EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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CAPÍTULO V - Suicidas

El suicida de la Samaritana

El 7 de abril de 1858, alrededor de las siete de la noche, un hombre de unos cincuenta años, vestido decentemente, se presentó en el establecimiento de la Samaritana, en París, y se hizo preparar un baño. Sorprendiéndose el mozo de servicio de que, después de un intervalo de dos horas, dicho individuo no llamase, se decidió a entrar en su gabinete para ver si estaba indispuesto. Entonces fue testigo de un horrible espectáculo: aquel desgraciado se había cortado la garganta con una navaja de afeitar, y toda su sangre se había mezclado con el agua del baño. No habiéndose podido justificar la identidad, fue conducido el cadáver a la Morgue.

El espíritu de este hombre, evocado en la sociedad de París seis días después de su muerte, dio las respuestas siguientes:

1. Evocación. Respuesta del guía del médium: R. Espera... está ahí.

2. ¿Dónde estáis ahora? R. No lo sé.... Decidme dónde estoy.

3. Estáis en una reunión de personas que se ocupan de estudios espiritistas, y que os son benévolas. R. Decidme si vivo... Me ahogo en el ataúd. Su alma, aunque separada del cuerpo, se encuentra todavía sumergida completamente en esto que podría llamarse el torbellino de la materia corporal. Existen aún en él ideas terrestres, no se cree muerto.

4. ¿Quién os ha incitado a venir a nosotros? R. Me he sentido aliviado.

5. ¿Qué motivo os ha conducido a suicidaros? R. ¿Estoy muerto?.. No..., habito mi cuerpo... ¡No sabéis cuánto sufro!... Me ahogo... ¡Haced que una mano compasiva ponga término a mi existencia!

6. ¿Por qué no habéis dejado ninguna señal que pudiese haceros reconocer? R. Estoy abandonado, he huido del sufrimiento para encontrar el tormento.

7. ¿Tenéis ahora los mismos motivos para permanecer desconocido? R. Sí, no pongáis un hierro ardiente en la herida que echa sangre.

8. ¿Querríais decirnos vuestro nombre, vuestra edad, vuestra profesión, vuestro domicilio? R. No... de ninguna manera.

9. ¿Tenéis familia, mujer, hijos? R. Estaba abandonado, ningún ser me amaba.

10. ¿Qué habéis hecho para no ser amado de nadie? R. ¡Cuántos lo son como yo!... Un hombre puede estar abandonado en medio de su familia cuando ningún corazón le ama.

11. En el momento de ejecutar vuestro suicidio, ¿no habéis vacilado? R. Tenía sed de la muerte... Esperaba el descanso.

12. ¿Cómo es que el pensamiento del porvenir no os ha hecho renunciar a vuestro proyecto? R. No creía en él, estaba sin esperanza. El porvenir es la esperanza.

13. ¿Qué reflexiones habéis hecho en el momento en que habéis sentido que la vida se os extinguía? R. No he reflexionado, he sentido..., pero mi vida no se ha extinguido..., mi alma está ligada a mi cuerpo... Siento los gusanos que me roen.

14. ¿Qué sensación habéis tenido en el momento en que la muerte se ha consumado? R. ¿Se ha consumado efectivamente?

15. El momento en que la vida se os extinguía, ¿ha sido doloroso? R. Menos doloroso que después. Sólo el cuerpo ha sufrido. Al espíritu de san Luis:

16. ¿Qué entiende el espíritu, diciendo que el momento de la muerte ha sido menos doloroso que después? R. El espíritu se descargaba de un peso que le abrumaba, sentía la voluptuosidad del dolor.

17. ¿Este estado es siempre la consecuencia del suicidio? R. Sí, el espíritu del suicida está ligado a su cuerpo hasta el término de su vida. La muerte natural es la emancipación de la vida, en tanto que el suicida la rompe por completo.

18. ¿Este estado es el mismo en cualquier muerte accidental independiente de la voluntad, y que abrevia la duración natural de la vida? R. No... ¿Qué entendéis por suicidio? El espíritu no es culpable sino de sus obras.

Esta duda de la muerte es muy común en las personas fallecidas de poco tiempo, y sobre todo en aquellos que durante su vida no han elevado su alma sobre la materia. Es un fenómeno raro, desde luego, pero que se explica muy naturalmente.

Si a un individuo puesto en sonambulismo por vez primera se le pregunta si duerme, responde casi siempre no, y su respuesta es lógica. El interrogador es el que hace mal la pregunta, sirviéndose de un término impropio. La idea del sueño, en nuestro lenguaje usual. está ligada a la suspensión de todas nuestras facultades sensitivas, pero el sonámbulo que piensa, que ve, que siente, y que tiene conciencia de su libertad moral, no cree dormir, y, en efecto, no duerme en la acepción vulgar de la palabra. Por esto responde no, hasta que esté familiarizado con esta nueva manera de entender el hecho.

Lo mismo sucede en el hombre que acaba de morir. Para él la muerte es el aniquilamiento del ser, pero, como el sonámbulo, ve, siente, habla. Luego para él no está muerto, y lo afirma hasta que haya adquirido la intuición de su nuevo estado.

Esta ilusión es siempre más o menos penosa, porque nunca es completa y deja al espíritu cierta ansiedad. En el expresado ejemplo, es un verdadero suplicio por la sensación de los gusanos que roen el cuerpo, y por su duración, que debe ser la que habría tenido la vida de este hombre si no la hubiera abreviado. Este estado es frecuente en los suicidas, pero no se presenta siempre en condiciones idénticas. Varía, sobre todo en duración, en intensidad, según las circunstancias agravantes o atenuantes de la falta. La sensación de los gusanos y de la descomposición del cuerpo no es tampoco especial de los suicidas. Es frecuente en aquellos que han vivido más de la vida material que de la vida espiritual. En principio no hay falta inmune, pero no hay regla uniforme y absoluta en el modo y forma del castigo.

El padre y el quinto

Al principio de la guerra de Italia, en 1859, un negociante de París, padre de familia, que disfrutaba de la estimación general de todos sus vecinos, tenía un hijo que tenía que ser soldado. Encontrándose, por su posición , en la imposibilidad de librarle del servicio, tuvo la idea de suicidarse a fin de eximirle como hijo único de viuda. Fue evocado un año después en la Sociedad de París, a petición de una persona que le había conocido y que deseaba saber de su suerte en el mundo de los espíritus. A san Luis:

P. ¿Queréis manifestarnos si podemos hacer la evocación del hombre de quien se acaba de hablar? R. Sí, tendrá mucho gusto en ello, porque se sentirá un poco aliviado.

1. Evocación. R. ¡Oh! ¡Gracias! Sufro mucho, pero... es justo. Sin embargo, me perdonará.

El espíritu escribió con gran dificultad. Los caracteres eran irregulares y mal formados. Después de la palabra pero se detuvo, trató en vano de escribir, y no hizo más que algunos rasgos indescifrables y puntos. Es evidente que no pudo escribir la palabra Dios.

2. Llenad el espacio que acabáis de dejar. R. Soy indigno de hacerlo.

3. Decís que sufrís. Sin duda habéis hecho mal en suicidaros, pero el motivo que os ha conducido a este acto, ¿no os ha merecido alguna indulgencia? R. Mi castigo será menos largo, pero la acción no es por esto menos mala.

4. ¿Podríais describirnos el castigo que sufrís? R. Sufro doblemente en mi alma y en mi cuerpo. Sufro en este último, aunque no lo poseo, como el amputado sufre en el miembro ya separado.

5. ¿Vuestra acción ha tenido por único motivo vuestro hijo, y no habéis sido inducido por ninguna otra causa? R. Sólo el amor paterno me ha guiado, pero me ha guiado mal, y en consideración a esa causa, mi pena será abreviada.

6. ¿Prevéis el término de vuestros sufrimientos? R. No sé el término, pero tengo la seguridad de que existe, lo cual es un alivio para mí.

