EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS

Allan Kardec

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De las contradicciones

297. Los adversarios del Espiritismo, no se descuidan de echar en cara a los adeptos del Espiritismo, que no están acordes entre ellos; que no todos participan de las mismas creencias; en una palabra, que se contradicen. Ellos dicen: Si la enseñanza se os ha dado por los Espíritus, ¿en qué consiste que no es idéntica? Un estudio formal y profundo de la ciencia es lo único que puede reducir este argumento a su justo valor.


Apresurémonos en decir primeramente que estas contradicciones, de las que ciertas personas hacen gran ostentación, en general son más aparentes que reales; que a menudo tienden más a la superficie que al fondo de la cosa y que por consiguiente, no tienen importancia. Las contradicciones provienen de dos orígenes: los hombres y los Espíritus.


298. Las contradicciones de origen humano se han explicado suficientemente en el capítulo de los Sistemas, núm. 36, al que nos remitimos. Todos comprenderán que, en el principio, cuando las observaciones eran aun incompletas, se originaron opiniones divergentes sobre las causas y las consecuencias de los fenómenos espiritistas, opiniones cuyas tres cuartas partes han caído ante un estudio más formal y más profundo. Con muy pocas excepciones y aparte de algunas personas que no quieren abandonar fácilmente las ideas que han abrigado o creado ellas mismas, se puede decir que hoy hay unidad en la inmensa mayoría de los espiritistas, al menos en cuanto a los principios generales, a excepción puede ser, de algunos detalles insignificantes.


299. Para comprender la causa y el valor de las contradicciones de origen espiritista, es menester haberse identificado con la naturaleza del mundo invisible, y haberlo estudiado en todas sus fases. En un principio, puede parecer extraño que los Espíritus no piensen todos del mismo modo, pero esto no puede sorprender al que se haya hecho cargo del número infinito de grados que deben recorrerse antes de llegar a lo último de la escala. Suponerles una apreciación igual de las cosas, sería suponerles también en un mismo nivel; pensar que todos deben ver lo que es justo, sería admitir que todos han llegado a la perfección, lo que no es así, ni puede serlo, si se considera que no son otra cosa sino la Humanidad despojada de la cubierta corporal. Pudiendo manifestarse los Espíritus de todas clases, resulta de esto que las comunicaciones llevan el sello de su ignorancia o de su saber, de su inferioridad o de su superioridad moral. Es preciso, distinguir lo verdadero de los falso, lo bueno de lo malo según las instrucciones que hemos dado.


Es menester no olvidar que entre los Espíritus hay, como entre los hombres, falsos y semisabios, orgullosos, presuntuosos y sistemáticos. Como sólo es dado a los Espíritus perfectos el conocerlo todo, para los otros, así como para nosotros, hay aun misterios que explican a su modo, según sus ideas, y sobre las cuales pueden hacerse opiniones más o menos justas, que su amor propio se empeña en hacer prevalecer y que desea reproducir en sus comunicaciones. El mal consiste en que algunos de sus intérpretes han admitido con demasiada ligereza opiniones contrarias al buen sentido y en haberse constituido en los editores responsables. De este modo las contradicciones de origen espiritista no reconocen otra causa que la diversidad en la inteligencia, los conocimientos, el juicio y la moralidad de ciertos Espíritus, que aun no son aptos para conocerlo y comprenderlo todo. (Véase El libro de los Espíritus, “Introducción”, XIII; “Conclusión”, párrafo IX).


300. Algunos dirán, ¿para qué sirve la enseñanza de los Espíritus, si no nos ofrece más certeza que la enseñanza de los hombres? La respuesta es muy fácil. No aceptamos con igual confianza la enseñanza de todos los hombres y entre dos doctrinas, damos preferencia a aquella cuyo autor nos parece más ilustrado, más capaz, más juicioso, menos accesible a las pasiones; lo mismo debe hacerse con los Espíritus. Si entre ellos hay que no están más adelantados que la Humanidad, hay muchos que la han sobrepasado y éstos pueden darnos instrucciones que en vano quisiéramos recibir de los hombres más instruidos. Es menester que nos dediquemos a distinguirles de la turba de Espíritus inferiores, si uno quiere ilustrarse, y esta distinción conduce al conocimiento profundo del Espiritismo. Pero estas instrucciones tienen también un límite, y si a los Espíritus no les es dado el saberlo todo, con mucha más razón debe suceder lo mismo con los hombres. Hay, pues, cosas que se preguntarían en vano, sea porque les está prohibido revelarlas, sea porque las ignoran ellos mismos, y sobre las cuales sólo pueden darnos su opinión personal; los Espíritus orgullosos dan estas opiniones personales como verdades absolutas. Insisten sobre todo en querer decir lo que debe estar oculto, como el porvenir y el principio de las cosas con el fin de darse la importancia de estar en posesión de los secretos de Dios; en estos puntos sobre todo es en donde hay más contradicciones. (Véase el capítulo precedente).


