EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Génesis espiritual

El principio espiritual • Unión del principio espiritual con la materia • Hipótesis sobre el origen del cuerpo humano • Encarnación de los Espíritus • Reencarnaciones • Emigraciones e inmigraciones de los Espíritus • Raza adámica • Doctrina de los ángeles caídos y del paraíso perdido.

El principio espiritual

1. La existencia del principio espiritual es un hecho que, por decirlo así, no necesita más demostración que el de la existencia del principio material. Es, en cierta forma, una verdad axiomática: se confirma por sus efectos, como la materia por los que le son propios.

De acuerdo con este principio: “Dado que todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente”, no hay quien no haga la distinción entre el movimiento mecánico de una campana agitada por el viento, y el movimiento de esa misma campana para dar una señal, un aviso, lo que demuestra por eso mismo que obedece a un pensamiento, a una intención. Ahora bien, como a nadie se le puede ocurrir la idea de atribuir el pensamiento a la materia de la campana, se debe concluir que la mueve una inteligencia a la cual le sirve de instrumento para que se ponga de manifiesto.

Por esa misma razón, nadie tendrá la idea de atribuir el pensamiento al cuerpo de un hombre muerto. Si cuando está vivo, el hombre piensa, se debe a que hay en él algo que ya no existe cuando está muerto. La diferencia que hay entre él y la campana consiste en que la inteligencia que hace que esta se mueva está fuera de ella, mientras que la que hace obrar al hombre está en él mismo.

2. El principio espiritual es el corolario de la existencia de Dios. Sin ese principio, Dios no tendría razón de ser, puesto que no se podría concebir que la soberana inteligencia reinara durante toda la eternidad únicamente sobre la materia bruta, como no se podría concebir que un monarca terrestre reinara durante toda su vida exclusivamente sobre piedras. Puesto que no se puede admitir a Dios sin los atributos esenciales de la Divinidad: la justicia y la bondad, esas cualidades serían inútiles si Él sólo pudiera ejercitarlas sobre la materia.

3. Por otro lado, no se podría concebir un Dios soberanamente justo y bueno, que creara seres inteligentes y sensibles, para arrojarlos a la nada luego de algunos días de padecimientos sin compensaciones, y que se recreara en esa sucesión indefinida de seres que nacen sin haberlo pedido, pensando por un instante apenas para que sólo conozcan el dolor y se extingan definitivamente después de una efímera existencia.

Sin la supervivencia del ser pensante los padecimientos de la vida serían, de parte de Dios, una crueldad sin objetivo. Por ese motivo, el materialismo y el ateísmo son consecuencia uno del otro: al negar la causa, no pueden admitir el efecto; al negar el efecto, no pueden admitir la causa. El materialismo es, pues, coherente consigo mismo, aunque no lo sea con la razón.

4. La idea de la perpetuidad del ser espiritual es innata en el hombre; se encuentra en él en estado de intuición y de anhelo. El hombre comprende que solamente ahí reside la compensación de las miserias de la vida. Esa es la causa por la que siempre ha habido y habrá cada vez más espiritualistas que materialistas, y más deístas que ateos.

A la idea intuitiva y al poder del razonamiento, el espiritismo agrega la sanción de los hechos, la prueba material de la existencia del ser espiritual, de su supervivencia, de su inmortalidad y de su individualidad. Especifica y define lo que aquella idea tenía de vago y abstracto. Muestra que el ser inteligente actúa fuera de la materia, tanto después como durante la vida del cuerpo.

5. El principio espiritual y el principio vital, ¿son una sola y la misma cosa?

A partir, como siempre, de la observación de los hechos, diremos que si el principio vital fuese inseparable del principio inteligente, habría alguna razón para confundirlos. Sin embargo, dado que vemos seres que viven y no piensan, como las plantas; cuerpos humanos que continúan animados por la vida orgánica cuando ya no existe ninguna manifestación del pensamiento; que en el ser vivo se producen movimientos vitales independientes de la acción de la voluntad; que durante el sueño la vida orgánica permanece en plena actividad, mientras que la vida intelectual no se manifiesta por ningún signo exterior, cabe admitir que la vida orgánica reside en un principio inherente a la materia, independiente de la vida espiritual, que es propia del Espíritu. Ahora bien, visto que la materia tiene una vitalidad independiente del Espíritu, y que el Espíritu tiene una vitalidad independiente de la materia, resulta evidente que esa doble vitalidad reposa sobre dos principios diferentes. (Véase el Capítulo X, §§16 a 19.)

6. El principio espiritual, ¿tendrá origen en el elemento cósmico universal? ¿Será sólo una transformación, un modo de existencia de ese elemento, como la luz, la electricidad, el calor, etc.?

Si fuese así, el principio espiritual sufriría las vicisitudes de la materia; se extinguiría por la desagregación, como el principio vital; el ser inteligente no tendría más que una existencia momentánea, como la del cuerpo, y al morir volvería a la nada o, lo que sería lo mismo, al todo universal. Estaríamos, en una palabra, ante la confirmación de las doctrinas materialistas.

Las propiedades sui generis que se le reconocen al principio espiritual prueban que este tiene existencia propia, independiente, puesto que si su origen estuviese en la materia, le faltarían esas propiedades. Dado que la inteligencia y el pensamiento no pueden ser atributos de la materia, si nos remontamos de los efectos a la causa, se llega a la conclusión de que el elemento material y el elemento espiritual son dos principios constitutivos del universo. El elemento espiritual individualizado constituye los seres llamados Espíritus, como el elemento material individualizado constituye los diferentes cuerpos de la naturaleza, orgánicos e inorgánicos.

7. Admitido el ser espiritual, como este no puede proceder de la materia, ¿cuál es su origen, su punto de partida?

Para responder, no disponemos en absoluto de los medios de investigación, como sucede con todo lo relativo al principio de las cosas. El hombre sólo puede comprobar lo que existe, y acerca de todo lo demás, no le cabe otra cosa que enunciar hipótesis. Y ya sea porque ese conocimiento esté fuera del alcance de su inteligencia actual, o porque en este momento pueda resultarle inútil o perjudicial, Dios no se lo concede siquiera mediante la revelación.

Lo que Dios permite que sus mensajeros le digan y lo que, por otra parte, el hombre puede deducir por sí mismo a partir del principio de la soberana justicia, que es uno de los atributos esenciales de la Divinidad, es que todos los Espíritus tienen el mismo punto de partida: todos son creados simples e ignorantes, con idéntica aptitud para progresar mediante sus actividades individuales; todos alcanzarán el grado de perfección compatible con los esfuerzos personales de las criaturas humanas; todos, porque son hijos del mismo Padre, son objeto de igual solicitud: no existe ninguno más favorecido o mejor dotado que los otros, ni dispensado del trabajo impuesto a los demás para que alcancen la meta.

8. Al mismo tiempo que creó, desde siempre, mundos materiales, Dios también ha creado seres espirituales desde toda la eternidad. Si no fuese así, los mundos materiales no tendrían ningún sentido. Sería mucho más fácil si se concibieran los seres espirituales sin los mundos materiales, que estos últimos sin aquellos. Los mundos materiales debían proporcionar a los seres espirituales elementos de actividad para el desarrollo de su inteligencia.

