EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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La Sra. Wollis
Viuda de Foulon


La Sra. de Foulon, muerta en Antibes el 3 de febrero de 1865, había vivido mucho tiempo en El Havre, donde adquirió reputación como pintora muy hábil en miniatura. Su notable capacidad no le sirvió por de pronto sino para distraerse como aficionada, pero, más tarde, cuando vinieron días malos, supo hacer de su facultad un precioso recurso. La amenidad de su carácter, sus cualidades privadas, que sólo pueden apreciar los que sabían su vida íntima en toda su extensión, le habían conquistado el aprecio y el amor de todos los que la conocían.


Como todos aquellos en quienes el sentimiento del bien es innato, no hacía de ello ostentación, ni tan sólo lo sabía. Si hay alguno en quien el egoísmo no haya hecho ninguna mella, sin duda es una de tantos. Puede ser que jamás el sentimiento de la abnegación personal fuese llevado más lejos. Siempre dispuesta a sacrificar su reposo, su salud, sus intereses por aquellos a quienes podía ser útil, su vida no fue más que una larga serie de sacrificios, así como fue desde su juventud una larga serie de rudas y crueles pruebas. ante las cuales el valor y perseverancia no le han faltado jamás. Pero su vista. fatigada por un trabajo minucioso. Disminuía de día en día. Algún tiempo más. Y la ceguera, muy adelantada va, hubiera sido completa.


Cuando la Sra. Foulon tuvo conocimiento de la doctrina espiritista, fue para ella como una chispa luminosa. Le parecía que un velo se levantaba mostrando alguna cuestión que no le era del todo desconocida, pero de la que no tenía más que una vaga intuición. Así es que la estudió con ardor, pero al mismo tiempo con aquella lucidez de espíritu, con aquella exactitud de apreciación que era propia de su alta inteligencia. Es necesario conocer todas las tribulaciones de su vida, tribulaciones que tenían siempre por móvil no ella misma, sino los seres que le eran queridos, para comprender todos los consuelos que adquirió de esta sublime revelación que le daba una fe inquebrantable en el porvenir y le mostraba la pequeñez de la existencia terrestre.


Su muerte fue digna de su vida. La vio venir sin ningún temor, pues era para ella la libertad de los lazos terrestres, que debía abrirla esa bienaventurada vida espiritual con la cual se había identificado por el estudio del Espiritismo. Ha muerto en calma, porque tenía la conciencia de haber cumplido la misión que había aceptado viniendo a la Tierra, de haber llenado escrupulosamente sus deberes de esposa y madre de familia, porque durante su vida había también abjurado todo resentimiento contra aquellos que se portaron mal con ella y que la habían pagado con ingratitud, porque les había vuelto siempre bien por mal. Y ha dejado esta vida perdonándoles, dejándolo todo a la bondad y a la justicia de Dios. Ha muerto, en fin, con la serenidad que da una conciencia pura, y la certeza de estar menos separada de sus hijos que durante la vida corporal, puesto que podrá en adelante estar con ellos en espíritu en cualquier punto del globo que se encuentren, ayudarles con sus consejos y envolverles con su protección.


Desde que supimos la muerte de la Sra. Foulon, nuestro primer deseo fue conversar con ella. Las relaciones de amistad y de simpatía que la doctrina espiritista había hecho nacer entre nosotros explican algunas de sus palabras v la familiaridad de su lenguaje.


I
París, 6 de febrero, tres días después de su muerte


“Estaba segura de que tendríais el pensamiento de evocarme luego de mi libertad, y estaba preparada a responderos, porque no he conocido turbación. Sólo los que tienen miedo se hallan envueltos en sus espesas tinieblas.


“¡Pues bien! Amigo mío, ahora soy dichosa. Estos pobres ojos que se habían debilitado y que no me dejaban sino el recuerdo de los prismas que habían matizado mi juventud con sus diferentes resplandores, se han abierto aquí y han vuelto a encontrar los espléndidos horizontes que idealizan, en sus vagas reproducciones, algunos de vuestros grandes artistas, pero cuya realidad majestuosa, severa, llena de encantos, tiene impresa la más completa realidad.


