EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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CAPÍTULO VI - Uranografía general
El espacio y el tiempo

1. Se han dado muchas definiciones del espacio. Mas, sin duda, la más difundida es la que dice que espacio es la extensión que separa a dos cuerpos. De ella se han servido ciertos sofistas para establecer que donde no hay cuerpos, no hay espacio. Sobre esta premisa basaron sus estudios ciertos doctores en Teología para establecer que el espacio es necesariamente finito, alegando que si los cuerpos son limitados en número no pueden conformar una cadena infinita, pues donde éstos terminan allí también termina el espacio. Recordemos otras definiciones del espacio: el lugar donde se mueven los mundos. El vacío donde se agita la materia, etc. Dejemos de lado estas definiciones que nada definen. El espacio es una palabra que representa una idea primitiva y axiomática, evidente por sí sola. Las diversas definiciones sólo sirven para oscurecer su sentido. Todos sabemos lo que es el espacio, sólo quiero establecer su infinitud para que nuestros estudios ulteriores no opongan dificultades a las investigaciones. El espacio es infinito, razón por la cual es imposible suponerle un límite. A pesar de nuestra dificultad para concebir lo infinito, nos resulta más fácil concebir la idea de espacio eterno y sin límites que detenernos en un sitio después del cual no habría ya más extensión por recorrer. Para darnos una idea de la infinitud del espacio, valiéndonos de nuestras facultades limitadas, supongamos que partimos de la Tierra, punto perdido en el Universo, hacia un sitio cualquiera del infinito, y todo ello a la prodigiosa velocidad de la luz, que recorre millares de kilómetros por segundo. Recién abandonado el planeta y habiendo ya recorrido millones de kilómetros, nos encontramos en un sitio desde donde vemos a la Tierra como una pálida estrella. Un instante después, siempre siguiendo la misma dirección, llegamos a lejanas estrellas apenas visibles desde la Tierra, y desde allí, no sólo la Tierra ya no se ve, sino que aun el esplendor de vuestro Sol ha sido eclipsado por la extensión que nos separa de él. Siempre animados por la misma velocidad del rayo, atravesamos sistemas planetarios a cada paso, islas de luz etérea, vías lácteas, parajes suntuosos en los que Dios sembró mundos con la misma generosidad con que sembró plantas en las praderas de la Tierra. Hace sólo algunos minutos que marchamos y ya nos separan de la Tierra cientos de millones de millones de kilómetros, miles de mundos pasan delante de nuestros ojos y, sin embargo, ¡escuchen esto!, no hemos avanzado ni un paso en el Universo. Si continuamos avanzando durante años, siglos, miles de siglos, millones de períodos cien veces seculares y siempre a la misma velocidad de rayo, tampoco habremos avanzado más, sin 1. Este capítulo está extraído textualmente de una serie de comunicaciones dictadas en la Sociedad Parisiense de Estudio Espíritas en los años 1862 y 1863, bajo el título de “Estudios uranográficos”, firmados por Galileo; el médium fue el señor C. F. [N. de A. Kardec.] importar la dirección que elijamos, o hacia donde vayamos a partir de ese punto invisible que hemos dejado y que se llama Tierra. ¡Eso es el espacio!

2. El tiempo, al igual que el espacio, es una palabra que se define a sí misma. Nos haremos una idea más justa si la relacionamos con el todo infinito. El tiempo es una sucesión de cosas, está ligado a la eternidad, de la misma forma que las cosas están unidas al infinito. Sólo por un momento imaginémonos en los días iniciales de nuestro mundo, en esa época primitiva en que la Tierra no se balanceaba aún bajo el impulso divino, en una palabra, en el comienzo de su génesis. El tiempo aún no ha emergido del misterioso regazo de la Naturaleza, no podemos saber en qué época de los siglos nos encontramos, ya que la balanza del tiempo no comenzó todavía a moverse. Pero, ¡silencio! En la Tierra solitaria suena la primera hora, el planeta se mueve en el espacio y se suceden la noche y el día. Más allá de la Tierra, la eternidad permanece inmóvil e impasible, aun que el tiempo corre también para los otros mundos. Sobre la Tierra, el tiempo reemplaza a la eternidad y durante una cantidad determinada de generaciones se contarán los años y los siglos. Ahora, transportémonos al último día de este mundo, a la hora en que doblegado por el peso de su propia vejez, desaparezca su nombre del libro de la vida para no reaparecer nunca más: aquí, la sucesión de hechos se detiene. Los movimientos terrestres que medían el tiempo se interrumpen y el tiempo termina junto con ellos. Esta sencilla exposición de los hechos naturales que originan el tiempo, lo alimentan y terminan por apagarlo, basta para mostrarnos dónde debemos ubicarnos para realizar nuestros trabajos. El tiempo es un gota de agua que desde una nube se precipita al mar y cuya caída es mensurable. Hay una relación directa entre la cantidad infinita de planetas y los tiempos diversos e incompatibles que existen. Fuera de los mundos, sólo la eternidad reemplaza a estas sucesiones efímeras y llena con la quietud de su luz inmóvil la inmensidad de los cielos. Inmensidad sin límites y eternidad sin fin: ésas son las dos grandes propiedades de la Naturaleza universal. El ojo del observador que atraviesa las distancias inconmensurables del espacio sin encontrar punto final, y el ojo del geólogo que camina hacia atrás las edades y desciende en las profundidades de la eternidad abierta, en la que se adentrarán un día, obran en conjunto, cada uno en lo suyo, para adquirir la doble noción del infinito: extensión y duración. Siguiendo este orden de ideas, nos resultará fácil comprender que el tiempo existe sólo en relación con las cosas transitorias y mensurables. Si tomamos los siglos terrestres como unidades y los apilamos unos sobre otros, de a miles, hasta formar un número colosal, veremos, sin embargo, que dicho número será más que un punto en la eternidad, al igual que miles de kilómetros unidos a miles de kilómetros no son más que un punto en la extensión. Así, por ejemplo, siendo que los siglos están fuera de la vida etérea del alma, podríamos escribir un número tan largo de ellos como el ecuador terrestre e imaginarnos envejecidos en esa cantidad de centurias y, sin embargo, nuestra alma no sería un solo día más vieja. Y si agregásemos a ese número indefinido de siglos una serie larga de números como de aquí al Sol, o mayor aún, y nos imagináramos viviendo durante la sucesión prodigiosa de períodos seculares representados por la suma de tales números, cuando llegásemos a esa cantidad la reunión incomprensible de siglos que pesarían sobre nuestras cabezas nada serían, y siempre tendríamos la eternidad entera delante nuestro. El tiempo no es más que una medida relativa de la sucesión de cosas transitorias. La eternidad no es susceptible de ninguna medición, desde el punto de vista de la duración. Para ella no hay comienzo ni fin: todo es presente. Si los siglos y siglos son menos que un segundo en relación con la eternidad. ¡qué será la duración de la vida humana!

La materia


3. A primera vista, nada parece más profundamente variado y diferente que las diversas sustancias que componen el mundo. Entre los objetos que el arte o la Naturaleza nos muestran a diario, ¿hay dos que posean una identidad perfecta o aunque más no sea una paridad de composición? ¡Qué enorme diferencia entre la solidez, la compresibilidad, el peso y las propiedades múltiples de los cuerpos, entre los gases atmosféricos y la pepita de oro, entre la molécula de agua de la nube y la del mineral que forma la estructura ósea del mundo! ¡Qué diversidad entre el tejido químico de las diferentes plantas que decoran al reino vegetal y el del no menos numeroso mundo animal! Sin embargo, podemos establecer, como principio absoluto, que todas las sustancias, conocidas o no, por más distintas entre sí que parezcan, ya sea en su constitución íntima o en relación a su acción recíproca, son sólo formas diferentes que presenta la misma materia, variedades que adopta bajo la dirección de las innumerables fuerzas que la gobiernan.