7. Ahora mismo no habéis podido escribir el nombre de Dios. Hemos visto, sin embargo, espíritus que sufrían mucho escribiéndolo. ¿Forma esto parte de vuestro castigo? R. Lo podré con grandes esfuerzos de arrepentimiento.

8. Pues bien, haced grandes esfuerzos y procurad escribirlo. Estamos convencidos de que si lo conseguís, os será de alivio. El espíritu acaba por escribir en caracteres irregulares, temblones y muy gruesos: “Dios es muy bueno.”

9. Estamos muy contentos con que hayáis venido a nuestro llamamiento, y rogaremos a Dios por vos a fin de alcanzar su misericordia. R. Sí, si me hacéis el favor... A san Luis:

10. ¿Queréis darnos vuestra apreciación personal sobre el acto del espíritu que acabamos de evocar? R. Este espíritu sufre justamente, porque no ha tenido confianza en Dios, lo cual es una falta siempre punible. El castigo sería terrible y muy largo si no tuviese en su favor un motivo laudable, que era el de impedir a su hijo que fuese a buscar la muerte.

Dios, que ve el fondo de los corazones y que es justo. no le castiga sino según sus obras.

Observaciones. Desde luego, este suicidio parece excusable, porque puede ser considerado como un acto de abnegación. Lo es, en efecto, pero no lo es completamente. Como explica el espíritu de san Luis, este hombre no tuvo confianza en Dios. Puede que por su acción haya impedido que su hijo cumpliera su destino. No es seguro que su hijo hubiese de morir en la guerra, y quizás esta carrera debía presentarle la ocasión de hacer algo útil para su adelanto.

Su intención era buena, sin duda, y también se le ha tenido en cuenta. La intención atenúa el mal y merece indulgencia, pero no impide que el mal sea mal. Sin esto, a favor del pensamiento, podrían excusarse todas las maldades y también se podría matar bajo el pretexto de hacer un servicio. Una madre que matase a su hijo en la creencia de que le envía derecho al cielo, ¿dejaría de estar en error porque lo hiciera con buena intención? Con este sistema se justificarían todos los crímenes que el fanatismo ciego hizo cometer en las guerras de religión.

Es un principio que el hombre no tiene derecho a disponer de su vida, porque se le ha dado con la mira de los deberes que debe cumplir en la Tierra. Así es que no debe abreviarla voluntariamente bajo ningún pretexto. Como tiene su libre albedrío, nadie puede impedírselo, pero sufre siempre las consecuencias. El suicidio más severamente castigado es aquel que se ejecuta en un acto de desesperación y con la idea de librarse de las miserias de la vida. Siendo semejantes penalidades a la vez pruebas y expiaciones, sustraerse a ellas equivale a retroceder ante la tarea que se había aceptado, y ante la misión que se debía cumplir.

El suicidio no consiste solamente en el acto voluntario que produce la muerte instantánea. Consiste también en todo aquello que se hace con conocimiento de causa para precipitar la extinción de las fuerzas vitales.

No se puede asimilar con el suicidio la abnegación de aquel que se expone a una muerte inminente por salvar a sus semejantes. En primer lugar porque no hay en este caso ninguna intención premeditada de sustraerse a la vida, y, en segundo, porque no hay peligro del cual la Providencia no pueda sacarnos, si la hora de dejar la Tierra no nos ha llegado. La muerte, si tiene lugar en tales circunstancias, es un sacrificio meritorio, porque es una abnegación en provecho de otro (El Evangelio según el Espiritismo. cap. V. n.º 23 y ss.).

Francisco Simón Louvet
Del Havre

La comunicación siguiente fue dada espontáneamente en una reunión espiritista en El Havre, el 12 de febrero de 1863.

“¡Tened piedad de un pobre miserable que sufre hace mucho tiempo los más crueles tormentos! ¡Oh! ¡El vacío..., el espacio..., caigo, caigo, socorro!.... ¡Dios mío, tuve una vida tan miserable!... Era un pobre diablo, sufrí a menudo el hambre en mi vejez, por esto me entregaba a la bebida y me. avergonzaba y disgustaba de todo... He querido morir, y me he arrojado... ¡Oh! Dios mío, ¡qué momento!... ¿Por qué, pues, tener deseo de acabar cuando estaba tan cerca del término? ¡Rogad! Para que no vea siempre este vacío debajo de mí ... ¡Voy a destrozarme contra estas piedras!...

“Os lo suplico a vosotros, que tenéis conocimiento de las miserias de los que no están en la Tierra. A vosotros me dirijo, aunque no me conozcáis, porque sufro tanto... ¿Por qué queréis pruebas? Sufro, ¿no es esto bastante? Si tuviese hambre en lugar de este sufrimiento más terrible pero invisible para vosotros, no vacilaríais en aliviarme dándome un pedazo de pan. Os pido que oréis por mí... No puedo permanecer más tiempo... Preguntad a uno de estos felices que están aquí y sabréis quién era yo. Rogad por mí.”
Francisco S. Louvet

El guía del médium:

“El que acaba de dirigirse a ti, hijo mío, es un pobre desgraciado que tenía una prueba de miseria en la Tierra, pero el disgusto le dominó. Le ha faltado el valor, y el infortunado, en lugar de mirar a lo alto, como debía hacerlo, se entregó a la embriaguez, descendió a los últimos límites de la desesperación, y puso un término a su triste prueba, arrojándose de la torre de Francisco I el 22 de julio de 1857. Tened piedad de su pobre alma, que no es adelantada, pero que tiene, sin embargo, bastante conocimiento de la vida futura para sufrir y desear una nueva prueba. Rogad a Dios le conceda esta gracia, y haréis una buena obra.”

Habiéndose hecho investigaciones, se encontró en el Diario del Havre del 22 de julio de l557, un artículo cuyo extracto es el siguiente:

“Ayer a las cuatro, los que paseaban en el muelle fueron impresionados dolorosamente por un horrible accidente: un hombre se arrojó de la torre y se destrozó contra las piedras. Es un viejo barquero, cuyas inclinaciones a la embriaguez le han conducido al suicidio. Se llama Francisco Víctor Simón Louvet. Su cuerpo fue trasladado a la casa de una de sus hijas, calle de la Cordería. Tenía setenta y siete años de edad.”

¡Seis años hace que este hombre murió y se ve siempre cayendo de la torre, yendo a destrozarse contra las piedras. Se espanta del vacío que tiene debajo de sí, se encuentra en los terrores de la caída... ¡y hace seis años! ¿Cuánto durará esto? No sabe nada, y esta incertidumbre aumenta sus angustias.

¿No equivale esto al infierno y sus llamas? ¿Quién ha revelado esos castigos? ¿Se los ha inventado? No, los mismos que los sufren son los que vienen a describirlos, como otros describen sus goces. Muchas veces lo hacen espontáneamente, sin que se piense en ellos, lo que excluye la idea de que somos juguete de nuestra propia imaginación.

Una madre y su hijo

En el mes de marzo de 1865, M.C., negociante en una pequeña ciudad cerca de París, tenía en su casa a su hijo de veintiún años de edad, gravemente enfermo. Este joven, sintiendose a punto de expirar, llamó a su madre y tuvo todavía la fuerza de abrazarla. Ésta, derramando abundantes lágrimas, le dijo: “Ve, hijo mío, precédeme, no tardaré en seguirte.” Al mismo tiempo salió ocultando la cabeza entre sus manos.

Las personas que se encontraban presentes a esta triste escena consideraron las palabras de la Sra. C... como una sencilla explosión de dolor que el tiempo y la razón debían aplacar. Sin embargo, habiendo sucumbido el enfermo, se la buscó por toda la casa, y se la encontró colgada en un granero. El entierro de la madre se hizo al mismo tiempo que el de su hijo.

Evocación al hijo muchos días después del acontecimiento.

P. ¿Tenéis noticia de la muerte de vuestra madre, que se ha suicidado, sucumbiendo a la desesperación que le ha causado vuestra pérdida?

