El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

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DICHA Y DESGRACIA RELATIVAS

920. ¿Puede el hombre gozar en la tierra de perfecta felicidad?

»No, puesto que a vida le ha sido dada como prueba o prueba o expiacón; pero de el depende el dulcificar sus males y el ser tan feliz como es posible en la tierra».

921. Se concibe que el hombre será feliz en la tierra cuando la humanidade haya sido transformada; pero, en el ínterin, ¿pude cada uno constituirse una dicha relativa?

»Las más de las veces el hombre es causante de su propia desgracia. Practicando la ley de Dios, se evitan muchos males, y se proporciona la mayor felicidad de que es susceptible su grosera existencia».

El hombre que está bien penetrado de su destino futuro no ve en la vida corporal más que una permanencia temporal. Es para él una parada momentánea en un mal mesón, y se conforma fácilmente con algunos disgustos pasageros de un viaje, que ha de conducirle a posición tanto mejor cuanto mejores preparativos haya hecho antecipadamente.
Desde esta vida somos castigados por la infracción de las leyeS de la existencia corporal por medio de los males, que son consecuencia de esa infracción y de nuestros propios excesos. Si paso a paso nos remontamos al origen de lo que llamamos nuestras desgracias terrestres, encontraremos que, en su mayor parte, son consecuencia de la primera desviación del camino recto. Por semejante desviación hemos entrado en un mal sendero, y de consecuencia en consecuencia caemos en la desgracia.

922. La felicidad terrestre es relativa a la posición de cada uno, y lo que basta a la dicha de uno constituye la desgracia de otro. ¿Existe, sin embargo, una medida común de felicidad para todos los hombres?

«Para la vida material es la posesión de lo necesario; para la vida moral, la buena conciencia y la fe en el porvenir».

923. ¿Lo que es superfluo para uno no es necesario para otros, y viceversa, según la posición?

«Si, según vuestras ideas materiales, vuestras preocupaciones, vuestra ambición y todos vuestros ridículos caprichos dc que dará buena cuenta la justicia, cuando comprendáis la verdad. Sin duda que el que tenía cincuenta mil pesos de renta y se ve reducido a diez, se cree muy desgraciado. porque no puede darse tanta importancia, mantener lo que llama su rango, tener caballos, lacayos, satisfacer todas sus pasiones, etc. Se cree falto de lo necesario, pero francamente, ¿le juzgas tan digno de lástima, cuando a su lado hay quien se muere de hambre y de frío, y no tiene donde recostar la cabeza? El sabio, para ser feliz, mira siempre hacia abajo y nunca hacía arriba, si ya no es para elevar su alma hacia el infinito». (715)

924. Hay males que son independientes del modo de obrar y que alcanzan al más justo de los hombres; ¿no tiene éste medio para preservarse de ellos?

«Debe entonces resignarse y sufrirlos sin murmurar, si quiere progresar; pero halla siempre consuelo en su conciencia, que le ofrece la esperanza de un porvenir mejor, si hace lo necesario para lograrlo».

925. ¿Por qué favorece Dios con bienes de fortuna a ciertos hombres que parecen no haberlos merecido?

«Es un favor para aquellos que no ven más que el presente; pero, sabedlo, la fortuna es una prueba más pelígrosa con frecuencia que la miseria». (814 y siguientes)

926. Creando la civilización nuevas necesidades, ¿no es origen de nuevas aflicciones?

«Los males de este mundo están en razón de las necesidades ficticias que os creáis. El que sabe limitar sus deseos, y ve sin envidia al que le es superior, se evita no pocos disgustos en esta vida. El más rico es el que menos necesidades tiene.

»Envidiáis los goces de los que os parecen los afortunados del mundo; pero, ¿sabéis lo que les está reservado? Si sólo para ellos gozan, son egoístas, y luego vendrán los reveses. Compadecedlos más bien. Dios permite que prospere a veces el malvado, pero no es de envidiar su dicha, porque la pagará con lágrimas amargas. Si es desgraciado el justo, es a consecuencia de una prueba que se le tomará en cuenta, si la soporta valerosamente. Recordad estas palabras de Jesús: Bienaventurados los que sufren porque serán consolados».

927. Lo superfluo no es ciertamente indispensable para la dicha, pero no sucede lo mismo con lo necesario. Luego, ¿no es real la desgracia de los que están privados de el?

«Verdaderamente no es desqraciado el hombre más que cuando experimenta la falta de lo necesario a la vida y a la salud del cuerpo. Semejante falta es quizá culpa suya, y entonces sólo de él debe quejarse. Si es culpa de otro, caerá la responsabilidad sobre aquel que es la causa».

928. Por la especialidad de las aptitudes naturales Dios indica evidentemente nuestra vocación en el mundo. ¿No nro-ceden muchos males de no sequir nosotros esa vocación?

«Cierto, y a menudo son los padres los que, por orgullo y avaricia, hacen salir a los hijos del camino trazado por la naturaleza, comprometiendo su felicidad con esa desviación, de la que serán responsables».

-Así, pues, ¿encontráis justo queel hijo de un hombre de distinguida posición haga zuecos. por ejemplo, si para ello tiene aptitud?

«No se ha de incurrir en el absurdo, ni exaqerar nada: la civilización tiene sus necesidades. ¿Por qué el hiio de un hombre de distinquida posición, como dices tú, ha de hacer zuecos si puede hacer otra cosa? Podrá siempre ser útil con arreglo a la medida de sus facultades, si no se las aplica contrariamente. As¡, por ejemplo, en vez de un mal abogado, será quizá un buen mecánico, etcétera».