9. El progreso es la condición normal de los seres espirituales, y la perfección relativa es la meta que deben alcanzar. Ahora bien, como Dios ha creado desde toda la eternidad, y crea sin cesar, también desde toda la eternidad han existido seres que alcanzaron el punto culminante de la escala.

Antes de que la Tierra existiese, mundos incontables habían sucedido a otros mundos, y cuando la Tierra salió del caos de los elementos, el espacio ya estaba poblado de seres espirituales en todos los grados de adelanto, desde los que surgían a la vida hasta los que, desde toda la eternidad, habían tomado un lugar entre los Espíritus puros, vulgarmente denominados ángeles.

Unión del principio espiritual con la materia

10. Puesto que la materia debía ser el objeto del trabajo del Espíritu para el desarrollo de sus facultades, era necesario que este pudiese actuar sobre ella, razón por la cual tuvo que habitarla, como el leñador habita en del bosque. Como la materia debía ser al mismo tiempo el objetivo y el instrumento del trabajo, Dios, en vez de unir el Espíritu a la piedra rígida creó, para su uso, cuerpos organizados, flexibles y capaces de recibir todos los impulsos de su voluntad, así como también de prestarse a todos sus movimientos.

Por lo tanto, el cuerpo es al mismo tiempo la envoltura y el instrumento del Espíritu. A medida que este adquiere nuevas aptitudes, se reviste con una envoltura apropiada al nuevo tipo de trabajo que le corresponde realizar, tal como se hace con el operario a quien se le confía una herramienta menos sencilla a medida que demuestra su capacidad para realizar una tarea más delicada.

11. Para ser más exactos, es necesario expresar que el Espí- ritu mismo es el que modela su envoltura y la adecua a sus nuevas necesidades; perfecciona, desarrolla y completa su organismo a medida que experimenta la necesidad de poner de manifiesto nuevas facultades; en una palabra, lo adapta de acuerdo con su inteligencia. Dios le proporciona los materiales, y a él le corresponde hacer uso de ellos. A eso se debe que las razas más avanzadas tienen un organismo o, si se quiere, un mecanismo cerebral más perfeccionado que el de las razas primitivas. De ese modo también se explica la marca especial que el carácter del Espíritu imprime a los rasgos de la fisonomía y a las líneas del cuerpo. (Véase el Capítulo VIII, § 7: El alma de la Tierra.)

12. Desde el momento en que un Espíritu nace a la vida espiritual, en beneficio de su adelanto es necesario que haga uso de sus facultades, rudimentarias al principio. Por esa razón se recubre con una envoltura corporal adecuada a su estado de infancia intelectual, envoltura que él abandona para tomar otra a medida que sus fuerzas van en aumento. Ahora bien, como en todas las épocas ha habido mundos, y como esos mundos dieron origen a cuerpos organizados aptos para recibir Espíritus, en todas las épocas los Espíritus, sea cual fuere el grado de adelanto que hubiesen alcanzado, encontraron los elementos necesarios para la vida carnal.

13. Por ser exclusivamente material, el cuerpo sufre las vicisitudes de la materia. Después de funcionar durante algún tiempo, se desorganiza y se descompone. El principio vital, como ya no encuentra un elemento para su actividad, se extingue y el cuerpo muere. El Espíritu, para quien el cuerpo privado de vida se torna inútil, lo abandona, como se abandona una casa en ruinas o la ropa que no sirve.

14. El cuerpo, pues, no es más que una envoltura destinada a recibir al Espíritu, de modo que poco importan su origen y los materiales que lo constituyen. Sea o no el cuerpo del hombre una creación especial, lo cierto es que lo forman los mismos elementos que forman el cuerpo de los animales, lo anima el mismo principio vital o, en otras palabras, lo vivifica el mismo fuego, así como lo ilumina la misma luz y se encuentra sujeto a las mismas vicisitudes y a las mismas necesidades. Esta es una cuestión que no admite discusiones.

En caso de que se considere únicamente la materia, haciendo abstracción del Espíritu, el hombre no tiene nada que lo distinga del animal. Sin embargo, todo cambia de aspecto cuando se establece la diferencia entre la habitación y el habitante.

Un gran señor, sea que se encuentre en una choza o esté cubierto con las ropas de un campesino, no deja por eso de ser un gran señor. Lo mismo sucede con el hombre. No es su vestimenta de carne la que lo coloca por encima de los irracionales y lo convierte en un ser aparte, sino el ser espiritual que existe en él, su Espíritu.

Hipótesis sobre el origen del cuerpo humano

15. De la semejanza de formas exteriores que existe entre el cuerpo del hombre y el del mono, algunos fisiólogos arribaron a la conclusión de que el primero es apenas una transformación del segundo. Nada de eso es imposible y, de ser cierto, no hay razón para que la dignidad del hombre se vea afectada. Es muy probable que los cuerpos de los monos hayan servido de vestimenta a los primeros Espíritus humanos, necesariamente poco adelantados, que vinieron a encarnar en la Tierra, visto que esa vestimenta es más apropiada a sus necesidades y más adecuada al ejercicio de sus facultades que el cuerpo de cualquier otro animal. En vez de que se elaborase una envoltura especial para el Espíritu, este podría haberlo hallado ya listo. Se vistió entonces con la piel del mono, sin que dejara de ser un Espíritu humano, como algunas veces el hombre se cubre con la piel de ciertos animales sin que por eso deje de ser hombre.

Queda perfectamente entendido que aquí sólo se trata de una hipótesis que de ninguna manera se enuncia como principio, sino que se presenta solamente para mostrar que el origen del cuerpo en nada perjudica al Espíritu, que es el ser principal, y que la semejanza del cuerpo del hombre con el del mono no implica paridad entre su Espíritu y el del mono.

16. Admitida esa hipótesis, se puede decir que, bajo la influencia y por efecto de la actividad intelectual de su nuevo habitante, la envoltura se modificó, se embelleció en los detalles y conservó la forma general del conjunto (Véase el § 11). Mejorados a través de la procreación, los cuerpos se reprodujeron en las mismas condiciones, como ocurre con los árboles injertados. Dieron origen a una especie nueva que poco a poco se apartó del tipo primitivo, a medida que el Espíritu progresaba. El Espíritu mono, que no fue aniquilado, continuó procreando para su uso cuerpos de mono, del mismo modo que el fruto del árbol silvestre reproduce árboles de esa especie, y el Espíritu humano procreó cuerpos de hombres, variantes del primer molde en el que él se instaló. El tronco se bifurcó y produjo un reto- ño, que a su vez se convirtió en tronco.

Como en la naturaleza no existen las transiciones bruscas, es probable que los primeros hombres que aparecieron en la Tierra se diferenciasen poco del mono por su forma exterior, y sin duda no mucho tampoco por la inteligencia. Actualmente todavía existen salvajes que, por la longitud de sus brazos y de sus pies, así como por la conformación de la cabeza, conservan tanta similitud con el mono, que sólo les falta ser peludos para que la semejanza sea completa.

