EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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II. - ORACIONES PARA SÍ MISMO

A los ángeles guardianes y espíritus protectores

11. Prefacio - Todos tenemos un buen espíritu que se une a nosotros desde nuestro nacimiento y nos ha tomado bajo su protección. Llena, con respecto a nosotros, la misión de un padre para con su hijo: la de conducirnos por el camino del bien y del progreso a través de las pruebas de la vida. Es feliz cuando correspondemos a sus cuidados, y gime cuando nos ve sucumbir.


Su nombre nos importa poco, porque puede ser que no tenga nombre conocido en la tierra; lo invocamos como a nuestro ángel guardián, nuestro buen genio; podemos también invocarlo con el nombre de un espíritu superior cualquiera por el que sintamos más simpatia.


Además de nuestro ángel guardián, que siempre es un espiritu superior, tenemos a los espíritus protectores, que no porque estén menos elevados, son menos buenos y benévolos; éstos son parientes o amigos, o algunas veces personas que nosotros no hemos conocido en nuestra existencia actual. Nos asisten con sus consejos, y muchas veces con su intervención en los actos de nuestra vida.


Los espíritus simpáticos son aquellos que que unen a nosotros por cierta semejanza de gustos y de inclinaciones; pueden ser buenos o malos, según la naturaleza de las inclinaciones que les atraen hacia nosotros.


Los espíritus seductores se esfuerzan en desviarnos del camino del bien, sugiriéndonos malos pensamientos. Se aprovechan de todas nuestras debilidades, que son como otras tantas puertas abiertas que les dan acceso a nuestra alma. Los hay que se encarnizan con nosotros como con una presa y no se alejan "sino cuando reconocen su impotencia en lucha contra nuestra voluntad".


Dios nos ha dado una guía principal y superior en nuestro ángel de la guarda, y guías secundarios en nuestros espíritus protectores y familiares; pero es un error creer que tenemos cada uno de nosotros forzosamente un mal genio para contrarrestar las buenas influencias. Los malos espíritus vienen voluntariamente si encuentran acceso en nosotros por nuestra debilidad o por nuestra negligencia en seguir las inspiraciones de los buenos espíritus; nosotros somos, pues, los que los atraemos. De esto resulta que nunca estamos privados de la asistencia de los buenos espíritus, y que depende de nosotros el separar a los malos. Siendo el hombre la primera causa de las miserias que sufre por sus imperfecciones, muchas veces él mismo, es su propio mal genio. (Cap. V, núm. 4.)


La oración a los ángeles guardianes y a los espíritus protectores debe tener por objeto solicitar su intervención para con Dios, y pedirles fuerza para resistir a las malas sugestiones, así como su asistencia en las necesidades de la vida.



12. Oración. Espíritus prudentes y benévolos, mensajeros de Dios, cuya misión es la de asistir a los hombres y conducirles por el buen camino; sostenedme en las pruebas de esta vida, dadme fuerzas para sufrirlas sin murmurar; desviad de mí los malos pensamientos y haced que no dé acceso a ninguno de los malos espíritus que intenten inducirme al mal. Iluminad mi conciencia para que pueda ver mis defectos, y separad de mis ojos el velo del orgullo que podría impedirme el verlos y confesármelos a mí mismo.


Vos sobre todo, N..., mi ángel de la guarda, que veláis más particularmente sobre mí, y vosotros, espíritus protectores que tomáis interés por mí, haced que me haga digno de vuestra benevolencia. Conocéis mis necesidades; haced, pues, que me sea concedida la gracia, según la voluntad de Dios.



13. Otra. Dios mío, permitid a los buenos espíritus que me rodean, que vengan en mi auxilio cuando padezca o esté en peligro, y que me sostengan si vacilo. Haced, Señor, que me inspiren fe, esperanza y caridad; que sean para mi un apoyo, una esperanza y una prueba de vuestra misericordia; haced, en fin, que encuentre a su lado la fuerza que me falta para sobrellevar las pruebas de la vida y para resistir a las sugestiones del mal, la fe que salva y el amor que consuela.