4. La Química progresó rápidamente en nuestro tiempo. Relegada hasta hoy por sus propios adeptos al terreno secreto de la magia, podemos considerarla como una hija de este siglo observador, pues se basa, en mayor medida aún que sus hermanas, en el método experimental. Ella destruyó la teoría de los cuatros elementos primitivos que los antiguos reconocían en la Naturaleza y demostró, además, que el elemento terrestre es una combinación de sustancias diversas infinitamente variadas. Que el aire y el agua son también factibles de descomponerse y producto de un cierto número de equivalentes del gas. Que el fuego no es un elemento principal, sino uno de los estados de la materia, producto del movimiento universal al que esta última está sometida y de una combustión sensible y latente. En compensación, descubrió un número considerable de principios hasta hoy desconocidos, los cuales forman, mediante determinadas combinaciones, las diversas sustancias y los diferentes cuerpos que ha estudiado y que actúan, simultáneamente, de acuerdo con ciertas leyes y en determinadas proporciones en los trabajos llevados a cabo en el gran laboratorio de la Naturaleza. Ha denominado a esos principios cuerpos simples, porque los considera primitivos y no factibles de descomponer: hasta hoy ninguna operación ha podido separarlos en partes relativamente más simples que ellos mismos.2

5. Mas, donde el hombre detiene sus apreciaciones, aun ayudado por sentidos artificiales, la obra de la Naturaleza continúa. Donde el vulgo toma la apariencia por la realidad y donde el facultativo levanta el velo y aprehende el principio de las cosas, el ojo de quien ha atrapado el modo de acción de la Naturaleza no ve en los materiales constitutivos del mundo sino la materia cósmica primitiva, simple y diversificada en ciertas regiones en la época de su origen y dividida en cuerpos solidarios durante su vida, materiales desmembrables un día en la extensión por su descomposición.

6. Hay problemas que nosotros, espíritus amantes de la ciencia, no podríamos profundizar y sobre los cuales somos incapaces de emitir más que opiniones personales o conjeturas. En lo que respecta a esos problemas, guardaré silencio o justificaré mi manera de apreciarlos. Este problema presente no forma parte de ellos. A quienes sólo vean en mis palabras una teoría arriesgada, les diré: Abarquen, si es posible, en una sola mirada inquisidora la multiplicidad de operaciones de la Naturaleza y reconocerán que, si no admite la unidad de la materia, es imposible explicar, no sólo a los soles y a las esferas, sino también a la germinación del grano debajo de la tierra o el origen de un insecto.

7. Si tenemos en la materia una tan grande diversidad de ella es porque las fuerzas que presidieron sus transformaciones y las condiciones en las cuales se produjeron eran ilimitadas, razón por la cual las variadas combinaciones de la materia también lo son. Entonces, ya sea que la sustancia de que hablamos pertenezca a los fluidos propiamente dichos, es decir, a los cuerpos imponderables, o que esté revestida de los caracteres y propiedades ordinarias de la materia, no hay en todo el Universo más que una sola sustancia primitiva: el cosmos o materia cósmica de los uranógrafos. 2. Entre los principales cuerpos simples, no metálicos, se cuentan: el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno, el cloro, el carbono, el fósforo, el azufre, el yodo; y entre los metálicos: el oro, la plata, el platino, el mercurio, el estaño, el zinc, el hierro, el cobre, el arsénico, el sodio, el potasio, el calcio, el aluminio, etc. [N. de A. Kardec.]

Las leyes y las fuerzas


8. Si uno de esos seres desconocidos que consumen su efímera existencia en el fondo del tenebroso océano. Si uno de esos poligástricos, uno de esos nereidos, miserables animalitos que no conocen de la Naturaleza más que a los peces ictiófagos y a los bosques submarinos, recibiese de pronto el don de la inteligencia, la facultad de estudiar su mundo y establecer sobre sus apreciaciones un razonamiento conjetural respecto a la universalidad de las cosas, ¿qué idea se formaría de la Naturaleza viva que se desarrolla en su medio y del mundo terrestre que no pertenece al campo de sus observaciones? Si hoy, por un efecto maravilloso de su nueva facultad, ese mismo ser llegase a elevarse por encima de sus tinieblas hasta la superficie del mar, no lejos de las opulentas orillas de una isla de exuberante vegetación y de buen sol, fuente de agradable calor, ¿qué pensaría de sus ideas anticipadas sobre la Creación universal, las cuales palidecerían ante una apreciación más exacta, pero aún incompleta? ¡Hombres, ésa es la imagen de vuestra ciencia especulativa!3

9. He venido para tratar el problema de las leyes y fuerzas que gobiernan al Universo, mas sin entrar en detalles en lo que respecta al modo de accionar y las naturalezas especiales que dependen de las leyes universales. Yo, que soy un ser relativamente ignorante con relación a la ciencia real, a pesar de la aparente superioridad que me otorga sobre mis hermanos de la Tierra la posibilidad de estudiar cuestiones naturales que no les es posible realizar en sus condiciones de tales.

10. Hay un fluido etéreo que llena el espacio y penetra a los cuerpos. Este fluido es el éter o materia cósmica primitiva, generador del mundo y de los seres. Son inherentes al éter las fuerzas que han presidido las metamorfosis de la materia, leyes inmutables y necesarias que gobiernan al mundo. Estas formas múltiples, indefinidamente variadas según las combinaciones de la materia, localizadas de acuerdo a las masas, diversificadas en sus modos de acción según las circunstancias y los medios, son conocidas en la Tierra con los nombres de pesantez, cohesión, afinidad, atracción, magnetismo, electricidad activa. Los movimientos vibratorios del agente son conocidos con los nombres de sonido, calor, luz, etc. En otros mundos tales efectos presentan aspectos diferentes, características desconocidas para nosotros. En la inmensa extensión de los cielos, fuerzas en número indefinido se desarrollan en escala inimaginable. Somos tan incapaces de evaluar esa grandeza como el crustáceo en el fondo del océano de abarcar la universalidad de los fenómenos terrestres.4 Así como existe una sola sustancia simple y primitiva, generadora de todos los cuerpos, pero diversificada en sus combinaciones, de igual modo todas esas fuerzas dependen de una ley universal diversificada en sus efectos, la cual por medio de decretos eternos fue impuesta en la Creación para constituir la armonía y la estabilidad. 3. Tal es, también, la situación de quienes niegan a los espíritus, cuando después de abandonar su envoltura corporal ven los horizontes de ese mundo desenvolverse ante sus ojos. Comprenden entonces la vacuidad de las teorías que pretenden explicarlo todo materialmente. Sin embargo, sus horizontes presentan todavía misterios que se irán revelando poco a poco, a medida que se elevan espiritualmente. Pero desde el primer paso dado en ese mundo nuevo se ven forzados a reconocer su ceguera y lo distantes que se hallaban de la verdad. [N. de A. Kardec.] 4. Referimos todo a lo que conocemos y no comprendemos lo que escapa a la percepción de nuestros sentidos, al igual que el ciego de nacimiento no entiende los efectos de la luz ni la utilidad de los ojos. Puede ocurrir que en otros ambientes el fluido cósmico posea propiedades y combinaciones desconocidas para nosotros, efectos apropiados a necesidades que ignoramos y que dan lugar a percepciones nuevas o a otras formas de percepción. No comprendemos, por ejemplo, que se pueda ver sin los ojos de la carne y sin luz, pero, ¿quién puede asegurarnos que fuera de la luz no existen otros agentes que perciban organismos especiales? Los sonámbulos nos brindan un ejemplo, ya que su vista no se ve afectada por la distancia, los obstáculos materiales o la oscuridad. Supongamos que en algún planeta los seres en estado normal sean como los sonámbulos aquí: no tendrían, pues necesidad ni de nuestra luz ni de nuestros ojos y, sin embargo, verían lo que nosotros no podemos ver. Ocurre igual con las otras sensaciones. Las condiciones de vitalidad y perceptibilidad, las sensaciones y necesidades varían según el medio en que tienen lugar. [N. de A. Kardec.]