Encarnación de los Espíritus

17. El espiritismo nos enseña de qué manera se produce la unión del Espíritu con el cuerpo, en la encarnación.

Por su esencia espiritual, el Espíritu es un ser indefinido, abstracto, que no puede ejercer una acción directa sobre la materia, sino que precisa un intermediario. Ese intermediario es la envoltura fluídica, que en cierto modo es parte integrante del Espíritu. Se trata de una envoltura semimaterial, es decir, que pertenece a la materia por su origen y a la espiritualidad por su naturaleza etérea. Como toda la materia, es extraída del fluido cósmico universal, el cual en esa circunstancia experimenta una modificación especial. Esa envoltura, denominada periespíritu, hace de un ser abstracto, el Espíritu, un ser concreto, definido, que puede ser aprehendido mediante el pensamiento. Lo vuelve apto para actuar sobre la materia tangible, conforme sucede con todos los fluidos imponderables, que son, como se sabe, los más poderosos motores.

El fluido periespiritual constituye, por consiguiente, el lazo de unión entre el Espíritu y la materia. Durante su unión con el cuerpo sirve de vehículo al pensamiento del Espíritu, para transmitir el movimiento a las diferentes partes del organismo, las cuales actúan por impulso de la voluntad, y para hacer que repercutan en el Espíritu las sensaciones producidas por los agentes exteriores. Los nervios son sus hilos conductores, como en el telégrafo el fluido eléctrico tiene como conductor al hilo metálico.

18. Cuando un Espíritu debe encarnar en un cuerpo humano en vías de formación, un lazo fluídico, que no es más que una expansión de su periespíritu, lo vincula al embrión que lo atrae con una fuerza irresistible desde el momento de la concepción. A medida que el embrión se desarrolla, el lazo se acorta. Bajo la influencia del principio vital material del embrión, el periespíritu, que posee ciertas propiedades de la materia, se une molécula a molécula al cuerpo que se forma. Por eso es posible decir que el Espíritu, por intermedio de su periespíritu, se enraíza en cierto modo en ese germen, como lo hace una planta en la tierra. Cuando el embrión llega a la plenitud de su desarrollo, la unión es completa, y entonces nace a la vida exterior.

Por un efecto contrario, esa unión del periespíritu y de la materia carnal, que se efectúa bajo la influencia del principio vital del embrión, cesa cuando ese principio deja de actuar, a consecuencia de la desorganización del cuerpo. La unión, mantenida hasta ese momento por una fuerza actuante, cesa en el momento en que esa fuerza deja de actuar. Entonces, el periespíritu se desprende, molécula a molécula, del mismo modo que se había unido, y el Espíritu es devuelto a la libertad. Por lo tanto, no es la partida del Espíritu la que causa la muerte del cuerpo, sino que esta es la que causa la partida de aquel.

Dado que un instante después de la muerte la integridad del Espíritu es completa, y que sus facultades adquieren incluso un mayor poder de penetración, mientras que el principio de vida se ha extinguido en el cuerpo, queda demostrado sin ninguna duda que el principio vital y el principio espiritual son dos cosas distintas.

19. El espiritismo nos enseña, mediante los hechos cuya observación nos facilita, los fenómenos que acompañan a esa separación. Algunas veces esta es rápida, sencilla, delicada e indolora, mientras que en otras es lenta, laboriosa y terriblemente penosa, de conformidad con el estado moral del Espíritu, y puede durar meses enteros.

20. Un fenómeno particular, que también muestra la observación, acompaña siempre a la encarnación del Espíritu. Desde que este es atrapado a través del lazo fluídico que lo liga al embrión, entra en un estado de turbación que aumenta a medida que el lazo se ajusta, y en los últimos momentos el Espíritu pierde la conciencia de sí mismo, de modo que jamás presencia su nacimiento. Cuando el niño respira, el Espíritu comienza a recobrar sus facultades, que se desarrollan a medida que se forman y consolidan los órganos que habrán de servirle para su manifestación.

21. Con todo, al mismo tiempo que el Espíritu recobra la conciencia de sí mismo, pierde el recuerdo de su pasado, aunque no pierde las facultades, las cualidades ni las aptitudes adquiridas con anterioridad, que habían quedado transitoriamente en estado latente y que, al volver a la actividad, lo ayudarán a desenvolverse más y mejor que antes. Renace tal como había llegado a ser mediante su trabajo anterior; su renacimiento constituye un nuevo punto de partida, un nuevo peldaño que subir. Incluso allí se manifiesta la bondad del Creador, dado que el recuerdo del pasado, con frecuencia penoso y humillante, sumado a la angustia de una nueva existencia, podría perturbarlo y crearle impedimentos. Sólo recuerda lo que ha aprendido, porque eso le es útil. Si en ocasiones conserva una vaga intuición de los acontecimientos pasados, esa intuición es como el recuerdo de un sueño fugitivo. Se trata, por consiguiente, de un hombre nuevo, por más antiguo que sea su Espíritu. Adopta nuevos hábitos con la ayuda de sus conquistas anteriores. Cuando regresa a la vida espiritual, su pasado se despliega ante su mirada, y entonces evalúa si ha empleado bien o mal su tiempo.

22. Así pues, no hay solución de continuidad en la vida espiritual, a pesar del olvido del pasado. El Espíritu es siempre él mismo, antes, durante y después de la encarnación, pues esta es sólo una fase especial de su existencia. El olvido únicamente se produce en el transcurso de la vida exterior de relación, ya que durante el sueño el Espíritu se desprende parcialmente de los lazos carnales, es restituido a la libertad y a la vida espiritual, y recuerda entonces su pasado. Su visión espiritual no está tan oscurecida por la materia.

23. Si se considera a la humanidad en el grado más bajo de la escala intelectual, tal como se encuentra entre los salvajes más atrasados, cabe la pregunta sobre si es ese el punto de partida del alma humana.

Según la opinión de algunos filósofos espiritualistas, el principio inteligente, distinto del principio material, se individualiza y elabora al pasar por los diversos grados de la animalidad. Es ahí que el alma se ensaya para la vida y desarrolla sus primeras facultades mediante la ejercitación; sería, por así decirlo, su período de incubación. Llegada al grado de desarrollo que ese estado permite, recibe las facultades especiales que constituyen el alma humana. Existiría entonces una filiación espiritual entre el animal y el hombre, del mismo modo que existe una filiación corporal.

Es preciso convenir en que este sistema, basado en la gran ley de unidad que rige la Creación, está en correspondencia con la justicia y la bondad del Creador; otorga una salida, una finalidad, un destino a los animales, que ya no son seres desheredados, sino que en el porvenir que les está reservado encuentran una compensación para sus padecimientos. Lo que constituye al hombre espiritual no es su origen, sino los atributos especiales de los que está dotado cuando ingresa en la humanidad, atributos que lo transforman y hacen de él un ser distinto, así como el fruto sabroso es diferente de la raíz amarga que le dio origen. Por el hecho de que haya pasado por la experiencia de la animalidad, el hombre no es menos hombre; ya no es animal, como el fruto no es la raíz, o como el sabio no es el feto informe que lo instaló en el mundo.

No obstante, este sistema plantea numerosas cuestiones, cuyos pros y contras no es oportuno discutir aquí, del mismo modo que no se justifica el análisis de las diferentes hipótesis que se han enunciado en relación con este asunto. Por consiguiente, sin que investiguemos el origen del alma, ni que tratemos de conocer las experiencias por las cuales pudo haber pasado, la consideramos a partir de su ingreso en la humanidad, en el punto en que, dotada de sentido moral y de libre albedrío, comienza a ejercer la responsabilidad de sus actos.

