EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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2. Como ya se ha demostrado, el fluido cósmico universal es la materia elemental primitiva, cuyas modificaciones y transformaciones constituyen la amplia variedad de los cuerpos de la naturaleza (Véase el Capítulo X.). Como principio elemental del universo, este adopta dos estados diferentes: el de eterización o imponderabilidad, que se puede considerar el estado normal primitivo, y el de materialización o ponderabilidad, que en cierto modo es consecutivo del primero. El punto intermedio es el de la transformación del fluido en materia tangible. No obstante, aun así no existe una transición brusca, puesto que nuestros fluidos imponderables se pueden considerar como un término medio entre ambos estados. (Véase el Capítulo IV, § 10 y siguientes.)


Cada uno de esos dos estados da lugar, naturalmente, a fenó- menos especiales: al segundo pertenecen los del mundo visible, y al primero los del mundo invisible. Los unos, denominados fenómenos materiales, competen a la ciencia propiamente dicha; los otros, que reciben la denominación de fenómenos espirituales o psíquicos, porque están relacionados de modo especial con la existencia de los Espíritus, tienen cabida en las atribuciones del espiritismo. Sin embargo, como la vida espiritual y la corporal se hallan en contacto permanente, los fenómenos de las dos categorías a menudo se producen en forma simultánea. En el estado de encarnación, el hombre solamente puede percibir los fenómenos psíquicos relacionados con la vida corporal; los que son del dominio exclusivo de la vida espiritual escapan a los sentidos materiales, y sólo pueden ser percibidos en el estado de Espíritu.*




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* 5 La denominación de fenómeno psíquico expresa con mayor exactitud el pensamiento que la de fenómeno espiritual, si se considera que esos fenómenos se basan en las propiedades y los atributos del alma, o mejor, de los fluidos periespirituales, que son inseparables del alma. Esta calificación los vincula más íntimamente al orden de los hechos naturales regidos por leyes. Es posible, pues, admitirlos como efectos psíquicos, sin admitirlos a título de milagros. (N. de Allan Kardec.)