R. Sí, y sin la pena que me ha causado el cumplimiento de su fatal resolución, sería enteramente dichoso. ¡Pobre y excelente madre! No ha podido soportar la prueba de esta separación momentánea, y ha tomado, por estar reunida a su hijo que amaba tanto, el camino que de él debía alejarla, ¡ay de mí!, por mucho tiempo. ¡Ha retardado así indefinidamente esta reunión, que habría sido tan pronta si la sumisión a la voluntad del Señor hubiera llenado su alma y si se hubiese resignado humilde y arrepentida ante la prueba que debía sufrir y la expiación que iba a purificarla!

¡Orad! ¡Oh! ¡Orad por ella!... y sobre todo, ¡no la imitéis, madres que os enternecéis con el triste relato de su muerte! No creáis que amaba más que otras a este hijo que era su alegría y su orgullo. No, no amaba más, pero le ha faltado el valor y la resignación. Madres que me escucháis, cuando veáis que la agonía cubre los ojos apagados de vuestros hijos, acordaos que, como Cristo, suben la cima del calvario desde donde deben elevarse a la gloria eterna.

Benjamín C...

Evocación de la madre.

R. ¡Quiero ver a mi hijo! ¿Tenéis el poder de devolvérmelo?... ¡Crueles!... ¡Me lo han quitado para llevarle a la luz y me han dejado en las tinieblas!... ¡Lo quiero, lo quiero... me pertenece!... ¿Acaso no es nada el amor maternal?.. ¡Qué! Haberle llevado nueve meses en mi seno, haber alimentado su carne con mi carne, su sangre con mi sangre. Haber guiado sus primeros pasos. Haberle enseñado a balbucear el nombre sagrado de Dios y el dulce nombre de madre. Haber hecho de él un hombre lleno de actividad, de inteligencia, de honradez, de rectitud, de amor filial y perderle cuando realizaba las esperanzas que de él había concebido, cuando un brillante porvenir se abría ante él. No, Dios no es justo, éste no es el Dios de las madres. No comprende su desesperación y su dolor..., ¡y cuando me doy la muerte para no dejar a mi hijo, me es arrebatado de nuevo!... ¡Hijo mío! ¡Hijo mío! ¿Dónde estás?

P. ¡Pobre madre! Participamos de vuestro dolor, pero habéis tomado un triste medio para estar reunida con vuestro hijo. El suicidio es un crimen a los ojos de Dios, y debierais haber pensado que castiga toda infracción a sus leyes. La privación de la vista de vuestro hijo es vuestro castigo.

R. No, yo creía que Dios era mejor que los hombres. No creía en su infierno, sino en la reunión eterna de las almas que se amaron como nos amamos. Me he engañado... ¡Dios no es justo y bueno, puesto que no ha comprendido la inmensidad de mi dolor y de mi amor!... ¡Oh! ¡Quién me volverá a mi hijo! ¿Lo he perdido para siempre? ¡Piedad!, ¡piedad, Dios mío!

P. Veamos, calmad vuestra desesperación. Pensad que si hay modo de volver a ver a vuestro hijo no es blasfemando de Dios como lo hacéis. En lugar de hacéroslo favorable, os atraéis mayor severidad.

R. Ellos me han dicho que no lo volvería a ver. He comprendido que lo han llevado al paraíso. ¿Y yo estoy en el infierno?..., ¿el infierno de las madres?... Existe, sí, demasiado lo veo.

P. Vuestro hijo no está perdido para siempre, creedme, lo volveréis a ver, ciertamente, pero es preciso merecerlo con vuestra sumisión a la voluntad de Dios. Mientras que rebelándoos podéis retardar este momento indefinidamente. Escuchadme, Dios es infinitamente bueno, pero es infinitamente justo. No castiga jamás sin causa, y si os ha impuesto grandes dolores en la Tierra, es porque los habéis merecido.

La muerte de vuestro hijo era una prueba para vuestra resignación. Desgraciadamente, habéis sucumbido a ella en vuestra vida, y he ahí que después de vuestra muerte sucumbís de nuevo. ¿Cómo queréis que Dios recompense a sus hijos rebeldes? Pero Él no es inexorable, acoge siempre el arrepentimiento del culpable. Si aceptando sin murmurar y con humildad la prueba que os enviaba por esta separación momentánea hubieseis esperado con paciencia que tuviera a bien llevaros de la Tierra, a vuestra entrada en el mundo en que estáis hubieseis visto inmediatamente a vuestro hijo venir a recibiros y a tenderos los brazos. Habríais tenido la alegría de verle radiante después de este tiempo de ausencia. Lo que hicisteis, y lo que hacéis en este momento, pone entre él y vos una barrera.

No creáis que esté perdido en las profundidades del espacio, no, está más cerca de vos de lo que creéis, pero un velo impenetrable le oculta a vuestra vista. Él os ve, os ama siempre, y gime por la triste situación en que os ha hundido vuestra falta de confianza en Dios. Pide fervorosamente el momento afortunado en que le será permitido mostrarse a vos. Sólo de vos depende apresurar o retardar este momento. Rogad a Dios y decid conmigo:

“Dios mío, perdonadme el haber dudado de vuestra justicia y de vuestra bondad. Si me habéis castigado, reconozco que lo he merecido. Dignaos aceptar mi arrepentimiento y mi sumisión a vuestra santa voluntad.”

R. ¡Qué luz de esperanza acabáis de hacer brillar en mi alma! Es un resplandor en la noche que me cerca. Gracias, voy a orar. Adiós.
C...

La muerte, aun por cl suicidio, no ha producido en este espíritu la ilusión de creerse también vivo. Tiene perfecta conciencia de su estado, aunque en otros el castigo consiste en esta misma ilusión, en los lazos que les unen a su cuerpo.

Esta mujer ha querido dejar la Tierra para seguir a su hijo en el mundo en que había entrado. Era preciso que supiera que estaba en ese mundo, para ser castigada, no encontrándole en él. Su castigo es precisamente el saber que no vive corporalmente, y en el conocimiento que tiene de su situación. Así es que cada falta es castigada por las circunstancias que la acompañan, y no hay castigos uniformes y constantes por las faltas del mismo género.

Doble suicidio por amor y por deber

Un diario del 13 de junio de 1862 contenía el hecho siguiente: “La Srta. Palmira, modista, que vivía con sus padres, estaba dotada de un exterior encantador, al que reunía el más amable carácter. Así es que tenía muchos pretendientes. Entre los aspirantes a su mano había distinguido al Sr. B..., que sentía por ella una viva pasión. Aunque ella también le amaba mucho, creyó, sin embargo, que debía, por respeto filial, ceder a los deseos de sus padres, casándose con el Sr. D..., cuya posición social les parecía más ventajosa que la de su rival.

“Los Srs. B... y D... eran amigos íntimos. Aunque no tenían entre sí ninguna relación de interés, no cesaron de verse. El amor mutuo de B... y de Palmira, esposa ya del Sr. D..., no se había debilitado en modo alguno. Como se esforzaban en comprimirlo, se aumentaba en razón de la misma violencia que se hacían. Para tratar de extinguirlo, B. .. tomó el partido de casarse. Contrajo matrimonio con una joven que poseía eminentes cualidades, e hizo todo lo posible para amarla, pero no tardó en apercibirse de que este medio heroico era impotente para curarle. Sin embargo, durante cuatro años, ni B... ni la Sra. de D... faltaron a sus deberes. Lo que tuvieron que sufrir no podría expresarse, porque D... , que estimaba verdaderamente a su amigo, le atraía siempre a su casa, y cuando quería marcharse, le obligaba a permanecer en ella.

“Los dos amantes, aproximados un día por una circunstancia fortuita que no habían buscado, se comunicaron el estado de su alma, y concordaron en el pensamiento de que la muerte era el único remedio de los males que sentían. Resolvieron matarse juntos, y poner su proyecto en ejecución al día siguiente, debiendo estar el Sr. D... ausente de su domicilio una gran parte del día. Después de haber hecho sus últimos preparativos, escribieron una larga y tierna carta explicando la causa de su muerte, que se daban por no faltar a sus deberes. Terminaba con una petición de perdón, y la súplica de que fuesen reunidos en la misma tumba.