301. He aquí las respuestas dadas por los Espíritus a las preguntas siguientes relativas a las contradicciones:


1. ¿Comunicándose el mismo Espíritu en dos centros diferentes, puede sobre un mismo asunto transmitir respuestas contradictorias? Si los dos centros difieren entre sí de opiniones y de pensamiento, la respuesta podrá ser disfrazada, porque están bajo la influencia de diferentes columnas de Espíritus: la respuesta no es la que es contradictoria, sino el modo como se da.


2. Se concibe que una respuesta pueda ser alterada; pero cuando las cualidades del médium excluyen toda idea de mala influencia ¿en qué consiste que los Espíritus superiores tengan un lenguaje diferente y contradictorio sobre un mismo asunto con personas perfectamente formales? Los Espíritus realmente superiores no se contradicen nunca, y su lenguaje es el mismo siempre, con las mismas personas. Puede ser diferente según las personas y los lugares; pero es menester tener cuidado, que a menudo la contradicción sólo es aparente; está más en las palabras que en los pensamientos; porque reflexionando se ve que la idea fundamental es la misma. Además el mismo Espíritu puede responder diferentemente sobre la misma cuestión, según el grado de perfección de los que evocan, porque no siempre es bueno que todos tengan la misma contestación, puesto que no están tan adelantados. Es exactamente como si un sabio y un niño te hicieran la misma pregunta; ciertamente contestaría al uno y al otro de manera que pudieran comprenderte y satisfacerles; la contestación, aunque fuese diferente, tendría, sin embargo, el mismo fondo.


3. ¿Con qué objeto los Espíritus formales parece que quisieran acreditar con respecto a unas personas, ideas y aun prejuicios que combaten respecto a otras? Es menester que nos hagamos comprender. Si alguno tiene una convicción bien fija sobre una doctrina aunque sea falsa, es menester que le separemos de esta convicción, pero poco a poco; por esto nos servimos muchas veces de sus términos y parece que abundamos en las mismas ideas, con el fin de que no se ofusque de repente y cese de instruirse por nosotros. Por lo demás, no es bueno contradecir bruscamente los prejuicios; éste sería el medio de no ser escuchado: por esto los Espíritus hablan muchas veces según la opinión de aquellos que les escuchan con el fin de conducirles poco a poco a la verdad. Apropian su lenguaje a las personas, como tú mismo lo haces si eres orador un poco hábil; por esto no hablarán a un chino o a un mahometano como a un francés o a un cristiano, porque estarían seguros de ser rechazados. No puede tomarse como contradicción lo que muchas veces sólo es una parte de la elaboración de la verdad. Todos los Espíritus tienen su tarea señalada por Dios; la cumplen con las condiciones que juzgan convenientes para el bien de aquellos que reciben sus comunicaciones.


4. Las contradicciones, aun aparentes, pueden poner dudas en el Espíritu de ciertas personas. ¿Qué comprobación puede haber para conocer la verdad? Para discernir el error de la verdad, es menester profundizar estas respuestas y meditar mucho tiempo formalmente; debe hacerse todo un estudio. Para éste como para estudiar las demás cosas, es necesario el tiempo. Estudiad, comparad, profundizad; os lo decimos sin cesar, el conocimiento de la verdad de adquiere a este precio. ¿Cómo queréis llegar a la verdad cuando lo interpretáis todo según vuestras ideas limitadas que vosotros tomáis por grandes? Pero no está lejos el día en que la enseñanza de los Espíritus será uniforme por todas partes, así en los detalles como en las cosas principales. Su misión es la de destruir el error, pero esto no puede venir sino sucesivamente.


5. Hay personas que no tienen ni el tiempo ni las aptitudes necesarias para un estudio formal y profundo, y que aceptan lo que se les enseña sin examen. ¿Hay inconveniente para ellas en comunicarle los errores? Que practiquen el bien y que no hagan mal, esto es lo esencial; para esto no hay dos doctrinas. El bien es siempre el bien, así lo hagáis en nombre de Allah o de Jehová, porque sólo hay un Dios en todo el Universo.