“No hace más que tres días que he muerto y siento que soy artista. Mis inspiraciones hacia lo ideal de la hermosura en el arte no eran sino la intuición de una facultad que había estudiado y adquirido en otras existencias y que se ha desenvuelto en mi última. ¡Pero qué tengo que hacer para reproducir una obra maestra digna de la gran escena que impresiona al espíritu al llegar a la región de la luz! ¡Pinceles! ¡Pinceles! Y probaré al mundo que el arte espiritista es el coronamiento del arte pagano, del arte cristiano que peligra, y que sólo al Espiritismo está reservada la gloria de hacerle revivir con todo su brillo sobre vuestro mundo.


“Basta para el artista. Vamos a la amiga. ¿Por qué, mi buena amiga (la Sra. de Allan Kardec), os afectáis así por mi muerte? Sobre todo sabiendo las decepciones y las amarguras de mi vida. Al contrario, debíais regocijaros al ver que ahora no he de beber en la copa amarga de los dolores terrestres que he vaciado hasta las heces. Creedme. Los muertos son más felices que los vivos, y llorarlos es dudar de la verdad del Espiritismo. Me volveréis a ver, estad segura de ello. He partido la primera, porque mi tarea ahí estaba concluida. Cada uno tiene que llenar la suya en la Tierra, y cuando la vuestra haya terminado, vendréis a descansar un poco a mi lado, para volver a empezar, si es preciso, puesto que no está en la naturaleza el permanecer inactivo. Cada uno tiene sus tendencias y obedece a ellas. Ésta es una ley suprema que prueba la potencia del libre albedrío. Además, buena amiga, indulgencia y caridad: todos tenemos necesidad de éstas recíprocamente, sea en el mundo visible. sea en el mundo invisible. Con esta divisa todo va bien.


“No me diríais que me detuviese. ¡Sabéis que hablo demasiado por la primera vez! Os dejo, pues, para volver a mi excelente amigo Kardec. Quiero darle las gracias por las afectuosas palabras que ha tenido a bien dirigir a la amiga que le ha precedido en la tumba. Porque ha faltado poco para partir juntos al mundo en que me encuentro, mi buen amigo. (Alusión a la enfermedad que habla el Dr. Demeure) ¿Qué habría dicho la compañera y muy amada de vuestros días, si los buenos espíritus no hubieran mediado en ello? Entonces sí que hubiera llorado y gemido, y lo comprendo. Pero también es necesario que vele para que no os expongáis de nuevo al peligro antes de haber acabado vuestro trabajo de iniciación espiritista. Sin esto corréis riesgo de llegar demasiado pronto entre nosotros, y de no ver, como Moisés, la tierra prometida sino de lejos. Estad sobre aviso. Os lo previene una amiga.


“Ahora, me marcho. Voy al lado de mis hijos. Después a ver, más allá de los mares, si mi oveja viajera ha llegado por fin a puerto, o si es juguete de la tempestad. (Una de sus hijas que habitaba en América). Que los buenos espíritus la protejan. Con este propósito voy a reunirme con ellos. Volveré a hablaros, porque soy una habladora infatigable, ya lo recordaréis. Hasta la vuelta, pues, mis buenos y queridos amigos. Hasta luego.”
Viuda Foulon


II
8 de febrero de 1865


P. Querida Mme. Foulon, estoy muy contento por la comunicación que habéis dado para mí el otro día y con vuestra promesa de continuar nuestras conversaciones. Os he reconocido perfectamente en la comunicación. Habláis en ella de cosas ignoradas del médium, y que sólo pueden ser vuestras. Después, vuestro afectuoso lenguaje en cuanto a mí es el de vuestra alma cariñosa. Pero hay en él una seguridad, un aplomo, una firmeza que no os conocía en vuestra vida. Sabéis que sobre esto me he permitido más de una amonestación en ciertas circunstancias.


R. Es verdad, pero desde que me vi gravemente enferma, he recobrado mi firmeza de espíritu, perdida por las penas y las vicisitudes que me habían a veces hecho tímida durante la vida Me he dicho: tú eres espiritista. Olvida la tierra. Prepárate a la transformación de tu ser, y ve, por el pensamiento, el sendero luminoso que debe seguir tu alma al dejar tu cuerpo, y que la conducirá dichosa y libre a las esferas celestes en que tú debes vivir en adelante.


Me diréis que era un poco presuntuoso por mi parte contar con la dicha perfecta al dejar la Tierra. Pero había sufrido tanto, que tuve que expiar mis faltas de esta existencia y de las precedentes. Esta intuición no me engañó, y ella es la que me dio el valor, la calma y la firmeza de los últimos instantes. Esta firmeza se ha aumentado naturalmente cuando después de mi libertad he visto mis esperanzas realizadas.