11. La Naturaleza nunca se contradice. En el blasón del Universo figura una sola divisa: Unidad y Variedad. Al ascender la escala universal encontramos unidad de armonía y creación, al mismo tiempo que una variedad infinita en el inmenso piélago estelar. Recorriendo los innumerables grados de la vida, desde el último de los seres hasta Dios, divisamos la gran ley de continuidad. Al considerar a las fuerzas en sí mismas, se percibe una serie cuya resultante, confundiéndose con la generadora, conforma la ley universal. Vosotros no podríais apreciar esta ley en toda su amplitud, ya que las fuerzas que la representan en el campo de vuestras observaciones son restringidas y sumamente limitadas. Pero, sin embargo, la gravitación y la electricidad pueden considerarse una aplicación de la ley primordial que reina allende los cielos. Todas estas fuerzas son eternas y universales como la Creación misma. Son inherentes al fluido cósmico, actúan en todo y por doquier, modificando su accionar por su simultaneidad o su sucesión, predominando aquí, desapareciendo más allá. Poderosas y activas en ciertos casos, latentes u ocultas en otros, pero preparando, dirigiendo, conservando y destruyendo los mundos en los diversos períodos de vida. Gobernando los maravillosos trabajos de la Naturaleza, sea cual fuere el lugar donde éstos se ejecuten, mas asegurando por siempre el eterno esplendor de la Creación.

La creación primera


12. Después de haber considerado al Universo en la faz general de su composición, leyes y propiedades, llevaremos nuestros estudios al terreno de la formación de los planetas y los seres e inmediatamente después nos ocuparemos de la creación de la Tierra, en particular, y de su estado actual en la universalidad de las cosas. De ahí que, tomando a este planeta como punto de partida y unidad relativa, nos dedicaremos a estudios planetarios y siderales.

13. Si hemos comprendido la relación, o dicho con mayor precisión, la oposición entre eternidad y tiempo. Si nos hemos familiarizado con la idea de que el tiempo es solamente una medida relativa en la sucesión de las cosas transitorias, mientras que la eternidad es esencialmente una, inmóvil y permanente, y no susceptible de ninguna medición desde el punto de vista de la duración, comprenderemos que no hay para ella comienzo ni fin. Por otra parte, si nos hacemos una idea justa, aunque necesariamente insuficiente de la infinitud del poder divino, comprenderemos que es posible que el Universo siempre haya sido y siga siendo. Desde el instante en que Dios fue, sus perfecciones eternas actuaron. Antes que los tiempos hubiesen nacido, la eternidad inconmensurable recibió la palabra divina y dio origen al espacio, eterno como ella.

14. Siendo Dios eterno por su naturaleza, creó eternamente. Y no podía ser de otra forma, ya que sin importar la época lejana a la que retrocedamos con la imaginación, suponiendo allí el comienzo de la Creación, habrá siempre más allá de ese límite una eternidad -comprended bien este pensamiento-, una eternidad durante la que las divinas hipóstasis, las voliciones infinitas hubiesen sido amortajadas en un letargo mudo, inactivo y estéril, una eternidad de muerte aparente para el Padre eterno que da vida a los seres, de mutismo indiferente para el Verbo que las gobierna, de esterilidad fría y egoísta para el espíritu de amor y vivificación. ¡Comprendamos mejor la grandeza de la acción divina y su perpetuidad bajo la mano del ser absoluto! Dios es el sol de los seres, la luz del mundo. La aparición del Sol produce instantáneamente raudales de luz que se expanden por todas partes en su extensión. Del mismo modo el Universo, nacido del Eterno, se remonta a períodos inimaginables del infinito de la duración, al ¡Fiat lux! Del comienzo.

15. El comienzo absoluto de las cosas se remonta a Dios. Sus apariciones sucesivas en el dominio de la existencia constituyen el ordenamiento de la acción perpetua. ¡Qué mortal podría expresar las magnificencias desconocidas y maravillosamente escondidas bajo la noche de los tiempos que se desarrollaron en esas edades antiquísimas, cuando ninguno de los esplendores del Universo actual existían! ¡En esa época primitiva en que la voz del Señor se hizo oír, oportunidad en que los materiales que en el futuro deberían unirse simétricamente por sí solos para conformar el templo de la Naturaleza, se hallaron de pronto en el seno de los vacíos infinitos! ¡Cuando esa voz misteriosa que todos los seres veneran y aman como a la de la propia madre, produjo notas armoniosamente variadas que vibraron juntas y modularon el concierto de los vastos cielos! En su origen el mundo no fue creado en la plenitud de su vida y virilidad. El poder creador nunca se contradice y, como todas las demás cosas, el Universo nació niño. Sometida a las leyes mencionadas y con el impulso inicial inherente a su formación misma, la materia cósmica primitiva dio nacimiento en sucesivas etapas a torbellinos, aglomeraciones de fluidos difusos, cúmulos de materia nebulosa que se dividieron y modificaron hasta el infinito para dar nacimiento en las regiones inconmensurables de la extensión a diversos centros de creación simultáneos o sucesivos. En razón de las fuerzas predominantes, y debido a circunstancias ulteriores que presidieron sus respectivos desarrollos, estos centros primitivos devinieron centros de vida especial: unos, menos diseminados en el espacio y más ricos en principios y fuerzas actuantes comenzaron desde ese instante su vida sideral particular; otros, ocupando una extensión ilimitada, crecieron con extrema lentitud o se dividieron a su vez en centros secundarios.

16. Retrocediendo sólo algunos millones de siglos de nuestro tiempo, nuestra Tierra no existía todavía, nuestro sistema solar no había iniciado aún la evolución propia de la vida planetaria y, sin embargo, espléndidos soles iluminaban el éter, planetas habitados daban vida y existencia a una multitud de seres que nos han precedido en la carrera humana. La opulencia de una Naturaleza desconocida y los fenómenos maravillosos del cielo desarrollaban ante otros ojos los cuadros de la inmensa Creación. Pero, ¡qué digo!, ya esos esplendores que en otra época hicieron palpitar el corazón de otros mortales con el pensamiento del poder infinito, han desaparecido. ¡Y nosotros, pobres y pequeños seres que llegamos después de una eternidad de vida, nos creemos contemporáneos de la Creación! Comprendamos mejor a la Naturaleza. Sepamos que la eternidad está detrás y delante nuestro y que el espacio es el teatro de una sucesión y una simultaneidad inimaginables de creaciones. Las nebulosas, visibles apenas en razón de la lejanía, son aglomeraciones de soles en vías de formación o vías lácteas de mundos habitados o emplazamientos de catástrofes y decrepitud. Sepamos que, así como estamos ubicados en medio de una infinitud de mundos, igualmente nos hallamos en medio de una doble infinitud de duraciones anteriores y ulteriores, y recordemos, también, que la Creación universal no se limita a nosotros, motivo por el que no podemos aplicar esa palabra a la formación aislada de nuestro pequeño mundo.

La creación universal


17. Después de haber ascendido, tanto como lo permiten nuestras percepciones limitadas, hasta la fuente oculta de donde surgen los mundos como gotas de agua de un torrente, consideremos la evolución de las creaciones sucesivas y sus desarrollos seriados. La materia cósmica primitiva encerraba elementos materiales, fluídicos y vitales de todos los sistemas que desarrollan su magnificencia ante la eternidad. Es la madre fecunda de todas las cosas, el primer antepasado y, además, la generadora eterna. Esta sustancia, fuente de origen de las esferas siderales, no ha desaparecido ni ha muerto su poder, ya que continúa dando vida a nuevas creaciones y, a su vez, recibe incesantemente los principios reconstituidos de los muertos que desaparecen del libro eterno. La materia etérea que se halla entre los espacios interplanetarios, más o menos diversificada. Ese fluido cósmico que llena el Universo tan generosamente en las regiones inmensas, ricas en cúmulos estelares. Ese fluido de distinto grado de condensación que puebla el cielo sideral que no brilla aún y está modificado, en mayor o menor medida, por combinaciones diversas según las localizaciones de la extensión, es la sustancia primitiva en la que radican las fuerzas universales de las que la Naturaleza ha obtenido todas las cosas.5 5. Si se quisiera saber cuál es el principio de esas fuerzas y cómo puede hallarse él en la misma sustancia que lo produce, responderíamos que la mecánica nos ofrece numerosos ejemplos. La elasticidad que tiene un

18. Ese fluido penetra los cuerpos como un inmenso océano. En él reside el principio vital que da origen a los seres y perpetúa la vida en cada planeta de acuerdo con su necesidad, principio en estado latente que dormita allí, donde la voz de un ser no lo reclama. Toda criatura: mineral,vegetal, animal o de otra especie -ya que existen otros reinos naturales cuya existencia ni siquiera imagináis-, sabe, en virtud de ese principio, apropiarse de las condiciones necesarias para su existencia y durabilidad. Las moléculas del mineral se suman en razón de este principio vital, al igual que el grano y el embrión, y se agrupan, como en el organismo, en figuras simétricas que constituyen los individuos. Es muy importante comprender que la materia cósmica primitiva está sometida no sólo a las leyes que aseguran la estabilidad de los mundos, sino también al principio vital universal que forma generaciones espontáneas en cada globo, a medida que se van manifestando las condiciones de existencia sucesiva de los seres y cuando suena la hora de la aparición de los hijos de la vida durante el período creador. Así se lleva a cabo la creación universal. Es correcto decir, por tanto, que siendo las funciones de la Naturaleza la expresión de la voluntad divina, Dios ha creado siempre, continúa haciéndolo y por siempre lo hará.