14. Otra. Espíritus muy amados, ángeles guardianes, vosotros a quienes Dios, en su infinita misericordia, permite velar sobre los hombres, sed nuestros protectores en las pruebas de nuestra vida terrestre. Dad-nos fuerza, valor y resignación; inspiradnos todo lo bueno y detenednos en la pendiente del mal; que vuestra dulce influencia penetre vuestra alma; haced que conozcamos que un amigo sincero está aquí cerca de nosotros, que ve nuestros sufrimientos y toma parte en nuestros goces.


Y vos, mi ángel de la guarda, no me abandonéis; tengo necesidad de vuestra protección para sobrellevar con fe y amor las pruebas que Dios quiera enviarme.



Para alejar a los malos espíritus

15. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, y por dentro estáis llenos de rapiña y de inmundicia! - Fariseos ciegos, limpiad primero lo interior del vaso y del plato para que sea limpio lo que está fuera! - ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que sois semejantes a los sepulcros blanqueados, que parecen de fuera hermanos a los hombres y dentro están llenos de podredumbre y de toda sucíedad. - Así también vosotros, de fuera os mostráis justos a los ojos de los hombres: mas de dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. (San Mateo, cap. XXIII, v. 25 a 28.)

16. Prefacio. Los malos espíritus sólo van adonde pueden satisfacer su perversidad; para alejarlos no basta pedirlo ni menos mandarlo; es preciso abandonar aquello que les atrae. Los malos espíritus olfatean las llagas del alma, como las moscas olfatean las del cuerpo; de la misma manera que las limpiáis del cuerpo por la inmundicia, limpiad también el alma de sus impurezas para evitar los espíritus malos. Como nosotros vivimos en un mundo en que pululan los malos espíritus, las buenas cualidades del corazón no siempre nos ponen al abrigo de sus tentativas, pero dan fuerza para resistirles.

17. Oración. En nombre de Dios Todopoderoso, que los malos espíritus se alejen de mí y que los buenos me sirvan de baluarte contra ellos.


Espíritus malhechores que inspiráis malos pensamientos a los hombres; espíritus tramposos y mentirosos que les engañáis; espíritus burlones que abusáis de su credulidad, os rechazo con todas las fuerzas de mi alma, y cierro el oído a vuestras sugestiones; pero deseo que se derrame sobre vosotros la misericordia de Dios.


Espíritus buenos que os dignáis asistirme, dadme fuerza para resistir a la influencia de los malos espíritus y luz necesaria para no ser la burla de sus perversas intenciones. Preservadme del orgullo y de la presunción; separad de mi corazón los celos, el odio, la malevolencia, y todo sentimiento contrario a la caridad, porque son otras tantas puertas abiertas al espíritu del mal.



Para corregirse de un defecto

18. Prefacio. Nuestros malos instintos son resultado de la imperfección de nuestro propio espíritu, y no de nuestra organización, pues de otra manera, el hombre no tendría ninguna responsabilidad. Nuestro mejoramiento depende de nosotros, porque todo hombre que tiene el goce de sus facultades, tiene, para todas las cosas, la libertad de hacer o de dejar de hacer; para hacer el bien sólo le falta voluntad. (Cap. XV, núm. 10. - Cap. XIX, núm. 12.)

19. Oración. Dios mío, vos me habéis dado la inteligencia necesaria para distinguir el bien del mal; así, pues, desde el momento en que reconozco que una cosa es mala, soy culpable, porque no me esfuerzo en rechazarla.


Preservadme del orgullo que podría impedirme el ver mis defectos, y de los malos espíritus que podrían excitarme a perseverar en ellos.


Entre mis imperfecciones, reconozco que particularmente estoy inclinado a... y si no resisto a esta tentación es por la costumbre que tengo de ceder a ella.


