EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Origen del bien y del mal

1. Dios es el principio de todo, y ese principio es una trilogía de cualidades: sabiduría, bondad y justicia. Por lo tanto, todo lo que de Él emane debe estar impregnado de esos atributos. Siendo sabio, justo y bueno no puede producir nada irracional, malo o injusto. El mal que vemos no se ha originado en Él.

2. Si el mal se encontrase en los atributos de un ser especial, llamado Ahrimán o Satanás, llegaríamos a la encrucijada siguiente: o bien ese ser sería igual a Dios y, en consecuencia, tan poderoso como Él desde el inicio de los tiempos, o bien sería inferior. De acuerdo con el primer supuesto, tendríamos dos poderes rivales en la lucha incesante, cada uno intentando malograr lo que el otro hace y atacándose mutuamente. Esta hipótesis es inconciliable con la unidad que revela el orden universal. Según el segundo supuesto, ese ser estaría subordinado a Dios debido a su inferioridad. En ese caso, no sería su igual desde el comienzo, sino que debió ser creado. Pues bien, sólo Dios pudo hacerlo, pero esa creación sería incompatible con su infinita bondad, ya que habría dado vida al espíritu del mal (El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo, cap. IX “Los demonios”).

3. Sin embargo, el mal existe y tiene una causa. Los diferentes males, físicos o morales, que afligen a la Humanidad, pertenecen a categorías distintas que es necesario diferenciar: unos, son los males que el hombre puede evitar; los otros, son independientes de su voluntad. Entre estos últimos, debemos incluir a las catástrofes naturales. Las facultades del hombre son limitadas, motivo por el que no le es posible penetrar o comprender las razones del Creador. Juzga a las cosas de acuerdo a su personalidad, en razón de intereses ficticios y prejuicios que él mismo ha creado, y que no son parte del orden natural. Por eso encuentra a menudo injusto y oscuro lo que consideraría admisible y justo si conociese la causa, la finalidad y el resultado definitivo. Al buscar la utilidad y la razón de ser de cada cosa, verá que todo está saturado de sabiduría infinita, ante la que se inclinará, aun mismo en cosas que no alcanza a comprender.

4. Como compensación, el hombre ha recibido un don: su inteligencia, gracias a la cual puede conjurar, o al menos atenuar, en gran medida, los efectos de los desastres naturales. Más conocimientos adquiere y más avanza la civilización, menos peligrosos son esos desastres. Con una organización social sabiamente previsora podría, incluso, neutralizar las consecuencias, si bien no sería posible evitarlos por completo. Es así que Dios ha dado al hombre facultades espirituales y medios de paralizar los efectos de las catástrofes naturales, hechos éstos que serán beneficiosos en el futuro para el orden general de la Naturaleza, pero que ocasionan daños en el presente. Es así que el hombre sanea los campos, neutraliza los miasmas pestíferos, fertiliza las tierras áridas, se ingenia para preservarlas de las inundaciones, construye casas más salubres, más sólidas y resistentes a los vientos, tan necesarios para depurar la atmósfera, se protege de la intemperie, y, poco a poco, esas circunstancias le instan a crear ciencias, gracias a las cuales mejora las condiciones de habitabilidad del planeta y aumenta el bienestar general.

5. El hombre progresa, y los males a los que se halla expuesto estimulan el ejercicio de su inteligencia y de sus facultades psíquicas y morales, incitándolo a la búsqueda de medios para sustraerse a las calamidades. Si no temiese a nada, ninguna necesidad le empujaría a la investigación, su espíritu se entorpecería en la inactividad y no inventaría ni descubriría nada. El dolor es como un aguijón que impulsa al hombre hacia adelante por la vía del progreso.

6. Pero los males más numerosos son los que el hombre crea llevado por sus vicios, los cuales se originan en su orgullo, su egoísmo, su ambición, su rapacidad, los que nacen de todos los excesos, son causas de las guerras y de todas las calamidades que ellas acarrean: disensiones, injurias y opresión del débil por el fuerte, así como de la mayor parte de las enfermedades. Dios estableció leyes de sabiduría, cuya sola finalidad es el bien. El hombre encuentra dentro de sí todo lo que necesita para seguirlas, su conciencia le traza el camino, la ley divina está grabada en su alma y, además, Dios nos la trae a la memoria sin cesar, enviándonos mesías y profetas, espíritus encarnados que han recibido la misión de iluminar, moralizar y mejorar al hombre y, últimamente, una multitud de espíritus desencarnados que se manifiestan en todos los ámbitos. Si el hombre actuase conforme a las leyes evitaría los males más agudos y viviría feliz sobre la Tierra. Si no lo hace, es en virtud de su libre albedrío, y por eso sufre las consecuencias que merece (El Evangelio según el Espiritismo, cap. V:4, 5, 6 y ss.).