“Cuando el Sr. D... entró, los encontró asfixiados. Respetó su último deseo, y quiso que en el cementerio no estuviesen separados.”

Habiéndose propuesto este hecho a la Sociedad de París como objeto de estudio, contestó un espíritu:

“Los dos amantes que se han suicidado no pueden aún responderos. Los veo, están sumergidos en la turbación y espantados por el soplo de la eternidad. Las consecuencias morales de su falta les castigarán durante emigraciones sucesivas, en las que sus almas desunidas se buscarán sin cesar, y sufrirán el doble suplicio del presentimiento y del deseo. Cumplida la expiación, se reunirán para siempre en el seno del eterno amor. Dentro de ocho días, en vuestra próxima sesión, podréis evocarles. Vendrán, pero no se verán, una noche profunda oculta por largo tiempo al uno del otro.”

Evocación de la mujer.

1. ¿Veis a vuestro amante por el cual os habéis suicidado? R. Yo no veo nada, ni tampoco a los espíritus que van conmigo de una parte a otra en la morada donde estoy. ¡Qué noche!, ¡qué noche!, y ¡qué espeso velo sobre mi rostro!

2. ¿Qué sensación habéis experimentado, cuando os despertasteis después de vuestra muerte? R. ¡Extraña, tenía frío y quemaba! ¡Corría hielo por mis venas y tenía fuego en mi frente! ¡Cosa rara, mezcla inaudita! ¡El hielo y el fuego parecían oprimirme! Pensaba que iba a sucumbir por segunda vez.

3. ¿Sentís algún dolor físico? R. Todo mi sufrimiento está aquí, aquí. P. ¿Qué queréis decir, cuando referís aquí, aquí? J R. Aquí, en mi cerebro. Aquí, en mi corazón.

Es probable que si se hubiera podido ver al espíritu, se le habría visto llevar la mano a su frente y a su corazón.

4. ¿Creéis que estaréis siempre en esta situación? R. ¡Oh! ¡Siempre, siempre! Oigo algunas veces risas infernales, voces espantosas, como si aullaran, diciendo estas palabras: ¡Siempre así!

5. ¡Pues bien! Podemos afirmaros con toda seguridad que no siempre estaréis así. Arrepintiéndoos, obtendréis vuestro perdón. R. ¿Qué habéis dicho? No entiendo.

6. Os repito que vuestros sufrimientos tendrán un término, que podréis abreviar con vuestro arrepentimiento, y os ayudaremos a ello por medio de la oración. R. No he oído más que una palabra y vagos sonidos. Esta palabra es ¡gracia! ¿Acaso me queréis hablar de gracia? ¡Habéis hablado de gracia, sin duda es el alma que pasa por mi lado, pobre criatura que llora y espera!

Una señora de la Sociedad dijo que acababa de dirigir una súplica por esta infortunada y que sin duda es esto lo que la ha afectado, que había, en efecto, mentalmente implorado por ella la gracia de Dios.

7. Decís que estáis en las tinieblas, ¿acaso no nos veis? R. Me es permitido oír algunas de las palabras que pronunciáis, pero no veo nada más que un crespón negro en cuyo fondo se dibuja, a ciertas horas, una cabeza que llora.

8. Si no véis a vuestro amante, ¿deberéis sentir su presencia, puesto que está a vuestro lado? R. ¡Ah! No me habléis de él, debo olvidarle por ahora, si quiero que se borre la imagen que veo trazada en el crespón.

9. ¿Qué imagen es esa? R. La de un hombre que sufre y cuya existencia moral en la Tierra ha muerto para mucho tiempo.

Leyendo este relato, se dispone uno enseguida a encontrar en este suicidio circunstancias atenuantes, y hasta a considerarlo como un acto heroico, puesto que fue provocado por el sentimiento del deber. Se ve que ha sido juzgado de otra manera, y que la pena de los culpables será larga y terrible por haberse procurado voluntariamente la muerte, a fin de huir de la lucha. La intención de no faltar a su deber era honrosa sin duda, y les será tomada en cuenta más tarde, pero el verdadero mérito hubiera consistido en vencer los grandes impulsos del corazón, mientras que hicieron como el desertor que se esconde en el momento del peligro.

La pena de los dos culpables consistirá, como se ve, en buscarse mucho tiempo sin encontrarse, sea en el mundo de los espíritus, sea en otras encarnaciones terrestres. La pena se agrava momentáneamente con la idea de que su estado presente debe durar siempre. Este pensamiento, formando parte del castigo, ha sido causa de que no se les permitiese oír las palabras de esperanza que se les dirigieron. A aquellos que encuentran esta pena muy terrible y muy larga, sobre todo si no debe cesar sino después de muchas encarnaciones, les diremos que su duración no es absoluta, y que dependerá de la manera como soporten sus pruebas, pudiéndoles ayudar con la oración. Serán, como todos los espíritus culpables, árbitros de su propio destino. Sin embargo. ¿no vale más esto que la condenación eterna, sin esperanza, a la cual son irrevocablemente condenados, según la doctrina de la iglesia, que los considera de tal modo destinados para siempre al infierno, que les rehúsa las últimas oraciones, sin duda como inútiles?

Luis y la costurera de botines

Hace siete u ocho meses, el llamado Luis G... , zapatero, cortejaba a Victorina R..., costurera de botines, con la cual debía casarse muy próximamente, pues las proclamas estaban publicándose. En estas circunstancias, los jóvenes se consideraban como definitivamente unidos, y por medida de economía, el zapatero iba cada día a comer a casa de su futura.

Un día que Luis fue, como de costumbre, a cenar a casa de la costurera, sobrevino alguna disputa por una bagatela. Ambos se obstinaron de tal modo y llegó el asunto a tal estado, que Luis dejó la mesa y partió jurando no volver más.

Al día siguiente, el zapatero fue a pedir perdón. La noche es buena consejera, como se sabe, pero la obrera, quizá prejuzgando, según la escena de la víspera, lo que podría acontecer cuando no habría tiempo de desdecirse, rehusó reconciliarse. Ni las protestas, ni las lágrimas, ni la desesperación, pudieron ablandarla. Muchos días pasaron desde que riñeron. Esperando Luis que su amante sería más tratable, quiso dar el último paso. Llegó, pues, y llamó de modo que se le conociera, pero no le abrieron. Entonces el pobre desahuciado reiteró las súplicas, hizo nuevas protestas sin que lograra la entrada, pero nada pudo conmover a la implacable pretendida. “¡Adiós, pues, malvada! -exclamó el pobre mozo-, ¡adiós para siempre! ¡Procurad encontrar un marido que os ame tanto como yo!” Al mismo tiempo, la joven oye una especie de gemido ahogado, después un ruido de un cuerpo que caía resbalando al lado de su puerta, quedando todo en silencio. Entonces creyó que Luis se había sentado en el suelo esperando que saliera, pero se propuso no salir hasta que él se marchara.

Apenas había pasado un cuarto de hora de esta escena, cuando un vecino, que pasaba con luz por el descanso de la escalera, lanzó una exclamación y pidió socorro. Al momento llegaron los vecinos, y Victorina abrió también su puerta. Un grito de horror profirió al ver tendido en el suelo a su prometido, pálido e inanimado. Todos se apresuraron a socorrerle, pero todo era inútil, había dejado de existir. El desgraciado joven había hundido su cuchilla en la región del corazón, y el hierro había quedado en la herida.

Sociedad Espírita de París, agosto de 1858.

Al espíritu de san Luis.

1. La joven, causa involuntaria de la muerte de su amante, en este caso, ¿incurre en responsabilidad? R. Sí, porque no le amaba.

2. Para prevenir una desgracia, ¿debía casarse a pesar de su repugnancia? R. Ella buscaba una ocasión para separarse de él. Hizo al principio lo que hubiera hecho más tarde.