Vos me habéis creado culpable, porque sois justo; pero me habéis creado con una aptitud igual tanto para el bien como para el mal. Si he seguido el mal camino es por efecto de mi libre albedrío. Pero, por la misma razón que he tenido la libertad de hacer mal, tengo también la de hacer bien y cambiar de camino.


Mis defectos actuales son un resto de las imperfecciones de mis precedentes existencias: este es mi pecado original, del que puedo despojarme por mi voluntad y con la asistencia de los buenos espíritus.


Espíritus buenos que me protegéis, y vos sobre todo, mi ángel guardián, dadme fuerza para resistir a las malas sugestiones y salir victorioso de la lucha.


Los defectos son barreras que nos separan de Dios, y cada uno que se domina es un paso en cl camino del adelantamiento que debe acercarme a El.


El Señor, en su infinita misericordia se ha dignado concederme esta existencia para que sirva a mi adelantamiento; espíritus buenos, ayudadme para que la emplee bien, con el fin de que no sea una existencia perdida para mí, y para que cuando Dios quiera quitármela, salga mejor que cuando en ella entré. (Cap. V, núm. 5; cap. XVII, núm. 3.)



Para resistir a una tentación

20. Prefacio. Todo mal pensamiento puede tener dos orígenes: la propia imperfección de nuestra alma o una influencia funesta que obre sobre ella. En este último caso es siempre indicio de una debilidad que nos hace propios para recibir esta influencia, y por consiguiente, de un alma imperfecta; de tal modo, que el que comete una falta, no podría dar por excusa la influencia de un espíritu extraño, puesto que "este espíritu no le habría inducido al mal si le hubiere considerado inaccesible a la seducción".


Cuando un mal pensamiento surge a nosotros, podemos, pues, representarnos a un espíritu malévolo que nos induce al mal, y a quien somos libres de acceder o de resistir, como si se tratara de las instigaciones de una persona viviente Al mismo tiempo debemos representarnos a nuestro ángel guardián o espírltu protector, que por su parte combate en nosotros la mala influencia y espera con ansiedad "la decisión que vamos a tomar". Nuestra vacilación en hacer el mal es la voz del espíritu bueno que se hace oir por la conciencia.


Se conece que un pensamiento es malo cuando se aparta de la caridad, que es la base de toda verdadera moral; cuando tiene por principio el orgullo, la vanidad o el egoísmo; cuando su realización puede causar un perjuicio cualquiera a otro; cuando, en fin, nos induce a hacer otras cosas que las que quisiéramos que nos hicieran a nosotros. - (Cap. XXVIII, número 15. - Cap. XV, núm. 10.)

21. Oración. Dios Todopoderoso, no me dejéis sucumbir a la tentación que tengo de cometer una falta.


Espíritus buenos que me protegéis, desviad de mí este pensamiento malo y dadme fuerza para resistir a la sugestión del mal. Si sucumbo, habré merecido la expiación de mi falta, tanto en esta vida como en la otra, porque soy libre de elegir.



Acción de gracias por una victoria obtenida contra una tentación

22. Prefacio. El que ha resistido a la tentación, lo debe a la asistencia de los buenos espíritus cuya voz ha escuchado. Debe dar gracias de ello a Dios y a su ángel guardián.

23. Oración. Dios mío, os doy gracias por haberme permitido salir victorioso de la lucha que acabo de sostener contra el mal; haced que esta victoria me dé fuerza para resistir las nuevas tentaciones.


Y a vos, mi ángel guardián, os doy las gracias por la asistencia que me habéis dado. Que mi sumisión a vuestros consejos me haga digno de continuar en vuestra protección.


Para pedir un consejo



24. Prefacio. Cuando estamos indecisos en hacer una cosa, ante todo, debemos hacernos estas preguntas:


1ª Lo que pretendo hacer, ¿puede recaer en perjuicio de otro?


