns, así como a todos cuantos no se detuvieron ante la perspectiva de un viaje de diez y hasta veinte leguas para ir a reunirse con nosotros en las ciudades donde nos habíamos detenido. Esa acogida podría ser, realmente, un gran motivo para considerarnos importantes, si no supiéramos que tales 4 demostraciones fueron dirigidas, en mucha mayor medida que a nosotros, como persona, a la Doctrina Espírita, como prueba de la simpatía que ella goza, puesto que, de no ser por ella, nada seríamos y nadie se preocuparía de nosotros.

El primer resultado que pudimos comprobar fue el inmenso progreso realizado por la creencia espírita. Un único hecho puede dar de esto una idea. En ocasión de nuestro primer viaje a Lyón, en 1860, existían allí, como mucho, algunas centenas de adeptos. Al año siguiente alcanzaban la suma de cinco a seis mil. Este año el cálculo se hizo imposible. Sin embargo, se puede evaluarlos entre veinticinco y treinta mil. En Bordeaux, el año pasado, no llegaban a mil. En el lapso de un año ese número fue decuplicado. Este es un hecho constante que nadie puede refutar.

Otro hecho que nos fue dado verificar, y que nos parece notable, es que en una innumerable cantidad de localidades donde era desconocido, el Espiritismo penetró gracias a las prédicas contrarias que, haciéndolo notar, inspiraron en las personas el deseo de investigar sobre él. Seguidamente, al comprobarse su carácter racional, naturalmente adquirió partidarios. Podríamos citar, entre otras, una muy pequeña ciudad del departamento de Indre-et-Loire, en la cual hace más o menos seis meses jamás se había oído hablar de Espiritismo. Fue cuando se le ocurrió a un predicador la idea de fulminar, desde el púlpito, lo que él denominaba, falsa e impropiamente, la religión del siglo diecinueve y el culto a Satán. La población, sorprendida, se interesó por saber de qué se trataba. Se solicitaron libros y hoy, allí, un grupo de adeptos ya organizó un centro. Ese hecho es tanto más significativo porque prueba la razón que tenían los Espíritus cuando nos decían, hace algunos años, que nuestros adversarios, sin quererlo, servirían a nuestra causa.

Es una constante el hecho de que, por todas partes, la propagación de las ideas espíritas se realizó en razón de los ataques. Ahora bien, para que una idea se difunda por tal proceso, es preciso que ella satisfaga y que las personas la juzguen más racional que aquella otra que se le opone. Uno de los resultados de nuestro viaje fue, pues, el de constatar con nuestros propios ojos lo que ya sabíamos a través de nuestra correspondencia.

Es preciso confesar, no obstante, que ese progreso ince- 5 sante está lejos de ser uniforme. Si hay localidades donde la idea espírita parece germinar a medida que la sembramos, existen otras, en contraposición, en las que penetra muy difícilmente por razones de tipo local, tales como el carácter de sus habitantes y, sobre todo, por la naturaleza de sus ocupaciones. En esos lugares los espíritas realizan sus estudios individualmente. Pero en esas como en otras partes, las raíces ya se afirmaron, por lo que, tarde o temprano han de surgir sus retoños, tal como hemos visto en estos días en las ciudades donde los espíritas ya son muy numerosos.

En distintos lugares la idea espírita comienza a ser difundida, partiendo de las clases más esclarecidas o de mediana cultura. En ninguna parte ella toma impulso en las clases-incultas. De la clase media ella se extiende a las más altas y más bajas de la escala social. En muchas ciudades los grupos de estudios están constituidos casi exclusivamente por miembros de los tribunales, de la magistratura y de altos funcionarios. La aristocracia tiene también su contingente de adeptos, pero, hasta el presente ellos se han conformado con ser simpatizantes y, en Francia por lo menos, poco se reúnen. Grupos de este tipo son más comunes en España, Rusia, Austria y Polonia, países en los que el Espiritismo tiene brillantes representantes, aun en las clases sociales más elevadas.

