¿Que és el Espiritismo?

Allan Kardec

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El hombre después de la muerte

144. “¿Cómo se separa el alma del cuerpo? ─¿Se verifica brusca o gradualmente?”

El desprendimiento se verifica gradualmente y con una lentitud variable, según los individuos y las circunstancias de la muerte. Las ligaduras que unen el alma al cuerpo sólo se rompen poco a poco, y tanto menos rápidamente cuanto más material y sensual fue la vida. (, número 155).

145. “¿Cuál es la situación del alma inmediatamente después de la muerte del cuerpo? ¿Tiene instantáneamente conciencia de sí misma? En una palabra, ¿qué ve, qué presiente?”

En el momento de la muerte al pronto todo está en confusión, necesita el alma algún tiempo para reconocerse; está como aturdida, y en el estado de un hombre que sale de un profundo sueño y que se esfuerza en darse cuenta de su situación. La lucidez de las ideas y la memoria de lo pasado le vuelven a medida que se borra la influencia de la materia de que acaba de desprenderse y que se disipa la especie de niebla que obscurece sus pensamientos.

El tiempo de la turbación que sigue a la muerte es muy variable; puede ser de algunas horas solamente, así como de muchos años. Es menos largo en aquellos que se identificaron, cuando vivían, con un estado futuro, porque comprenden inmediatamente su situación; y por el contrario es más largo cuanto más materialmente vivieron.

La sensación que el alma experimenta en aquel momento es también muy variable; la turbación que sigue a la muerte nada tiene de penoso para el hombre de bien; está en calma y es semejante, en un todo, a la que acompaña a un despertar apacible. Para aquel cuya conciencia no es pura y que tuvo más afecto a la vida material que a la espiritual es desasosegada y llena de angustias que aumentan a medida que se va reconociendo; porque entonces se apodera de él el miedo, y una especie de terror en presencia de lo que ve y sobre todo de lo que presiente.

Se experimenta un gran alivio y un inmenso bienestar, cuya sensación podría llamársele física; se encuentra uno como aligerado de un peso, y feliz por no sentir ya los dolores corporales que pocos instantes antes de sentirse libre se sufrían, desembarazado y ligero como si a uno le quitaran pesadas cadenas.

En su nueva situación, el alma ve y oye lo que veía y oía antes de la muerte, pero ve y oye además cosas que se sustraían a la tosquedad de los órganos corporales; tiene sensaciones y percepciones que nos son desconocidas.


Observación. Estas contestaciones, y todas las relativas a la situación del alma después de la muerte o durante la vida, no resultan de una teoría o de un sistema, sino de estudios directos hechos sobre millares de seres observados en todas las fases y en todos los períodos de su existencia espiritual, desde el grado más ínfimo hasta el más elevado de la escala, según sus costumbres durante la vida terrestre, el género de muerte, etc. Se dice muchas veces, hablando de la vida futura, que no se sabe lo que en ella pasa, porque nadie ha vuelto; es un error, porque precisamente los que están allí son los que vienen a darnos sus instrucciones, y Dios lo permite hoy más que en otra época alguna, como última advertencia dada a la incredulidad y al materialismo.

146. “¿El alma desprendida del cuerpo ve a Dios?”

Las facultades perceptivas del alma son proporcionales a su depuración; sólo a las almas elevadas es dado gozar de la presencia de Dios.

147. “Si Dios está en todas partes, ¿por qué todos los Espíritus no le pueden ver?”

Dios está en todas partes, porque irradia en todas partes, y puede decirse que el universo está inmerso en la divinidad como nosotros lo estamos en la luz solar; sin embargo, los Espíritus rezagados están cercados de una especie de niebla que lo oculta a sus ojos y sólo se disipa a medida que se purifican y se desmaterializan. Los Espíritus inferiores son, en cuanto a la vista, respecto a Dios, lo que los encarnados respecto a los Espíritus: verdaderos ciegos.

148. “¿Después de la muerte, tiene el alma conciencia de su individualidad, cómo le consta y cómo podemos hacerla constar?”

Si no tuvieran las almas su individualidad después de la muerte, sería para ellas y para nosotros como si no existieran y las consecuencias morales serían exactamente las mismas; no tendrían carácter alguno distintivo, y la del criminal estaría en igual rango que la del hombre de bien, de donde resultaría que no habría interés alguno en practicar el bien.