24. La obligación que tiene el Espíritu encarnado de ocuparse del alimento del cuerpo, su seguridad y su bienestar, lo impulsa a emplear sus facultades en investigaciones, a ejercitarlas y desarrollarlas. De ese modo, su unión con la materia es de utilidad para su adelanto, y por eso la encarnación es una necesidad. Además, a través de la actividad inteligente que realiza para su beneficio sobre la materia, contribuye a la transformación y al progreso material del globo en el que habita. Así, a medida que progresa, colabora con la obra del Creador, de la cual se convierte en un agente inconsciente.

25. Sin embargo, la encarnación del Espíritu no es constante ni perpetua, sino transitoria. Cuando abandona un cuerpo no retoma otro inmediatamente. Durante un lapso de tiempo más o menos considerable vive la vida espiritual, que es su vida normal, de tal modo que el tiempo que duran sus diferentes encarnaciones resulta insignificante comparado con el que pasa en estado de Espíritu libre.

En el intervalo entre sus encarnaciones, el Espíritu también progresa, en el sentido de que aplica para su adelanto los conocimientos y la experiencia que obtuvo durante la vida corporal; analiza lo que hizo mientras vivió en la Tierra, pasa revista a lo que ha aprendido, reconoce sus faltas, elabora planes y toma resoluciones mediante las cuales pretende guiarse en una nueva existencia, con la intención de obrar mejor. De ese modo, cada existencia representa un paso hacia adelante en el camino del progreso, una especie de escuela de aplicación.

26. Por lo general, la encarnación no es un castigo para el Espíritu, según piensan algunos, sino una condición inherente a la inferioridad del Espíritu, así como también un medio para que progrese. (Véase El Cielo y el Infierno, Primera parte, Capítulo III, § 8 y siguientes.)

A medida que progresa moralmente, el Espíritu se desmaterializa, es decir, se depura al liberarse de la influencia de la materia; su vida se espiritualiza, sus facultades y percepciones se amplían; su felicidad es proporcional al progreso realizado. No obstante, como actúa en virtud de su libre albedrío, puede por negligencia o mala voluntad retardar su adelanto; prolonga, por consiguiente, la duración de sus encarnaciones materiales, que entonces se convertirán en un castigo, dado que por sus faltas permanece en las categorías inferiores, obligado a recomenzar la misma tarea. Así pues, del Espíritu depende abreviar, por medio del trabajo de purificación realizado sobre sí mismo, la duración del período de las encarnaciones.

27. El progreso material de un globo acompaña el progreso moral de sus habitantes. Ahora bien, como la creación de los mundos y de los Espíritus es incesante, y como estos progresan más o menos rápidamente, conforme al empleo que hagan de su libre albedrío, resulta de ahí que hay mundos más o menos antiguos, con grados diferentes de adelanto físico y moral, en los cuales la encarnación es más o menos material y, por consiguiente, el trabajo para los Espíritus es menos arduo. Desde este punto de vista, la Tierra es uno de los globos menos adelantados. Poblado por Espíritus relativamente inferiores, la vida corporal es en él más penosa que en otros planetas. También los hay más atrasados, donde la existencia es todavía más penosa que en la Tierra, y en comparación con los cuales ésta sería un mundo relativamente feliz.

28. Después de que los Espíritus han realizado la totalidad del progreso que el estado de ese mundo permite, lo abandonan para encarnar en otro más adelantado, donde puedan adquirir nuevos conocimientos, y así sucesivamente, hasta que ya no les resulte provechosa la encarnación en cuerpos materiales. Entonces pasan a vivir con exclusividad la vida espiritual, en la que continúan su progreso en otro sentido y por otros medios. Cuando alcanzan el punto culminante del progreso, gozan de la suprema felicidad. Admitidos en los consejos del Todopoderoso, conocen su pensamiento, se convierten en sus mensajeros, sus ministros directos en el gobierno de los mundos, y tienen bajo sus órdenes a Espíritus de todos los grados de adelanto.

De esa manera, sea cual fuere el grado en que se encuentren en la jerarquía espiritual, desde el más bajo al más elevado, todos los Espíritus, encarnados o desencarnados, tienen sus atribuciones en el gran mecanismo del universo; todos son útiles al conjunto, y al mismo tiempo a sí mismos. A los menos adelantados, como simples servidores, les corresponde el desempeño de una tarea material, que al principio es inconsciente y después se torna cada vez más inteligente. En el mundo espiritual existe actividad en todas partes, y en ningún lado hay ociosidad improductiva.

La colectividad de los Espíritus constituye, en cierto modo, el alma del universo. El elemento espiritual actúa en todo, por el influjo del pensamiento divino. Sin ese elemento sólo existe la materia inerte, carente de finalidad, sin inteligencia, sin otro motor que las fuerzas materiales que dejan una infinidad de problemas sin resolver. Con la acción del elemento espiritual individualizado, todo tiene una finalidad, una razón de ser, y todo se explica. Por esa razón, sin la espiritualidad el hombre tropieza con dificultades insuperables.

29. Cuando la Tierra se encontró en condiciones climáticas apropiadas para la existencia de la especie humana, encarnaron en ella Espíritus humanos. ¿De dónde provenían? Ya sea que hayan sido creados en ese momento, o que hayan llegado completamente formados del espacio, de otros mundos, o de la Tierra misma, su presencia en este planeta a partir de una cierta época es un hecho, pues antes de ellos sólo había animales. Se revistieron con cuerpos adecuados a sus necesidades especiales, a sus aptitudes, y fisioló- gicamente formaban parte de la animalidad. Bajo la influencia de esos Espíritus, y por medio del ejercicio de sus facultades, esos cuerpos se modificaron y se perfeccionaron: eso es lo que la observación demuestra. Dejemos, pues, de lado la cuestión del origen, por el momento insoluble; tomemos al Espíritu, no en su punto de partida, sino en el momento en que, al manifestarse en él los primeros embriones del libre albedrío y del sentido moral, lo vemos desempeñar su rol humano, sin que nos inquiete el medio donde haya transcurrido el período de su infancia o, si se prefieren, de su incubación. A pesar de la analogía entre su envoltura y la de los animales, podremos diferenciarlo de estos últimos por las facultades intelectuales y morales que lo caracterizan, así como debajo de las mismas burdas vestimentas distinguimos al hombre rústico del hombre refinado.

30. Aunque los primeros que surgieron debieron de ser poco adelantados, por la razón misma de que tenían que encarnar en cuerpos muy imperfectos, habría por cierto notorias diferencias entre sus caracteres y aptitudes. Los Espíritus que se asemejaban se agruparon naturalmente por analogía y simpatía. Así, la Tierra se encontró poblada por Espíritus de diversas categorías, más o menos aptos o rebeldes al progreso. Puesto que los cuerpos recibían la impresión del carácter del Espíritu, y dado que esos cuerpos se procreaban de conformidad con sus respectivos tipos, resultaron de ahí diferentes razas, tanto en lo físico como en lo moral (Véase el § 11). Al continuar encarnando preferentemente entre los que se les asemejaban, los Espíritus similares perpetuaron el carácter distintivo físico y moral de las razas y de los pueblos, carácter que sólo con el tiempo desaparece, mediante su fusión y el progreso de los Espíritus. (Véase la Revista Espírita, julio de 1860: “Frenología y fisiognomía”.)