2ª ¿Puede ser de utilidad para alguno?


3ª Si otro hiciera esto con respecto a mí, ¿quedaria yo satisfecho?


Si esta cosa sólo interesa a sí mismo, está permitido pesar las ventajas y los inconvenientes personales que de ella pueden resultar.


Si interesa a otro, y haciendo bien para uno pueda resultar mal para otro, es menester igualmente pesar la suma del bien y del mal para obrar en consecuencia.


En fin, aun para las cosas mejores, es menester considerar la oportunidad y las circunstancias accesorias, porque una cosa buena por sí misma puede tener malos resultados en manos inhábiles y si no se hace con prudencia y circunspección. Antes de emprender una cosa conviene consultar las propias fuerzas y los medios de ejecución.


En todos los casos se puede siempre reclamar la asistencia de los espíritus protectores recordando esta sábía máxima: "En la duda, abstente". (Cap. XXVIII, núm. 38.)

25. Oración. En nombre de Dios Todopoderoso, espíritus buenos que me protegéis, inspiradme para que tome una buena resolución en la incertidumbre en que me encuentro. Dirigid mi pensamiento hacia el bien y desviad la influencia de aquellos que intentasen separarme del buen camino.


En las aflicciones de la vida



26. Prefacio. Nosotros podemos pedir a Dios favores terrestres, y El puede concedérnoslos cuando tienen un objeto útil y formal pero como nosotros juzgamos la utilidad de las cosas desde nuestro punto de vista, y nuestra vista está limitada al presente, no siempre vemos la parte mala de lo que deseamos. Dios, que ve más que nosotros y sólo quiere nuestro bien, puede, pues, negárnoslo, como un padre rehusa a su hijo lo que puede dañarle. Si no se nos concede lo que pedimos, no debemos desanimarnos; por el contrario, es menester que pensemos que la privación de lo que deseamos se nos ha impuesto como prueba o como expiación, y que nuestra recompensa será proporcionada a la designación con que la sobrellevamos. (Cap. XXVII, núm. 6; Capítulo II, núms. 5, 6 y 7.)

27. Oración. Dios Todopoderoso que veis mis mi-serías, dignáos escuchar favorablemente los votos que os dirijo en este momento. Si mi súplica es inconsiderada, perdonádmela; si es justa y útil a vuestros ojos, que los buenos espíritus que ejecutan vuestra voluntad, vengan en mi ayuda para su cumplimiento.


Cualquiera cosa que suceda, Dios mío, que se haga vuestra voluntad. Si mis deseos no son escuchados, es porque entra en vuestros designios el probarme, y a ello me someto sin murmurar. Haced que no conciba por ello desconfianza, y que mi fe y mi resignación no flaqueen. (Formúlese la demanda.)



Acción de gracias por un favor especial obtenido

28. Prefacio. No deben considerarse sólo como acontecimiento felices las cosas de grande importancia; las más pequeñas en apariencia, son, a menudo, las que influyen más en nuestro destino. El hombre olvida fácilmente el bien y se acuerda mejor de lo que le aflige. Si notáramos diariamente los beneficios de que somos objeto, sin haberlos solicitado, nos admiraríamos muchas veces de haber recibido tantos que se han borrado de nuestra memoria, y nos humillaríamos por nuestra ingratitud.


Todas las noches, elevando nuestra alma a Dios, debemos acordarnos de los favores que nos ha concedido durante el día, y darle gracias. Sobre todo en el momento mismo en que experimentamos el efecto de su bondad y de su proteccion, debemos, por un movimiento espontáneo, manifestarle nuestra gratitud; basta para ésto dirigirle el pensamiento mencionando el beneficio, sin que haya necesidad de dejar el trabajo.