Se pone en evidencia la individualidad del alma, de una manera casi material, en las manifestaciones espiritistas, por el lenguaje y las cualidades propias de cada una; puesto que piensan y obran de un modo diferente; que las unas son buenas y las otras malas, unas instruidas y otras ignorantes, unas quieren lo que otras no quieren; esto prueba, evidentemente, que no están confundidas en un todo homogéneo, sin mencionar las pruebas patentes que nos dan de haber animado a tal o cual individuo sobre la Tierra. Gracias al Espiritismo experimental, la individualidad del alma no es ya una cosa vaga, sino un resultado de la observación.

El alma prueba por sí misma su individualidad, porque tiene su pensamiento y su voluntad propias, distintas de las demás; la prueba también por su envoltura fluídica o periespíritu, especie de cuerpo limitado que lo constituye en un ser distinto.

Observación. Creen ciertas personas eludir el reproche del materialismo, admitiendo un principio inteligente universal, del cual absorbemos una parte al nacer, que constituye el alma, para devolverla después de la muerte a la masa común, donde se confunde como las gotas de agua del Océano. Este sistema, especie de transacción, ni aun merece el nombre de espiritualismo, porque es tan desgarrador como el materialismo; el receptáculo común del todo universal equivaldría a la nada, puesto que en él ya no habría individualidades.

149. “¿Influye el género de muerte en el estado del alma?”

El estado del alma varía considerablemente según el género de muerte, sobre todo según la naturaleza de las costumbres durante la vida.

En la muerte natural el desprendimiento se verifica gradualmente y sin sacudimiento, y aun a veces empieza antes de haber cesado la vida. En la muerte violenta por suplicio, suicidio o accidente los lazos se rompen bruscamente; el Espíritu, sorprendido de improviso, está como aturdido por el cambio que en él se ha verificado, sin poderse explicar su situación. Un fenómeno casi constante en este caso es la persuasión en que está de no haber muerto y esta ilusión puede durar muchos meses, y hasta muchos años.

En este estado va, viene y cree ocuparse de sus negocios como si aún perteneciera a la Tierra, muy admirado porque no se le contesta cuando habla. Esta ilusión no es exclusivamente peculiar de las muertes violentas, sino también en muchos individuos cuya idea ha sido absorbida por los goces y los intereses materiales. (El Libro de los Espíritus, núm. 165).

150. “¿A dónde va el alma después de su separación del cuerpo?”

No se pierde en la inmensidad del infinito como se cree generalmente, sino que está errante en el espacio, y la mayoría de las veces junto a aquéllos a quienes conoció y sobre todo a aquéllos a quienes amó, sin que por esto deje de poderse transportar instantáneamente a distancias inmensas.

151. “¿Conserva el alma los afectos que tenía en la Tierra?”

Conserva todos los afectos morales; sólo olvida los afectos materiales que ya no pertenecen a su esencia; por esto vuelve con suma alegría a ver a sus parientes y amigos, y su recuerdo la hace feliz.

152. “¿ Conserva el alma el recuerdo de lo que hizo en la Tierra y se interesa por los trabajos que dejó sin concluir?”

Esto depende de su elevación y de la naturaleza de esos trabajos. Los Espíritus desmaterializados se preocupan poco por las cosas materiales, sino que se felicitan de verse libres de ellos. En cuanto a los trabajos que empezaron, según su importancia y utilidad, a veces inspiran a otros el pensamiento de terminarlos.

153. “¿Encuentra el alma en el mundo de los Espíritus a aquellos parientes y amigos que la precedieron?”

No solamente los vuelve a encontrar sino que también a otros muchos que en precedentes existencias había conocido. Generalmente aquéllos que más vivamente la aman vienen a recibirla cuando llega al mundo de los Espíritus, y la ayudan a desprenderse de los lazos terrenales. Sin embargo, la privación de la vista de las almas más queridas es, a veces, un castigo para las que son culpables.


154. “¿Cuál es, en la otra vida, el estado intelectual y moral del alma de un niño muerto en tierna edad? ¿Están en la niñez sus facultades como durante la vida?”

El desarrollo incompleto de los órganos del niño no permitía al Espíritu manifestarse completamente; desembarazado de esa envoltura, sus facultades son lo que fueron antes de su encarnación. No habiendo pasado el Espíritu más que algunos instantes en la vida, sus facultades no han podido modificarse.