3. ¿De modo que su culpabilidad consiste en haber fomentado en él sentimientos en los cuales no tomaba parte, sentimientos que fueron la causa de la muerte del joven? R. Sí, esto es.

4. ¿Su responsabilidad, en este caso, debe ser proporcionada a su falta, ésta no debe ser tan grande como si se hubiera provocado voluntariamente la muerte? R. Evidentemente.

5. ¿El suicidio de Luis encuentra una excusa en el extravío en que le había puesto la obstinación de Victorina? R. Sí, porque su suicidio que proviene del amor es menos criminal a los ojos de Dios que el suicidio del hombre que quiere librarse de la vida por un motivo de cobardía.

Al espíritu de Luis G..., habiendo sido evocado, se le dirigieron las preguntas siguientes:

1. ¿Qué pensáis de la acción que habéis cometido? R. Victorina es una ingrata, hice mal en matarme por ella, porque no lo merecía.

2. ¿No os amaba? R. No, lo creyó al pronto, se hizo la ilusión. La escena que presenció le abrió los ojos, entonces se alegró y tomó este pretexto para desembarazarse de mí.

3. Y vos, ¿la amabais sinceramente? R. Tenía pasión por ella, y nada más. Así lo creo, pues si la hubiera amado con un amor puro, no le hubiese causado ningún disgusto.

4. Si ella hubiera sabido que queríais realmente mataros, habría persistido en su negativa? R. No lo sé, no lo creo, porque no es mala, pero hubiera sido desgraciada. Para ella incluso es mejor que los acontecimientos hayan sucedido de este modo.

5. ¿Al llegar a su puerta, teníais intención de mataros en caso de una negativa? R. No, no pensaba en ello, no creía que fuese tan obstinada. Sucedió que, cuando vi su obstinación, un vértigo me dominó.

6. Parece que no sentís vuestro suicidio sino porque Victorina no lo merecía. ¿Es éste el único sentimiento que experimentáis? R. En este momento, sí. Estoy aún completamente turbado, me parece estar en la puerta, pero siento otro estado que no puedo definir.

7. ¿Lo comprenderéis más tarde? R. Sí, cuando haya salido de la turbación... He obrado muy mal, debía haberla dejado en paz. He sido débil y pago la pena. Ya veis, la pasión ciega al hombre y le hace hacer muchas tonterías. Las comprende cuando ya no hay tiempo.

8. Decís que pagáis la pena. ¿Qué pena es la que sufrís? R. Hice mal en abreviar mi vida. No podía hacerlo, debía soportarlo todo primero que acabar antes de tiempo, y además, soy desgraciado, sufro. Siempre es ella la que me hace sufrir. Me parece estar aún allí, a su puerta. ¡Ingrata! No me habléis más de ella, no quiero recordarla. Me hace mucho daño. Adiós.

Otra vez vemos en esto una nueva prueba de la justicia distributiva que preside al castigo de los culpables, según el grado de su responsabilidad.

En la circunstancia presente, la primera falta está en la joven que había fomentado en Luis un amor que ella no tenía y se burlaba de él. Ella tendrá, pues, la mayor parte de la responsabilidad. En cuanto al joven, también es castigado por el sufrimiento que tiene, pero su pena es ligera, porque no ha hecho más que ceder a un movimiento irreflexivo y a un momento de exaltación, en lugar de la fría premeditación de los que se suicidan para sustraerse a las pruebas de la vida.

Un ateo

M.J. B.D... era un hombre de instrucción, pero imbuido hasta el último grado en las ideas materialistas. No creía en Dios ni en su alma. Fue evocado dos años después de su muerte en la Sociedad de París, a petición de uno de sus parientes.

1. Evocación. R. Sufro, soy réprobo.

2. Se nos ha rogado que os llamásemos de parte de vuestros parientes que desean conocer vuestra suerte. ¿Queréis expresarnos si nuestra evocación os es agradable o penosa? R. Penosa.

3. ¿Vuestra muerte ha sido voluntaria? R. Sí. El espíritu escribe con dificultad. La escritura es muy grande, irregular, convulsiva y casi ilegible. Al principio demuestra cólera, rompe el lápiz y desgarra el papel.

4. Tened más calma, todos rogaremos a Dios por vos. R. Me veo forzado a creer en Dios.

5. ¿Qué motivo os condujo a vuestra destrucción? R. Fastidio de la vida sin esperanza.

Se concibe el suicidio cuando se vive sin esperanza. Se quiere evitar la desgracia a todo precio. Con el Espiritismo, el porvenir se desarrolla y la esperanza se legitima. El suicidio no tiene, pues, objeto. Al contrario, se reconoce que por este medio se evita un mal para caer en otro que es cien veces peor. He aquí por qué el Espiritismo ha arrancado tantas víctimas a la muerte voluntaria. Los que se esfuerzan en acreditar con sofismas científicos, y a pretensión de tener la razón de su parte, la idea desconsoladora, origen de tantos males y crímenes, de que todo acaba con la vida, son muy culpables. Serán responsables, no sólo de sus propios errores, sino de todos los males de que habrán sido causa.

6. Quisisteis evadiros de las vicisitudes de la vida, ¿habéis ganado en ello algo? ¿Sois más feliz ahora? R. ¿Por qué no existe la nada?

7. ¿Queréis tener la bondad de describirnos vuestra situación lo mejor que podáis? R. Sufro cuando me veo obligado a creer todo lo que negaba. Mi alma está como en ascuas, atormentada horriblemente.

8. ¿De dónde sacasteis las ideas materialistas que teníais en vuestra vida? R. En otra existencia había sido malo, y mi espíritu estaba condenado a sufrir los tormentos de la duda, durante mi vida, bajo cuyos impulsos me suicidé.

Hay aquí todo un orden de ideas. Se pregunta uno muchas veces cómo puede haber materialistas, puesto que habiendo ya pasado por el mundo espiritual deberían tener de él la intuición. Pero, precisamente, esta intuición se niega a ciertos espíritus que han conservado su orgullo, y no se arrepintieron de sus faltas. Su prueba consiste en adquirir, durante la vida corporal, y por su propia razón, la prueba de la existencia de Dios y de la vida futura, que tienen incesantemente a la vista, pero con frecuencia la presunción de no admitir nada fuera de sus conocimientos domina todavía, y sufren la pena hasta que, vencido su orgullo, se rinden por fin a la evidencia.

9. ¿Cuando os ahogasteis, qué pensabais que vendría a ser de vos? ¿Qué reflexiones hicisteis en aquel momento? R. Ninguna, era la nada para mí. He visto después que, no habiendo sufrido toda mi condena, tenía aún que sufrir mucho más.

10. ¿Estáis ahora bien convencido de la existencia de Dios, del alma y de la vida futura? R. ¡Demasiado me atormenta esta idea!

11. ¿Habéis vuelto a ver a vuestro hermano? R. ¡Oh! No.

12. ¿Por qué? R. ¿Por qué queréis que unamos nuestros tormentos? Nos separamos en la desgracia, nos uniremos en la felicidad.

13. ¿Tendríais placer de volver a ver a vuestro hermano? ¿Podríamos llamarle para que viniera a vuestro lado? R. No, no, estoy demasiado bajo.

14. ¿Por qué no queréis que le llamemos? R. Porque tampoco es feliz.

15. ¿Acaso teméis su presencia? ¡Quizá podría haceros bien! R. No, más tarde.

16. ¿Deseáis expresar algo a vuestros parientes? R. Que recen por mí.

17. Parece que en la sociedad que frecuentabais, algunas personas participan de las opiniones que teníais en vuestra vida. ¿Tendréis que informarles algo con este objeto? R. Ah, ¡desgraciados! ¡Ojalá creyesen en otra vida! Ésta es la mayor felicidad que puedo desearles. Si pudieran comprender mi triste situación, mucho les haría reflexionar. Evocación del hermano del precedente, que profesaba las mismas ideas, pero que no se había suicidado. Aunque desgraciado, tiene más calma. Su escritura es clara y legible.

