EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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5. El mismo concilio formula, además, una extraña proporción. Nuestra alma, sostiene, igualmente espiritual, está asociada al cuerpo de manera que no forma con él más que una sola y misma persona, y tal es esencialmente su destino. Si el destino esencial del alma es el de estar unida al cuerpo, esta unión constituye su estado normal, es su objeto, su fin, puesto que tal es su destino. Sin embargo, el alma es inmortal y el cuerpo es mortal. Su unión con el cuerpo no tiene lugar más que una sola vez, según la iglesia, y aunque tal unión fuese de un siglo, ¿qué sería esto en comparación de la eternidad? Mas para un gran número, es apenas de algunas horas, ¿de qué utilidad puede ser para el alma esta unión efímera? Cuando en la eternidad la más larga duración es un tiempo imperceptible, ¿será exacto decir que su destino es permanecer esencialmente ligada al cuerpo? Esta unión no es en realidad más que un incidente, un punto en la vida del alma, y no en su estado esencial.


Si el destino esencial del alma es estar unida a un cuerpo material, si por su naturaleza y según el objeto providencial de su creación esta unión es necesaria para las manifestaciones de sus facultades, es preciso concluir que sin el cuerpo, el alma humana es un ser incompleto. Pero para quedar como es, por su destino, después de haber dejado un cuerpo, es necesario que vuelta a tomar otro, lo que nos conduce a la pluralidad forzosa de las existencias, o, dicho de otra manera, a la reencarnación perpetua. Es verdaderamente extraño que un concilio que se tiene como una de las lumbreras de la iglesia, haya confundido hasta ese punto el ser espiritual y el ser material, que no pueden de ningún modo existir el uno sin el otro, pues la condición esencial de su creación es el estar unidos.