31. Los Espíritus que vinieron a poblar la Tierra pueden ser comparados con esos grupos de emigrantes de orígenes diversos, que van a establecerse en una tierra virgen. Allí encuentran madera y piedra para levantar sus viviendas, a las que cada uno les imprime su sello especial, de acuerdo con el grado de su saber y con su genio particular. Se agrupan entonces por analogía de orígenes y de gustos, y los grupos acaban por formar tribus, después pueblos, cada cual con costumbres y características propias.

32. Por consiguiente, el progreso no fue uniforme en toda la especie humana. Como era natural, las razas más inteligentes se adelantaron a las otras, incluso sin tomar en cuenta que muchos Espíritus, recién nacidos a la vida espiritual, vinieron a encarnar en la Tierra entre los primeros que llegaron, e hicieron más evidente la diferencia en materia de progreso. En efecto, sería imposible atribuir la misma antigüedad de creación a los salvajes –que apenas se distinguen del mono– y a los chinos, y menos aún a los europeos civilizados.

Con todo, los Espíritus de los salvajes también forman parte de la humanidad, y un día alcanzarán el nivel en que se encuentran sus hermanos mayores, pero sin duda no será en cuerpos de la misma raza física, impropios para un cierto desarrollo intelectual y moral. Cuando el instrumento ya no esté en correspondencia con su desarrollo, los Espíritus emigrarán de ese medio para encarnar en un grado superior, y así sucesivamente, hasta que hayan conquistado todas las graduaciones terrestres. Después de eso dejarán la Tierra, para pasar a mundos cada vez más adelantados. (Véase la Revista Espírita, abril de 1862: “Perfectibilidad de la raza negra”.)

Reencarnaciones

33. El principio de la reencarnación es una consecuencia necesaria de la ley del progreso. Sin la reencarnación, ¿cómo se explicaría la diferencia que existe entre el actual estado social y el de los tiempos de barbarie? Si las almas son creadas al mismo tiempo que los cuerpos, las que nacen hoy son tan nuevas, tan primitivas como las que vivían hace mil años. Además, no habría ninguna conexión entre ellas, ninguna relación necesaria; serían absolutamente independientes unas de otras. ¿Por qué, entonces, las almas de la actualidad habrían de estar mejor dotadas por Dios que las que las precedieron? ¿Por qué comprenden mejor las cosas? ¿Por qué poseen instintos más depurados, costumbres más moderadas? ¿Por qué tienen la intuición de ciertas cosas sin haberlas aprendido? Invitamos a que se resuelva este dilema, a menos que se admita que Dios crea almas de diferentes calidades, de acuerdo con las épocas y los lugares: proposición inconciliable con la idea de una justicia soberana. (Véase el Capítulo II, § 19.)

Reconozcamos, por el contrario, que las almas de hoy ya han vivido en tiempos lejanos; que posiblemente fueron bárbaras como su época, pero que han progresado; que en cada nueva existencia traen lo que han adquirido en las existencias anteriores; que, por consiguiente, las almas de los tiempos civilizados no son almas creadas más perfectas, sino que se perfeccionaron por sí mismas con el transcurso del tiempo, y entonces tendremos la única explicación admisible de la causa del progreso social. (Véase El Libro de los Espíritus, Libro II, Capítulos IV y V.)

34. Algunas personas suponen que las diferentes existencias del alma transcurren de mundo en mundo, y no en un mismo globo, a donde cada Espíritu iría una única vez. Esta doctrina sería admisible si todos los habitantes de la Tierra estuviesen exactamente en el mismo nivel intelectual y moral. En ese caso, ellos sólo podrían progresar yéndose a otro mundo, puesto que la encarnación en la Tierra no les aportaría ninguna utilidad. Ahora bien, Dios no hace nada inútil, y dado que aquí se encuentran la inteligencia y la moralidad en todos los grados, desde el salvajismo que linda con la animalidad hasta la civilización más avanzada, es evidente que este mundo ofrece un vasto campo al progreso. Nos preguntamos, entonces, ¿por qué el salvaje tendría que buscar en otra parte el grado de progreso inmediatamente superior a aquel en que se encuentra, cuando en realidad ese grado está al lado de él, y así sucesivamente? ¿Por qué el hombre adelantado no habría sido capaz de hacer sus primeras etapas más que en mundos inferiores, cuando alrededor suyo hay otros seres análogos a los de esos mundos, sin mencionar que no sólo de un pueblo a otro pueblo, sino en el seno del mismo pueblo y de la misma familia hay diferentes grados de adelanto? Si fuese así, Dios habría realizado algo inútil al colocar la ignorancia junto al saber, la barbarie junto a la civilización, el bien junto al mal, cuando es justamente ese contacto el que hace que los atrasados avancen.

No hay, pues, necesidad de que los hombres cambien de mundo en cada etapa, así como no se justifica que un estudiante cambie de colegio para pasar de una clase a otra. Lejos de ser ventajoso para su progreso, ese hecho sería una traba, porque el Espí- ritu estaría privado del ejemplo que le ofrece la observación de lo que ocurre en los grados superiores, así como de la posibilidad de reparar sus errores en el mismo medio y en presencia de aquellos a quienes ofendió, posibilidad que representa para él el más poderoso medio de adelanto moral. Si después de una breve cohabitación, los Espíritus se dispersasen y se volvieran extraños unos a otros, los lazos de familia y de amistad se romperían por falta de tiempo suficiente para que se consolidaran.

Al inconveniente moral se sumaría un inconveniente material. La naturaleza de los elementos, las leyes orgánicas y las condiciones de existencia varían de acuerdo con los mundos; en ese aspecto, no hay dos planetas perfectamente idénticos. Nuestros tratados de física, de química, de anatomía, de medicina, de botánica, etc., no servirían para nada en otros mundos; no obstante, lo que aquí se aprende no esta perdido. No sólo eso desarrolla la inteligencia, sino que también las ideas que se extraen de esos tratados contribuyen a la adquisición de otras. (Véase el Capítulo VI, § 61 y siguientes.) Si el Espíritu hiciese su aparición apenas una única vez en un mismo mundo, aparición que a menudo es de corta duración, en cada migración se encontraría en condiciones completamente diferentes; obraría cada vez sobre elementos nuevos, con fuerzas y según leyes que le resultarían desconocidas, antes de que hubiera tenido tiempo para elaborar los elementos conocidos, estudiarlos y aplicarlos. Cada vez debería hacer un nuevo aprendizaje, y esos cambios incesantes representarían un obstáculo para su progreso. El Espíritu, por consiguiente, debe permanecer en el mismo mundo hasta que haya adquirido la suma de los conocimientos y el grado de perfección que ese mundo admite. (Véase el § 31.)

Los Espíritus dejan por un mundo más adelantado aquel del cual no pueden obtener nada más: eso es lo que debe ser y lo que es. Esa es la regla. Si algunos lo dejan antes de tiempo, no cabe duda de que eso se debe a causas individuales que Dios, en su sabiduría, analiza atentamente.