Un hecho tal vez más importante que el de la constatación de la cantidad, y comprobado también en nuestras observaciones, es el de la seriedad con que se encara al Espiritismo. Donde quiera que se investigue -y podemos decirlo: con avidez- se busca el aspecto filosófico, moral e instructivo. En ningún lugar vimos la práctica espírita reducida a un motivo para distracciones ni a las experiencias ser tomadas como diversión. Invariablemente las preguntas fútiles y las simples curiosidades son puestas de lado. En su mayoría los grupos son muy bien dirigidos, algunos incluso de una manera notable, ajustándose plenamente a la utilización de los verdaderos principios de la Ciencia Espírita. Los propósitos son idénticos a los que caracterizan a la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas y no se tiene otra bandera que la de los principios enseñados por "El Libro de los Espíritus". En esos grupos reina, de un modo general, un orden y un recogimiento perfectos. Vimos algunos, en Lyón y Bordeaux, que reúnen habitualmente de cien a doscientas personas y en los que la actitud general es tan edificante como lo puede ser dentro de una iglesia. Fue en Lyón que tuvimos la reunión más importante. Se componía de más de seiscientos delegados de diferentes grupos, y todo transcurrió de una manera admirable.

Debemos agregar que en ninguna de las localidades visitadas las reuniones espíritas sufrieron la más leve restricción, por lo que manifestamos nuestro agradecimiento a las autoridades civiles por la cortesía de que fuimos objeto en más de una ocasión.

Los médiums igualmente se multiplican y son pocos los centros que no cuentan con el concurso de varios de ellos, sin hablar de la cantidad mucho más considerable de aquellos que no pertenecen a ningún núcleo y que sólo emplean sus facultades aisladamente o en pequeños grupos de amigos. En este número predominan los psicógrafos de diferentes géneros, y entre éstos, en gran mayoría abundan los médiums moralistas, poco divertidos para los curiosos, que mejor harán yendo a procurar distracciones a otros lugares que a las reuniones espíritas verdaderamente serias. Lyón cuenta con varios médiums pintores notables, uno de los cuales emplea el óleo sin que jamás haya recibido lecciones de diseño o de pintura, como también varios médiums videntes cuyas facultades pudimos constatar. En Marennes hay también una señora, médium dibujante, que es a la vez una excelente médium psicógrafa, tanto para disertaciones espontáneas como para evocación. En St. Jean d'Angély vimos una médium psicógrafa mecánica que podemos considerar excepcional. Se trata de una señora que escribe largas y hermosas comunicaciones mientras lee el periódico o conversa con los presentes, y esto sin mirar para nada su propia mano. Sucede muchas veces que, distraída, no se da cuenta que la comunicación llegó a su fin. Los médiums iletrados son numerosos, y muchos son los que psicografían sin jamás haber aprendido a escribir. Esto no es más sorprendente que el ver a un médium pintar sin haber sido iniciado en ese arte. Pero lo que es significativo, es la evidente disminución de los médiums de efectos físicos en la medida en que se multiplican los de comunicaciones inteligentes. Es que, como los Espíritus lo han afirmado, la fase de la curiosidad pasó y ya vivimos un segundo período, el de la filosofía. El tercero, que comenzará 7 dentro de poco, será el de su aplicación, o sea el de la reforma de la humanidad.

Los Espíritus, que todo lo conducen con gran sabiduría, lograron despertar, inicialmente, la atención hacia un nuevo orden de fenómenos y demostrar con ellos la posibilidad de la comunicación con los seres del Mundo Invisible. Acicateando la curiosidad lograron interesar a las gentes, al paso que si hubiesen presentado al comienzo una filosofía abstracta no alcanzarían a ser comprendidos sino por un pequeño número, más el agravante de que el origen de esa filosofía habría sido difícilmente admitido. Optando por un proceso gradual, mostraron lo que podían realizar. Con todo, como en definitiva las consecuencias morales constituyen su finalidad esencial, dieron a las manifestaciones su aspecto normal de seriedad cuando juzgaron suficiente el número de personas dispuestas a oírlos, preocupándose poco de los recalcitrantes. Cuando la Ciencia Espírita esté sólidamente constituida y liberada de todas las interpretaciones personales y erróneas que caen día a día ante el examen serio, ellos se ocuparán de establecerla en todos los ámbitos terrenos, para lo cual utilizarán poderosos medios. Mientras esperan, siembran la idea por todo el mundo a fin de que, cuando ese momento haya llegado, ella encuentre en todas partes el terreno preparado. Y sabrán bien la manera de superar todos los obstáculos, pues, ¿que podrán contra ellos y contra la voluntad de Dios las trabas de los humanos?

