EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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51. En el primer pasaje, al recordar Jesús el hecho producido anteriormente, da a entender con claridad que no se trataba de panes materiales; de lo contrario, no tendría sentido la comparación que Él establece con la levadura de los fariseos: “¿Todavía no comprendéis –dice Él–, y no recordáis que cinco panes alcanzaron para cinco mil hombres, y que siete panes fueron suficientes para cuatro mil? ¿Cómo no comprendisteis que no era de pan que yo os hablaba, cuando os decía que os preservaseis de la levadura de los fariseos?” En la hipótesis de una multiplicación material, esta comparación no tendría ninguna razón de ser. El hecho habría sido muy extraordinario en sí mismo y, como tal, debería haber impresionado la imaginación de los discípulos que, sin embargo, parecían ya no acordarse de él.


Es lo que también resalta con la misma claridad del discurso que Jesús pronunció acerca del pan del cielo, empeñado en hacer que sus oyentes comprendiesen el verdadero sentido del alimento espiritual. “Trabajad –dijo Él–, no para conseguir el alimento que perece, sino por el que se conserva para la vida eterna, el que el Hijo del hombre os dará”. Ese alimento es su palabra, el pan que descendió del cielo para dar vida al mundo. “Yo soy –dijo Él– el pan de vida; aquel que viene a mí no tendrá hambre, y aquel que cree en mí jamás tendrá sed”.


Con todo, esas distinciones eran demasiado sutiles para aquellas naturalezas rudas, que sólo comprendían las cosas tangibles. Para ellos, el maná que había alimentado el cuerpo de sus antepasados era el verdadero pan del cielo; allí residía el milagro. Si, por lo tanto, el hecho de la multiplicación de los panes hubiese ocurrido materialmente, ¿por qué habría impresionado tan poco a aquellos mismos hombres, en cuyo provecho se había realizado pocos días antes esa multiplicación, a tal punto que le preguntaran a Jesús: “Qué milagro harás, para que al verlo te creamos? ¿Qué harás de extraordinario?” Sucede que ellos entendían por milagros los prodigios que los fariseos pedían, es decir, señales que apareciesen en el cielo por orden de Jesús, como por la varita de un mago. Ahora bien, lo que Jesús hacía era muy simple y no se apartaba de las leyes naturales. Las curaciones mismas no tenían un carácter anormal ni demasiado extraordinario. Para ellos los milagros espirituales no representaban un hecho especial.