P. ¿Queréis describirnos ahora vuestro tránsito, vuestro despertar y vuestras primeras impresiones?


R. He sufrido, pero mi espíritu ha sido más fuerte que el sufrimiento material que le hacía sentir el desprendimiento. Me he encontrado, después del último suspiro, como en síncope, sin tener ninguna conciencia de mi estado ni pensar en nada y en una vaga somnolencia que no era ni el sueño del cuerpo, ni el despertar del alma. He permanecido bastante tiempo así. Después, como si saliese de un largo desmayo, me he despertado poco a poco en medio de hermanos que no conocía. Me prodigaban sus cuidados y sus caricias, me mostraban un punto en el espacio que parecía una estrella brillante, y me han dicho: “Allí es a donde vas a ir con nosotros. Tú no perteneces a la Tierra.” Entonces he recobrado la memoria. Me he apoyado en ellos, y como un grupo gracioso que se lanza a las esferas desconocidas, pero con la certidumbre de encontrar allí la dicha, hemos subido, subido, y la estrella se engrandecía. Era un mundo feliz, un mundo superior, donde vuestra buena amiga va a encontrar por fin el descanso. Quiero decir, el descanso debido a las fatigas corporales que he sufrido y a las vicisitudes de la vida terrestre. Pero no la indolencia del espíritu, porque la actividad del espíritu es un goce.


P. ¿Es decir, que habéis dejado definitivamente la Tierra?


R. Tengo aún en ella muchos seres que me son queridos para dejarla definitivamente. Volveré a ella, pues, en espíritu, porque tengo que cumplir una misión al lado de mis hijos. Bien sabéis, por otra parte, que ningún obstáculo se opone a que los espíritus que habitan en los mundos superiores a la Tierra vengan a visitarla.


P. La situación en que estáis parece debe debilitar vuestras relaciones con aquellos que habéis dejado aquí.


R. No, amigo mío: El amor une las almas. Creedme, se puede estar en la Tierra más cerca de los que han alcanzado la perfección que de aquellos que la inferioridad y el egoísmo hace dar vueltas alrededor de la esfera terrestre. La caridad y el amor son dos motores de una atracción poderosa. Es el lazo que cimenta la unión de las almas, enlazadas la una a la otra, y la continúa a pesar de la distancia y de los lugares. No hay distancia sino para los cuerpos materiales. No la hay para los espíritus.


P. ¿Qué idea os formáis ahora de mis trabajos concernientes al Espiritismo?


R. Encuentro que tenéis cargo de almas y que es penoso de llevar. Pero veo el fin y sé que lo alcanzaréis. Os ayudaré, si puede ser, con mis consejos de espíritu para que podáis superar las dificultades que os serán suscitadas, comprometiéndoos a propósito a tomar ciertas medidas propias para activar en vuestra vida el movimiento renovador a que se dirige el Espiritismo. Vuestro amigo Demeure, unido al Espíritu de Verdad, os será un auxilio más útil todavía. Es más sabio y lúcido que yo. Pero como sé que la asistencia de los buenos espíritus os fortifica y sostiene en vuestra obra, creed que la mía os la ofrezco siempre y por todas partes.


P. Se podría deducir de algunas de vuestras palabras que no prestaréis una cooperación personal muy activa a la obra del Espiritismo.


R. Os engañáis. Pero veo tantos otros espíritus más capaces que yo para tratar esta importante cuestión, que un sentimiento invencible de timidez me impide, por el momento, responderos según vuestros deseos. Puede ser que esto suceda, y entonces tendré más ánimo y atrevimiento, pero es preciso que antes lo conozca mejor. No hace más que cuatro días que he muerto. Estoy aún bajo la impresión del encanto, del deslumbramiento que me rodea. Amigo mío, ¿no lo comprendéis? No soy capaz de expresar las nuevas sensaciones que experimento. He debido obligarme para volver en mí de la fascinación que ejercen sobre mi ser las maravillas que admiro. No puedo hacer otra cosa sino bendecir y adorar a Dios en sus obras. Pero esta situación pasará. Los espíritus me aseguran que pronto estaré acostumbrada a todas estas magnificencias, y que podré entonces con mi lucidez de espíritu tratar todas las cuestiones relativas a la renovación terrestre. Además de esto debéis considerar que en este momento, sobre todo, tengo una familia que consolar.