Los beneficios de Dios no consisten sólo en cosas materiales; es menester darle gracias por las buenas ideas y por las felices inspiraciones que nos ha sugerido. Mientras que el orgulloso se atribuye por ello un mérito y el incrédulo lo atribuye a la casualidad, el que tiene fe da por ello gracias a Dios y a los buenos espíritus. Para eso las frases largas son inútiles: "Gracias Dios mío, por el buen pensamiento que me habéis inspirado". Esto dice más que muchas palabras. El impulso espontáneo que no: hace atribuir a Dios el bien que recibimos, atestigua una costumbre de reconocimiento y humildad, que nos concilia la simpatía de los buenos espíritus. (Capítulo XXVII, núms. 7 y 8.)

29. Oración. Dios infinitamente bueno, que vuestro nombre sea bendito por los bienes que me habéis concedido; sería indigno si los atribuía a la casualidad de los acontecimientos o a mi propio mérito.


A vosotros, espíritus buenos, que habéis sido ejecutores de la voluntad de Dios, y a vos sobre todo, mi ángel guardián, os doy las gracias. Separad de mí el pensamiento de enorgullecerme, y de hacer de ello un uso que no sea para el bien.


Particularmente os doy las gracias por... (Dígase el favor que se ha recibido.)



Acto de sumisión y resignacion

30. Prefacio. Cuando tenemos un motivo de aflicción, si buscamos la causa encontraremos muchas veces que es consecuencia de nuestra imprudencia, de nuestra impresión, o de una acción anterior; en este caso, a nadie debemos culpar sino a nosotros mismos. Si la causa de una desgracia es independiente de toda participación nuestra, es una prueba para esta vida o la expiación de una existencia pasada, y en este último caso, la naturaleza de la expiación puede hacernos conocer la naturaleza de la falta, porque siempre somos castigados por donde hemos pecado. (Cap. V, núms. 4, 6 y siguientes.)


En lo que nos aflige, en general, sólo vemos el mal presente, y no las consecuencias ulteriores favorables que esto puede tener. El bien es muchas veces consecuencia del mal pasajero, como la curación de un enfermo es resultado de los medios dolorosos que se han empleado para obtenerla. En todos los casos debemos someternos a la voluntad de Dios y soportar con valor las tribulaciones de la vida, si queremos que se nos tome en cuenta y que se nos apliquen estas palabras de Cristo: Bienaventurados los que sufren. (Cap. V, núm. 18.)

31. Oración. Dios mio, vos sois soberanamente justo; todo sufrimiento en la tierra, debe, pues, tener su causa y su utilidad. Yo acepto el motivo de aflicción que acabo de experimentar como una expiación de mis faltas pasadas y como una prueba para el porvenir.


Espíritus buenos que me protegéis, dadme fuerza para soportarla sin murmurar; haced que sea para mí una advertencia saludable, que aumente mi experiencia y que combata en mí el orgullo, la ambición, la necia vanidad y el egoísmo, y que todo contribuya a mi adelantamiento.

32. Otra. Yo siento, Dios mío, la necesidad de rogaros para que me déis fuerza para sobrellevar las pruebas que habéis tenido a bien enviarme. Permitid que la luz sea bastante viva para que mi espíritu aprecie en todo su valor el amor que me aflige para salvarme. Me someto con resignación, oh Dios mío, pero ¡ay! la criatura es tan débil, que si vos no me sostenéis, Señor, temo sucumbir. No me abandonéis, porque sin vos, nada puedo.

33. Otra. He levantado mis ojos hacía tí, oh Eterno, y me he sentido fortificado. Tú eres mi fuerza: no me abandones, ¡oh Dios! ¡Estoy abatido bajo el peso de mis iniquidades! ayúdame. ¡Tú conoces la debilidad de mi carne, y no apartas tus miradas de mi!


Estoy devorado por una sed ardiente: haz que brote un manantial de agua viva, y quedará aquélla apagada. Que no se abra mi boca sino para cantar tus alabanzas y no para murmurar en las aflicciones de mi vida. Soy débil, pero tu amor me sostendrá.