18. Evocación. R. ¡Si el cuadro de nuestros sufrimientos pudiera serviros de lección útil y persuadiros de que existe otra vida donde se expían las faltas, la incredulidad!

19. ¿Os veis recíprocamente con vuestro hermano, a quien acabamos de llamar? R. No, huye de mí.

Podría preguntarse cómo pueden los espíritus huir en el mundo espiritual, donde no existen obstáculos materiales ni retiros ocultos a la vista. Todo es relativo en ese mundo, y en conexión con la naturaleza fluídica de los seres que lo habitan. Sólo los espíritus superiores tienen percepciones indefinidas. En los espíritus inferiores son limitadas, y para ellos, los obstáculos fluídicos hacen el efecto de los obstáculos materiales.

Los espíritus se ocultan los unos de los otros por un efecto de su voluntad, que obra sobre su envoltura periespiritual y los fluidos ambientes. Pero la Providencia, que vela sobre cada uno individualmente como sobre sus hijos, les concede o rehúsa esta facultad en virtud de las disposiciones morales de cada uno, y según las circunstancias es un castigo o una recompensa.

20. Toda vez que estáis más tranquilo que él, ¿podríais darnos una descripción más precisa de vuestros sufrimientos? R. Cuando en la Tierra os veis obligados a confesar vuestros defectos, ¿no sufre vuestro amor propio y vuestro orgullo? ¿No se rebela vuestro espíritu al veros humillados ante aquel que os demuestra que estáis en el error? Pues bien. ¿Qué creéis que sufre el espíritu que, durante una existencia, ha vivido persuadido de que nada existe después de él, que tiene razón contra todos? Cuando de repente se encuentra en frente de la verdad resplandeciente, se aniquila, se humilla. A esto se agregan los remordimientos de haber podido olvidar por tanto tiempo la existencia de un Dios tan bueno, tan indulgente. Su estado es insoportable, no encuentra calma ni reposo. No encontrará tranquilidad hasta el momento en que la gracia santa, esto es, el amor de Dios, le conmueva, porque el orgullo se apodera de tal modo de nuestro pobre espíritu, que le envuelve enteramente, y le falta aún mucho tiempo para deshacerse de ese hábito fatal. Sólo la oración de nuestros hermanos puede ayudarnos a deshacernos de él.

21. ¿Queréis hablar de vuestros hermanos encarnados o de los espíritus? R. De los unos y los otros.

22. Mientras que nos comunicábamos con vuestro hermano, una persona aquí presente ha rogado por él. ¿Esta oración, le ha sido útil? R. No se perderá... Si ahora rechaza la gracia, ésta le volverá cuando esté en estado de poder recurrir a esta divina panacea.

Vemos aquí otro género de castigo, pero que no es el mismo en todos los incrédulos. Independientemente del sufrimiento, hay la precisión, para este espíritu, de reconocer las verdades de que había renegado en su vida. Sus ideas actuales denotan cierto progreso, comparativamente a otros espíritus que persisten en la negación de Dios. Esto ya es algo, y un principio de humildad el convenir en que se ha equivocado. Es más probable que, en su próxima encarnación, la incredulidad habrá hecho lugar al sentimiento innato de la fe.

Habiéndose transmitido el resultado de estas dos evocaciones a la persona que las había solicitado, recibimos de esta última la contestación siguiente:

“Caballero, no os podéis figurar cuánto bien me han hecho las evocaciones de mi suegro y de mi tío. Los hemos reconocido enteramente. La escritura del primero, sobre todo, tiene una analogía admirable con la que tenía en su vida. Tanto más que durante los últimos meses que ha pasado con nosotros era sobarbada e indescifrable. Se encuentra en dicha escritura la misma forma de los palos de la rúbrica y de ciertas letras. En cuanto a las palabras, a las expresiones y al estilo, es todavía más notable. Para nosotros la analogía es perfecta excepto que se halla más ilustrado acerca de Dios, el alma y la eternidad que negaba tan formalmente en otro tiempo. Estamos, pues, enteramente convencidos de su identidad. Dios será glorificado por nuestra creencia más firme en el Espiritismo, y nuestros hermanos, espíritus y encarnados, vendrán a ser mejores.

“La identidad de su hermano es menos evidente. Con la diferencia inmensa del ateo al creyente, hemos reconocido su carácter, su estilo, su giro en las frases. Una palabra sobre todo nos ha sorprendido, es la de panacea; ésta era su palabra de costumbre, la decía y la repetía a todos a cada instante.

“He comunicado estas dos evocaciones a muchas personas, que se han quedado pasmadas de su veracidad. Pero los incrédulos, los que tienen las opiniones de mis dos parientes, hubieran querido respuestas aún más categóricas: que M. D..., por ejemplo, precisase el paraje donde ha sido enterrado, aquel en que se ha ahogado, de qué manera fue recogido su cadáver. Para satisfacerles y convencerles, ¿no podríais evocarle de nuevo? En este caso, ¿tendréis la bondad de dirigirles las preguntas siguientes?: ¿Dónde y cómo ejecutó su suicidio?, ¿cuánto tiempo permaneció bajo el agua?, ¿en qué sitio fue enterrado?, ¿de qué manera, civil o religiosa, se procedió a su inhumación?, etc.

“Os suplico tengáis a bien hacer que se conteste categóricamente a estas preguntas, que son esenciales para los que dudan todavía. Estoy persuadido del bien inmenso que eso produciría. Hago de modo que mi carta os llegue mañana viernes, a fin de que podáis hacer esta evocación en la sesión de la Sociedad, que debe tener lugar dicho día... etc.”

Hemos reproducido esta carta a causa del hecho de identidad que acredita. Nosotros añadimos aquí la respuesta que hemos dado, para instrucción de las personas que no están familiarizadas con las comunicaciones de ultratumba.

“...Las preguntas que deseáis que dirijamos de nuevo al espíritu de vuestro suegro son sin duda dictadas con la laudable intención de convencer incrédulos, porque en ellas no vemos en vos ningún sentimiento de duda ni de curiosidad. Pero un conocimiento más perfecto de la ciencia espiritista os hubiera convencido de que eran superfluas. En primer lugar, me suplicáis que haga responder categóricamente a vuestro pariente: ¿ignoráis, sin duda, que no podemos gobernar a los espíritus a nuestro gusto? Responden cuando quieren, como quieren y a menudo como pueden. Su libertad de acción es todavía más grande que en su vida y tienen más medios de evitar la presión moral que se quisiera ejercer sobre ellos.

“Las mejores pruebas de identidad son las que dan espontánea y voluntariamente, o que nacen de las circunstancias y casi siempre es inútil provocarlas. Vuestro pariente ha probado su identidad de una manera irrecusable según vos. Es, pues, más que probable que rehusaría responder a preguntas que justamente pueden considerarse como superfluas y hechas con la idea de satisfacer la curiosidad de personas que le son indiferentes.

“Podría responder, como han hecho muchas veces otros espíritus en semejante caso: «¿Para qué preguntarme cuestiones que sabéis?» Añadiré también que en el estado de turbación y de sufrimiento en que se encuentra, deben serle más penosas las investigaciones de este género. Es exactamente igual que si se quisiese obligar a un enfermo, que apenas puede pensar y hablar, a contar los detalles de su vida. Esto sería seguramente faltar a los miramientos que se deben a su situación.

“En cuanto al resultado que esperáis, estad persuadido de que sería nulo. Las pruebas de identidad que se han suministrado tienen mayor valor, por lo mismo que son espontáneas, y nada podría sospecharse sobre el modo como se dieron. Si los incrédulos no están satisfechos de ellas, quizá lo estarían menos por medio de preguntas preparadas que podrían dar lugar a sospechas de connivencia. Hay gentes a quienes nada puede convencer. Verían con sus propios ojos a vuestro pariente en persona, y se creerían juguete de una alucinación.

