EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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50. “Al día siguiente, el pueblo, que había permanecido al otro lado del mar, notó que allí no había más que una barca, y que Jesús no había entrado en la que tomaron sus discípulos, sino que estos habían partido solos. Y como habían llegado después otras barcas desde Tiberíades, cerca del lugar donde el Señor, después de la acción de gracias, los había alimentado con cinco panes; y como vieron que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, entraron en aquellas barcas y fueron hacia Cafarnaúm, en busca de Jesús. Y habiéndolo encontrado al otro lado del mar, le dijeron: ‘Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?’


”Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no por causa de los milagros que visteis, sino porque yo os di de comer pan y quedasteis saciados. Trabajad para que tengáis, no el alimento que perece, sino el que dura para la vida eterna, y que el Hijo del hombre os dará, porque es a este a quien Dios, el Padre, marcó con su sello y su carácter’.


”Le preguntaron ellos: ‘¿Qué debemos hacer para producir obras de Dios?’ Jesús les respondió: ‘La obra de Dios es que creáis en aquel que Él ha enviado’.


”Le preguntaron entonces: ‘¿Qué milagro producirás para que, al verlo, creamos en ti? ¿Qué harás de extraordinario? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, conforme está escrito: Les dio de comer el pan del cielo’.


”Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: que Moisés no os dio el pan del cielo; mi Padre es quien da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo’.


”Dijeron ellos entonces: ‘Señor, danos siempre de ese pan’.


”Jesús les respondió: ‘Yo soy el pan de la vida; aquel que viene a mí no tendrá hambre y aquel que en mí cree no tendrá sed’. Pero ya os lo he dicho: vosotros me habéis visto y no creéis’.


”En verdad, en verdad os digo: aquel que cree en mí tiene la vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Aquí está el pan que descendió del cielo, a fin de que quien coma de él no muera.” (San Juan, 6:22 a 36; 47 a 50.)



51. En el primer pasaje, al recordar Jesús el hecho producido anteriormente, da a entender con claridad que no se trataba de panes materiales; de lo contrario, no tendría sentido la comparación que Él establece con la levadura de los fariseos: “¿Todavía no comprendéis –dice Él–, y no recordáis que cinco panes alcanzaron para cinco mil hombres, y que siete panes fueron suficientes para cuatro mil? ¿Cómo no comprendisteis que no era de pan que yo os hablaba, cuando os decía que os preservaseis de la levadura de los fariseos?” En la hipótesis de una multiplicación material, esta comparación no tendría ninguna razón de ser. El hecho habría sido muy extraordinario en sí mismo y, como tal, debería haber impresionado la imaginación de los discípulos que, sin embargo, parecían ya no acordarse de él.


Es lo que también resalta con la misma claridad del discurso que Jesús pronunció acerca del pan del cielo, empeñado en hacer que sus oyentes comprendiesen el verdadero sentido del alimento espiritual. “Trabajad –dijo Él–, no para conseguir el alimento que perece, sino por el que se conserva para la vida eterna, el que el Hijo del hombre os dará”. Ese alimento es su palabra, el pan que descendió del cielo para dar vida al mundo. “Yo soy –dijo Él– el pan de vida; aquel que viene a mí no tendrá hambre, y aquel que cree en mí jamás tendrá sed”.


Con todo, esas distinciones eran demasiado sutiles para aquellas naturalezas rudas, que sólo comprendían las cosas tangibles. Para ellos, el maná que había alimentado el cuerpo de sus antepasados era el verdadero pan del cielo; allí residía el milagro. Si, por lo tanto, el hecho de la multiplicación de los panes hubiese ocurrido materialmente, ¿por qué habría impresionado tan poco a aquellos mismos hombres, en cuyo provecho se había realizado pocos días antes esa multiplicación, a tal punto que le preguntaran a Jesús: “Qué milagro harás, para que al verlo te creamos? ¿Qué harás de extraordinario?” Sucede que ellos entendían por milagros los prodigios que los fariseos pedían, es decir, señales que apareciesen en el cielo por orden de Jesús, como por la varita de un mago. Ahora bien, lo que Jesús hacía era muy simple y no se apartaba de las leyes naturales. Las curaciones mismas no tenían un carácter anormal ni demasiado extraordinario. Para ellos los milagros espirituales no representaban un hecho especial.