Observación. En las comunicaciones espiritistas, el Espíritu de un niño puede hablar, pues, como el de un adulto, porque puede ser un Espíritu muy avanzado. Si usa algunas veces el lenguaje infantil es para no privar a la madre del encanto unido al afecto de un ser débil y delicado, y adornado con las gracias de la inocencia. La misma pregunta pudiera ser hecha sobre el estado de los cretinos, idiotas y locos después de su muerte, pero su solución está en lo que precede.

155. “¿Qué diferencia existe después de la muerte entre el alma del sabio y la del ignorante, del salvaje y del hombre civilizado?”

La misma, poco más o menos, que entre ellas existía durante la vida, porque la entrada en el mundo de los Espíritus no da al alma todos los conocimientos que le faltaban en la Tierra.


156. “¿Progresan las almas, intelectual y moralmente, después de la muerte?”

Progresan más o menos según su voluntad, y algunas progresan mucho; pero necesitan poner en práctica, durante la vida corporal, lo que adquirieron en ciencia y en moralidad. Las que se quedaron estacionadas vuelven a emprender una existencia análoga a la que dejaron; las que han progresado merecen una encarnación de un orden más elevado.

Dependiendo el progreso de la voluntad del Espíritu, algunos conservan durante mucho tiempo los gustos y las inclinaciones que tenían durante la vida, y persisten en las mismas ideas.

157. “¿Queda irrevocablemente fijada después de la muerte la suerte del hombre en la vida futura?”

No, porque esto sería la negación absoluta de la justicia y bondad de Dios, pues hay muchos que no han podido instruirse suficientemente, además de los idiotas, cretinos y salvajes, y de los innumerables niños que mueren antes de haber vislumbrado la vida. Hasta entre las personas ilustradas, ¿hay acaso muchas que puedan creerse bastante perfectas para ser dispensadas de mayor adelanto? ¿Y acaso no es una prueba manifiesta que Dios, infinitamente bondadoso, permite al hombre hacer al día siguiente lo que no pudo hacer la víspera? Si la suerte está irrevocablemente fijada, ¿por qué mueren los hombres en tan diferentes edades, y por qué Dios, tan sumamente justo, no concede a todos el tiempo para poder hacer el mayor bien posible o reparar el mal que hicieron? ¿Quién sabe si el culpable que muere a los 30 años no se habría arrepentido y vuelto un hombre de bien si hubiese vivido hasta los 60? ¿Por qué le quita Dios el medio de lograrlo, siendo así que lo concede a otros? El solo hecho de la diferencia en la duración de la vida y del estado moral de la mayoría de los hombres prueba la imposibilidad, si se admite la justicia de Dios, de que la suerte de las almas esté irrevocablemente fijada después de la muerte.

158. “¿Cuál es, en la vida futura, la suerte de los niños que mueren en tierna edad?”

Esta cuestión es una de las que mejor prueban la justicia y necesidad de la pluralidad de existencias. Un alma que no haya vivido más que algunos instantes, no habiendo hecho ni bien ni mal, no merece ni premio ni castigo; porque según la máxima de Cristo de que cada uno será castigado o recompensado según sus obras, sería tan ilógico como contrario a la justicia de Dios admitiendo que, sin trabajo alguno, fuese llamada a gozar de la perfecta dicha de los ángeles o que pudiese ser privada de ella. Y, sin embargo, alguna suerte le cabrá, puesto que un estado mixto eterno sería también absolutamente injusto. No pudiendo tener consecuencia alguna para el alma una existencia interrumpida desde su principio, su actual suerte es la que mereció en su precedente existencia, así como la futura será la que merecerá por sus ulteriores existencias.

159. “¿Tienen ocupaciones las almas en la otra vida? ¿Se ocupan de otra cosa que de sus goces o de sus sufrimientos?”

Si las almas no se ocuparan más que de sí mismas por toda la eternidad serían egoístas y Dios, que condena el egoísmo, no puede consentir en la vida espiritual lo que castiga en la vida corporal. Las almas o Espíritus tienen ocupaciones proporcionales con su grado de adelanto, al mismo tiempo que también procuran instruirse y mejorarse. (El Libro de los Espíritus, núm. 558: Ocupaciones y misiones de los Espíritus).

160. “¿En qué consisten los sufrimientos del alma después de la muerte? ¿Son torturadas, las culpables, en las llamas materiales?”