“Me resta dirigiros aún dos palabras, sobre la súplica que hacéis de que se haga esta evocación el mismo día en que recibiera vuestra carta. Las evocaciones no se hacen así, con el talismán. Los espíritus no responden siempre a nuestro llamamiento. Es preciso para esto que lo puedan o que lo quieran. Es necesario, además, un médium que les convenga, y que tenga la aptitud especial indispensable, que este médium esté disponible en un momento dado, que el centro sea simpático al espíritu, etc., circunstancias todas de las que no se puede jamás responder, y que importa conocer, tratándose de hacer las cosas con la formalidad necesaria.”

El Sr. Felicien

Era un hombre rico, instruido, poeta espiritual, de buen carácter, servicial, ameno y de mucha honradez. Falsas especulaciones habían comprometido su fortuna. No permitiéndole su edad restablecerla, cedió al desaliento y se suicidó en diciembre de 1864, ahorcándose en su alcoba. No era ni materialista ni ateo, sino un hombre de un talante un poco ligero, que se ocupaba muy poco de la vida futura. Habiéndole conocido íntimamente, y teniendo simpatía por su persona, le evocamos cuatro meses después de su muerte.

Evocación.

R. Echo de menos la Tierra. Tuve en ella decepciones, pero menores que aquí. Soñaba maravillas y estoy muy lejos de la idealidad real que tenía. El mundo de los espíritus es una confusión, y para hacerlo soportable, sería necesario escoger mucho. ¡No quiero volver más a él! ¡Qué ejemplos de costumbres espiritistas se podrían hacer aquí! Balzac debiera continuar su tarea, que sería ruda. Pero no le he visto. ¿Dónde se encuentran, pues, estos grandes espíritus que tanto azotaron los vicios de la Humanidad?. Deberían, como yo, permanecer aquí algún tiempo, antes de ir a las regiones más elevadas. Es un pandemonium curioso que me gusta observar y me quedo en él.

Aunque el espíritu declara que se encuentra en una sociedad de mucha mezcla, y por consecuencia de espíritus inferiores, nos sorprendió su lenguaje en razón a su género de muerte, a la cual no hacía ninguna ilusión, aunque por otra parte se veía el reflejo de su carácter. Esto nos dejaba algunas dudas sobre su identidad.

P. ¿Queréis referirnos, os lo suplico, cómo habéis muerto?

R. ¿Cómo he muerto? Por la muerte que he elegido, ella me ha gustado. He meditado bastante tiempo sobre la que debía elegir para librarme de la vida. Y a fe mía confieso que no he ganado gran cosa, si se exceptúa que me he librado de mis cuidados materiales, mas para encontrarlos más graves, más penosos en mi situación de espíritu, cuyo fin no preveo.

Al guía del médium:

P. ¿Es verdaderamente el espíritu de M. Felicien quien ha contestado? Ese lenguaje casi indiferente nos sorprende en un suicida.

R. Sí, pero por un sentimiento perdonable en su situación y que comprenderéis, no quería revelar su género de muerte al médium. Por esto mismo, buscando rodeos, concluyó por confesarlo obligado por vuestra pregunta directa, por lo que se halla muy afectado. Sufre mucho por haberse dado la muerte, y aparta tanto como puede todo lo que le recuerda ese fin funesto.

Al espíritu:

P. Vuestra muerte me afectó tanto más cuanto que preveía las tristes consecuencias para vos, y en razón, sobre todo, de la estimación y cariño que os teníamos. Personalmente, no he olvidado cuán bueno y servicial habéis sido para mí. Tendría la mayor felicidad en acreditaros mi reconocimiento, si puede haber algo que os sea útil.

R. Sin embargo, no podía evitar de otro modo lo embarazoso de mi situación material. Ahora sólo tengo necesidad de oraciones. Orad, sobre todo, para que se me libre de los horribles compañeros que me rodean, que me atormentan con sus risas, sus gritos y sus burlas infernales. Me llaman cobarde y tienen razón, cobardía es dejar la vida. Ya veis, van cuatro veces que sucumbo a esta prueba. ¡Sin embargo, mucho me había prometido no flaquear!... ¡Fatalidad!... ¡Ah!, orad. ¡Qué suplicio es el mío! ¡soy muy desgraciado! Haréis más por mí rogando que no he hecho por vos cuando estaba en la Tierra, pero la prueba a la cual he faltado tan a menudo, se presenta ante mí con rasgos indelebles. Es preciso que la sufra nuevamente en un tiempo dado. ¿Tendré bastante fuerza? ¡Ah! ¡Tantas veces volver a empezar la vida! ¡Luchar tanto tiempo y verme arrastrado por los acontecimientos a sucumbir a mi pesar, es desesperante, incluso aquí! Para esto tengo necesidad de fuerza. La oración la da, se dice: orad por mí, también yo quiero orar.

Este caso particular de suicidio, aunque ejecutado en circunstancias muy vulgares, se presenta, no obstante, bajo una fase especial. Nos muestra un espíritu que ha sucumbido muchas veces a esta prueba, que se renueva en cada existencia, y se renovará mientras no tenga la fuerza de resistirla ella. Es la confirmación el principio de que cuando el objeto de mejorar, para el cual nos hemos encarnado, no se alcanza, hemos sufrido sin provecho. Porque debemos volver a empezar hasta que salgamos victoriosos de la lucha.

Al espíritu del Sr. Felicien:

Os suplico que escuchéis lo que voy a exponeros, y tened a bien meditar mis palabras. Lo que llamáis fatalidad no es otro hecho que vuestra propia debilidad, porque no hay fatalidad. De no ser así, el hombre no sería responsable de sus actos. El hombre es siempre libre, y éste es su más bello privilegio. Dios no ha querido hacer de él una máquina que obrase y obedeciese a ciegas. Si esta libertad le hace falible, le hace también perfectible, y sólo por la perfección llega a la dicha suprema.

Su orgullo le conduce a acusar al destino de sus desgracias en la Tierra, cuando lo más a menudo son efecto de su incuria. Vos sois de esto un ejemplo patente. En vuestra última existencia teníais todo lo que era preciso para ser feliz según el mundo: ingenio, talento, fortuna, consideración merecida. No teníais vicios ruinosos, y sí cualidades estimables. ¿Cómo fue que vuestra situación se encontrara tan radicalmente comprometida?

Únicamente por vuestra imprevisión. Convenid en que si hubieseis obrado con más prudencia, si hubieseis sabido contentaros con la buena parte que teníais, en lugar de querer aumentarla sin necesidad, no habríais arruinado. No hubo, pues, fatalidad, puesto que podíais evitar lo que ha acontecido.

Vuestra prueba consistía en un encadenamiento de circunstancias que debían daros, no la necesidad, sino la tentación del suicidio. Desgraciadamente para vos, a pesar de vuestro talento y vuestra instrucción, no habéis sabido dominar estas circunstancias y pagáis la pena de vuestra debilidad. Esta prueba, como lo presentís con razón, debe renovarse todavía. En vuestra próxima existencia estaréis expuesto a acontecimientos que provocarán de nuevo el pensamiento del suicidio, y lo mismo será hasta que hayáis triunfado.

Lejos de acusar a la suerte de lo que es vuestra propia obra, admirad la bondad de Dios, que en lugar de condenaros irremisiblemente por vuestra falta primera, os ofrece sin cesar los medios de repararla. Sufriréis, pues, no eternamente, sino tanto tiempo como tardéis en reparar. De vos depende el tomar en el estado de espíritu resoluciones tan enérgicas, que expreséis a Dios un arrepentimiento sincero, que solicitéis con gran insistencia el apoyo de los buenos espíritus y llegaréis a la Tierra escudado contra todas las tentaciones. Una vez obtenida vuestra victoria, marcharéis en la vía de la felicidad con tanta más rapidez cuanto vuestro adelanto es ya muy grande bajo otros aspectos. Falta, sin embargo, que deis un paso más. Nosotros os ayudaremos con nuestras oraciones, pero éstas serían impotentes si no nos secundaseis con vuestros esfuerzos.