Esa marcha racional y prudente se manifiesta en todo, aun hasta en las más sutiles enseñanzas que gradualmente proporcionan conforme al transcurrir del tiempo, a los lugares y a los hábitos de los hombres. Una luz intensamente brillante y repentina, no ilumina, encandila. Es por ello que los Espíritus la van brindando en forma paulatina. Quien siga el progreso de la Ciencia Espírita tendrá que reconocer que ella crece en importancia en la medida en que penetra en los más profundos misterios. El Espiritismo discute, hoy en día, ideas sobre las cuales no se tenía duda alguna hace algunos años, y conste que él no ha dicho la última palabra, puesto que reserva otras muchas revelaciones.

Podemos constatar esa marcha progresiva de la enseñanza por la naturaleza de las comunicaciones obtenidas en los diferentes grupos que visitamos y que comparamos con otras anteriormente logradas. Ellas no se distinguen sólo por su extensión, su amplitud de miras, la facilidad de obtenerlas y su alta moralidad, sino, sobre todo, por la naturaleza de las ideas discutidas y, frecuentemente, por su estilo magistral. Eso, sin duda, depende mucho del médium, pero no exclusivamente. No basta tener un buen instrumento, es necesario disponer de un buen músico para de él lograr buenos sonidos, y, además, es preciso que el ejecutante disponga de una audiencia capaz de comprenderlo y de apreciarlo. ¿Quién se brindaría al trabajo de ejecutar delante de sordos?

Ese progreso, convengamos, no es general. Haciendo abstracción de los médiums, nosotros lo hemos verificado en relación al carácter de los grupos. Él logra su más amplio desenvolvimiento en aquellos donde reina, junto a la fe más activa, los sentimientos puros, el desinterés moral más intenso. Los Espíritus saben muy bien en quien depositar su confianza al referirse a problemas que no pueden ser comprendidos por todas las personas. En los grupos que se hallan en condiciones menos elevadas, la enseñanza es buena, siempre moral, pero limitada a generalidades sin profundidad.

Por desinterés moral entendemos la abnegación, la humildad, la ausencia de toda pretensión orgullosa, de todo pensamiento personalista puesto al servicio del Espiritismo. Sería prejuicios terrestres. No obstante, los motivos de convicción varían conforme a los individuos. Para algunos son necesarias las pruebas materiales; para otros son suficientes las razones morales e intelectuales. También hay individuos que no son convencidos ni por unas ni por otras. Esos matices posibilitan un diagnóstico de su Espíritu. Mas es preciso tener en cuenta que muy poco se puede esperar de aquellos que dicen: "Sólo admitiré si me hicieren presenciar tal o cual cosa", y nada de los que juzgan indigno de ellos estudiar y observar. En cuanto a los que afirman: "Aunque yo vea no lo admitiré, porque sé que es imposible", es del todo inútil mencionarlos y más inútil aún el perder con ellos nuestro tiempo.