Adiós y hasta luego. Vuestra buena amiga que os ama y os amará siempre, maestro mío, porque sois vos a quien he debido el único consuelo perdurable y verdadero que he conocido en la Tierra.
Viuda de Foulon


III


La comunicación siguiente la dio para sus hijos el 9 de febrero:


“Hijos míos muy amados. Dios me ha separado de vosotros. Pero la recompensa que se ha dignado concederme es muy grande en comparación con lo poco que he hecho en la Tierra. Sed resignados, mis buenos hijos a la voluntad del Altísimo. Sacad de todo aquello que ha permitido que recibierais la fuerza para soportar las pruebas de la vida. Tened siempre en vuestro corazón la firmeza de esta creencia, que ha facilitado tanto mi pasaje de la vida terrestre a la vida que dos espera, al salir de este atrasado mundo. Dios ha extendido sobre mí, después de mi muerte, su inagotable bondad, como quiso hacerlo cuando estaba en la Tierra. Dadle las gracias por todos los beneficios que os conceda. Bendecidle, hijos míos, bendecidle siempre y en todos los instantes. No perdáis jamás de vista el fin que se os ha indicado ni el camino que debéis seguir: pensad en el empleo que debéis hacer del tiempo que Dios os concede en la Tierra. Seréis en ella dichosos, mis muy amados, dichosos los unos por los otros, si la unión reina entre vosotros. Dichosos por vuestros hijos, si los educáis en el buen camino que Dios ha permitido revelaros.


“¡Oh!, si no podéis verme, sabed bien que el lazo que nos unía ahí en la Tierra no está roto por la muerte del cuerpo, porque no era la envoltura la que nos unía, sino el espíritu. Por esta razón, amados míos, podré mediante la bondad del Todopoderoso guiaros todavía y daros ánimo en vuestro camino para volvernos a unir más tarde.


“Id, hijos míos. Cultivad con el mismo amor esta sublime creencia. Hermosos días os están reservados a los que creéis. Ya se os ha dicho, pero yo no debía verlos en la Tierra. Más, desde lo alto, contemplaré los templos venturosos, prometidos por Dios bueno, justo y misericordioso.


“No lloréis, hijos míos. Que estas conversaciones fortifiquen vuestra fe, vuestro amor a Dios, que tantos dones ha derramado sobre vosotros, quien ha enviado tantas veces socorros a vuestra madre. Rogadle siempre. La oración fortifica. Conformaos con las instrucciones que yo seguía tan ardientemente durante la vida que Dios os conceda.


“Volveré a vosotros, hijos míos. Pero es preciso que sostenga a mi pobre hija, que tanta necesidad tiene de mí. Adiós, hasta luego. Creed en la bondad del Todopoderoso. Le ruego por vosotros. Hasta la vista.”


Observación. Cualquier espiritista formal e ilustrado deducirá fácilmente de estas comunicaciones las enseñanzas que resultan de ellas. No llamaremos, pues, la atención sino sobre dos puntos. El primero es que este ejemplo nos demuestra la posibilidad de no encarnarse en la Tierra, y de pasar de aquí a un mundo superior, sin estar por esto separado de los seres amados que se dejan en ella. Aquellos, pues, que temen la reencarnación a causa de las miserias de la vida, pueden librarse de la misma haciendo lo que es necesario, esto es, trabajando en su mejoramiento, así como aquel que no quiere vegetar en las clases inferiores, debe instruirse y trabajar para ascender un grado.


El segundo punto es la confirmación de la verdad de que, después de la muerte, estamos menos separados de los seres que nos son queridos que durante la vida. La Sra. Foulon, retenida por la edad y los achaques en una pequeña ciudad del Mediodía, no tenía a su lado más que una parte de su familia.


La mayor parte de sus hijos y de sus amigos estaban lejos de ella. Obstáculos materiales se oponían a que pudiese verles tan a menudo como unos y otros hubiesen deseado. La gran distancia hacía también que la correspondencia fuese rara y difícil para algunos. Apenas se desembarazó de su envoltura, corre ligera al lado de cada uno, salva las distancias sin fatiga, con la rapidez de la electricidad, les ve, asiste a sus reuniones íntimas, les rodea con su protección, y puede por la mediumnidad conversar con ellos en todos los instantes, como cuando vivía, ¡Y decir que a este consolador pensamiento hay gentes que prefieren la idea de una separación indefinida!