¡Oh Eterno! Tú sólo eres grande, tú sólo eres el fin y el objeto de mi vida. Si me hieres, que por ello sea tu nombre bendito, porque tú eres el Señor y yo el servidor infiel, y doblaré la cabeza sin quejarme, porque sólo tú eres grande.


En un peligro inminente



34. Prefacio. En los peligros a que estamos expuestos, Dios nos recuerda nuestra debilidad y la fragilidad de nuestra existencia. Nos enseña que nuestra vida está en sus manos y que pende de un hilo que puede romperse cuando menos lo esperamos. En cuanto a esto, no hay privilegio para nadie, porque tanto el grande como el pequeño están sometidos a las mismas alternativas.


Si se examinan la naturaleza y las consecuencias del peligro, se verá que muchas veces, si se hubiesen cumplido esas consecuencias, hubieran sido castigo de una falta cometida o de un "deber descuidado".

35. Oración. ¡Dios Todopoderoso, y vos, mi ángel de la guarda; socorredme! Si debo sucumbir, que se haga la voluntad de Dios. Si me salvo, que en el resto de mi vida repare el mal que he hecho y del que me arrepiento.



Acción de gracias después de haber salido del peligro

36. Prefacio. Por el peligro que hemos corrido, Dios nos enseña que de un momento a otro podemos ser llamados a dar cuentas del empleo que hemos hecho de la vida; de este modo nos advierte para que nos reconcentremos y nos enmendemos.

37. Oración. A vos, Dios mío, y a vos, mi ángel de la guarda, os doy las gracias por el socorro que me habéis enviado cuando el peligro me amenazaba. Que este riesgo sea para mí un aviso que me ilumine sobre las faltas que han podido conducirme a él. Comprendo, Señor, que mi vida está en vuestras manos, y que podéis quitármela cuando bien os parezca. Inspíradme, por los buenos espíritus que me asisten, el pensamiento de emplear útilmente el tiempo que me permitáis estar aún en este mundo.


Angel custodio, sostenedme en la resolución que tomo de reparar mis agravios y de hacer todo el bien que de mí dependa, con el fin de llegar con menos imperfecciones al mundo de los espíritus cuando quiera Dios llamarme.



En el momento de dormirse

38. Prefacio. El sueño es el descanso del cuerpo, pcro el espíritu no tiene necesidad de este descanso. Mientras que los sentidos se adormecen, el alma se desprende en parte de la materia, y goza de las facultades de espíritu. El sueño se le ha dado al hombre para reparar las fuerzas orgánicas y las fuerzas morales. Mientras el cuerpo recobra los elementos que ha perdido por la actividad de la vigilía, el espíritu va a fortalecerse entre los otros espíritus: con lo que ve, con lo que oye, y con los consejos que se le dan, adquiere ideas, que vuelve a encontrar al despertar en estado de intuición; es el regreso temporal del desterrado a su verdadera patria; es como el preso a quien se pone en libertad momentáneamente.


Pero suele suceder, como con el preso, que el espíritu no siempre saca provecho de este momento de libertad para su adelantamiento; si tiene malos instintos, en vez de buscar la compañía de los buenos espíritus busca la de sus semejantes, y va a los lugares en donde puede dar curso a sus inclinaciones.


El que esté penetrado de esta verdad, que eleve su pensamiento en el momento que quiera dormirse; que recurra a los consejos de los buenos espíritus y de aquellos cuya memoria le es grata, a fin de que vengan a reunirse a él en el corto intervalo que se le concede, y al despertarse se encontrará más fuerte contra el mal y tendrá más valor contra la adversidad.

39. Oración. Mí alma va a encontrarse un instante con los otros espíritus. Que véngan los buenos y me ayuden con sus consejos. Angel de la guarda, haced que al despertar conserve de ello una impresión saludable y duradera.