Sin ninguna duda, ya es mucho el creer; pero la creencia sola no brinda resultados buenos, y eso, desdichadamente, ha sucedido en muchos casos. Me refiero a aquellos a quienes el Espiritismo no pasa de un simple hecho, de una bella teoría, de una letra muerta que ningún provecho deja en la estructura íntima de las personas, ninguna transformación en su carácter ni en sus hábitos. Pero, junto a los espíritas simplemente creyentes o simpáticos a la idea, están los espiritas de corazón, por quienes nos confesamos felices de haberlos encontrado en gran número. Vimos transformaciones que podrían ser consideradas milagrosas, recogimos admirables ejemplos de celo, de abnegación y devoción, innumerables casos de caridad verdaderamente evangélica que podríamos denominar, con toda justicia: Los bellos indicios del Espiritismo. Conviene recordar aquí que las reuniones integradas exclusivamente por verdaderos y sinceros espiritas, aquellos en quienes habla el corazón, ofrecen un aspecto muy especial: Todas las fisonomías reflejan franqueza y cordialidad. Nosotros nos hallamos a voluntad en esos ambientes simpáticos, verdaderos templos donde reina la fraternidad. Tanto como los hombres, los Espíritus allí se complacen, y es entonces que se revelan más expansivos y ofrecen orientaciones de carácter más íntimo. Por el contrario, en los ambientes donde existen divergencias de sentimientos, donde las intenciones no son puras o se observa una sonrisa irónica o desdeñosa en ciertos rostros, donde se percibe el orgullo y la malquerencia y se teme a cada instante herir la susceptibilidad de la vanidad, hay siempre desconfianza, embarazo y reserva. En tales medios los mismos Espíritus son más reservados y los médiums muchas veces se ven paralizados por la influencia de los malos fluidos que sobre ellos actúan como un manto de hielo. Tuvimos la dicha de asistir a numerosas reuniones que se encuadran en la primera categoría, y las registramos con gran alegría en nuestras anotaciones y como los más agradables recuerdos que conservamos de nuestro viaje. Reuniones de esta naturaleza se multiplicarán, sin ninguna duda, a medida que la verdadera finalidad del Espiritismo sea mejor comprendida. Ellas son, igualmente, las que hacen la más fructífera y sólida propaganda, puesto que reúnen a personas bien intencionadas y preparan la reforma moral de la humanidad mediante la prédica del ejemplo.

Es notable verificar que las criaturas educadas en los principios espíritas adquieren una capacidad de raciocinio precoz, lo que las convierte infinitamente más fáciles de conducir. Nosotros las hemos visto en gran número, de todas las edades y de ambos sexos en las diversas familias donde fuimos recibidos, y pudimos hacer esa observación personalmente. Eso no las priva de la natural alegría ni de la jovialidad. Sin embargo, no existe en ellas esa turbulencia, esa mala intención, esos caprichos que las hacen tantas veces insoportables. Por el contrario, revelan un fondo de docilidad, de ternura y respeto filiales que las lleva a obedecer sin esfuerzo y las convierte responsables en los estudios. Esto es lo que pudimos notar, y esa observación es generalmente confirmada.

Si podemos analizar aquí los sentimientos que la creencia espírita tiende a desarrollar en las criaturas, es fácil concebir los resultados que ella puede lograr. Diremos apenas que la convicción que tienen de la presencia de sus abuelos, que están allí, a su lado, y pueden verlos permanentemente, los impresiona más vivamente que la presencia del diablo, al cual terminan negándolo, mientras que no pueden dudar de lo que tienen el testimonio todos los días en el seno de la propia familia. Hay, pues, una generación espírita que crece y que va constantemente aumentando. Esos niños, a su vez, educarán a sus hijos en los mismos principios y, cuando esto suceda, los viejos preconceptos irán desapareciendo paulatinamente con las viejas generaciones. Es evidente, por tanto, que la idea espírita ha de ser un día la creencia universal.

Un hecho no menos característico del estado actual del Espiritismo es el desarrollo de una opinión valiente. Si existen aún adeptos reprimidos por el miedo, el número de éstos es poco considerable hoy en día comparado con el de aquellos que confiesan con voz firme sus convicciones y no se sustraen a manifestarse espíritas, como no se callarían de decirse cató- licos, judíos o protestantes. El arma del ridículo, a fuerza de ser esgrimida sin abrir brechas y ante la existencia de tantas personalidades notables que proclaman abiertamente la nueva filosofía, terminó por convertirse inútil, haciéndosela de lado. Una sola arma permanece en ristre: la idea del diablo. Pero, en este caso, es al propio ridículo que se hace justicia. Con todo, no fue sólo este género de coraje que verificamos, sino también aquel de la acción, de la dedicación, del sacrificio, esto es, el coraje de aquellos que resueltamente se ponen al frente en la promoción de las ideas nuevas en ciertas localidades, poniendo en riesgo sus personas y enfrentando amenazas y persecuciones. Ellos saben que, si los hombres les hicieren mal en esta corta vida, Dios no los dejaría abandonados.

