¿Que és el Espiritismo?

Allan Kardec

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Del alma

108. “¿Dónde reside el alma?”

El alma no está, como generalmente se cree, localizada en una parte del cuerpo; forma con el periespíritu un todo fluídico, penetrable, que se asimila a todo el cuerpo con el que constituye un ser complejo; del cual no es la muerte, hasta cierto punto, más que el desprendimiento. Figurémonos dos cuerpos semejantes, penetrando el uno en el otro, confundidos durante la vida, y separados después de la muerte. Muriendo, ni uno es destruido ni el otro persiste.

Durante la vida, el alma obra más especialmente sobre los órganos del pensamiento y del sentimiento. Es a la vez interna y externa; es decir, que irradia al exterior; puede hasta aislarse del cuerpo, transportarse lejos de él, y manifestar su presencia, como lo prueban la observación y los fenómenos sonambúlicos.

109. “¿El alma es creada al mismo tiempo que el cuerpo o es anterior?”

Después de la existencia del alma, esta cuestión es una de las más graves, porque de su solución se desprenden importantes consecuencias, es la única clave de una multitud de problemas irresolubles hasta el presente.

Una de dos, o el alma existía o no existía antes de la formación del cuerpo. No puede haber término medio. Admitida la preexistencia del alma, todo se explica lógica y naturalmente. No admitiéndola, nos vemos detenidos a cada paso. Sin la preexistencia, es hasta imposible justificar ciertos dogmas de la Iglesia, y la imposibilidad de la justificación es la que ha conducido a la incredulidad a muchas de las personas que raciocinan.

Los Espíritus han resuelto afirmativamente la cuestión, y los hechos, así como la lógica, no permiten dudar sobre este punto. Admítase no obstante la preexistencia del alma, aunque no sea más que a título de hipótesis, si se quiere, y se verá desaparecer la mayor parte de las dificultades.


110. Si el alma es anterior al cuerpo, antes de su unión con éste ¿poseía su individualidad y conciencia de sí?

Sin individualidad y sin conciencia de sí misma, los resultados serían los mismos que si no existiera.


111. “Antes de su unión con el cuerpo ¿ha realizado el alma algún progreso, o bien ha permanecido estacionaria?”

El progreso anterior del alma es a la vez consecuencia de la observación de los hechos y de la enseñanza de los Espíritus.

112. “¿Dios ha creado las almas iguales, moral e intelectualmente, o bien ha hecho unas más perfectas e inteligentes que otras ?”

Si Dios hubiese hecho unas almas más perfectas que otras, esta preferencia sería inconciliable con su justicia. Siendo todas criaturas suyas, ¿por qué habría de librar a las unas del trabajo que impondría a las otras para llegar a la dicha eterna? La desigualdad de las almas, en su origen, sería la negación de la justicia de Dios.

113. “Si las almas son creadas iguales, ¿cómo se explica la diversidad de aptitudes y disposiciones naturales que existen en la Tierra entre los hombres?”

Esta diversidad es consecuencia del progreso que el alma ha realizado antes de su unión con el cuerpo. Las almas más avanzadas en inteligencia y moralidad son las que más han vivido y progresado antes de su encarnación.

114. ¿Cuál es el estado del alma en su origen?

Las almas son creadas simples e ignorantes, es decir, sin ciencia y sin conocimiento del bien y del mal, pero con igual aptitud para todo. Al principio se hallan en una especie de infancia, carentes de voluntad propia y sin conciencia perfecta de su existir. Poco a poco se va desarrollando en ellas el libre albedrío, al mismo tiempo que las ideas. (Ver El Libro de los Espíritus, 114 y siguientes: “Progresión de los Espíritus”)

115. ¿El alma ha realizado su progreso en el estado de espíritu propiamente dicho, o en una existencia física anterior?

Además de la enseñanza de los Espíritus sobre este punto el estudio de los diversos grados de adelanto del hombre en la Tierra demuestra que el progreso previo del alma ha debido cumplirse en una serie de existencias corporales que varían en número, según sea el grado de adelante a que haya llegado. La prueba de ello surge de la observación de los hechos que tenemos a diario ante nuestra vista. (El Libro de los Espíritus, 116 a 122, y Revue Spirite de abril de 1862)