El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

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CONSIDERACIONES Y CONCORDANCIAS BÍBLICAS RESPECTO A LA CREACIÓN

59. Los pueblos se han formado ideas muy divergentes sobre la creación, según el grado de su ilustración, y la razón apoyada en la Ciencia ha reconoddo la inverosimilitud de ciertat teorias, confirmando la dada por los espíritus la opinión ha mucho tiempo admitida por los hombres más ilustrados.

La objeción que puede hacerse a esta teoria es la de que está en contradicción con el texto de los libros sagrados; pero un examen detenido hace ver que esta contradicción es más aparente que real y que resulta de la interpretación dada a menudo al sentido alegórico.

La cuestión del primer hombre en la persona de Adán. como tronco único de la humanidad, no es la sola que há sido objeto de modificación para las creencias religiosas. En cierta época, el movimiento de la Tierra, pareció tan opuesto al texto sagrado, que no hubo clase de persecuciones de que no fuese blanco esa teoría, y la Tierra gira sin embargo, a pesar de los anatemas, y nadie podría negarlo actualmente sin agraviar su propia razón.

Dice igualmente la Biblia que el mundo fue creado en seis días y fija la época de creación como unos cuatro mil años antes de la era cristiana. Antes de esa época, no existía la Tierra, que fue sacada de la nada. El texto es formal; pero he aquí que la ciencia positiva. la ciencia inexorable, viene a probar lo contrario. La formación del globo está escrita con caracteres imprescriptibles en el mundo fósil, y está probado que los seis días de la creación son otros tantos períodos, cada uno de los cuales abarca quizá muchos centenares de miles de años, Este no es un sistema, una doctrina, una opinión aislada, sino un hecho tan constante como el movimiento de la Tierra, que la teología no puede resistirse a admitir, prueba evidente del error en que puede incurrírse, tomando literalmente las expresiones de un lenguale que es figurado con frecuencia. ¿Debe inferirse de eso que sea falsa la Biblia? No, pero si que los hombres la han interpretado mal.

Ojeando los archivos de la Tierra, la ciencia ha descubierto el orden en que han aparecido en su superficie los diferentes seres vivientes, orden que está conforme con el indicado en el Génesis, con la sola diferencia de que, en vez de salir milagrosamente de las manos de Dios y en algunas horas, esa obra, se ha realizado en algunos millones de años, siempre por su voluntad; pero con arreglo a la ley de las fuerzas de la naturaleza. ¿Es por ello menos grande y menos poderoso Dios? ¿Es menos sublime su obra, porque carece del prestigio de la instantaneidad? No, evidentemente; y preciso sería formarse una idea muy mezquina de la Divinidad para no reconocer su omnipotencia en las leyes eternas que para gobernar los mundos ha establecldo. La ciencia, lejos de amenguar la obra divina, nos la presenta bdjo un aspecto más grandioso y más conforme con las nociones que tenemos del poderio y de la majestad de Dios, por lo mismo que se ha realizado sin derogación de las leyes de la naturaleza.

Conforme en este punto con Moisés, la ciencia coloca al hombre en último término en el orden de la creación de los seres vivientes; pero Moisés fija el diluvio universal en el año 1654, al paso que la geología nos presenta el gran cataclismo anterior a la aparición del hombre, atendiendo a que hasta ese día. no se encuentra en las capas primitivas ninguna señal de su presencia, ni de la de los animales de su misma categoría, bajo el punto de vista físico. Pero nada prueba que esto sea imposible, y varios descubrimientos han engendrado ya dudas sobre este particular, pudiendo suceder, pues. que de un momento a otro se tenga certeza material de esa anterioridad de la raza humana, y entonces se comprenderá que en este punto, como en otros, el texto bíblico es figurado. La cuestión estriba en saber si el cataclismo geológico es el mismo de Noé, y la duración necesaria a la formación de las capas fósiles no consiente que se los confunda; y cuando se encuentren vestigios de la existencia del hombre antes de la gran catástrofe, quedará probado, o que no fue Adán el primer hombre, o que su creación se pierde en la oscuridad de los tiempos. Contra la evidencia no son posibles los raciocinios, y será preciso aceptar el hecho, como se ha aceptado el del movimiento de la Tierra y el de los seis períodos de la creación.

Cierto que la existencia del hombre antes del diluvio geológico es aun hipotética, pero he aquí lo que lo es menos. Admitiendo que el hombre apareció por primera vez en la Tierra cuatro mil aiíos antes de ]esucrísto, si mil seiscientos cincuenta años más tarde fue destruida toda la raza humana, excepto una sola familia, resulta que la población de la tierra data de Noé únicamente, es decir, dos mil trescientos cincuenta años antes de nuestra era. Pues bien, cuando los hebreos emigraron a Egipto en el siglo dieciocho, encontraron muy poblado y adelantado en civilización a aquel país. La historia prueba que en esta época las Indias y otras comarcas estaban igualmente florecientes, sin tener en cuenta la cronologia de ciertos pueblos que se remonta a una época mucho más remota. Hubiera, pues, sido preciso que del siglo veinticuatro al dieciocho, es decir, en un espacio de seiscientos anos, la posteridad de un solo hombre, hubiese podido no solamente poblar todas las inmensas comarcas entonces conocidas, suponiendo que no lo hubiesen sido las otras, sino que, en aquel breve intervalo, la especie humana hubiera podido elevarse de la ignorancia absoluta del estado primitivo al mayor grado de desenvolvimiento intelectual, lo cual es contrarío a todas las leyes antropológicas.

En apoyo de esta, opinión viene también la diversidad de razas. Es indudable que el clima y los hábitos engendran modificaciones en el carácter físico; pero se deja comprender el alcance de la influencia de esas causas, y el examen psicológico prueba que entre ciertas razas existen diferencias constitucionales más profundas que las que puede producir el clima. El cruzamiento de las razas produce los tipos intermedios, y tiende a horrar los caracteres extremos; pero no los produce, sino que se limita a formar variedades. Pues bien, para que hubiese habido cruzamiento de razas, era preciso que las hubiera distintas, ¿y cómo explicar su existencia suponiéndoles un tronco común, y sobre todo un tronco tan cercano? ¿Cómo admitir que en algunos siglos ciertos descendientes de Noé se hayan transformado hasta el punto de producir la raza etiópica, por ejemplo? Semejante metamorfosis no es más admisible que la hipótesis de un tronco común al lobo y la oveja, al elefante y al pulgón, al ave y al pez. Repetimos que nada puede prevalecer contra la evidencia de los hechos. Todo encuentra explicación, por el contrario, admitiendo la existencia del hombre antes de la época que vulgarmente se le señala; la diversidad de origenes; a Adán, que vivia hace seis mil años, como poblador de una comarca inhabitada aún; el diluvio de Noé como una catástrofe parcial que se ha confundido con el cataclismo geológico, y teniendo finalmente en cuenta la forma alegórica peculiar al estilo oriental y que encontramos en los libros sagrados de todos los pueblos. Por esta razón es prudente no declararse ligeramente en contra de ciertas doctrinas que pueden, como tantas otras, desmentir tarde o temprano a los que las combaten. Lejos de perder, se ensanchan las ideas religiosas caminando al par de la ciencia, y este es el único medio de no ofrecer un lado vulnerable al escepticismo.