El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

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738. ¿No podría emplear Dios otros medios que las calamidades destructoras para el mejoramiento de la humanidad?

«Sí, y los emplea cada día, puesto que ha dado a cada uno los medios de progresar con el conocimiento del bien y del mal. El hombre es quien no los aprovecha, y es preciso castigarle en su orgullo y hacerle comprender su debilidad».

-Pero en esas calamidades sucumbe lo mismo el hombre de bien que el perverso, ¿es esto justo?

«Durante la vida, el hombre lo refiere todo al cuerpo; pero después de la muerte, piensa de distinto modo, y según hemos dicho, la vida del cuerpo es poca cosa. Un siglo de vuestro mundo es un relámpago en la eternidad, y los sufrimientos que llamáis de algunos meses o de algunos días no son nada, son para vosotros una enseñanza que os aprovecha en el porvenir. Los espíritus, he aquí el mundo real, preexistente y sobreviviente a todo. (85) Ellos son los hijos de Dios y objeto de toda su predilección; los cuerpos no son más que los disfraces con que aquéllos aparecen en el mundo. En las grandes calamidades que diezman a los hombres, resulta lo que un ejército que, durante la guerra, ve sus vestidos gastados, rotos o perdidos. El general cuida más de sus soldados que de sus vestidos».

-Pero las víctimas de esas calamidades, ¿no dejan de ser víctimas?


«Si se considera la vida tal como es, y cuán poca cosa es con relación al infinito, se le daría menos importancia. Esas víctimas hallarán en otras existencias la completa compensación de sus sufrimientos, si saben soportarlos sin murmurar».

Que muramos a consecuencia de una calamidad, o de una causa or dinaria, no deja de sernos indispensable morir, cuando nos toca la hora de marchar; sólo hay la diferencia de que marcha a la vez mayor número.

Si pudiéramos elevarnos con el pensamiento, de modo que dominásemos la humanidad y la abrazásemos en su conjunto, esas terribles calamidades no nos parecerían más que huracanes pasajeros en el destino del mundo.