EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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8. La desigualdad de riquezas es uno de los problemas que en vano se quieren resolver, si sólo se atiende a la vida actual. La primera cuestión que se presenta, es esta: ¿Por qué todos los hombres no son igualmente ricos? No lo son por una razón muy sencilla: "porque no son igualmente inteligentes, activos y laboriosos para adquirir, ni sobrios y previsores para conservar". Además, está matemáticamente demostrado que la fortuna igualmente repartida, daría a cada uno parte mínima e insuficiente; que suponiendo hecha esta repartición, el equilibrio se rompería en poco tiempo por la diversidad de caracteres y de aptitudes; que suponiéndola posible y duradera, teniendo cada uno apenas lo necesario para vivir, daría por resultado el agotamien to de todos los grandes trabajos que concurren al progreso y al bienestar de la Humanidad; que suponiendo que se diese a cada uno lo necesario, no habría ya el aguijón que empuja a los grandes descubrimientos y a las empresas útiles. Si Dios lo concentra en ciertos puntos, es porque desde allí se esparza en cantidad suficiente, según las necesidades.


Admitido esto, preguntará alguno por qué Dios lo ha concedido a personas incapaces de hacerla fructificar para el bien de todos. Esta es también una prueba de la sabiduría y de la bondad de Dios. Dando al hombre el libre albedrío, ha querido que llegase por su propia experiencia a diferenciar el bien del mal, y que la práctica del bien fuese el resultado de sus esfuerzos y de su propia voluntad. No debe ser conducido fatalmente ni al bien ni al mal, pues sin esto sólo seria un instrumento pasivo e irresponsable, como los animales. La fortuna es un medio para probarle moralmente; pero como al mismo tiempo es un poderoso medio de acción para el progreso, no quiere que quede por mucho tiempo improductiva, y por esto "la cambia de pues to incesantemente". Cada uno debe poseerla para en sayarse a servirse de ella, y probar el uso que de la misma saber hacer; pero como hay la imposibilidad material de que todos la tengan a un mismo tiempo, y como por otra parte, si todos la poseyesen, nadie trabajaría y el mejoramiento del globo sufriría las consecuencias, "cada uno" la posee a su vez: el que hoy no la tiene, la tuvo ya o la tendrá en otra existencia, y el que no la tiene ahora, podrá obtenerla mañana. Hay ricos y pobres, porque siendo Dios justo, cada uno debe trabajar cuando le toca su turno; la pobreza es para los unos la prueba de la paciencia y de la resignación, y la riqueza es para los otros la prueba de la caridad y de la abnegación.


Nos lamentamos con razón al ver el miserable uso que ciertas gentes hacen de la fortuna, las innobles pasiones que provoca la codicia, y preguntamos: ¿Dios es justo dando la riqueza a semejantes gentes? Cierto es que si el hombre sólo tuviera una existencia, nada justificaría semejante repartición de los bienes de la tierra; pero si en lugar de limitar su vista a la vida presente, se considera el conjunto de las existencias, se verá que todo se equilibra con justicia. El pobre, pues, no tiene motivo de acusar a la Providencia, ni de envidiar a los ricos; y los ricos tampoco lo tienen para glorificarse por lo que poseen. Si abusan de ella, no será con los decretos ni con las leyes suntuarias como podrá remediarse el mal, porque las leyes pueden cambiar momentáneamente el exterior, pero no pueden cambiar el corazón; por esto sólo pueden tener una duración temporal, y siempre son seguidas de una reacción desmedida. El origen del mal está en el egoísmo y en el orgullo; los abusos de toda la naturaleza cesarán por sí mismos cuando los hombres se sometan a la ley de la caridad.