Cuando se prevé una muerte próxima

40. Prefacio. La fe en el porvenir, la elevación del pensamiento, durante la vida, hacia los destinos futuros, ayudan al pronto desprendimiento del espíritu debilitando los lazos que le retienen al cuerpo; y muchas veces no se ha concluido aún la vida del cuerpo, cuando el alma impaciente ha remontado el vuelo hacia la inmensidad. Lo contrario sucede al hombre que concentra todos sus pensamientos en las cosas materiales, pues los lazos son tenaces, "la separación es penosa y dolorosa" y el despertar de ultratumba está lleno de turbación y de ansiedad.

41. Oración. Dios mío, yo creo en vos y en vuestra bondad infinita; por esto no puedo creer que diérais la inteligencia al hombre para conoceros y la aspiración al porvenir para sumergirle después en la nada.


Creo que mi cuerpo es sólo la envoltura perecedera de mi alma, y que cuando haya cesado de vivir, me despertaré en el mundo de los espíritus.


Dios todopoderoso, siento romperse los lazos que unen mi alma al cuerpo, y muy pronto voy a dar cuenta del empleo hecho de la vida que dejo.


Voy a sufrir las consecuencias del bien o del mal que hice; allí no hay ilusiones, no hay subterfugio posible; todo mi pasado va a desenvolverse delante de mí, y seré juzgado según mis obras.


Nada me llevaré conmigo de los bienes de la tierra: honores, riquezas, satisfacciones de vanidad y orgullo, todo lo que pertenece al cuerpo, en fin, va a quedar aquí en la tierra; ni el menor átomo me seguirá y nada de todo esto me servirá de socorro en el mundo de los espíritus. Sólo llevaré conmigo lo que pertenece al alma, es decir, las buenas y las malas cualidades, que se pesarán en la balanza de una rigurosa justicia, y seré juzgado con tanta más severidad cuantas más ocasiones habré tenido de hacer el bien y no lo habré hecho. (Cap. VI, número 9.)


¡Dios de misericordia, que mi arrepentimiento llegue hasta vos! Dignáos extender sobre mí vuestra indulgencia.


Si os pluguiese prolongar mi existencia, que sea el resto para reparar, tanto como de mí dependa, el mal que he podido hacer. Si mi hora ha llegado, llevo conmigo la idea consoladora que me será permitido rescatarme por medio de nuevas pruebas a fin de merecer un día la felicidad de los elegidos.


Si no me es permitido gozar inmediatamente de esta felicidad suprema, que sólo pertenece al justo por excelencia, sé que no me está negada eternamente la esperanza, y que con el trabajo, llegaré al fin más tarde o más temprano, según mis esfuerzos.


Sé que buenos espíritus y mi ángel guardián están aquí, cerca de mí, para recibirme, y que dentro de poco les veré como ellos me ven. Sé que volveré a encontrar a los que he amado en la tierra, "si lo he merecido", y los que dejo vendrán a unirse conmigo para que un día estemos juntos para siempre, y que mientras tanto, podré venir a visitarles.


Sé también que voy a encontrar a los que he ofendido; les ruego que me perdonen lo que puedan reprocharme mi orgullo, mi dureza, mis injusticias, y que no me confundan de verguenza con su presencia.


Perdono a todos los que me han hecho o han querido hacerme mal en la tierra, no les conservo mala voluntad y ruego a Dios que les perdone.


Señor, dadme fuerzas para dejar sin pesar los goces groseros de este mundo, que nada son al lado de los goces puros del mundo en que voy a entrar. Allí, para el justo, ya no hay tormentos, sufrimientos, ni miserias; sólo sufre el culpable, pero le queda la esperanza.


Buenos espíritus, y vos, mi ángel de la guarda, haced que no flaquee en este momento supremo; haced que resplandezca a mis ojos la luz divina para que reanime mi fe, si llegase a vacilar.


Nota. - Véase el párrafo V: Oraciones para los enfermos obsesados.