EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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16. “Los seres misteriosos que se presentan del mismo modo al primer llamamiento del herético y del impío como al del fiel, del crimen como de la inocencia, no son los enviados de Dios, ni los apóstoles de la verdad, sino los secuaces del error y del infierno.”


¡Tenemos que al herético, al impío y al criminal, Dios no permite que vayan los buenos espíritus a sacarles del error para salvarles de la perdición eterna! ¡No les envía sino los secuaces del infierno, para hundirles más en el fango! ¡Más aún, no envía a la inocencia sino seres perversos para pervertirla! ¿No se encuentra, pues, entre los ángeles, entre esas criaturas privilegiadas de Dios, ningún ser lo bastante compasivo para acudir en auxilio de esas almas perdidas? ¿Para qué las brillantes cualidades de que están dotados, si no sirven más que para sus goces personales? ¿Son realmente buenos, si en medio de las delicias de la contemplación ven a esas almas en el camino del infierno y no corren a salvarlas?


¿Acaso no es ésta la imagen del rico egoísta, que teniendo hasta lo superfluo, deja sin piedad que el pobre muera en la puerta de su casa? ¿No es esto el egoísmo que se erige en virtud y pretende elevarse hasta los pies del Eterno?


¿Os maravilláis de que los buenos espíritus vayan al herético y al impío? ¿Olvidáis, acaso, esta parábola de Cristo: “El que está sano no tiene necesidad de médico”? ¿Os empeñáis en no ver las cosas desde un punto más elevado que los fariseos de su tiempo? ¿Y vosotros mismos, si fuerais llamados por un incrédulo, dejaríais de ir a él para ponerle en el buen camino? Los buenos espíritus hacen, pues, lo que vosotros haríais: van al impío a decirle buenas palabras. En lugar de anatematizar las comunicaciones de ultratumba, bendecid los caminos del Señor, maravillaos de su omnipotencia y bondad infinita.