EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS

Dejad a los niños venir a mí



18. Cristo dijo: "Dejad a los niños venir a mí" Estas palabras profundas, en su sencillez, no se concretan al simple llamamiento de los niños, si que también al de las almas que gravitan en los mundos o estados inferiores en donde la desgracia ignora la esperanza. Jesús llamaba a El la infancia intelectual de la criatura formada; a los débiles, a los esclavos, a los viciosos; nada podía enseñar a la infancia física, prisionera de la materia, sometida al yugo del instinto y que no pertenecía al orden superior de la razón y de la voluntad que se ejercen alrededor de ella y por ella.


Jesús quería que los hombres fuesen a El con la confianza de aquellos pequeños seres de vacilante paso, cuyo llamamiento le conquistaba el corazón de todas las mujeres que son madres: de este modo sometía las almas a su tierna y misteriosa autoridad.


Fué la antorcha que despeja las tinieblas, el clarín de la mañana que toca a despertar; fué el iniciador del Espiritismo, que debe a su vez llamar a él, no a los niños sino a los hombres de buena voluntad. La acción viril está subyugada; ya no se trata de creer instintivamente, y obedecer maquinalmente; es menester que el hombre siga la ley inteligente que le revela su universalidad.


Pero, queridos mios, estamos ya en los tiempos en que los errores explicados serán verdades; nosotros os enseñaremos el sentido exacto de las parábolas, la correlación poderosa que une lo que fué y lo que es. En verdad os digo, la manifestación espiritista dilata el horizonte y aquí está su enviado que va a resplandecer como el sol en la cima de los montes. (Juan Evangelista. París, 1863).





19. "Dejad venir a mí a los niños", porque yo poseo la leche que fortifíca a los débiles. Dejad venir a mí a aquéllos que temerosos y débiles tienen necesidad de apoyo y de consuelo. Dejad venir a mí a los ignorantes, para que yo les ilustre; dejad venir a mí a todos los que sufren, a la multitud de afligidos y desgraciados, porque yo les enseñaré el gran remedio para aliviar los males de la vida; yo les daré el secreto para curar sus heridas. ¿Cuál será, amigos mios, ese bálsamo soberano que posee la virtud por excelencia, ese bálsamo que se aplica a todas las llagas del corazón y las cierra? ¿Es el amor; es la caridad? Si tenéis ese fuego divino, ¿qué temeréis? Diréis en todos los instantes de vuestra vida: Padre mío, que se haga vuestra voluntad y no la mía, y si os place el probarme por el dolor y las tribulaciones, bendito seáis, porque es por mi bien, yo lo sé; que vuestra mano pese sobre mí. Si os conviene, Señor, tened piedad de vuestra frágil criatura; si dais a su corazón los goces permitidos, bendito seáis también; pero haced que el amor divino no duerma en nuestra alma, sino que sin cesar haga subir a vuestros pies la voz de su reconocimiento...


Si tenéis amor, tendréis todo lo que podáis desear en vuestra tierra, poseeréis la perla por excelencia, que ni los acontecimientos, ni las fechorías de los que os aborrecen y os persiguen podrán arrebataros. Si tenéis amor, habréis colocado vuestros tesoros, en donde la polilla y el orín no pueden alcanzarlos, y veréis borrar-se insensiblemente de vuestra alma todo lo que puede manchar la pureza; sentiréis que el peso de la materia se aligera de día en día, y, semejante al pájaro que cruza los aires y no se acuerda ya de la tierra, subiréis sin César, subiréis siempre hasta que vuestra alma embriágada pueda saturarse de su elemento de vida en el seno del Señor. (Un Espíritu protector. Bordeaux, 1861)



Bienaventurado. loe que tienen loe ojos cerrados (1)