19. Pero aún no hemos hablado del Mundo Espiritual, el cual también forma parte de la Creación y cumple su destino de acuerdo con las augustas prescripciones del Señor. En razón de mi propia ignorancia, sólo puedo dar una enseñanza restringida en lo que respecta a la creación de los espíritus. Pero, aunque callaré ciertos hechos, manifestaré lo que me ha sido permitido profundizar. A quienes deseen saber con ánimo religioso y fuesen humildes ante Dios, les diré, suplicándoles, al mismo tiempo, que se abstengan de elaborar un sistema prematuro sobre mis palabras: El espíritu no recibe la iluminación divina que le otorga el libre albedrío, la conciencia y el conocimiento de la importancia de su destino sin haber pasado previamente la serie divinamente fatal de encarnaciones inferiores, en las que elabora su individualidad. Esa es la hora en que el Señor imprime sobre su frente su augusta señal y el espíritu toma un lugar entre los seres espirituales. Vuelvo a reiteraros: no fundamentéis sobre mis palabras vuestros razonamientos, tan tristemente célebres en el curso de la historia de la Metafísica. Preferiría mil veces callarme sobre temas tan por encima de vuestras meditaciones ordinarias que exponeros a desnaturalizar el sentido de mi enseñanza y enterraros, por mi culpa, en los intrincados laberintos del deísmo o del fatalismo.

Los soles y los planetas


20. En un punto del Universo, perdido entre las miríadas de mundos, la materia cósmica se condensa formando una inmensa nebulosa. Esta nebulosa, animada por las leyes universales que rigen a la materia, en especial por la fuerza molecular de atracción, reviste la figura de una esfera, única forma que puede presentar primitivamente una masa de materia aislada en el espacio. El movimiento circular ocasionado por la gravitación rigurosamente igual de todas las zonas moleculares hacia el centro, modificada muy pronto a la esfera primitiva para llevarla, de movimiento en movimiento, hacia la forma lenticular. Estamos refiriéndonos a la nebulosa en conjunto.

21. Nuevas fuerzas surgen con posterioridad este movimiento de rotación: la fuerza centrípeta y la fuerza centrífuga; la primera intentando llevar todas las partes al centro; la segunda __________ resorte no se encuentra en el resorte mismo. ¿No depende del modo de agregación de las moléculas? El cuerpo que obedece a la fuerza centrífuga recibe su impulso del movimiento primitivo que se ha dado. [N. de A. Kardec.] buscando separarlas. El movimiento se acelera a medida que la nebulosa se condensa, su centro aumenta de tamaño al aproximarse a la forma lenticular, y la fuerza centrífuga, desarrollada incesantemente por estas dos causas, predomina muy pronto sobre la atracción central. Al igual que un movimiento rápido y dinámico de una honda imprime fuerza al proyectil que arroja lejos, así el predominio de la fuerza centrífuga desprende al círculo ecuatorial de la nebulosa y forma de este anillo una nueva masa aislada de la primera, pero sujeta a su imperio. Esta masa conserva su movimiento ecuatorial, el cual, al modificarse, se convierte en movimiento de traslación alrededor del astro solar. Además, su nuevo estado produce un movimiento de rotación en torno de su mismo eje.

22. La nebulosa generadora que dio nacimiento a este nuevo mundo se ha condensado y retomado la forma esferoidal; pero el calor primitivo, desarrollado por sus diversos movimientos, se debilita con extrema lentitud, y el fenómeno que acabamos de describir se producirá con frecuencia durante un largo período, hasta tanto la nebulosa no se vuelva demasiado densa y sólida como para oponer una resistencia eficaz a las modificaciones, de manera que le imprima su movimiento de rotación. No dará nacimiento a un solo astro, sino a cientos de mundos que se irán separando del núcleo central, de acuerdo con el modo de formación anteriormente citado. Todos esos mundos poseerán, como el primitivo, las fuerzas naturales que presiden la creación universal y engendrarán, a su vez, otros mundos que gravitarán a su alrededor, como él mismo gravita junto con sus hermanos en derredor del astro que le dio existencia y vida. Todos esos mundos serán soles, centros de torbellinos de planetas que se irán escapando de su ecuador. Estos planetas recibirán una vida especial y particular, aunque dependientes de su astro generador.

23. Los planetas se formaron, entonces, con masas de materia condensada y no solidificada, separadas de la masa central por la acción de la fuerza centrífuga y tomando, en virtud de las leyes del movimiento, la forma esferoidal, más o menos elíptica, según el grado de fluidez que hayan conservando. Uno de esos planetas fue la Tierra, que antes de enfriarse y revestirse de una corteza sólida dio nacimiento a la Luna por el mismo método de formación astral al que ella misma debe su existencia. Desde ese instante, la Tierra, inscrita en el libro de la vida, sería cuna de criaturas cuya debilidad protege la Providencia divina y cuerda nueva del arpa infinita que ejecuta el concierto universal de los mundos.

Los satélites


24. Antes de que las masas planetarias hubiesen alcanzado el grado de enfriamiento necesario para llevar a cabo la solidificación, masa más pequeñas, verdaderos glóbulos líquidos se separaron del plano ecuatorial, donde la fuerza centrífuga es mayor y, en virtud de las mismas leyes, adquirieron un movimiento de traslación alrededor de su planeta madre, como éstos lo cumplen en derredor de su astro generador. Así fue como la Tierra dio nacimiento a la Luna, cuya masa, de menor volumen, se enfrió con más rapidez. Las leyes y las fuerzas que presidieron su despegue del ecuador terrestre y su movimiento de traslación en el mismo plano actuaron de tal manera que ese mundo, en vez de revestir una forma especial, tomó la de un ovoide, cuyo centro gravitacional se ubica en la parte inferior.

25. Las condiciones bajo las cuales se efectuó la desagregación de la Luna le permitieron alejarse muy poco de la Tierra y la constriñeron a permanecer perpetuamente suspendida en su cielo, como una figura ovoide cuya parte más pesada conformó su cara inferior vuelta hacia la Tierra, y la del lado opuesto, menos densa, se eleva al cielo en sentido contrario a nuestro planeta. Por tal razón es que ese astro nos presenta siempre la misma cara. Para comprender mejor su estado geológico podemos compararlo con una boya cuya base, vuelta hacia la Tierra, estaría hecha de plomo. Por tal motivo existen, también, dos naturalezas distintas en la superficie lunar: una, sin analogía alguna con nuestro planeta, ya que los cuerpos fluidos y etéreos le son desconocidos; y la otra, más liviana que la Tierra, ya que todas las sustancias menos densas se concentran sobre este hemisferio. La primera, perpetuamente vuelta hacia la Tierra, sin agua y sin atmósfera, salvo, a veces, en los límites con el hemisferio que se nos oculta. La otra, rica en fluidos, siempre opuesta a nuestro planeta.6

26. El número y estado de los satélites varía según las condiciones especiales en que se formaron. Algunos planetas no dieron vida a ningún astro secundario, por ejemplo, Mercurio, Venus y Marte, mientras que otros han formado uno o varios, como la Tierra, Júpiter y Saturno.