Todo en la Creación tiene una finalidad. De lo contrario, Dios no sería prudente ni sabio. Ahora bien, si la Tierra no debiese ser más que una única etapa del progreso de cada individuo, ¿de qué serviría, a los Espíritus de los niños que mueren a temprana edad, pasar en ella algunos años, algunos meses, algunas horas, durante los cuales nada pueden adquirir? Lo mismo sucede con los deficientes mentales. Una teoría es buena cuando resuelve todas las cuestiones que le atañen. El caso de las muertes prematuras ha sido un escollo para todas las doctrinas, excepto para la doctrina espírita, la única que lo resolvió de una manera racional y completa.

Para el progreso de aquellos que en la Tierra llevan a cabo una vida normal, es una verdadera ventaja que regresen al mismo medio para continuar en él lo que han dejado inconcluso, a menudo en la misma familia o en contacto con las mismas personas, a fin de reparar el mal que hayan hecho o para que sufran la pena del talión.

Emigraciones e inmigraciones de los Espíritus

35. En el intervalo entre sus existencias corporales, los Espí- ritus se encuentran en estado de erraticidad y forman la población espiritual del ambiente del globo. A través de las muertes y de los nacimientos, ambas poblaciones, la corporal y la espiritual, se mezclan incesantemente la una con la otra. Hay, pues, a diario, emigraciones del mundo corporal hacia el mundo espiritual e inmigraciones del mundo espiritual hacia el mundo corporal: ese es el estado normal.

36. En ciertas épocas, reguladas por la sabiduría divina, esas emigraciones e inmigraciones se producen en masas más o menos considerables, a consecuencia de las grandes revoluciones que les acarrean la partida simultánea en cantidades enormes, que de inmediato son sustituidas por cantidades equivalentes de encarnaciones. Por consiguiente, es preciso considerar los flagelos destructores y los cataclismos como ocasiones de llegadas y partidas colectivas, recursos providenciales para la renovación de la población corporal del globo, que se robustece mediante la introducción de nuevos elementos espirituales más purificados. Por cierto, si bien en esas catástrofes se produce la destrucción de un gran número de cuerpos, sólo se trata de vestimentas desgarradas, ya que ningún Espíritu perece: apenas cambia de ambiente. En vez de partir aisladamente, lo hacen en multitud; esa es la única diferencia, ya que por una causa o por otra, tarde o temprano, fatalmente deberán partir.

Las renovaciones rápidas, casi instantáneas, que se producen en el elemento espiritual de la población a consecuencia de los flagelos destructores, aceleran el progreso social; si no fuera por las emigraciones e inmigraciones que de tiempo en tiempo vienen a darle un impulso violento, ese progreso sólo se realizaría con extrema lentitud.

Es de notar que las grandes calamidades que diezman a las poblaciones están seguidas invariablemente por una era de progreso en el orden físico, intelectual o moral y, por consiguiente, en el estado social de las naciones en las que estas tienen lugar. Eso se debe a que tienen por finalidad producir una transformación en la población espiritual, que es la población normal y activa del globo.

37. Esa transfusión que ocurre entre la población encarnada y la desencarnada de un mismo planeta, se efectúa también entre los mundos, ya sea individualmente en las condiciones normales, o de forma masiva en circunstancias especiales. Hay, pues, emigraciones e inmigraciones colectivas de un mundo hacia otro, de donde resulta la introducción, en la población de uno de ellos, de elementos absolutamente nuevos. Nuevas razas de Espíritus, que vienen a mezclarse con las existentes, constituyen nuevas razas de hombres. Ahora bien, como los Espíritus no pierden nunca lo que han conquistado, llevan consigo la inteligencia y la intuición de los conocimientos que poseen y, por consiguiente, imprimen su carácter peculiar a la raza corporal que van a animar. Para eso no necesitan que se creen nuevos cuerpos exclusivamente para su uso. La especie corporal existe, de modo que siempre encuentran cuerpos listos para recibirlos. Por lo tanto, sólo son nuevos habitantes. A su llegada a la Tierra integran primero la población espiritual, para después encarnar como los demás.

Raza adámica

38. De acuerdo con la enseñanza de los Espíritus, fue una de esas importantes inmigraciones, o si se prefiere, una de esas colonias de Espíritus provenientes de otra esfera, la que dio origen a la raza simbolizada en la persona de Adán, la cual por esa razón se denomina raza adámica. A su llegada a la Tierra, el planeta ya estaba poblado desde tiempos inmemoriales, como América cuando llegaron los europeos.

Más adelantada que las que la habían precedido en este globo, la raza adámica es, en efecto, la más inteligente, la que impulsa el progreso de las demás. El Génesis nos la muestra industriosa desde sus comienzos, apta para las artes y las ciencias, sin que haya pasado aquí por la infancia intelectual, lo que no sucede con las razas primitivas, pero que concuerda con la opinión de que estaba compuesta por Espíritus que ya habían alcanzado cierto progreso. Todo prueba que la raza adámica no es antigua en la Tierra, y nada se opone al hecho de que habita en este globo desde hace apenas unos miles de años, lo que no estaría en contradicción ni con los hallazgos geológicos ni con las investigaciones antropológicas, sino que, por el contrario, tendería a confirmarlas.

39. En el estado actual de los conocimientos, es inadmisible la doctrina según la cual el género humano en su totalidad proviene de un solo individuo desde hace seis mil años. Las principales consideraciones que la refutan, apoyadas tanto en el orden físico como en el moral, se resumen en los siguientes enunciados:

Desde el punto de vista fisiológico, algunas razas presentan tipos particulares característicos que no permiten atribuirles un origen común. Hay diferencias que evidentemente no se deben al efecto del clima, puesto que los blancos que se reproducen en los países de los negros no se vuelven negros, y viceversa. El calor del sol tuesta y oscurece la epidermis, pero nunca ha convertido a un blanco en negro, ni le ha achatado la nariz, ni cambió sus rasgos fisonómicos, ni le convirtió en crespo ni lanoso el cabello lacio y sedoso. Hoy se sabe que el color del negro proviene de un tejido subcutáneo especial, característico de la especie.

Debemos entonces considerar que las razas negra, mongó- lica y caucásica tuvieron orígenes propios y nacieron simultánea o sucesivamente en diferentes partes del globo. Su cruzamiento produjo las razas mixtas secundarias. Los caracteres fisiológicos de las razas primitivas constituyen un indicio evidente de que provienen de tipos especiales. Las mismas consideraciones se aplican, por consiguiente, tanto para los hombres como para los animales, en lo que respecta a la pluralidad de los troncos. (Véase el Capítulo X, § 2 y siguientes.)

40. Adán y sus descendientes están representados en el Génesis como hombres esencialmente inteligentes, puesto que desde la segunda generación construyen ciudades, cultivan la tierra y forjan los metales. Sus progresos en las artes y en las ciencias son rápidos y duraderos. No se podría concebir, por lo tanto, que ese tronco haya tenido como ramas numerosos pueblos tan atrasados, de inteligencia tan rudimentaria, al tal punto que en nuestros días aún rozan la animalidad, además de que han perdido la fisonomía e incluso hasta el mínimo recuerdo tradicional de lo que hacían sus padres. Una diferencia tan radical en las aptitudes intelectuales y en el desarrollo moral constituye una prueba, no menos evidente, de que existe una diferencia de origen.