La obsesión es, como se sabe, uno de los grandes escollos del Espiritismo. No podríamos dejar de lado, pues, una cuestión de importancia tan capital. Recogimos a este respecto importantes observaciones que constituirán el tema principal de un artículo especial en la Revista Espírita. En él trataremos de los poseídos de Morzine, que visitamos en la Alta Saboya. Aquí, simplemente diremos que los casos de obsesión son muy raros entre aquellos que hicieron un estudio previo y atento de El Libro de los Médiums y se identificaron con los principios que él contiene, manteniéndose vigilantes y dispuestos a descubrir la menor señal que indique la presencia de un Espíritu sospechoso. Vimos algunos grupos que, sin ninguna duda, se hallaban bajo una influencia obsesiva. Mas es evidente que se complacen con ella, convirtiéndose en fácil presa por una confianza ciega y excesiva, y, además, por ciertas predisposiciones morales. Otros, por el contrario, tienen tal temor de ser engañados, que llevan la desconfianza a límites excesivos, por así decirlo, analizando con cuidado escrupuloso todas las palabras y todos los pensamientos, prefiriendo rechazar lo dudoso a correr el riesgo de admitir lo que pudiera ser malo. De tal manera, los Espíritus mentirosos, viéndose combatidos de esa forma, terminan por retirarse, yendo junto a aquellos a quienes los saben menos vigilantes y en quienes encuentran flaquezas y grandes motivos para explotar.

El exceso en todo es perjudicial, pero, ante tales casos vale más pecar por exceso de prudencia que por demasiada confianza.

Otro resultado de nuestro viaje fue el de permitirnos sopesar la opinión que hay formada respecto a ciertas publicaciones que, no compartiendo nuestros principios, en mayor o menor grado, manifiestan hacia ellos una franca hostilidad.

Diremos, también, que encontramos unánime aprobación relacionada con nuestro silencio frente a los ataques personales que se nos han dirigido. Es relevante que todos los días recibamos cartas de felicitaciones relacionadas con esta actitud. En los numerosos discursos que escuché se aplaudía de un modo general muy significativo nuestra moderación. Uno de ellos, entre otros, contiene el siguiente pasaje: "La maledicencia de vuestros enemigos produce un resultado enteramente contrario al que persiguen, y es el de engrandeceros ante los ojos de vuestros numerosos discípulos y estrechar los lazos que os unen a vos. Por vuestra indiferencia mostráis que tenéis conciencia de vuestra fuerza. Oponiendo la mansedumbre a las injurias ofrecéis un ejemplo que sabremos aprovechar. La historia, querido maestro, de igual manera que vuestros contemporáneos, y mejor aun que éstos, contabilizará en vuestro crédito esa moderación cuando constate, por vuestras obras, que a las provocaciones de la envidia y la mala fe opusiste solamente la dignidad del silencio. Entre ellas y vos, la posteridad ha de juzgar".

Los ataques personales jamás nos conmovieron. Muy distinto fue, sin embargo, con aquellos que eran dirigidos a la Doctrina. Algunas veces respondimos directamente a ciertas críticas, cuando eso nos pareció necesario y con el fin de probar que, si es preciso, también sabemos luchar. Y eso habríamos hecho muchas veces, sin duda, si nos cercioráramos que esos ataques llevaban un perjuicio verdadero al Espiritismo. Pero, cuando quedó demostrado por los hechos que lejos de desprestigiarlo beneficiaban y defendían su causa, loamos la sabiduría de los Espíritus que utilizaban a los propios enemigos para propagar el Espiritismo y transformar a la infamia en resultados provechosos, haciendo penetrar a la idea combatida en lugares donde jamás hubiera penetrado por medio del elogio. Este es un hecho que nuestro viaje nos demostró de una manera concluyente, dado que, en esos mismos círculos el Espiritismo logró reunir numerosos partidarios.