27. Además de sus satélites o lunas, Saturno presenta el fenómeno especial del anillo, que visto parece rodearlo como siendo una aureola blanca. Esta formación es para nosotros una nueva prueba de la universalidad de las leyes naturales. Este anillo es el resultado de una operación operada en los tiempos primitivos en el ecuador de Saturno, al igual que una parte de la masa ecuatorial de la Tierra se dividió para formar la Luna. La diferencia estriba en que el anillo de Saturno se formó en todas sus partes con moléculas homogéneas un tanto condensadas, lo que le permitió continuar ejerciendo el movimiento de rotación en el mismo sentido y en tiempo casi idéntico al del propio Saturno. Si una de las partes del anillo hubiese sido más densa que la otra, se hubieran operado inmediatamente una o varias aglomeraciones de sustancia y, en ese caso, Saturno contaría, hoy, con varios satélites más. Desde el momento de su formación, este anillo se solificó, al igual que los demás cuerpos planetarios.

Los cometas


28. Astros errantes, en mayor medida aún que los planetas que han conservado su denominación etimológica, los cometas serían los guías que nos ayudan a atravesar los límites del sistema solar para conducirnos a las lejanas regiones de la extensión sideral. Pero antes de explotar los dominios celestes con la ayuda de estos viajeros universales, sería mejor conocer, en la medida de nuestras posibilidades, su naturaleza y su papel en la organización planetaria.

29. Hubo quienes pensaron que esos astros de larga cabellera son mundos nacientes que elaboran, en medio de su caos primitivo, las condiciones de vida y existencia que son patrimonio de los planetas habitados. Otros creyeron ver en estos cuerpos extraordinarios mundos próximos a su destrucción. Su apariencia singular fue para muchos motivos de equivocadas apreciaciones sobre su naturaleza, razón por la cual hasta la época de la astrología judiciaria se suponía que presagiaban desgracias, enviadas por decreto providencial, a la Tierra sorprendida y temerosa.

30. La ley de variedad que impera en tal amplia escala en la Naturaleza nos lleva a preguntarnos cómo los naturalistas, astrónomos y filósofos erigieron tantos sistemas con el fin de encontrar semejanzas entre los cometas y los demás astros planetarios y no vieron en ellos más que astros con un grado mayor o menor de desarrollo o caducidad. Sin embargo, los cuadros de la Naturaleza deberían bastar al observador para que deje de buscar parecidos inexistentes y reconozca 6. Esta teoría sobre la Luna es muy nueva y ella explica, por la ley de gravedad, el por qué la Luna presenta siempre la misma cara hacia la Tierra. Su centro de gravedad, en vez de hallarse en el centro de la esfera, se encuentra en uno de los puntos de su superficie y, en consecuencia, es atraído hacia la Tierra con más fuerza que las partes más livianas. La Luna sería, por tanto, como esos juguetes llamados tentetiesos, que siempre se ponen de pie, mientras que los planetas, cuyo centro de gravedad está a igual distancia de la superficie, giran siempre sobre su eje. Los fluidos vivificantes gaseosos o líquidos, en razón de su ligereza específica, se hallarían acumulados en el hemisferio superior, constantemente opuesto a la Tierra. El hemisferio inferior, el único visible para nosotros, estaría desprovisto de ellos y, por lo tanto, no sería apto para la vida, pero que sí existiría en el otro. Si el hemisferio superior está habitado, sus habitantes no han visto a la Tierra jamás, a menos que realicen excursiones al otro hemisferio, lo que les resultaría imposible al no presentar éste las condiciones necesarias para la vida. Por más racional y científica que sea esta teoría, como aún no ha sido confirmada por la observación directa, sólo puede ser considerada una hipótesis, una idea que puede servir de peldaño a la ciencia, pero no se podrá negar que es la única, hasta el presente, que da una explicación satisfactoria sobre las particularidades que presenta ese planeta. [N. de A. Kardec.] a los cometas su modesto pero útil papel de astros errantes, cuyo oficio es el de exploradores de los imperios solares. Estos cuerpos celestes se diferencian de los cuerpos planetario porque no sirven de morada a seres humanos. Viajan, de sol a sol, enriqueciéndose a veces en su ruta con fragmentos planetarios reducidos al estado de vapor, y sacando de ellos los principios vivificantes y renovadores que verterán sobre los mundos terrestres (cap. IX:12).

31. Si cuando uno de esos astros se aproxima a nuestro mundo para atravesar la órbita y volver a su apogeo, situado a una distancia inconmensurable del Sol, lo siguiésemos con el pensamiento, para visitar con él las comarcas siderales, atravesaríamos la prodigiosa extensión de materia etérea que separa al Sol de las estrellas más próximas y observaríamos los movimientos combinados de este astro que se creería perdido en el desierto del infinito, encontrando otra prueba más de la universalidad de las leyes de la Naturaleza, las cuales se ejercen a distancias que la imaginación más audaz es incapaz de concebir. Allí la forma elíptica se convierte en parabólica y aminora la marcha, al punto de recorrer sólo algunos metros en el mismo tiempo que en su perigeo recorría muchos millares de kilómetros. Tal vez un sol más poderoso y más importante que el que acaba de dejar, dueño de una atracción mayor, lo acogerá como a uno de sus propios súbditos, y es entonces cuando las sorprendidas criaturas de vuestra pequeña Tierra esperarán en vano su regreso, el que había sido pronosticado valiéndose de observaciones incompletas. En ese caso, nosotros, que hemos seguido con el pensamiento al cometa errante en su viaje por regiones desconocidas, tal vez encontremos un mundo invisible a las miradas terrestres, inimaginable para los espíritus que habitan la Tierra, inconcebibles aún para sus pensamientos, puesto que será el escenario de maravillas inexploradas. Hemos llegado al mundo estelar, a ese mundo deslumbrante de grandes soles que resplandecen en el espacio infinito y que son las brillantes flores que componen el jardín magnífico de la Creación. Sólo cuando hayamos llegado a ese sitio sabremos el lugar que ocupa la Tierra.

La Vía Láctea


32. Durante las hermosas noches estrelladas y sin luna, todos hemos observado ese fulgor blanquecino que atraviesa el cielo de un extremo al otro, al que los antiguos, por su apariencia lechosa, bautizaron con el nombre de Vía Láctea. En los tiempos modernos ese fulgor difuso fue explorado detenidamente por el telescopio, y así fue como el camino de polvo de oro o el río de leche de la antigua Mitología se transformó en un vasto campo de maravillas desconocidas. Gracias a las investigaciones de los observadores se llegó a conocer su naturaleza, y allí donde nuestra mirada sólo distingue una débil claridad se descubrieron una infinidad de soles más luminosos e importantes que el nuestro.

33. La Vía Láctea es, en efecto, una campiña sembrada con flores solares o planetarias que brillan en la vastedad. Nuestro Sol, y todos los cuerpos que lo acompañan, forma parte de esos mundos refulgentes que componen la Vía Láctea. Pero, a pesar de sus dimensiones gigantescas con relación a la Tierra y a la vastedad de su imperio, él ocupa un lugar poco apreciable en la Creación. Podemos contar unos treinta millones de soles parecidos a él que gravitan en esta inmensa región, alejados unos de otros por una distancia de más de cien mil veces el radio de la órbita terrestre.

34. Mediante esta cifra aproximativa, podremos juzgar la extensión de esta región sideral y la relación que existe entre nuestro sistema y la universalidad de los sistemas que la ocupan. Se podrá determinar, asimismo, la pequeñez del dominio solar y, con mayor razón, la exigüidad de nuestra Tierra. ¡Cuál sería la relación si considerásemos a los seres que la pueblan! Digo exigüidad, ya que nuestras aseveraciones se aplican no solamente a la extensión material o física de los cuerpos que estudiamos -lo que sería insuficiente- sino, y sobre todo, a la jerarquía moral de habitación, al grado que tienen en la escala universal de los seres. La Creación se muestra en toda su majestad, creando y propagando manifestaciones de vida e inteligencias en derredor del mundo solar y en todos los sistemas que existen por doquier.

35. Conocemos de esta manera la posición que ocupa nuestro Sol y la Tierra en el mundo estelar, pero estas consideraciones adquieren aún más peso si reflexionamos sobre la importancia de la Vía Láctea, que representa apenas un punto insignificante e inapreciable en la inmensidad de las creaciones siderales, sólo es una entre miles. Si se nos presenta más vasta y rica que las demás es porque nos rodea y la tenemos en toda su extensión frente a nuestros ojos, mientras que las otras, perdidas en las profundidades insondables, apenas se dejan ver.