41. Independientemente de los descubrimientos geológicos, la prueba de la existencia del hombre en la Tierra antes de la época determinada por el Génesis se extrae de la población del globo.

Sin aludir a la cronología china, que según algunos se remonta a treinta mil años atrás, documentos de probada autenticidad muestran que Egipto, la India y otros países ya estaban poblados y florecientes, como mínimo tres mil años antes de la Era Cristiana, es decir, mil años después de la creación del primer hombre, según la cronología bíblica. Documentos y observaciones recientes no dejan ninguna duda en cuanto a las relaciones que han existido entre América y los antiguos egipcios, de donde deducimos que esa región ya estaba poblada en aquella época. Sería preciso, entonces, admitir que en mil años la posteridad de un solo hombre fue capaz de poblar la mayor parte de la Tierra. Ahora bien, semejante fecundidad estaría en flagrante contradicción con todas las leyes antropológicas. *


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* La Exposición Universal de 1867 exhibió antigüedades de México que no dejan el menor margen de duda sobre las relaciones que los pueblos de ese país tuvieron con los antiguos egipcios. El Sr. Léon Méchedin, en una nota expuesta en el templo mexicano de la Exposición, manifestaba lo siguiente: “No es conveniente que se den a publicidad prematuramente los descubrimientos realizados desde el punto de vista de la historia del hombre por la reciente expedición científica de México. No obstante, nada impide que el público esté en conocimiento, desde ahora, de que la exploración permitió determinar la existencia de un gran número de ciudades desaparecidas con el tiempo, pero a las que la piqueta y las explosiones pueden sacar de sus mortajas. Las excavaciones pusieron al descubierto, por todas partes, tres estratos de civilizaciones que parecen otorgar al mundo americano una antigüedad fabulosa”. Es así como todos los días la ciencia desmiente con los hechos la doctrina que limita a 6.000 años la aparición del hombre en la Tierra y pretende hacerlo derivar de un único tronco. (N. de Allan Kardec.)

42. Esa imposibilidad se vuelve aún más evidente cuando se admite, de acuerdo con el Génesis, que el diluvio destruyó a todo el género humano, con excepción de Noé y su familia, que no era numerosa, en el año 1.656 del mundo, es decir, 2.348 años antes de la Era Cristiana. En ese caso, la población de la Tierra apenas se remontaría a Noé. Ahora bien, cuando los hebreos se establecieron en Egipto, 612 años después del diluvio, ese país ya era un poderoso imperio, que habría sido poblado –sin mencionar otras regiones–, en menos de seis siglos, tan sólo por los descendientes de Noé, lo cual no es admisible.

Observemos, asimismo, que los egipcios recibieron a los hebreos como extranjeros. Sería sorprendente que aquellos hubiesen perdido el recuerdo de un origen común tan cercano, cuando conservaban religiosamente los monumentos de su historia.

Así pues, una rigurosa lógica, corroborada por los hechos, demuestra de la manera más categórica que el hombre está en la Tierra desde un lapso indeterminado, muy anterior a la época que señala el Génesis. Ocurre lo mismo con la diversidad de los troncos primitivos, dado que demostrar la falsedad de una proposición equivale a demostrar la proposición contraria. Si la geología descubriera rastros auténticos de la presencia del hombre antes del gran período diluviano, la demostración sería aún más completa.

Doctrina de los ángeles caídos y del paraíso perdido *

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* Cuando en la Revista Espírita de 1862 publicamos un artículo sobre la interpretación de la doctrina de los ángeles caídos, presentamos esa teoría como una hipótesis, sin otra autoridad más que la de una opinión personal controvertida, porque entonces nos faltaban elementos suficientes para una afirmación categórica. La expusimos a título de ensayo, con la intención de provocar el análisis de la cuestión, y decididos a abandonarla o modificarla si fuese preciso. Hoy esa teoría ha pasado por la prueba del control universal; no sólo fue aceptada por la inmensa mayoría de los espíritas como la más racional y la más conforme con la soberana justicia de Dios, sino que ha sido confirmada también por la generalidad de las instrucciones que los Espíritus han dado sobre el asunto. Lo mismo se verificó en lo que respecta al origen de la raza adámica. (N. de Allan Kardec.)

43. Los mundos progresan físicamente mediante la elaboración de la materia, y moralmente por la purificación de los Espí- ritus que habitan en ellos. La felicidad que en esos mundos se disfruta está en relación directa con la preponderancia del bien sobre el mal, y esa preponderancia es el resultado del adelanto moral de los Espíritus. No basta con el progreso intelectual, visto que con la inteligencia ellos pueden hacer el mal.

Así pues, tan pronto como un mundo ha llegado a uno de sus períodos de transformación, que le permitirá ascender en la jerarquía de los mundos, se producen mutaciones en la población encarnada y desencarnada. Entonces ocurren las grandes emigraciones e inmigraciones (Véanse los §§ 34 y 35). Aquellos que a pesar de su inteligencia y su saber han perseverado en el mal, en su rebeldía contra Dios y contra sus leyes, se convertirían en adelante en un obstáculo al posterior progreso moral, en una causa permanente de perturbación para la tranquilidad y la dicha de los buenos, razón por la que son excluidos de ese mundo, y enviados a mundos menos adelantados, donde aplicarán la inteligencia y la intuición de los conocimientos que han adquirido al progreso de aquellos entre los cuales fueron llamados a vivir, al mismo tiempo que expiarán, a través de una serie de penosas existencias y por medio del trabajo arduo, sus faltas pasadas y su voluntaria obstinación.

¿Qué serán esos seres, en medio de esas otras poblaciones, nuevas para ellos y aún en la infancia de la barbarie, sino ángeles o Espíritus caídos, llegados para expiar? La tierra de donde fueron expulsados, ¿no es un paraíso perdido? Esa tierra, ¿no es un jardín de delicias, en comparación con el medio ingrato donde van a quedar relegados durante miles de siglos, hasta que hayan merecido liberarse de él? El vago recuerdo intuitivo que conservan de aquella tierra es para ellos como un espejismo lejano que les recuerda lo que han perdido por su propia culpa.

44. Con todo, al mismo tiempo que los malos se alejan del mundo en que habitaban, otros Espíritus mejores los sustituyen, provenientes ya sea de la erraticidad de ese mismo mundo, o de un mundo menos adelantado al que debieron abandonar. Para esos Espíritus el nuevo hogar será una recompensa. De ese modo, la población espiritual renovada y liberada de sus peores elementos, al cabo de cierto tiempo contribuirá a que mejore el estado moral de aquel mundo.

Algunas veces esas mutaciones son parciales, es decir, que se circunscriben a un pueblo, a una raza; otras veces son generales, cuando llega para el globo el período de renovación.

45. La raza adámica presenta todos los caracteres de una raza proscripta. Los Espíritus que la integran fueron exiliados en la Tierra, ya poblada pero por hombres primitivos, inmersos en la ignorancia, en relación con los cuales aquellos tuvieron la misión de hacerlos progresar, proveyéndoles las luces de una inteligencia desarrollada. ¿No es ese el rol que, en efecto, esa raza ha desempe- ñado hasta el presente? Su superioridad intelectual prueba que el mundo de donde provenían los Espíritus que la componen estaba más adelantado que la Tierra. No obstante, como ese mundo debía entrar en una nueva fase de progreso, y puesto que esos Espíritus, a causa de su obstinación, no quisieron colocarse a la altura de ese progreso, allá estarían desubicados y constituirían un obstáculo para la marcha providencial de los acontecimientos. Por ese motivo fueron excluidos y sustituidos por otros que lo merecían.