Cuando las cosas marchan por sí solas, ¿por qué, entonces, entablar luchas y disputas infructuosas? Cuando un ejército verifica que las balas del enemigo no le alcanzan lo deja tirar a voluntad y desperdiciar sus municiones, seguro de obtener de ello una ventaja después. En semejantes circunstancias el silencio es, muchas veces, un recurso inteligente. El adversario al cual no se responde, considera no haber herido suficientemente o no logrado el punto vulnerable. Entonces, confiando en el éxito, al que supone fácil, él se descubre y cae por sí mismo. Una respuesta inmediata lo habría puesto en guardia. El mejor general no es aquel que se lanza con el pecho descubierto en medio del fragor de la batalla, sino el que sabe estudiar y esperar la forma y el momento de actuar. Y esto fue lo que sucedió con algunos de nuestros antagonistas: Observando el camino que tomaban, era fácil notar que se comprometían cada vez más. Los dejamos actuar a voluntad. Y ellos, más temprano de lo esperado, desacreditaron lo que defendían en razón de sus propias exageraciones, resultado éste que no habríamos alcanzado por medio de nuestra argumentación.

"Entretanto -dicen los que se presentan como críticos de buena fe- nuestra única preocupación es la de esclarecer, y si atacamos, no es absolutamente por hostilidad, partidismo o maledicencia, sino para que de la discusión pueda nacer la luz".

Entre esos críticos existen, verdaderamente, los que son sinceros. Pero es preciso notar que los que tienen sólo en miras cuestiones de principios discuten con calma y guardan siempre el decoro. Pues bien, ¿cuántos de esta clase hemos podido encontrar? ¿Qué contiene la mayor parte de los artículos que la grande o la pequeña prensa ha dirigido contra el Espiritismo? Diatribas, libelos, mentiras e ironías y muchas veces injurias que se caracterizan por la grosería y la trivialidad. ¿Serán esos críticos serios dignos de una respuesta? Existen los que se ponen al descubierto con tanta inhabilidad que se hace inútil desenmascararlos, puesto que cualquier persona percibe sus intenciones. En realidad, sería darles demasiada importancia, valiendo más, pues, dejar que se den las manos en sus pequeños círculos que ponerlos en evidencia a través de polémicas sin objetivo, ya que no los convencerían. Si la moderación no estuviese en nuestros principios -puesto que constituye una consecuencia de la Doctrina Espírita, que prescribe el olvido y el perdón de las ofensas- seríamos inducidos a emplearla por la simple verificación del efecto producido por esos ataques y reconociendo que la opinión pública ha de reparar esas injusticias en mejor forma que lo podrían hacer nuestras palabras.

En cuanto a los críticos honestos, de buena fe, que demuestran su arte de vivir con la urbanidad de sus expresiones, éstos colocan a la ciencia por encima de las cuestiones personales. A ellos muchas veces respondimos, cuando no directamente, por lo menos a través de nuestros artículos, en los que fueron abordadas cuestiones puestas en controversia. Y eso de tal forma que -consideramos- para quien quiera que se dé al trabajo de leer esos artículos, no hay una única objeción que no haya sido refutada. Para responder a cada una, individualmente, sería preciso repetir incesantemente la misma cosa, y, en cada oportunidad, dirigirla a una única persona. El tiempo, además, no nos habría permitido tal tarea, en tanto que, mientras aprovechamos una cuestión que se nos presenta para refutarla o dar a su respecto una explicación, logramos, las más de las veces, colocar el ejemplo al lado de la teoría, lo cual es de provecho general.