20. Mis buenos amigos, me habéis llamado, ¿para qué? ¿Es para hacerme poner las manos sobre la pobre paciente que está aquí y curarla? ¡Ah! ¡Qué sufrimiento, buen Dios! Ha perdido la vista y ha quedado en la obscuridad. ¡Pobre hija!, que ruegue y espere; yo no sé hacer milagros sin la voluntad de Dios. Todas las curaciones que yo he podido obtener y de que habéis tenido noticia, debéis atribuirlas al Padre de todos. En vuestras aflicciones, levantad siempre los ojos al Cielo y decid desde el fondo de vuestro corazón: "¡Padre mío. curadme, pero haced que mi alma se cure antes que las enfermedades del cuerpo; que mi alma sea castigada si es necesario, para que mi alma elevada hacia vos tenga la blancura de cuando la creásteis!" Después de esta oración, mis buenos amigos, que Dios misericordioso escuchará siempre, se os dará la fuerza y el valor, y quizá también esta curación que vosotros habréis pedido temerosamente, en recompensa de vuestra abnegacion.


Pues que estoy aquí, en una reunión en la que ante todo se trata de estudios, os diré que los que están privados de la vista, deberían considerarse como los bienaventurados a la expiación. Acordáos que Cristo dijo que era menester arrancar vuestro ojo si era malo, y que valía más que lo echarais al fuego que ser la causa de vuestra condenación. ¡Ah! ¡Cuántos hay en vuestra tierra que un día maldecirán en las tinieblas el haber visto la luz! ¡Oh! sí, qué felices son aquellos que en su expiación son castigados por la vista; su ojo no será objeto de escándalo y de pecado: pueden entregarse completamente a la vida de las almas y pueden ver más que vosotros que véis claro... Cuando Dios me permite ir a abrir los párpados a alguno de esos pobres enfermos y volverles la luz, me digo: alma querida, ¿por qué no conoces todas las delicias del espíritu que vive en la contemplación y en el amor? Tú no solicitarías ver imágenes menos duras y menos apacibles que las que te es dado entrever en tu ceguedad.


¡Oh!, sí, bienaventurado el ciego que quiere vivir con Dios; más feliz que vosotros que estáis aquí, siente la felicidad, la toca, vé las almas y puede lanzarse con ellas a las esferas de los espíritus, que aún los predestinados de la tierra no ven; el ojo abierto siempre está dispuesto a hacer faltar al alma; el ojo cerrado, por el contrario, siempre está dispuesto a hacerla elevar a Dios. Creedme, mis buenos y queridos amigos, la ceguera de los ojos muchas veces es la verdadera luz del corazón, mientras que la vista es a menudo el ángel de las tinieblas que conduce a la muerte.


Ahora, algunas palabras para ti, querida enferma; espera y ten valor; si te dijera hija mía, tus ojos van a abrirse, ¡cómo te alegrarías! ¿y quién sabe si esta alegría no te perdería? Ten confianza en la bondad de Dios que ha hecho la felicidad y ha permitido la tristeza! Haré por tí todo lo que me será permitido; pero a tu vez, ruega y sobre todo, piensa en lo que acabo de decirte.


Antes de que me aleje, todos los que estáis aquí, recibid mi bendición. (Vianney, cura de Ars. París, 1863).


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(1) Esta comunicación fué dada a propósito de una persona ciega, por lo que se evocó al espíritu de J. B. Vianney. cura de Ars





21. Observación. Cuando una aflicción no es consecuencia de los actos de la vida presente, es preciso buscar su causa en una vida anterior. Lo que se llaman caprichos de la suerte, no son otra cosa que efectos de la justicia de Dios. Dios no castiga arbitrariamente: quiere que entre la falta y la pena haya siempre correlación. Si en su bondad ha echado un velo a nuestros actos pasados, nos pone sin embargo en su camino, diciendo: "El que ha herido por la espada, perecerá por la espada"; palabras que pueden traducirse de este modo: "Siempre somos castigados por donde hemos pecado". Si alguno, pues, es castigado por la pérdida de la vista, es porque la vista ha sido causa de su falta. También puede ser que haya sido causa de la pérdida de la vista de otro; puede que alguno haya quedado ciego por el exceso del trabajo que se le ha impuesto, o por consecuencia de malos tratamientos, falta de cuidados, etc., y entonces sufre la pena del Talión. El mismo, en su arrepentimiento, pudo escoger esta expiación, aplicándose estas palabras de Jesús: "Si vuestro ojo es motivo de escándalo, arrancadle".