El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

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977. No pudiendo los espíritus oculta rse recíprocamente sus pensamientos, y siéndoles conocidos los actos de la vida, ¿parece que el culpable está perpetuamente ante su víctima?

«No puede ser de otro modo, el sentido común lo dice».

-La divulgación de todos nuestros actos reprensibles, y la perpetua presencia de los que de ellos han sido víctimas, ¿son un castigo para el culpable?

«Más grande de lo que se cree, pero hasta que haya expiado sus faltas, ya como espíritu, ya como hombre en nuevas existencias corporales».

Mostrándose a descubierto todo nuestro pasado, cuando estamos en el mundo de los espíritus, el bien y el mal que hayamos hecho serán igualmente conocidos. En vano querrá el que ha hecho mal sustraerse a la mirada de sus victimas: la inevitable presencia de éstas serán para él un castigo y un remordimiento incesante hasta que haya expiado sus culpas, al paso que el hombre de bien, por el contrario, no encontrará por doquiera más que miradas amigas y benévolas.

En la tierra, no hay mayor tormento para el malvado que la presencia de sus víctimas, y por esto la evita sin cesar. ¿Qué no ha de ser, pues, cuando, disipada la ilusión de las pasiones, comprenda el mal que ha hecho, vea descubiertos sus más secretos actos, desenmascarada su hipocresía y no puede evitar ese espectáculo? Al paso que el alma del hombre perverso es presa de la vergüenza, del pesar y del remordimiento, la del lusto goza de perfecta serenidad.