Revista espírita — Periódico de estudios psicológicos — 1858

Allan Kardec

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Leemos lo siguiente en el Spiritualiste de la Nouvelle-Orléans (Espiritualista de Nueva Orleáns) del mes de febrero de 1857:

«–Últimamente nos hemos preguntado si todos los Espíritus, indistintamente, hacen mover las mesas, producen ruidos, etcétera; e inmediatamente la mano de una dama, demasiado seria para jugar con esas cosas, trazó violentamente estas palabras:

«–¿Quién hace bailar a los monos en vuestras calles? ¿Son los hombres superiores?

«Un amigo de nacionalidad española que era espiritualista y que murió el verano pasado, nos ha dado diversas comunicaciones; en una de las mismas se encuentra este pasaje:

"Las manifestaciones que vosotros buscáis no son del número de las que agradan más a los Espíritus serios y elevados. No obstante, reconocemos que tienen su utilidad, porque tal vez más que ninguna otra pueden servir para convencer a los hombres de hoy en día.

"Para obtener esas manifestaciones, es necesario que ciertos tipos de médiums se desarrollen, cuya constitución física esté en armonía con los Espíritus que pueden producirlas. No hay ninguna duda de que los veréis más tarde desarrollarse entre vosotros; entonces, no serán más esos pequeños golpes que escucharéis, sino ruidos semejantes a una salva de artillería entremezclada con cañonazos."

«En una parte alejada de la ciudad se encuentra una casa habitada por una familia alemana; allí se escuchan ruidos extraños, al mismo tiempo que 14 ciertos objetos son desplazados; al menos, esto es lo que nos han asegurado, porque no lo hemos verificado; pero pensando que el jefe de la familia podría sernos útil, lo hemos invitado a algunas sesiones que tienen como objetivo ese género de manifestaciones, y más tarde la mujer de este buen hombre no ha querido que él continuara siendo uno de los nuestros, porque –nos ha dicho este último– el alboroto había aumentado en su casa. A propósito de esto, he aquí lo que nos ha sido escrito por la mano de la señora...

"No podemos impedir a los Espíritus imperfectos que hagan ruidos u otras cosas molestas y hasta aterradoras; pero el hecho de estar en relación con nosotros, que somos bienintencionados, no puede sino disminuir la influencia que ellos ejercen sobre el médium en cuestión."

Notamos la perfecta concordancia que existe entre lo que los Espíritus han dicho en Nueva Orleáns, con referencia a la fuente de las manifestaciones físicas, y lo que nos han dicho a nosotros mismos. En efecto, nada podría pintar ese origen con más energía que esta respuesta, a la vez tan espiritual y tan profunda: «¿Quién hace bailar a los monos en vuestras calles? ¿Son los hombres superiores?

Tendremos ocasión de narrar, según los diarios de América, numerosos ejemplos de esta clase de manifestaciones, tan extraordinarias como la que acabamos de citar. Sin duda, se nos ha de responder con este proverbio: «De luengas tierras, luengas mentiras.» Cuando cosas tan maravillosas nos vienen de 2.000 leguas y no se han podido verificar, se concibe la duda; pero esos fenómenos han cruzado los mares con el Sr. Home, que nos ha dado prueba de ellos. Es cierto que el Sr. Home no ha mostrado esos prodigios en un teatro y que todos, mediante el precio de una entrada, no han podido verlos; es por eso que mucha gente lo trata de hábil prestidigitador, sin reflexionar que la élite de la sociedad que ha sido testigo de esos fenómenos no se habría prestado benévolamente a servirle de ayudante. Si el Sr. Home hubiese sido un charlatán, no habría tenido el cuidado de rechazar las brillantes ofertas de muchos establecimientos públicos y habría recogido el oro a manos llenas. Su desinterés es la respuesta más perentoria que se puede hacer a sus detractores. Un charlatanismo desinteresado sería un contrasentido y una monstruosidad. Más adelante 12 hablaremos en detalle del Sr. Home y de la misión que lo ha conducido a Francia. Mientras tanto, he aquí un hecho de manifestación espontánea que un distinguido médico, digno de toda confianza, nos ha narrado, y que es tan auténtico como las cosas que han pasado con su conocimiento personal.

Una familia respetable tenía como mucama a una joven huérfana de catorce años, cuya bondad y dulzura de carácter le habían merecido el afecto de sus patrones. En la misma cuadra vivía otra familia en la que la señora de la casa –no se sabe por qué– 15 había tomado aversión a la jovencita, a tal punto que no había maltrato del cual no fuese objeto. Un día que la muchacha entraba, la vecina salió furiosa, armada de una escoba, y quiso golpearla. Asustada, la joven se precipitó hacia la puerta y quiso llamar: pero desgraciadamente el cordón del llamador se había cortado y ella no podía alcanzarlo; mas he aquí que la campanilla sonó por sí sola y vinieron a abrir. En su preocupación, ella no se dio cuenta de lo que había pasado; pero, desde entonces, la campanilla continuó sonando de tiempo en tiempo sin motivo conocido, tanto de día como de noche y, cuando se iba a ver a la puerta, no había nadie. Los vecinos de la cuadra fueron acusados de jugar esas malas pasadas; la queja fue llevada ante el comisario de policía, que inició un sumario y buscó si algún cordón secreto comunicaba con el exterior, pero no pudo descubrir nada; sin embargo, las cosas continuaban igual en detrimento del reposo de todos y especialmente de la pequeña mucama, acusada de ser la causa de ese alboroto. Al seguir el consejo que les había sido dado, los patrones de la joven decidieron alejarla de su casa, y la colocaron en la de unos amigos del campo. Desde entonces la campanilla dejó de sonar, y nada semejante se produjo en el nuevo domicilio de la huérfana.

Este hecho, como muchos otros que hemos de relatar, no han sucedido a orillas del Missouri o del Ohio, sino en París, en el Passage des Panoramas (Pasaje de los Panoramas) 13 . Nos falta ahora explicarlo. La jovencita no tocaba la campanilla: esto es indudable; ella estaba demasiado atemorizada por lo que sucedía para pensar en una travesura de la cual hubiese sido la primera víctima. Una cosa no menos cierta es que el toque de la campanilla se producía en su presencia, puesto que el efecto cesó cuando ella hubo partido. El médico que ha sido testigo del hecho lo explica como siendo una poderosa acción magnética ejercida inconscientemente por la joven. Esta razón no nos parece de ninguna manera concluyente, ya que ¿por qué habría ella perdido ese poder después de su partida? Él ha respondido a esto diciendo que el terror inspirado por la presencia de la vecina debía producir en la joven una sobreexcitación tal que desarrollaba la acción magnética, y que el efecto cesó con la causa. Confesamos no estar en absoluto convencidos con este razonamiento. Si la intervención de un poder oculto no está demostrado aquí de una manera perentoria, es por lo menos probable, según los hechos análogos que conocemos. Por lo tanto, al admitir esta intervención, diremos que en la circunstancia en que el hecho se produjo por primera vez, un Espíritu protector quiso probablemente salvar a la jovencita del peligro que corría; que, a pesar del afecto que sus patrones tenían por ella, era quizás de su interés que saliera de esa casa; es por eso que el ruido continuó hasta que hubo partido.