36. Sabiendo que la Tierra poco o casi nada es en el sistema solar, y éste, igualmente, poca cosa representa en la Vía Láctea, la cual, a su vez, nada o casi nada significa en la universalidad de las nebulosas, así como esa universalidad es muy poca cosa en relación con el inmenso infinito, comenzaremos a comprender realmente qué es la Tierra.

Las estrellas fijas


37. Las estrellas llamadas fijas, que constelan los dos hemisferios del firmamento, no están exentas de las atracciones exteriores, como se supone generalmente. Por el contrario, pertenecen todas a una misma aglomeración de astros estelares. Esta aglomeración constituye la gran nebulosa de la cual formamos parte y cuyo plano ecuatorial que se proyecta hacia el cielo ha recibido el nombre de Vía Láctea. Todos los soles que la componen son solidarios entre sí: sus múltiples influencias actúan en perpetuidad uno sobre otro y la gravedad universal los reúne a todos en una misma familia.

38. Estos diversos soles, en su mayor parte se encuentran como el nuestro: rodeados de mundos secundarios a los que iluminan y fecundan por las mismas leyes que presiden la vida en nuestro sistema planetario. Unos, como Sirio, son miles de veces más magníficos en dimensiones y riquezas que el nuestro y su papel es mucho más importante en el Universo, al igual que los planetas que los rodean son más numerosos y superiores que el nuestro. Otros difieren en gran manera por sus funciones estelares. De ahí que un cierto número de soles, verdaderos gemelos del orden sideral, se encuentren acompañados por sus hermanos de igual edad y formen en el espacio sistemas binarios, a los cuales la Naturaleza otorgó funciones diferentes de las que cumple nuestro Sol.7 En ellos, los años no se miden según los mismos períodos ni los días por los mismos soles. Esos mundos iluminados por una doble antorcha recibieron en suerte condiciones de existencia inimaginables para quienes no han salido de ese pequeño mundo terrestre. Otros astros, sin séquito, privados de planetas, recibieron los mejores elementos de habitabilidad que se hayan dado. Las leyes de la Naturaleza están diversificadas en la inmensidad, y si la unidad es la llave del Universo, la variedad infinita es el atributo eterno.

39. A pesar del número prodigioso de estrellas y sistemas, pese a las distancias que separan a unas y a otros, todos pertenecen a la misma nebulosa estelar. Los telescopios más poderosos apenas los escudriñan y las concepciones más audaces de la imaginación no son capaces de salvar tamaña extensión y, sin embargo, esta nebulosa es una sola unidad en el conjunto de las nebulosas que componen el mundo sideral.

40. Las estrellas llamadas fijas no están inmóviles en la inmensidad. Las constelaciones que se imaginaron en la bóveda del firmamento no son creaciones simbólicas reales. La distancia que hay desde la Tierra y la perspectiva utilizada para medir el Universo desde nuestro mundo son las 7. En astronomía se las llama estrellas dobles. Se trata de dos soles: uno gira alrededor del otro, como un planeta alrededor de un sol. ¡De qué espectáculo magnífico y extraño deben gozar los habitantes de los mundos que componen esos sistemas iluminados por un doble sol! ¡Y qué diferentes deben ser allí las condiciones de vida! En una comunicación ulterior, el espíritu de Galileo agregó lo siguiente: “Hay, incluso, sistemas más complicados, en los que diferentes soles actúan como satélites uno del otro. Y en los mundos que iluminan, sus habitantes disfrutan de efectos de luz maravillosos, si tenemos en cuenta que, a pesar de su cercanía aparente, los núcleos habitados pueden circular entre éstos y recibir por turno ondas de luz de diferente coloración cuya reunión recompone la luz blanca.” [N. de A. Kardec.] dos causas de esta doble ilusión óptica (cap. V:12).

41. Hemos visto que todos los astros que titilan en la cúpula azul se encuentran encerrados en una misma aglomeración cósmica, en una misma nebulosa que vosotros llamáis Vía Láctea. Mas, a pesar de pertenecer al mismo grupo, estos astros poseen movimientos propios de traslación en el espacio, pues el reposo absoluto no existe en ningún sitio. Están regidos por las leyes universales de gravitación y giran en el espacio bajo el impulso incesante de esta inmensa fuerza. No siguen rutas trazadas por el azar, sino que siguen órbitas cerradas cuyo centro está ocupado por un astro superior. Para que comprendáis mis palabras con facilidad, hablaré de vuestro Sol en particular.

42. Gracias a investigaciones actuales, sabemos que el Sol no está fijo en un lugar determinado y que su posición no es central, como se creía en los primeros tiempos de la Astronomía, sino que avanza en el espacio llevando con él su vasto sistema planetario, sus satélites y cometas. Ahora bien, esta marcha no es fortuita ni al azar, no vaga por los espacio infinitos llevando a sus hijos y súbditos lejos de las regiones que le han sido asignadas. Su órbita es medida y concurrente con la de otros soles de su misma categoría que se hallan rodeados, como él, por un cierto número de tierras habitadas, gravitando, todos ellos, en torno de un sol central. Su movimiento de gravitación, al igual que el de sus soles hermanos, no es apreciable mediante observaciones anuales, ya que un gran número de períodos seculares apenas bastaría para determinar el tiempo de uno de sus años siderales.

43. El sol central que acabamos de mencionar es un mundo secundario en relación a otro más importante aún, alrededor del cual se realiza una marcha lenta y medida en compañía de otros soles del mismo orden. Podríamos constatar esta subordinación sucesiva de soles hasta que nuestra imaginación se fatigase de tanto ascender en la jerarquía, ya que no debemos olvidar que se pueden contar unos treinta millones de soles en la Vía Láctea, subordinados unos a otros como los engranajes gigantescos de un inmenso sistema.

44. Y estos astros, innumerables en cantidad, viven todos una vida solidaria, pues así como nada se encuentra aislado en la organización de vuestro pequeño mundo terrestre, nada tampoco está aislado en el Universo inconmensurable. Al ojo investigador del filósofo que supiese abarcar el cuadro que se despliega a través del espacio y el tiempo, estos sistemas de sistemas, vistos a distancia, le parecerían polvo de perlas de oro levantado en torbellino por el soplo divino que hace rodar los mundos siderales en los cielos, como los vientos agitan a las arenas del desierto. ¡No más inmovilidad, no más silencio ni más noche! El gran espectáculo que se desarrollaría así ante nuestros ojos sería el de la Creación real, inmensa y llena de vida etérea que abarca en el conjunto inmenso la visión infinita del Creador. Pero hasta ahora hemos hablado únicamente de una nebulosa. Sus millones de soles, sus millones de mundos habitados sólo constituyen -como ya lo hemos dicho-, una isla en el archipiélago infinito.

Los desiertos del espacio


45. Un desierto inmenso y sin límites se extiende más allá de la aglomeración estelar mencionada, rodeándola. Las soledades suceden a las soledades, las planicies inconmensurables de vacío se extienden a lo lejos. Las aglomeraciones de materia cósmica se encuentran aisladas en el espacio, son como las islas flotantes de un inmenso archipiélago. Si se quiere tener una idea de la enorme distancia que separa al conglomerado de estrellas del que formamos parte de los conjuntos más cercanos, es preciso saber que esas islas estelares son escasas y están diseminadas en el vasto océano de los cielos y que la extensión que separa a una de otras es incomparablemente mayor a sus respectivas dimensiones. Ahora bien, recordemos que la nebulosa estelar mide, en números redondos, mil veces la distancia de las estrellas más próximas tomadas unitariamente, es decir, alrededor de 557.207 trillones de kilómetros (557.207.000.000.000.000.000.000 ). La distancia que se extiende entre ellas es mucho mayor aún, por lo cual no podría expresarse en números que fuesen accesibles a la comprensión de nuestros espíritus. Sólo la imaginación en sus concepciones más elevadas es capaz de alcanzar esa prodigiosa inmensidad, esas soledades mudas y privadas de toda apariencia de vida y enfrentar la idea de esa infinitud relativa.

46. Sin embargo, ese desierto celeste que envuelve a nuestro Universo sideral y que parece extenderse como los confines últimos de nuestro mundo estelar, está abrazado por la vista y el poderío infinito del Altísimo, quien ha desarrollado la trama de su creación ilimitada más allá de nuestros cielos.