R. Gracias, ¡oh!, gracias por vuestras buenas exortaciones. Tenía mucha necesidad de las mismas, porque soy más desgraciado de lo que quería dar a entender. Voy a ponerlas en practica, os lo aseguro, y a prepararme para mi próxima encarnación, en la que haré de modo que no sucumba. Deseo salir pronto de este grosero centro donde estoy relegado. Felicien

Antonio Bell
Contador en un banco del Canadá, se suicidó el 28 de febrero de 1865. Uno de nuestros corresponsales, médico y farmacéutico en la misma ciudad, nos ha dado sobre dicho Bell las noticias siguientes:

“Conocía a Bell desde más de veinte años. Era un hombre inofensivo y padre de una numerosa familia. Hace algún tiempo se imaginó que había comprado un veneno en mi casa, y que se había servido de él envenenando a alguno. Muchas veces vino a suplicarme le dijese en que época se lo había vendido, y se entregaba entonces a delirios terribles. Perdía el sueño, se acusaba y se golpeaba el pecho.

“Su familia estaba en una ansiedad continua, desde las cuatro de la tarde hasta las nueve de la mañana en que iba al banco, donde llevaba sus libros de una manera muy regular, sin cometer jamás un solo error. Acostumbraba a declarar que un ser que sentía en él le hacía llevar su contabilidad con orden y regularidad. En el momento en que parecía estar convencido de lo absurdo de sus pensamientos, exclamaba: No, no, me queréis engañar..., yo me acuerdo..., es verdad.”

Antonio Bell fue evocado en París, el 17 de abril de 1865, a petición de su amigo.

1. Evocación. R. ¿Qué queréis de mí? ¿Hacerme sufrir un interrogatorio? Es inútil, lo confesaré todo.

2. Está lejos de nuestro pensamiento querer atormentaros con indiscretas preguntas. Deseamos solamente saber cuál es vuestra situación en el mundo en que estáis, y si podemos seros útil. R. ¡Ah! ¡Si lo pudieseis, os lo agradecería infinitamente! ¡Tengo horror por mi crimen, y soy muy desgraciado!

3. Nuestras oraciones endulzarán vuestras penas, así lo esperamos. Por otra parte parece que estáis en buenas condiciones, el arrepentimiento está en vos, y éste es ya un principio de rehabilitación. Dios, que es infinitamente misericordioso. tiene siempre piedad del pecador arrepentido. Orad con nosotros.

Se pronunció la oración por los suicidas que se encuentra en El Evangelio según El Espiritismo.

P. ¿Quisierais manifestarnos ahora de qué crimen os reconocéis culpable'? Esa confesión, hecha con humildad, se os tomará en cuenta.

R. Dejad que os dé primero las gracias por la esperanza que acabáis de hacer nacer en mi corazón. ¡Ay de mí! Hace ya mucho tiempo que vivía en una ciudad, cuyas murallas bañaba el mar del Mediodía. Amaba a una hermosa joven que correspondía a mi amor, pero yo era pobre y fui rechazado por su familia. Ella me anunció que iba a casarse con el hijo de un negociante cuyo comercio se extendía más allá de los dos mares, y fui despedido. Loco de dolor, resolví quitarme la vida después de haber satisfecho mi venganza asesinando a mi aborrecido rival. Sin embargo, los medios violentos me repugnaban. Temblaba a la idea de este crimen, pero mis celos me dominaron. La víspera del día en que mi amada debía ser suya, murió envenenado por mis manos, encontrando este medio más fácil. Así se explican aquellas reminiscencias del pasado. Sí, yo he vivido ya, y es preciso que vuelva a vivir todavía... ¡Oh! Dios mío, tened piedad de mi debilidad y de mis lágrimas.
4. Deploramos esta desgracia que ha retardado vuestro adelanto y os compadecemos sinceramente, pero, puesto que os arrepentís, Dios tendrá piedad. Os suplico que refiráis si pusisteis en ejecución vuestro proyecto de suicidio. R. No, confieso con vergüenza que la esperanza vino a mi corazón. Quería gozar del precio de mi crimen, pero mis remordimientos me hicieron traición. Expié en el último suplicio este momento de extravío: fui ahorcado.
5. ¿Teníais conciencia de esta mala acción en vuestra última existencia? R. En los últimos años de mi vida solamente, y he aquí cómo. Era bueno por naturaleza. Después de haber estado sometido, como todos los espíritus homicidas, al tormento de la vista continua de mi víctima que me perseguía como un vivo remordimiento, me libré de ella muchos años después por mis oraciones y mi arrepentimiento. Volví a empezar otra vez la vida última, y la atravesé pacífico y tímido. Tenía en mí una vaga intuición de mi debilidad innata y de mi falta anterior, de la cual había conservado el recuerdo latente. Pero un espíritu obsesor y vengativo, que no es otro sino el padre de mi víctima, no tuvo gran trabajo en apoderarse de mí, y en hacer revivir en mi corazón, como en un espejo mágico, los recuerdos del pasado.

Influido sucesivamente por él y por el guía que me protegía, unas veces era el envenenador y otras el padre de familia que ganaba el pan de sus hijos con su trabajo. Fascinado por este demonio obsesor, me empujó al suicidio. Soy muy culpable, es verdad, pero menos, sin embargo, que si yo mismo lo hubiese resuelto. Los suicidas de mi categoría, que son demasiado débiles para resistir a los espíritus obsesores, son menos culpables y menos castigados que los que se quitan la vida por la sola acción de su libre albedrío.

Rogad conmigo por el espíritu que me ha influido tan fatalmente, a fin de que abdique sus sentimientos de venganza, y rogad por mí a fin de que adquiera la fuerza y la energía necesarias para no faltar a la prueba de suicidio por libre voluntad, a la cual seré sometido, según me explican, en mi próxima encarnación.

Al guía del médium:
6. ¿Un espíritu obsesor puede realmente empujar al suicidio? R. Seguramente, porque la obsesión, que por sí misma es un género de prueba, puede revestir todas las formas, pero esto no es una excusa. El hombre siempre tiene libre albedrío, y en consecuencia, es libre de ceder o de resistir a las sugestiones a que está expuesto. Cuando sucumbe, es siempre por su voluntad. El espíritu tiene razón, por otra parte, cuando expresa que aquel que hace el mal por instigación de otro es menos reprensible y menos castigado que cuando lo comete por su propio impulso, pero no es inocente, porque desde el instante en que se deja apartar del camino derecho, es porque el bien no está fuertemente arraigado en él.
7. ¿Cómo es que, a pesar de la oración y del arrepentimiento que habían libertado a este espíritu del tormento que sentía por la vista de su víctima, haya sido aún perseguido por la venganza del espíritu obsesor en su última encarnación? R. El arrepentimiento, ya lo sabéis, no es más que el preliminar indispensable de la rehabilitación, pero no basta para librar al culpable de toda pena. Dios no se contenta con promesas, es necesario probar con actos la solidez de la vuelta al bien. Por esto el espíritu está sometido a nuevas pruebas que la fortifican, al mismo tiempo que le hacen adquirir un mérito más cuando sale victorioso. Es el blanco de las persecuciones de los malos espíritus, hasta que éstos le consideran bastante fuerte para resistirlas. Entonces le dejan en descanso, porque saben que sus tentativas serían inútiles.

Estos dos últimos ejemplos nos demuestran la misma prueba renovándose en cada encarnación tanto tiempo como se sucumbe en ella. Antonio Bell nos manifiesta además el hecho, no menos instructivo, de un hombre perseguido por el recuerdo de un crimen cometido en una existencia anterior, como un remordimiento y una advertencia. Vemos por esto que todas las existencias son solidarias entre sí. La justicia y la bondad de Dios resplandecen en la facultad que deja al hombre de mejorarse gradualmente sin cerrarle jamás la puerta del rescate de sus faltas. El culpable es castigado por su misma falta, y el castigo, en lugar de ser una venganza de Dios, es el medio empleado para hacerle progresar.