EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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4. La prohibición de Moisés era tanto más justificada cuanto que no se evocaban los muertos por respeto y afecto a ellos, ni con un sentimiento de piedad. Era un medio de adivinación con el mismo título que los augurios y los presagios, explotado por el charlatanismo y la superstición. Sin embargo, no consiguió arrancar esta costumbre, que era objeto de tráfico, como lo prueban los pasajes siguientes del profeta ya citado.


“Y cuando os dirán: Consultad a los magos y a los adivinos que hablan bajo en sus encantamientos, respondedles: ¿Cada pueblo no consulta a su dios? ¿Y se va a hablar a los muertos de lo que concierne a los vivos?” (Isaías, cap. VIII. v. 19).


“Soy yo quien hago ver la falsedad de los prodigios de la magia, quien vuelve insensatos a los que se mezclan en adivinar, quien derriba el espíritu de los sabios, y quien convence de locura su vana ciencia”. (cap. XLIV, v. 25).


“Que estos augures que estudian el cielo, que contemplan los astros y que cuentan los meses, para sacar de éstos las predicciones que quieren daros del porvenir, vengan ahora. y que os salven. Han venido a ser como la paja: el fuego les ha devorado. No podrán librar sus almas de las llamas ardientes, ni siquiera de su incendio quedarán carbones con los cuales pudiesen calentarse, ni fuego ante el cual pudiesen sentarse. He ahí lo que serán toda estas cosas a las cuales os habíais dedicado con tanto afán. Estos mercaderes que habían traficado con vosotros desde vuestra juventud huirán todos, el uno por un lado, el otro por otro, sin que se encuentre de ellos uno solo que os saque de vuestros males" (cap. XLVII, v. 13, 14 y 15).


En este capítulo, Isaías se dirige a los babilonios, bajo la figura alegórica de "la virgen hija de Babilonia, hija de los caldeos" (v. 1). Dice que los encantadores no impedirán la ruina de su monarquía. En el capítulo siguiente, se dirige directamente a los israelitas.


“Venid aquí, vosotros, hijos de una adivina, raza de un hombres adúlteros y de una mujer prostituta. ¿Con quién os habéis divertido? ¿Contra quién habéis abierto la boca y lanzado vuestras lenguas agudas? ¿No sois hijos pérfidos y vástagos bastardos? ¿Vosotros que buscáis vuestro consuelo en vuestros dioses, bajo todos los árboles cargados de ramas, que sacrificáis vuestros niños en los torrentes, bajo las rocas salientes? Habéis puesto vuestra confianza en las piedras del torrente. Habéis derramado licores, para honrarlas, les habéis ofrecido sacrificios. ¿Después de esto, mi indignación no se inflamará?” (cap. LVII, v. 3. 4, 5 y 6).


Estas palabras no dejan duda. Prueban claramente que en aquel tiempo las evocaciones tenían por objeto la adivinación y que se comerciaba con ellas. Estaban asociadas a las prácticas de la magia y de la hechicería, y aun acompañadas de sacrificios humanos. Moisés tenía, pues, razón en prohibir esas cosas y en decir que Dios las tenía en abominación. Hasta la Edad Media se perpetuaron estas prácticas supersticiosas. Pero hoy la razón les hace justicia, y el Espiritismo ha venido a demostrar el fin exclusivamente moral, consolador y religioso de las relaciones de ultratumba. Desde luego que los espiritistas no sacrifican los niños y no derraman licores para honrar a los dioses; que no preguntan ni a los astros, ni a los muertos, ni a los augures para conocer el porvenir que Dios ha ocultado sabiamente a los hombres; que repudian todo tráfico de la facultad que algunos han recibido de comunicar con los espíritus. Que no son movidos por la curiosidad ni por la concupiscencia, sino por un sentimiento piadoso y por el único deseo de instruirse, de mejorarse, y de aliviar a las almas que sufren. La prohibición de Moisés no les concierne de ningún modo. Esto es lo que habrían visto los que la invocan contra ellos si hubieran profundizado mejor el sentido de las palabras bíblicas. Habrían reconocido que no existe ninguna analogía entre lo que pasaba entre los hebreos y los principios del Espiritismo. Además, el Espiritismo condena precisamente lo que motivaba la prohibición de Moisés. Mas cegados por el deseo de encontrar un argumento contra las nuevas ideas, no han advertido que este argumento es completamente falso.


La ley civil de nuestros días castiga todos los abusos que quería reprimir Moisés. Si Moisés pronunció el último suplicio contra los delincuentes, es porque necesitaba medios rigurosos para gobernar aquel pueblo indisciplinado. Así es que la pena de muerte se halla muy prodigada en la legislación. Por lo demás, no tenía mucho que escoger en los medios de represión. Faltaban cárceles, casas de corrección en el desierto, y la naturaleza de su pueblo no era para ceder al temor de las penas puramente disciplinarias. No podía graduar su penalidad como se hace en nuestros días. Es, pues, una equivocación apoyarse en la severidad del castigo, para probar el grado de culpabilidad de la evocación de los muertos. ¿Sería necesario, por respeto a la de Moisés, mantener la pena capital para todos los casos en que la aplicaba? Por otra parte. ¿por qué se recuerda con tanta insistencia este artículo, cuando se pasa en el silencio el principio del capítulo, que prohíbe a los sacerdotes poseer los bienes de la tierra, y no tener parte en ninguna herencia porque el mismo Señor es su herencia? (Deuteronomio. Cáp. XVIII. v 1 y 2).