47. Más allá de estas vastas soledades hay mundos que resplandecen en su magnificencia, al igual que en las regiones accesibles a las investigaciones humanas. Más allá de esos desiertos, espléndidos oasis bogan en el límpido éter y renuevan sin cesar escenas admirables de existencia y vida. Allá se despliegan los conglomerados lejanos de la sustancia cósmica que el ojo profundo del telescopio entrevé a través de las regiones transparentes de vuestro cielo, esas nebulosas que vosotros llamáis irresolubles y que os parecen ligeras nubes de polvo blanco perdidas en un sitio desconocido del espacio etéreo. Allá se desarrollan y revelan nuevos mundos, cuyas condiciones diferentes y extrañas de las inherentes a vuestro planeta les otorgan una vida que ni vuestras percepciones podrían imaginar ni vuestros estudios constatar. Es allí donde resplandece en toda su plenitud el poder creador. Para quien llegase de las regiones ocupadas por vosotros las leyes serían nuevas, así como las fuerzas resultantes de las mismas y que rigen las manifestaciones de la vida, tanto como las rutas nuevas que se siguen en esos ámbitos extraños habrán de abrirle perspectivas desconocidas.8 8. En Astronomía se da el nombre de nebulosas irresolubles a aquellas en que aún no ha sido posible distinguir las estrellas que la componen. En un comienzo se las consideró aglomeraciones de materia cósmica en proceso de condensación para formar mundos, pero hoy se piensa que esta apariencia se debe a la lejanía y que, ayudados por instrumentos más poderosos, todas serían resolubles. Una comparación familiar podrá darnos una idea, sin bien imperfecta, de cómo son las nebulosas resolubles: son como los grupos de chispas lanzados por una bomba de artificio en el instante de su explosión. Cada una de estas chispas representaría una estrella, y el conjunto sería la nebulosa o grupo de estrellas reunidas en un punto del espacio, sujetas a una ley común a atracción y movimiento. Vistas a una cierta distancia, esas chispas apenas se distinguen, pero en grupo presentan el aspecto de una pequeña nube de humo. Esta comparación sería exacta si se tratase de masas de materia cósmica condensada. Nuestra Vía Láctea es una de esas nebulosas. Cuenta aproximadamente con treinta millones de estrellas o soles, que no ocupan menos de varios cientos de trillones de kilómetros de extensión y, sin embargo, no es la de mayor tamaño. Suponiendo sólo un promedio de veinte planetas habitados por cada sol, ello representaría alrededor de seiscientos millones de planetas para nuestro grupo. Si pudiésemos viajar desde nuestra nebulosa hacia otra, nos hallaríamos rodeados como en la nuestra, pero por un cielo estrellado de aspecto diferente. Ésta, a pesar de sus dimensiones colosales en relación a nosotros, parecería de lejos una pequeña mancha lenticular perdida en el infinito. Pero antes de alcanzar la nueva nebulosa, seríamos como el viajero que abandona una ciudad y recorre un vasto país deshabitado antes de llegar a otra ciudad. Habríamos atravesado espacios inconmensurables sin estrellas ni planetas: lo que Galileo denominó desiertos del espacio. A medida que avanzásemos, veríamos a nuestra nebulosa escurrirse a nustras espaldas, disminuyendo de extensión ante nuestros ojos y, al mismo tiempo, delante nuestro se presentaría aquella hacia la cual nos dirigimos, cada vez más claramente, similar a la masa de chispas de los fuegos artificiales. Al transportarnos con el pensamiento a las regiones del espacio situadas más allá del archipiélago de nuestra nebulosa, veríamos alrededor nuestro millones de archipiélagos similares y de formas diversas, cada uno compuesto por millones de soles y cientos de millones de mundos habitados. Todo lo que nos ayude a identificarnos con la inmensidad de la extensión y la estructura del Universo contribuirá a ampliar las ideas, limitadas al máximo por culpa de las creencias vulgares. Dios se agiganta ante nuestros ojos a medida que comprendemos mejor la grandeza de sus obras y nuestra pequeñez. Estamos lejos del Génesis mosaico que convertía a nuestro planeta en la creación principal de Dios y a sus habitantes en los únicos depositarios de su solicitud. Vemos la vanidad de los hombres que creen que todo ha sido creado para ellos en el Universo y la de quienes osan discutir la existencia del Ser Supremo. Dentro de algunos siglos causará asombros que una religión edificada para glorificar a Dios lo haya rebajado a proporciones tan mezquinas y rechazado como concepción demoníaca los descubrimientos que debían aumentar la admiración por su omnipotencia, al iniciarnos en los grandiosos misterio de la Creación. Se sorprenderán más aún cuando sepan que el rechazo se debía a que dichos descubrimientos emanciparían al espíritu de los hombres y, en consecuencia, restarían preponderancia a quienes se autodenominaban los representantes de Dios en la Tierra. [N. de A. Kardec.]

Sucesión eterna de los mundos


48. Hemos visto que para asegurar la estabilidad eterna hay una sola ley primordial y general, la cual es perceptible por nuestros sentidos mediante muchas acciones particulares a las cuales llamamos fuerzas rectoras de la Naturaleza. Veremos ahora cómo esta ley suprema asegura la armonía universal en su doble aspecto de eternidad y espacio.

49. Si nos remontamos al origen de las aglomeraciones primitivas de sustancias cósmicas, observaremos que bajo el imperio de esta ley la materia sufre transformaciones necesarias que la llevarán del germen al fruto maduro y que, bajo el impulso de las diversas fuerzas originadas en esta ley, recorre la escala de sus revoluciones periódicas: primero, centro fluídico de los movimientos. Posteriormente, generador de mundos. Y finalmente, nudo central y atractivo de las esferas que han nacido de su seno. Sabemos ya que estas leyes presiden la historia del Cosmos. Lo que importa conocer ahora es que también presiden la destrucción de los astros, ya que la muerte no es sólo una metamorfosis del ser vivo, sino también una transformación de la materia inanimada, y, si es correcto decir, en sentido literal, que la vida sólo es afectada por la apariencia engañosa de la muerte, también lo es agregar que la sustancia debe necesariamente sufrir las transformaciones inherentes a su constitución.

50. Tomemos un mundo que haya recorrido todo el tiempo de vida que su organización especial le permitió vivir: El hogar interior de su existencia se apagó, los elementos perdieron su virtud primitiva y los fenómenos materiales, que para producirse reclamaban la presencia y la acción de las fuerzas correspondientes a ese mundo, ya no pueden presentarse más, porque el incentivo para su actividad no posee ya el punto de apoyo que le otorga toda su fuerza. Ahora bien, ¿creeremos que este astro apagado y sin vida continuará gravitando en los espacios celestes sin meta, como una ceniza en el torbellino de los cielos? ¿Se pensará que seguirá inscrito en el libro de la vida universal cuando ya no es más que algo muerto y exento de significado? No. Las mismas leyes que lo elevaron por sobre el tenebroso caos y le atribuyeron los esplendores de la vida, las mismas fuerzas que lo rigieron durante los siglos de su adolescencia, que afirmaron sus primeros pasos en la existencia y que lo condujeron a la edad madura y a la vejez, presidirán la desagregación de sus elementos constitutivos para devolverlos al laboratorio de donde el poder creador obtiene sin cesar las condiciones para la estabilidad general. Estos elementos volverán a la masa común del éter para unirse a otros cuerpos o para regenerar otros soles. Esta muerte no será un hecho inútil para ese astro ni para sus hermanos. Renovará, en otras regiones, otras creaciones de naturaleza diferente, y allí donde los sistemas de mundos desaparecieron, renacerá pronto un nuevo jardín con flores más brillantes y perfumadas.