6. ¿Cómo Espíritus que parecen desarrollados en inteligencia, pueden tener ideas evidentemente falsas sobre ciertas cosas? Ellos tienen su doctrina. Los que no están bastante adelantados, y creen estarlo, toman sus ideas por verdades. Sucede lo mismo que entre vosotros.


7. ¿Qué hemos de pensar de las doctrinas según las cuales podría comunicarse un solo Espíritu y que éste sería o Dios o Jesús? El Espíritu que enseña esto quiere dominar, por esto quiere hacer creer que es el único, pero desgraciado del que se atreva a tomar el nombre de Dios en vano pues expiará caro su orgullo. En cuanto a estas doctrinas, se refutan por sí mismas, porque están en contradicción con los hechos más verídicos; no merecen examen formal porque no tienen raíces. La razón os dice que el bien procede de un buen origen y el mal de un origen malo. ¿Por qué quisierais que un buen árbol diese mal fruto? ¿Habéis cogido nunca un racimo de uvas de un manzano? La diversidad de comunicaciones es la prueba más patente de la diversidad de su origen. Por lo demás, los Espíritus que pretenden ser los únicos en comunicarse se olvidan de decir por qué los otros no pueden hacerlo. Su pretensión es la negación de aquello que el Espiritismo tiene por más hermoso y consolador: las relaciones del mundo visible y del mundo invisible, de los hombres con los seres que les son queridos, y que de este modo se habrían perdido para ellos sin ninguna esperanza. Estas son las relaciones que identifican al hombre con su porvenir, que lo separan del mundo material; suprimir estas relaciones es sumergirle en la duda que es lo que hace su tormento; es dar pábulo a su egoísmo. Examinando con cuidado la doctrina de estos Espíritus, a cada paso se encontrarán contradicciones injustificables, las señales de su ignorancia sobre las cosas más evidentes, y por consiguiente los signos ciertos de su inferioridad.
El Espíritu de Verdad.



8. De todas las contradicciones que se notan en las comunicaciones de los Espíritus, una de las más notables es la relativa a la reencarnación. Si la reencarnación es una necesidad de la vida de los Espíritus, ¿en qué consiste que no todos los Espíritus la enseñan? ¿No sabéis que hay Espíritus, cuyas ideas son limitadas, por ahora, como entre muchos hombres de la Tierra? Creen que lo que pasa por ellos debe durar siempre; no ven más allá del círculo de sus percepciones y les tiene sin cuidado el no saber ni de dónde vienen ni a dónde van, y por lo mismo deben sufrir la ley de la necesidad. La reencarnación es para ellos una necesidad con la que no piensan hasta que llega; saben que el Espíritu progresa, pero ¿de qué modo? Para ellos es un problema. Entonces si les preguntáis, os hablarán de los siete cielos, sobrepuestos como pisos; aun habrá quien os hable de la esfera de fuego, de la esfera de las estrellas, después de la ciudad de las flores y de la ciudad de los elegidos.


9. Concebimos que los Espíritus poco adelantados, no comprendan esta cuestión; pero ¿en qué consiste que Espíritus de una inferioridad moral e intelectual notoria, hablen espontáneamente de sus diferentes existencias, y de su deseo de reencarnarse para rescatar su pasado? En el mundo de los Espíritus pasan cosas que es muy difícil que podáis comprender. ¿No tenéis entre vosotros, personas muy ignorantes sobre ciertas cosas, y que están ilustradas sobre otras; personas que tienen más criterio que instrucción, y otras que tienen más genio que criterio? ¿No sabéis también que ciertos Espíritus se complacen en mantener a los hombres en la ignorancia, haciendo como que les instruyen, y que se aprovechan de la facilidad con que dan crédito a sus palabras? Podrán seducir a aquellos que no buscan el fondo de las cosas, pero cuando se les conduce a perder la paciencia por el razonamiento, no sostienen su papel por mucho tiempo.