La separación de los hombres de su esfera intelectual es seguramente una de las más frecuentes causas de desengafio. La ineptitud para la carrera abrazada es una inagotable fuente de reveses, y uniéndose después a esto el amor propio, priva al hombre caldo de buscar un recurso en una profesión más humilde, y le señala el suicidio como un remedio supremo para librarse de lo que él cree una humillación. Si una educación moral le hubiese elevado por encima de las necias preocupaciones del orgullo, jamás se le hubiera cogido desprevenido.

929. Hay gentes que, desprovistas de todo recurso. cuando la abundancia reina en torno suyo, no tienen otra perspectiva que la muerte, ¿qué partido deben tomar? ¿Deben dejarse morir de hambre?

«Jamás debe tenerse la idea de dejarse morir de hambre. Siempre se hallaría medio de alimentarse, si el orgullo no se interpusiese entre la necesidad y el trabajo. A menudo se dice: No hay oficio bajo, no es la posición lo que deshonra, pero se dice para los otros y no para si mismo».

930. Es evidente que sin las preocupaciones sociales por las que nos dejamos dominar, se encontraría siempre algún trabajo que pudiese ayudar a vivir, aunque tuviésemos que descender de nuestra posición; pero entre las gentes que no tienen preocupaciones, o que las pasan por alto, ¿las hay que están en la Imposibilidad de atender a sus necesidades, a consecuencia de enfermedades u otras causas independientes de su voluntad?

«En una sociedad organizada con arreglo a la ley de Cristo; nadie debe morir de hambre».

Con una organización sabia y previsora, sólo por culpa suya, puede faltar al hombre lo necesario, pero sus mismas faltas son a menudo resultado del medio en que se halla colocado. Cuando el hombre practique la ley de Dios, existirá un orden social fundado en la justicia y en la solidaridad, y él mismo será mejor. (793)

931. ¿Por qué en la sociedad son más numerosas las clases que sufren que las felices?

«Ninguna es completamente feliz, y lo que se cree felicidad encubre a menudo martirizadores pesares. En todas partes existe sufrimiento. Para responder, sin embargo, a tu pensamiento, te diré qúe las clases que llamas desgraciadas son más numerosas, porque la tierra es un lugar de expiación. Cuando el hombre haya hecho de ella la morada del bien y de los espíritus buenos, dejará de ser desgraciado, y aquélla será para él el paraíso terrenal».


932. ¿Por qué en el mundo los malvados tienen con tanta frecuencia más influjo que los buenos?

«Por debilidad de los buenos; los malvados son intrigantes y audaces, los buenos, tímidos. Cuando éstos lo quieran, se harán superiores a aquéllos».

933. Si a menudo el hombre es causa de sus sufrimientos materiales, ¿sucede lo mismo con los morales?

«Más aún, porque los sufrimientos materiales son a veces independientes de la voluntad; pero el orgullo lastimado, la ambición frustrada, la ansiedad de la avaricia, la envidia, los celos, todas las pasiones, en una palabra, son tormentos del alma.

» ¡Lo envidia y los celos! ¡Felices los que no conocen esos dos gusanos roedores! Para el enfermo de mal de envidia y celos no hay calma, ni reposo posible; los objetos de su codicia, de su odio, de su despechó se levantan ante él como fantasmas que no le dan tregua, y hasta durante el sueflo le persiguen. El envidioso y el celoso se abrasan en constante fiebre. ¿Es esta una situación deseable, y no comprendéis que el hombre con semejantes pasiones se crea suplicios voluntarios, viniendo a ser la tierra para él un verdadero infierno?»

Muchas expresiones pintan enérgicamente los efectos de ciertas pasiones; se dice: estar hinchado de orgullo, morirse de envidia, secarse de celos o de ira, amargarse la bebida y la comida, etcétera, cuadro harto verdadero. A veces los celos ni objeto determinado tienen. Hay gentes de natural celosas de todo lo que prospera, de todo lo que sobresale de lo vulgar, aun cuando no tengan ningún interés directo, sólo porque ellas no pueden llegar al mismo grado. Todo lo que sobresale en el horizonte las ofusca, y si estuviesen en mayoría en la sociedad, querrían ponerlo todo a su nivel, Esos son los celos unidos a la mediania.

Con frecuencia sólo es desgraciado el hombre por la importancia que da a las cosas del mundo. La vanidad, la codicia y la ambición frustradas son las que causan su desgracia. Si se hace superior al estrecho circulo de la vida material; si tiende sus miradas hacia el infinito, que es su destino, las vicisitudes de la humanidad le parecen mezquinas y pueriles, como los pesares del niño que se aflige por la pérdida de un juguete que constituía su suprema felicidad.

Aquel que no ve mas felicidad que en la satisfacción del orgullo y de los apetitos groseros, es desgraciado cuando no puede satisfacerlos, al paso que el otro que nada superfluo desea es feliz en lo que ven algunos calamidades.
Hablamos del hombre civilizado; porque teniendo el salvaje necesidades más limitadas, no tienen los mismos objetos de codicia y angustia: su modo de ver las cosas es diferente. En estado de civilización, el hombre razona su desgracia y la analiza; y por esto le afecta más, pero puede también razonar y analizar los medios de consuelo. Este consuelo lo encuentra en el sentimiento cristiano que le da esperanza de un porvenir mejor, y en el espiritismo que le da certeza de ese porvenir.