Anunciamos la edición de un pequeño volumen intitulado Refutaciones. Éste no fue publicado hasta hoy porque nos pareció que nadie se mostraba interesado en él. Y esa impresión se justificó. Antes de responder a ciertos opúsculos que deberían - conforme a las afirmaciones de sus autores- provocar el desmoronamiento de los fundamentos del Espiritismo, preferimos esperar y verificar el efecto que tendrían. ¡Pues bienl Nuestro viaje nos convenció de una cosa: ¡Ellos nada lograron destruir! El Espiritismo está más vivo que nunca y, en contraposición, en la actualidad apenas si se mencionan esas publicaciones. Es fácil suponer que en los círculos donde tuvieron origen y a los que eran dirigidas, ellas son tenidas de irrefutables. Seguros, afirman que nuestro silencio es la prueba de nuestra imposibilidad de responderlas. Por tal motivo, concluyen en que fuimos duramente derrotados, fulminados y abatidos. Pero, ¿qué nos puede importar eso si no fuimos alcanzados? ¿Esos escritos hicieron disminuir el número de espíritas? ¡No! ¿En qué radica, pues, la utilidad de refutarlas? Por el contrario, había una ventaja en dejar que nuestros adversarios disparasen el primer tiro.

Cuando Sófocles fue acusado por sus hijos, que exigían su encarcelamiento, él escribió su Edipo Rey y ganó la causa. No somos capaces de escribir un Edipo, pero otros se encargarán de responder por nosotros: ¡Nuestro editor, en primer lugar, lanzando en el mercado libre la novena edición de El Libro de los Espíritus (la primera data de 1857) * y la cuarta de El Libro de los Médiums, en menos de dos años; duplicado el número de los suscriptores de la Revista Espírita, lo cual nos puso en la obligación de hacer una nueva publicación de los años anteriores, dos veces agotados; la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, que ve crecer su reputación; los espíritas que se multiplican año a año, fundando por todas partes, en Francia y en el extranjero, grupos de adherentes bajo la orientación de la Sociedad de París; el Espiritismo, finalmente, que avanza por el mundo con paso decidido consolando a los afligidos, brindando energías a los abatidos, sembrando la esperanza en los desanimados y la confianza en el futuro en lugar del miedo! Estas respuestas, creemos, valen mucho más que las otras, puesto que son los hechos que por sí hablan. Así como un rápido corcel, el Espiritismo levanta a su paso el polvo del orgullo, del egoísmo, de la envidia y de la maledicencia, cayendo ante su marcha la incredulidad, el fanatismo y los preconceptos y convoca a todos los hombres, además, a vivir la ley de Cristo, esto es, la caridad y la fraternidad. Vosotros, quienes juzgáis que él avanza con excesiva rapidez y que no podéis detenerlo, ¿por qué no adelantáis más que él? ¡El medio de lograrlo es tan sencillo! Consiste solamente en hacer mejor todo lo que él hace. Dad más de lo que él da, haced a los hombres mejores, más felices, más fuertes y seguros en la creencia de lo que él logra y el mundo lo abandonará para seguiros. Pero, mientras lo ataquéis sólo con palabras y no con mejores resultados morales; mientras no sustituyáis la caridad que él enseña por una caridad mayor, tendréis que resignaros a dejarlo pasar. Es que el Espiritismo no es apenas una cuestión de hechos más o menos interesantes o auténticos destinados a divertir a los curiosos. Todo él es, fundamentalmente, una cuestión de principios. Su fuerza, principalmente, reside en sus consecuencias morales; se lo acepta, no porque cierre los ojos, sino porque toca los corazones. Llegad vosotros a los corazones más profundamente de lo que él lo hace, y seréis aceptados. Mas tened en cuenta que nada sensibiliza menos al corazón que la aspereza y las injurias.

Si todos nuestros partidarios se agrupasen alrededor de nuestra persona tendríamos bajo la mirada a una multitud, y en ella no sería posible contar a los millares de adhesiones que nos llegan de todas partes del globo, de personas que nunca vimos y que apenas nos conocen por nuestros escritos. Estos son hechos positivos que se expresan por la voluminosidad de las cifras, las que no pueden ser atribuidas ni a los efectos de la propaganda ni a la protección del periodismo, razón por la cual es preciso deducir que, si las ideas que profesamos, de las que no somos sino el humildísimo editor-responsable, encuentran tan grandes simpatías, es que, al ser examinadas, no se las encuentra desprovistas de sentido común.

