EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

Volver al menú
21. El dogma de la eternidad absoluta de las penas es, pues, inconciliable con el progreso del alma, puesto que le opondría un obstáculo invencible. Estos dos principios se anulan forzosamente el uno al otro. Si el uno existe, el otro no puede existir. ¿Cuál de los dos existe? La ley del progreso es patente. Esto no es una teoría, sino un hecho acreditado por la experiencia. Es una ley de la Naturaleza, ley divina, imprescindible. Una vez que existe, y no pudiendo conciliarse con la otra, es porque la otra no existe. Si el dogma de la eternidad de las penas fuera una verdad. San Agustín, San Pablo y muchos otros, no hubiesen jamás subido al cielo, de haber muerto antes del progreso que les condujo a su conversión.


A este último aserto, nos arguyen que la conversión de estos santos personajes no es el resultado del progreso del alma, sino de la gracia que les fue otorgada y con la cual fueron investidos.


Pero aquí hay un juego de palabras. Si hicieron el mal y más tarde fueron buenos, es por que llegaron a ser mejores, luego progresaron. ¿Acaso Dios, por un favor especial, les concedió la gracia de corregirse? ¿Entonces, por qué se lo concedió a ellos y a otros no? Siempre tenemos que la doctrina de los privilegios es incompatible con la justicia de Dios y su equitativo amor hacia todas sus criaturas.


Según la doctrina espiritista, acorde con las mismas palabras del Evangelio, con la lógica y la más rigurosa justicia, el hombre es hijo de sus obras. Durante esta vida y después de la muerte, no debe nada al favor. Dios recompensa sus esfuerzos y castiga su negligencia tanto tiempo como insiste en seguir el mal camino.