El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

Volver al menú
XIV

Pasaríamos ligeramente por encima de la objeción de ciertos escépticos sobre las faltas de ortografía que cometen algunos espíritus, si no hubiese de dar lugar a una observación esencial. Su ortografía, preciso es decirlo, no siempre es irreprochable; pero es necesario estar muy pobre de razones para hacerla objeto de una crítica grave, diciendo que, puesto que todo lo saben los espíritus, deben saber ortografía. A esto podríamos oponerles las numerosas faltas de este género cometidas por más de un sabio de la tierra, lo cual no amengua en un ápice su mérito; pero este hecho envuelve una cuestión más grave. Para los espíritus, y, sobre todo, para los superiores, la idea lo es todo, y nada. la forma. Desprendidos de la materia, el lenguaje es entre ellos rápido como el pensamiento, puesto que el mismo pensamiento sin intermediario es el que se comunica. Deben, pues, encontrarse violentos, cuando se ven obligados, para comunicarse con nosotros, a emplear las formas extensas y embarazosas del lenguaje humano, y sobre todo de la insuficiencia e imperfección de ese lenguaje para exponer todas las ideas. Esto lo dicen ellos mismos, y es curioso ob-servar los medios de que echan mano para atenuar semejante inconveniente. Otro tanto nos sucedería a nosotros si hubiéramos de expresarnos en un idioma de palabras más largas y de giros más extensos que los del idioma que empleamos. Este es el mismo inconveniente que encuentra el hombre de genio, el cual se impacienta de la lentitud de la pluma que va siempre más despacio que el pensamiento. Concíbese, después de lo dicho, que los espíritus den poca importancia a la puerilidad de la ortografía, sobre todo cuando se trata de una enseñanza grave y sería. ¿Acaso no es bastante sorprendente que se expresen indistintamente en todas las lenguas y que las comprendan todas? No debe, sin embargo, deducirse de esto que les sea desconocida la corrección convencional del lenguaje, antes, por el contrario, la observan cuando es necesaria; y así, por ejemplo, las poesías dictadas por ellos desafían a menudo la crítica del más meticuloso purista, a pesar de la ignorancia del médium.