7. Pero Dios, todo bondad, colocó el remedio al lado del mal, es decir, que el mismo mal hace nacer el bien. Llega el instante en que el exceso de mal moral se vuelve intolerable y el hombre siente la necesidad de cambiar. Aleccionado por la experiencia intenta encontrar un remedio en el bien, siempre de acuerdo con su libre arbitrio, pues cuando penetra en un camino mejor es por su voluntad y porque ha reconocido los inconvenientes del otro que seguía. La necesidad le obliga a mejorar moralmente para ser más feliz, como esa misma necesidad le induce a mejorar las condiciones materiales de su existencia (n.º5).

8. Se puede decir que el mal es la ausencia del bien, como el frío es la ausencia del calor. El mal no es un atributo distinto, como el frío no es un fluido especial: uno es la parte negativa del otro. Donde el bien no existe, allí, forzosamente reina el mal. No hacer el mal es ya el comienzo del bien. Dios sólo desea el bien, el mal proviene exclusivamente del hombre. Si existiese en la Creación un ser encargado del mal, nadie podría evitarlo. Pero la causa del mal está en el hombre mismo y, como éste posee el libre arbitrio y la guía de las leyes divinas, lo podrá evitar cuando así lo desee. Tomemos un ejemplo simple como comparación. Un propie tareo sabe que en su campo hay un lugar lleno de peligros y que quien en él se aventure podrá resultar herido o incluso morir. ¿Qué hace, pues, para evitar posibles accidentes? Coloca cerca del sitio un cartel con la prohibición escrita de no entrar en él en razón del peligro existente. La adversidad es sabia y previsora. Pero, si pese al aviso, un imprudente hace caso omiso de la advertencia y entra, sucediéndole alguna desgracia, ¿a quién va a culpar si no es a sí mismo? Lo mismo sucede con respecto al mal: el hombre lo evitaría si respetase las leyes divinas. Por ejemplo: Dios puso un límite para la satisfacción de las necesidades. La saciedad le advierte, mas si a pesar de ella el hombre pasa el límite, lo hace voluntariamente. Las enfermedades y la muerte que podrán acaecerle son producto de su imprevisión y no un hecho que pueda ser atribuido a Dios.

9. El mal es el resultado de las imperfecciones del hombre, criatura creada por Dios. Pero Dios -se podrá decir- creó el mal o, al menos, la causa del mal. Si hubiese creado al hombre perfecto el mal no existiría. Si el hombre hubiese sido creado perfecto se inclinaría fatalmente hacia el bien. Pero en virtud de su libre albedrío, no es conducido premeditadamente ni hacia el bien ni hacia el mal. Dios quiso que estuviese sujeto a la ley del progreso y que fuese el resultado de su propio trabajo, para que sea suyo el mérito del bien realizado y la responsabilidad del mal cometido por su propia voluntad. El problema es, entonces, descubrir cuál es en el hombre el origen de la propensión al mal.1

10. Si hacemos un estudio de las pasiones, e incluso de los vicios, veremos que su origen común está en el instinto de conservación. Ese instinto predomina en los animales y los seres primitivos más próximos a la animalidad. Domina en ellos porque no poseen el contrapeso del sentido moral: el espíritu no llegó aún a la vida intelectual. El instinto se debilita a medida que la inteligencia se desarrolla, ya que ésta domina a la materia. La meta del espíritu es la vida espiritual. Pero en las primeras fases de la existencia corporal sólo busca la satisfacción de las necesidades materiales, motivo por el cual el ejercicio de las pasiones es una necesidad para la conservación de la especie y de los individuos, hablando materialmente. Pero una vez superada esa etapa, aparecen otras necesidades: al comienzo ellas son semimorales y semimateriales, y más tarde exclusivamente morales. En ese momento el espíritu domina a la materia. Si se sacude el yugo que lo aprisionaba, avanzará por la vía providencial, se aproximará a su meta. Si, por el contrario, se deja dominar por la materia, se retardará y asemejará al bruto. En esta situación, lo que antes era un bien, porque era una necesidad de su naturaleza, se convierte en un mal por dos motivos: 1) porque ya no es una necesidad, y 2) porque es perjudicial para la espiritualización del ser. Lo que era benéfico en el niño se convierte en perjudicial en el adulto. El mal es relativo y la responsabilidad es proporcional al grado de adelanto. Todas las pasiones poseen una utilidad providencial, pues de otro modo Dios hubiese hecho cosas inútiles o perjudiciales. El abuso engendra el mal. El hombre abusa en virtud de su libre arbitrio. Más adelante, llevado por su propio interés, elegirá libremente entre el bien y el mal.