La Iglesia reconoce perfectamente, hoy, que el fuego del Infierno es un fuego moral y no material, pero no define la naturaleza de los sufrimientos. Las comunicaciones espiritistas nos lo manifiestan claramente; por su medio podemos apreciarlo y convencernos de que, si bien no son resultado de un fuego material ─que en efecto no podría quemar a las almas, que son inmateriales─, no por esto dejan de ser menos terribles en ciertos casos. Estas penas no son uniformes sino que varían al infinito, según la naturaleza y grado de las faltas cometidas; y a menudo estas mismas faltas son las que les sirven de castigo; así es que ciertos asesinos son atraídos a permanecer en el lugar del crimen y sin cesar tener a la vista sus víctimas; que el hombre sensual y material conserva los mismos gustos, pero la imposibilidad de satisfacerlos, materialmente, le sirve de tormento; que ciertos avaros creen sufrir el frío y las privaciones que durante la vida se impusieron por avaricia; otros ven el oro y sufren por no poderlo tocar, otros permanecen cerca de los tesoros que escondieron, siendo presa de perpetuas angustias por temor de que se los roben; en una palabra, no hay una falta, ni una imperfección moral, ni una mala acción que no tenga, en el mundo de los Espíritus, su contrapartida y sus naturales consecuencias, por lo cual no es preciso un lugar determinado y circunscrito, sino que, por doquiera que se encuentre, lleva consigo su infierno el Espíritu perverso.

Además de las penas espirituales existen penas y pruebas materiales que el Espíritu aún no purificado sufre en una nueva encarnación, cuya posición le facilita el medio de aguantar lo que ha hecho pasar a los otros: y ser humillado si fue orgulloso, miserable si fue mal rico, desgraciado por sus hijos si fue mal padre, infeliz por sus padres si fue mal hijo, etcétera. La Tierra, como hemos dicho, es para los Espíritus de esta naturaleza uno de los lugares de destierro y de expiación, un purgatorio del que pueden librarse, pues de ellos depende no volver, procurando mejorarse lo bastante para que merezcan ir a otro mundo mejor. (El Libro de los Espíritus, número 237: Percepciones, sensaciones y sufrimientos de los Espíritus. ─ Id. Libro 4o Esperanzas y consuelos; penas y goces terrestres; penas y goces futuros).

161. “¿Es útil la oración para las almas que sufren?”

La oración está recomendada por los buenos Espíritus y además es solicitada por los que sufren, como un medio de aligerar sus sufrimientos. El alma por la cual se ora experimenta alivio porque es un testimonio del interés que por ella se toma y porque el desgraciado siempre se alegra cuando encuentra corazones caritativos que comparten sus dolores. Además, por la oración se le lleva al arrepentimiento y al deseo de hacer lo que le es necesario para ser feliz, y en este sentido es como pueden abreviarse sus penas si él lo secunda con su buena voluntad. (El Libro de los Espíritus, núm. 664).

162. “¿En qué consisten los goces de las almas felices? ¿Pasan la eternidad en contemplación?”

La justicia requiere que la recompensa sea proporcional al mérito, así como el castigo a la gravedad de la falta; existen, pues, infinidad de grados en los goces del alma, desde el instante en que entra en el camino del bien hasta que haya alcanzado la perfección.

La dicha de los buenos Espíritus consiste en conocer todas las cosas, en no tener ira, ni celos, ni envidia, ni ambición, ni ninguna de las pasiones que constituyen la infelicidad de los hombres. Para ellos, el amor que los une es fuente de suprema felicidad; no experimentan necesidades, ni sufrimientos, ni las angustias de la vida material. Un estado de perpetua contemplación sería una dicha estúpida y monótona, como la del egoísta, puesto que su existencia sería una inutilidad sin término. La vida espiritual, por el contrario, es una incesante actividad para los Espíritus, por las misiones que del Ser supremo reciben como agentes en el gobierno del universo; misiones que son proporcionadas a su adelanto y por las cuales se consideran felices, porque les suministran ocasiones de hacerse útiles y realizar el bien. (El Libro de los Espíritus, núm. 558: Ocupaciones y misiones de los Espíritus.

Observación. Invitamos a los adversarios del Espiritismo y a los que no admiten la reencarnación, a que respecto a los problemas anteriores den una solución más lógica por otro principio que el de la pluralidad de existencias.