Al relegar a aquella raza a este mundo de trabajo y sufrimiento, Dios tuvo motivo para decir: “Extraerás el alimento de la tierra con el sudor de tu frente”. En su bondad, le prometió que le enviaría un Salvador, es decir, alguien que habría de enseñarle el camino que debería adoptar para salir de ese territorio de miserias, de ese infierno, y alcanzar la felicidad de los elegidos. Dios envió ese Salvador en la persona de Cristo, que enseñó la ley de amor y caridad que esa raza ignoraba, y que sería una verdadera áncora para su salvación.

Además, con el objetivo de contribuir a que la humanidad progrese en un determinado sentido, los Espíritus superiores, aunque sin tener las cualidades de Cristo, encarnan de tiempo en tiempo en la Tierra para desempeñar misiones especiales, que también son provechosas para su adelanto personal, en caso de que las cumplan de acuerdo con los designios del Creador.

46. Sin la reencarnación, la misión de Cristo sería un despropósito, al igual que la promesa hecha por Dios. Supongamos, en efecto, que el alma de cada hombre fuera creada en ocasión del nacimiento del cuerpo, y que no hiciera más que aparecer y desaparecer en forma definitiva de la Tierra. No habría ninguna relación entre las almas que vinieron desde Adán hasta Jesucristo, ni entre las que vinieron después. Todas serían extrañas entre sí. La promesa de enviar un Salvador, hecha por Dios, no podría aplicarse a los descendientes de Adán, dado que sus almas todavía no habían sido creadas. Para que la misión de Cristo tuviera correspondencia con las palabras de Dios, era preciso que estas se aplicasen a las mismas almas. Si esas almas fueran nuevas, no podrían estar manchadas por la falta del primer padre, que sería apenas un padre carnal y no un padre espiritual. De otro modo, Dios habría creado almas mancilladas por una falta que no podía dejar en ellas ningún vestigio, puesto que no existían. La doctrina común del pecado original implica, por consiguiente, la necesidad de una relación entre las almas de la época de Cristo y las del tiempo de Adán; implica, por lo tanto, la reencarnación.

Sostened que todas esas almas formaban parte de la colonia de Espíritus exiliados en la Tierra en los tiempos de Adán, y que estaban mancilladas por vicios debido a los cuales se las excluyó de un mundo mejor, y entonces tendréis la única interpretación racional del pecado original, pecado propio de cada individuo, y no el producto de la responsabilidad de la falta de otros a quienes jamás ha conocido. Sostened que esas almas o Espíritus renacen en diversas ocasiones en la Tierra para la vida corporal, a fin de que progresen y se purifiquen; que Cristo vino para esclarecer a esas mismas almas, no sólo acerca de sus vidas pasadas, sino también en relación con sus vidas posteriores, y únicamente entonces daréis a su misión un objetivo real y serio que pueda ser aceptado por la razón.

47. Un ejemplo habitual, destacable por su analogía, hará más comprensibles aún los principios que se acaban de exponer:

El 24 de mayo de 1861, la fragata Ifigenia transportó a Nueva Caledonia una compañía disciplinaria compuesta por 291 hombres. Al llegar, el comandante les comunicó un orden del día redactado en los términos siguientes:

“Al poner los pies en esta tierra lejana, sin duda ya habréis comprendido el rol que se os ha reservado.

”Conforme al ejemplo de los bravos soldados de nuestra marina, que prestan servicio a vuestro lado, nos ayudaréis a trasladar con lucimiento la antorcha de la civilización al seno de las tribus salvajes de Nueva Caledonia. Os pregunto, ¿no es esa una grata y noble misión? Habréis de desempeñarla con dignidad.

”Escuchad la palabra y los consejos de vuestros superiores. Estoy por encima de ellos. Entended debidamente mis palabras.

”La elección de vuestro comandante, de vuestros oficiales, suboficiales y cabos constituye una garantía plena de que se aplicarán todos los esfuerzos para hacer de vosotros excelentes soldados. Digo más: para elevaros a la altura de los buenos ciudadanos y transformaros en colonos honrados si así lo quisierais.

”Vuestra disciplina es severa, y así debe ser. Depositada en nuestras manos será firme e inflexible, tomadlo en cuenta; y al mismo tiempo, justa y paternal, sabrá distinguir el error del vicio y la degradación…”

Vemos aquí un puñado de hombres expulsados por su mala conducta de un país civilizado, y enviados como castigo al ámbito de un pueblo bárbaro. ¿Qué les dice el jefe? “Habéis infringido las leyes de vuestro país; en él os habéis convertido en causa de perturbación y escándalo, y por eso fuisteis expulsados. Os envían aquí, y aquí podéis rescatar vuestro pasado; podéis, mediante el trabajo, crearos una posición honrosa y convertiros en ciudadanos honestos. Tenéis una hermosa misión que cumplir: trasladar la civilización a estas tribus salvajes. La disciplina será severa, pero justa, y sabremos reconocer a quienes procedan correctamente. Tenéis el destino en vuestras manos; podréis mejorarlo si así lo quisierais, porque tenéis libre albedrío”.

Para aquellos hombres arrojados en medio de salvajes, ¿no es la madre patria un paraíso que ellos perdieron por sus propias faltas y por rebelarse contra la ley? En aquella tierra lejana, ¿no son ellos ángeles caídos? El lenguaje del comandante, ¿no es idéntico al que Dios empleó cuando se dirigió a los Espíritus exiliados en la Tierra? “Habéis desobedecido mis leyes, y por eso os he expulsado del mundo donde habríais podido vivir felices y en paz. Aquí es taréis condenados al trabajo; pero podréis, por vuestra buena conducta, haceros merecedores del perdón y de reconquistar la patria que por vuestra falta habéis perdido, es decir, el cielo.”

48. A primera vista, la idea de la caída parece estar en contradicción con el principio según el cual los Espíritus no pueden retrogradar. Sin embargo, es preciso considerar que no se trata de un retroceso al estado primitivo. El Espíritu, aunque en una posición inferior, no pierde nada de lo que ha adquirido; su desarrollo moral e intelectual es el mismo, sea cual fuere el medio en el que sea colocado. Él está en la misma situación del hombre que ha sido condenado a la prisión por sus delitos. Ciertamente, ese hombre se encuentra degradado, en decadencia desde el punto de vista social, pero no se vuelve ni más torpe ni más ignorante.

49. ¿Se podrá creer que esos hombres enviados a Nueva Caledonia van a transformarse súbitamente en modelos de virtud, y que van a abjurar de repente de sus errores del pasado? Quien así pensase demostraría que no conoce a la humanidad. Por la misma razón, los Espíritus de la raza adámica, una vez trasladados a la tierra de exilio, no se despojaron inmediatamente de su orgullo ni de sus malos instintos; por mucho tiempo aún conservaron las tendencias que traían, un resto de su antigua efervescencia. Ahora bien, ¿no es ese el verdadero pecado original?