51. De esta forma, la eternidad real y efectiva del Universo está asegurada por las mismas leyes que dirigen las operaciones del tiempo, y así los mundos suceden a los mundos y los soles a los soles sin que el inmenso mecanismo de los vastos cielos sea jamás entorpecido en sus gigantescos móviles. Allí donde vuestros ojos admiran espléndidas estrellas en la bóveda nocturna, allí donde vuestro espíritu contempla los resplandores magníficos que brillan en los espacios lejanos, hace ya mucho que la muerte apagó esas irradiaciones que, incluso, acogió nuevas creaciones aún desconocidas por nosotros. La inmensa lejanía de esos astros hace que la luz que nos envían tarde miles de años en llegar hasta nosotros y que en el presente recibamos los rayos que nos han enviado mucho antes de la creación de la Tierra, así como que los admiremos aún durante miles de años después de su desaparición real.9 9. Este es un efecto producido por el tiempo que tarda la luz en atravesar el espacio. Su velocidad es de 300.000 kilómetros por segundo: desde el Sol tarda en llegar ocho minutos y trece segundos. De ahí que si ocurre un fenómeno en la superficie del Sol lo percibiremos ocho minutos después y, por la misma razón, lo ¿Qué significan los seis mil años de la Humanidad histórica frente a los períodos seculares? Algunos segundos de vuestros siglos. ¿Qué valor poseen vuestras observaciones astronómicas en relación con el estado absoluto del mundo? La sombra eclipsada por el Sol.

52. Entonces reconozcamos, en éste como en nuestros otros estudios, que la Tierra y el hombre son nada en relación con el todo y que las más colosales operaciones de nuestro pensamiento poseen una extensión imperceptible en comparación con la inmensidad y eternidad de un Universo que no termina nunca. Cuando esos períodos de nuestra inmortalidad hayan pasado para nosotros. Cuando la historia actual de la Tierra nos parezca una sombra vaporosa en lo más recóndito de nuestros recuerdos. Cuando hayamos habitado durante incontables siglos los diversos grados de nuestra jerarquía cosmológica. Cuando los dominios más lejanos de las edades futuras hayan sido recorridos por innumerables peregrinaciones, tendremos aún por perspectivas la sucesión ilimitada de mundos y la eternidad inmóvil.

La vida universal


53. La inmortalidad de las almas, que es la base del mundo físico, pareció imaginaria a ciertos pensadores prejuiciados. Irónicamente la calificaron de inmortalidad viajera, sin comprender que sólo ella era cierta frente al espectáculo de la Creación. Sin embargo, es posible hacer comprender toda su grandeza, casi diría toda su perfección.

54. Sabemos, con certeza, que las obras de Dios son creaciones del pensamiento y la inteligencia y que los mundos son la residencia de los seres que los contemplan y descubren en ellos, tras los velos, el poder y la sabiduría de quien los creó. Pero lo que interesa conocer es que las almas que los pueblan son solidarias entre sí.

55. La inteligencia humana deberá esforzarse mucho para imaginar a esos mundos radiantes que brillan en la extensión como simples masas de materia inerte y sin vida. Le costará trabajo concebir que en esas regiones lejanas haya magníficos crepúsculos, noches espléndidas, soles fecundos y días plenos de luz. Valles y montañas donde las profundidades múltiples de la Naturaleza han desplegado toda su esplendente pompa, y dificultosamente podrá imaginar que el espectáculo divino con el cual el alma puede fortalecerse como con su propia vida, se encuentre desprovisto de sentido y privado de un ser pensante que pueda llegar a comprenderlo.

56. Mas, a esta idea eminentemente justa de la Creación, debemos agregar el principio de la Humanidad solidaria, pues en él reside el misterio de la eternidad futura. Una misma familia humana fue creada en la universalidad de los mundos, y a esos mundos los unen lazos fraternos, aún desconocidos por vosotros. Esos astros que armonizan en sus vastos sistemas no están habitados por inteligencias extrañas unas de otras, sino por seres marcados en la frente con el mismo destino, quienes volverán a encontrarse en algún momento de acuerdo a sus funciones de vida y se buscarán siguiendo sus simpatías mutuas. Es la gran familia del espíritu divino que abarca la extensión de los cielos y que permanece como el tipo primitivo y final de perfección espiritual.

57. ¿Por qué extraña aberración se creyó necesario negar a las vastas regiones de éter la inmortalidad de la vida, encerrándola en un límite inadmisible con un criterio dual opuesto? ¿El conocimiento del auténtico sistema del mundo debía preceder a la doctrina dogmática y la ciencia a la teología? ¿Será que la teología permanecerá extraviada hasta tanto no se fundamente sobre la metafísica? La respuesta es fácil y nos muestra que la nueva filosofía se ha de establecer sobre las ruinas de la antigua, porque sus fundamentos se elevarán victoriosos por encima de los antiguos errores. __________ observaremos ocho minutos después de haber cesado. Si en razón de su lejanía la luz de una estrella tarda mil años en llegar a nosotros, observaremos a esta estrella recién a los mil años de formada (ver para la explicación y descripción completa de este fenómeno en la Revista Espírita de marzo y mayo de 1867, el artículo “Lumen” de Camille Flammarion.) [N. de A. Kardec.]

Diversidad de mundos

58. Habéis seguido nuestras excursiones celestes y visitado con nosotros las regiones inmensas del espacio. Ante nuestros ojos los soles sucedían a los soles, los sistemas a los sistemas, las nebulosas a las nebulosas. El panorama espléndido de la armonía cósmica se desplegó delante de nuestros pasos. Hemos recibido un anticipo de la idea de lo infinito, mas lo comprenderemos en su magnitud total conforme a nuestro grado de perfección en el futuro. Los misterios del éter revelaron su enigma, hasta hoy indescifrable, y hoy tenemos, al menos, la noción de la universalidad de las cosas. Ahora, es necesario detenernos y reflexionar.

59. Haber reconocido la pequeñez de la Tierra y su mediocridad en la jerarquía de los mundos es un adelanto. Haber abatido la fatuidad humana, a la que somos tan proclives, es otro paso hacia adelante. Pero aún nos falta interpretar en su faz moral el espectáculo que acabamos de presenciar. Deseo hablar del poder infinito de la Naturaleza y de la idea que debemos tener de su modo de accionar en las diversas partes del vasto Universo.

60. Habituados como estamos a juzgar a las cosas en comparación con nuestra y pequeña residencia, nos imaginamos que la Naturaleza no ha podido o no ha debido actuar en otros mundos sino por medio de las reglas conocidas aquí. Ahora bien, es precisamente este juicio el que debemos reformar. Detened vuestros ojos en una región cualquiera de vuestro mundo y en una de las tantas creaciones de vuestra Naturaleza, ¿no veis vosotros el sello de una diversidad infinita y la prueba de una actividad sin igual? ¿No reconocéis, acaso, en el ala de un pequeño pájaro de las Canarias o en el pétalo de un botón de rosa entreabierto la fecundidad prestigiosa de esta bellísima Naturaleza? Vuestros estudios pueden elevarse a los seres que planean en los aires, descender a la violencia de los prados y llegar a las profundidades del océano, y por doquier leeréis esta verdad universal: La Naturaleza omnipotente actúa según los lugares, los tiempos y las circunstancias. Es una en su armonía general, pero múltiple en sus efectos. Interviene tanto en el Sol como en la gota de agua. Puebla de seres vivos un mundo inmenso con la misma facilidad con que abre al huevo que deposita la mariposa en el otoño.

61. Ahora bien, si tal es la variedad que la Naturaleza pudo plasmar en los diferentes lugares de este pequeño mundo tan estrecho y limitado, ¡cuánto más debéis ampliar esa concepción al imaginar las perspectivas de los vastos mundos! ¡Cuánto más debéis desarrollarlas y reconocer su enorme poder si la aplicamos a los maravillosos mundos que, en mayor medida aún que en la Tierra, atestiguan su incognoscible perfección! No imaginéis alrededor de los soles del espacio sistemas parecidos a vuestro sistema planetario. No penséis que en otros planetas desconocidos existirán los tres reinos naturales que tenéis en el vuestro. Pero pensad que así como no existe un rostro humano idéntico a otro en toda la especie humana, así también una diversidad prodigiosa e inimaginable fue esparcida en las residencias eternas que bogan en el seno de los espacios. Debido a que vuestra Naturaleza animada comienza en el zoófito y concluye en el hombre. En razón de que la atmósfera alimenta la vida terrestre y el elemento líquido la renueva sin cesar, así como vuestras estaciones producen fenómenos que las dividen, no deduzcáis que los millones de millones de tierras que se desplazan por el espacio sean parecidas a la vuestra. Lejos de eso, difieren según las diferentes condiciones que les son propias y de acuerdo a su papel respectivo en el escenario del mundo. Son como las piedras preciosas que componen un gigantesco mosaico, como las flores diversificadas de un admirable jardín.