Si bien la utilidad de la refutación, a la que nos referimos en líneas precedentes, no nos ha sido hasta hoy demostrada claramente, ya que los ataques se refutan por sí mismos y por la insignificancia de sus resultados, mientras que los adeptos del Espiritismo crecen en número, incluso así estábamos dispuestos a llevarla a efecto. Con todo, las observaciones que hicimos en nuestro viaje modificaron nuestros planes, puesto que muchas cosas se nos mostraron inútiles, al tiempo que nuevas ideas nos han sido sugeridas. Por tanto, dispondremos todo para que esa tarea retarde lo menos posible los trabajos mucho más importantes que nos resta cumplir para completar la obra por la cual nos hemos responsabilizado.

En resumen: Nuestro viaje tenía una doble finalidad: Ofrecer orientaciones donde hubiese necesidad de ellas y, al mismo tiempo, instruirnos nosotros mismos. Deseábamos ver las cosas con nuestros propios ojos, para conocer el estado verdadero de la Doctrina y el grado en que ella es comprendida; estudiarlas causas locales, favorables o desfavorables, para su progreso; sondar las opiniones; apreciar los efectos de la oposición y de la crítica e informarnos del concepto que hay formado de ciertas obras. Estábamos deseosos, muy especialmente, de estrechar la mano de nuestros hermanos espiritas y expresarles personalmente nuestra sincera y viva simpatía, retribuyendo sentidas demostraciones de afecto que nos llegan permanentemente a través de sus cartas; brindar, en nombre de la Sociedad de París y en el nuestro propio, en particular, un testimonio especial de gratitud y admiración a esos divulgadores de la obra espírita que, por su iniciativa, su celo desinteresado y su devoción constituyen para ella los primeros y más firmes sustentáculos; a esos que caminan siempre al frente sin inquietarse por las piedras que les arrojan y colocan el interés de la causa espírita por encima de sus intereses personales. Su mérito es tanto mayor puesto que trabajan en un suelo ingrato, viven en un medio refractario y no esperan de este mundo ni fortuna, ni gloria, ni honores. Su júbilo, no obstante, es inmenso cuando en medio de los abrojos ven abrirse algunas flores. Llegará el día en que tendremos la felicidad de ver erigido un panteón a la devoción de los espíritas. Aguardando que esta oportunidad se presente, no queremos silenciar el mérito de su modestia: Ellos se hacen conocer y apreciar por sus propias obras.

Desde todos esos diversos ángulos nuestro viaje fue muy satisfactorio y, sobre todo, muy instructivo, en razón de las observaciones que nos fue permitido recoger. Si nos quedase cualquier duda relativa al grado de progreso de la Doctrina Espírita, en cuanto a la impotencia de los ataques, a la influencia moralizadora que ella tiene y a su futuro, lo que vimos nos bastaría para disiparla. Hay, ciertamente, mucho por realizar aún, y en gran cantidad de localidades ella recién esparce los primeros pimpollos, pero esos pimpollos son vigorosos y preanuncian frutos. Sin duda alguna, la rapidez con que se propagan las ideas espiritas es prodigiosa y sin precedentes en los anales de las filosofías, pero aún nos encontramos en el comienzo de la marcha y falta andar la mayor parte del recorrido. Que la certeza de lograr el objetivo sea, pues, para todos los espiritas, un motivo de fortalecimiento para perseverar en el rumbo que les fue trazado.

Publicamos, seguidamente, el discurso principal que pronunciamos en las grandes reuniones de Lyón, Bordeaux y algunas otras ciudades, y a continuación de él insertamos las instrucciones especialmente ofrecidas, conforme a las circunstancias, a los grupos particulares, respondiendo a algunas de las preguntas que nos fueran dirigidas.