Por lo demás es menester tener cuidado con la prudencia que en general los Espíritus ponen en la promulgación de la verdad: la luz demasiado viva y repentina deslumbra y no da caridad. Pueden, pues, en ciertos casos juzgar útil el esparcirla gradualmente según los tiempos, los lugares y las personas. Moisés no enseñó todo lo que enseñó Cristo: y el mismo Cristo dijo muchas cosas, cuya inteligencia estaba reservada a las generaciones futuras. Habláis de la reencarnación y os admiráis que este principio no se haya enseñado en ciertos parajes; pero es menester que penséis que en un país en el que la preocupación del color tiene su reinado absoluto, en donde la esclavitud está arraigada en las costumbres, se hubiera rechazado el Espiritismo sólo porque proclamaba la reencarnación, porque la idea de que el que es amo o señor puede ser esclavo, y recíprocamente, hubiera parecido monstruosa. ¿No valía más hacer aceptar el principio general, para después sacar las consecuencias? ¡Oh, hombres! de qué corta es vuestra vista para juzgar los designios, y Dios; sabed, pues, que no se hace nada sin su permiso y sin un fin que vosotros muchas veces no podéis penetrar. Ya os he dicho que la unidad se hará en la creencia del Espiritismo; y tened por cierto que las disidencias, ya menos profundas, se disiparán poco a poco a medida que los hombres se ilustren y que al fin desaparecerán completamente, porque tal es la voluntad de Dios, contra lo cual no puede prevalecer el error.
El Espíritu de Verdad.


10. ¿Las doctrinas erróneas que pueden enseñarse por ciertos Espíritus, tienen por objeto el retardar el progreso de la ciencia verdadera? Vosotros quisierais tenerlo todo sin trabajo; sabed que no hay campo en el que no crezcan malas yerbas que el labrador debe extirpar. Estas doctrinas erróneas son una consecuencia de la inferioridad de vuestro mundo; si los hombres fuesen perfectos, sólo aceptarían la verdad; los errores son como las piedras falsas que sólo un ojo ejercitado puede distinguir; os falta, pues, un aprendizaje para distinguir lo verdadero de lo falso; pues bien, las falsas doctrinas son útiles para que os ejercitéis en la práctica de distinguir la verdad del error.


–¿Los que adoptan el error, retrasan su adelantamiento? Si adoptan el error es porque no están bastante adelantados para comprender la verdad.


302. Esperando que se haga la unidad, todos creen que la verdad está de su parte y sostienen estar ellos solos en lo verdadero; ilusión que no deja de entretener a los Espíritus mentirosos; ¿en qué puede basarse el hombre imparcial y desinteresado para formar juicio? La más pura luz no la obscurece ninguna nubecilla, el diamante sin mancha es el que tiene más valor; juzgad, pues, a los Espíritus por la pureza de su enseñanza. La unidad se hará del lado en que el bien no habrá estado nunca mezclado con el mal; a este lado se reunirán los hombres por la fuerza de las cosas porque juzgarán lo que es y en donde está la verdad. Observad, por lo demás, que los principios fundamentales por todas partes son los mismos y deben reuniros en un pensamiento común: el amor a Dios y la práctica del bien. Cualquiera que sea, pues, el modo de progresar que se suponga para las almas, el objeto final es el mismo y el medio de conseguirlo es también el mismo: hacer el bien; no hay, pues, dos modos de hacerlo. Si nacen desidencias capitales en cuanto al principio de la doctrina, tenéis una regla cierta para apreciarlas. Esta regla es la siguiente: La mejor doctrina es aquella que más satisface al corazón y a la razón, y que más elementos tiene para conducir a los hombres al bien; yo os aseguro que es la que prevalecerá.
El Espíritu de Verdad.


Observación. — Las contradicciones que se presentan en las comunicaciones espiritistas pueden depender de las siguientes causas: de la ignorancia de ciertos Espíritus; de la superchería de Espíritus inferiores, que por malicia o maldad dicen lo contrario de aquello que ha dicho en otra parte el Espíritu cuyo nombre usurpan; de la voluntad del mismo Espíritu que habla según los tiempos, los lugares y las personas, y puede juzgar útil no decirlo todo a todo el mundo; de la insuficiencia del lenguaje humano para expresar las cosas del mundo incorporal; de la insuficiencia de los medios de comunicación que no siempre permiten al Espíritu manifestar todo su pensamiento; en fin, de la interpretación que cada uno puede dar a una palabra o a una explicación, según sus ideas, sus preocupaciones o el punto de vista desde el cual mira la cosa. El estudio, la observación, la experiencia y la abnegación de todo sentimiento de amor propio, pueden enseñar a distinguir estas diferencias.